Sexpedida de soltera (15 page)

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Authors: Pandora Rebato

Tags: #Erótico, relato

—¿Dónde está ahora Pandora y dónde está él? —exige saber el corresponsal.

—Pandora, en Barcelona, en el festival erótico ese al que va todos los años. Y él, en Málaga, en el hospital con su exmujer, al parecer. Va mucho a Málaga porque esa mujer está loca. Pandora dice que él tiene que ir continuamente a apagarle los fuegos —explica Carmen, que se hace portavoz de todas las informaciones.

—¿Y eso es cierto? Lo de Málaga, lo de la exmujer, quiero decir. En realidad, ¿qué sabéis de ese tal Javier? ¿Qué sabéis de él que no os haya contado Pandora? Qué sabe ella que no le haya contado él?

El silencio y las miradas de desconcierto de mis amigos evidencian que la historia de mi novio sólo tiene un narrador, él mismo, y que Juan Carlos no está dispuesto a hacer el mismo acto de fe sobre el que, a su entender, se asientan los débiles cimientos de mi relación.

—Os diré lo que vamos a hacer…

Todos se inclinan hacia el centro de la mesa para ver mejor los garabatos que mi primer amante traza con su rotulador de punta fina sobre una servilleta de bar, cuando una llamada de móvil se cuela en la reunión.

Elena contesta su teléfono.

—Dime, Marta. ¿Al final te vas o no te vas a Nueva York?

El tono urgente de Elena muere ahogado por la curiosidad hacia lo que la otra le está contando.

—¿Ah, sí? ¿Y qué te ha dicho?… ¿Red Angel? No me suena de nada, pero sigue…

Los demás permanecen en suspenso mientras Elena le arranca el rotulador de la mano a Juan Carlos y coge otra servilleta para anotar.

—Dame el teléfono de Lucas, Marta. Ya le llamamos nosotras y nos enteramos de lo que dice la actriz esa, no te preocupes. Tú sigue haciendo la lista de Nueva York y no te olvides de apuntar que allí la ropa está mucho más barata. Eso es importante. Un beso.

Y cuelga.

—No os lo vais a creer —dice agitando la servilleta como si en ella hubiera apuntada la combinación de una caja fuerte—. Marta ha llamado, a saber con qué fin, a Lucas Tenorio, el de los juguetes eróticos, ¿te acuerdas de su despedida de soltera, Carmen? Y el tipo le ha contado que ha estado con Pandora estos días y que Javier la ha estado puteando con llamadas de móvil y mensajes. Pero lo mejor es que tiene una amiga, una tal Red Angel, actriz porno, que dice que le conoce. Le ha prometido a Marta que va a hablar con ella para sonsacarle sobre Javier, pero Marta está liada con lo suyo de Nueva York, así es que me ha pedido que nos ocupemos nosotras.

El entusiasmo de Elena contagia a los demás y Juan Carlos se frota las manos celebrando la providencial aparición de una nueva pista.

—Genial. Esto es genial. Vale, pues entonces lo vamos a hacer de otra manera. Va a ser más complicado pero más profesional. Necesito a alguien con disponibilidad para viajar, necesito que ese Lucas hable con la actriz y averigüe lo que sea y necesito que Pandora se vaya de Madrid. La quiero fuera una semanita o así. Lo ideal sería que hiciera un viaje un rato largo… Por ejemplo, he creído oír que la tal Marta se va a Nueva York, ¿no?

Mis amigas asienten expectantes deseando que Juan Carlos pronuncie las palabras mágicas.

—Y ¿por qué no os vais todas con ella y os lleváis a Pandora?

Y los deseos de Juan Carlos, como siempre, se hacen realidad.

A media hora de Madrid, una llamada de móvil me despierta sobresaltada.

—¡Julia! Dime…

Mi jefa aprovecha los domingos en los que le toca trabajar para llamarme y llenar sus horas muertas con divertidos cotilleos telefónicos. Esta vez, sin embargo, no me hace mucha gracia la llamada.

—¿Cómo se escribe escuece? Escocer, vaya, ¿cómo se escribe?

Medio dormida como estoy todavía me parece que no he entendido bien.

—Tía, mira un diccionario…

—No, quiero saber si tú sabes cómo se escribe. Deletréalo, por favor.

Su tono de voz no ofrece derecho a réplica, así es que, ya despierta y absolutamente
ojiplática
, respondo.

—E, ese, ce, u, e, ce, e, escuece. ¿Y puedo saber a qué viene esto?

—Viene a que lo has escrito con equis en el relato de ayer, el que mandaste para la edición especial sobre el festival erótico. Dice: «¿Es que a estas criaturas no se les excuece el coño de tanto usarlo?» . Y ese
escuece
lo has escrito con equis.

—Y un carajo. De eso nada, guapa. Vamos… Espera un segundo que enciendo el portátil.

Rápidamente hago todas las operaciones para arrancar el ordenador y busco entre mis documentos el que escribí la noche del viernes. Reconozco que, durante unos segundos, siento en mis pulsos el latido mortal de la duda. Al fin y al cabo, lo terminé casi vencida por el sueño y un poco más rápidamente de lo que me habría gustado… Mientras se abre el archivo busco a la desesperada una excusa creíble.

Algo así como: «Es que están tan juntas las letras, la equis y la ese, que se me habrá ido el dedo». Pero no hace falta. Allí, dándome la razón, subido en un inexistente pedestal de gloria está mi
escuece
, perfectamente escrito con ese.

—Sé que te va a costar creerlo, Julia, pero lo tengo delante de mí y te juro por mi madre que yo lo escribí bien.

—Lo sé. Yo también tengo tu correo abierto, el que mandaste el viernes. Me ha costado dos horas al teléfono con los técnicos poder recuperarlo, pero es que al ver el texto esta mañana he tenido una terrible sospecha.

Lo que Julia se teme tiene tintes de ejecución doméstica, chapucera y muy mal intencionada. Al parecer, el sábado había tenido problemas en casa y no había podido ir a trabajar, así que Fernando encargó la edición de mi artículo extra a la redacción del fin de semana. Como no era un asunto urgente, la cosa fue pasando de mano en mano hasta que, sin saber muy bien quién se había hecho cargo, en un momento dado la entrada en el blog apareció publicada.

Lamentablemente, un suceso brutal, una detención de una cédula terrorista, un accidente de tren con víctimas y una decisiva jornada de fútbol absorbió la atención de los redactores durante el resto del día, por lo que el gazapo pasó desapercibido hasta que Julia se ha abrasado la lengua por su culpa con el café del desayuno, hoy domingo a primera hora de la mañana.

—Tengo la sospecha de que alguien ha saboteado tu texto y creo saber quién —me suelta a bocajarro.

Yo, que no estoy acostumbrada a determinado tipo de conductas entre compañeros, me quedo muda sin saber bien si preguntar o dejarlo correr.

—Pues no sé, Julia. Nunca me ha pasado esto…

—Ya, ni a nosotros tampoco. Porque esto no son cosas que pasen en este periódico, ¿sabes? Así es que estoy muy cabreada. Por supuesto, lo he corregido en cuanto lo he visto y le he mandado un mensaje a Fernando con tu correo original y una detallada explicación de lo que ha pasado. No tengo un culpable, pero lo que tengo es a los técnicos siguiendo la pista de quién editó ese texto y habrá que hacer un
backup
bastante lento, pero dicen que lo van a averiguar. Hasta entonces no te preocupes, porque voy a vigilar personalmente tu blog.

Inmediatamente me siento culpable de tanto jaleo y estoy a punto de pedirle a Julia que pare la máquina de la venganza. Depurar responsabilidades en ese momento me parece desproporcionado. Muy poco delito para tanto castigo como supongo que Julia le impondrá al culpable.

Minutos después, cuando abro mi correo aprovechando los últimos kilómetros que el AVE devora camino de Madrid, me arrepiento de mi propio sentimiento de culpabilidad… ¡Decenas de mensajes se agolpan en la bandeja de entrada!, la mayoría de ellos para afearme la conducta por semejante falta de ortografía. Algunos me corrigen con cariño, pero otros, mis queridos
odiadores
, no ahorran en insultos aprovechando el presunto desliz.

Después de contestar a más de veinte correos en esta línea y apechugar con un error que no es mío decido que, cuando sepa quién es el responsable, pondré en práctica mi venganza más refinada: pedir un cargamento de veinte pizzas a su nombre.

La llegada a Madrid precipita el final de mis respuestas y al ver a Javi de pie esperándome al final del andén, se me pasa del todo el cabreo. Corro con toda la velocidad que me permite el trolley que arrastro e, imitando mis anuncios favoritos de desodorante, me echo en sus brazos.

Mientras le beso con toda la conciencia y la intención puesta en mi lengua y mis labios, aprieto su cuerpo al mío hasta que siento una evidente erección bajo sus pantalones. «Seguro que no lleva ropa interior», me digo seducida por esa costumbre que no tengo la más mínima intención de corregirle.

—Ya veo que te alegras de verme… —le digo al oído.

—Ni te imaginas cuánto. Te tengo preparada una sorpresa.

A punto estoy de contestarle que yo le he preparado otra, pero me coge de la mano y tira de mí hacia el aparcamiento de la estación de Atocha.

No me da ni tiempo a colocarme las pezoneras. Cerramos la puerta de mi casa y me sienta en la mesa del recibidor para desabrocharme la blusa, el sujetador, las botas… Cuando la ropa está hecha un lío en el suelo, me levanta a pulso, me apoya contra la pared y me penetra sin muchos miramientos.

«Por una vez que nos saltemos los preliminares tampoco pasa nada», me digo.

Y, como desde que le vi en la estación yo ya estoy lubricada, no echo en falta nada más. El último pensamiento consciente que recuerdo antes de caer vencida por el placer de sus embestidas es que follar de pie es bueno para mantener el culo alto y tonificado.

La simple idea de darle un merecido masaje de tan placentera forma a mi estupenda retaguardia añade un aliciente más a mi éxtasis.

Y es que mi culo es esa parte de mi anatomía de la que me siento especialmente orgullosa y no me avergüenza decirlo. Es algo más que mi cojín preferido; es mi tentadora manzana, mi arma secreta.

Sorpresa, sorpresa… Tengo lo que se dice «un culo en forma de corazón».

Siempre he sabido que está muy bien, pero una vez me quedé boquiabierta cuando un tipo (que me dio mucha coba y al final no quería ligarme) alabó mi retaguardia y la fechó en no más de 20 o 22 años.

—En serio, Pandora. En general no aparentas más de 27, pero por detrás no te echaría mucho más de 20 años.

Ole con ole. Y eso que yo ya pasaba de los 30…

Cuando me salieron las primeras estrías (por culpa de engordar y adelgazar con demasiada rapidez), presentí que mis años de vida alegre se terminaban y llamé a Elena para lamentarme y para escuchar lo obvio: que estaba exagerando. Pero Elena es poco amiga de mentir.

—Mira, Pandora. La vida es así. Unas cosas llegan y otras se van. Es lo que tiene el tiempo, que nos va cambiando. Yo que tú me haría a la idea o te vas a gastar una pasta en cirugía.

—No, ni loca. Si yo estoy encantada con mis años, con lo bien que los llevo y todo eso…Yo ya sabía que el paso del tiempo se nota, pero no imaginé que atacaría primero mi mejor baza. Esto es alta traición.

Siempre he sabido que mi culo no se mantendría toda la vida ahí arriba, bien alzado en lo alto de mis piernas, ni exageradamente grande ni pequeño, aunque obviamente presente. Pero pensaba que eso llegaba más tarde… ¿sobre los 60 o 70? Y me fastidiaba verme aquel tatuaje blanquecino que parecen las estrías porque, como nunca he tenido un pecho lo que se dice abundante, toda la vida me he visto obligada a sacarle partido a mi estupendo culo. Y a fe mía que me ha dado grandes tardes de gloria.

Tan segura he estado siempre de que es un arma infalible, que habitualmente hay una falda tubo en mi armario (de esas que se ajustan a las caderas y a las piernas como un guante), porque con unos taconazos y unas medias de liga (¡muerte a los pantis!), el resultado es, modestia aparte, irresistible.

O sobrecogedor… Como aquella vez que tuve que ir a urgencias por una lumbalgia y el buen doctor y los dos MIR que le asistían se quedaron atónitos cuando obedecí la orden de descubrirme «la zona afectada».

Como no había pensado acabar en el hospital, sino enredada en las piernas de mi entonces novio, aquel día iba vestida para matar o morir: un vestido entallado, medias, liguero, bragas básicamente transparentes y hasta un tatuaje temporal de brillantina donde la espalda pierde su casto nombre (como no tengo narices de tatuarme nada que dure para siempre, soy muy aficionada a las decoraciones temporales).

Me di media vuelta, me subí el vestido y cerré los ojos mientras guardaban tres segundos eternos de silencio. Muy profesionales ellos, no hicieron ni un comentario, pero creo que les alegré el día.

De hecho, uno de los mejores retratos que tengo míos no es de mi cara, sino de mi culo. Lo hizo a carboncillo uno de mis primeros novios que era todo un artista y durante una temporada cogí la costumbre de enviarles una simpática felicitación por Navidad a mis amantes en curso: una foto mía entre flores de pascua en la que sólo se ve, reflejado en un espejo, mi dorso desnudo.

La irrupción de Javi en mi vida, en pleno mes de noviembre, echó al traste mis planes para la foto de aquel año para la que pensaba introducir como innovación mi pecho al aire, sólo cubierto por el pelo que ya me llega por debajo justo de los pezones.

Obviamente, mis ya ex amantes se quedaron sin postal.

La sorpresa de Javier no es un furioso polvo de pie (que no hubiera estado nada mal), sino dos maletas pequeñas con ropa de otras temporadas que, mientras yo me quito el sudor del sexo y el cansancio del viaje bajo la ducha, él aprovecha para subir del coche.

Me las pone delante y me mira como si esperase que me ponga a dar saltos de alegría sobre la cama. Dos maletas, el anticipo de una mudanza que, teóricamente, yo tenía que haber estado aguardando como agua de mayo pero que, de pronto, se me antoja un poco precipitada.

Dos maletas. Ufff. Y yo sin hacer hueco en el armario como le prometí. No me apetece nada tener una bronca más ni una mala cara y estoy demasiado cansada como para plantearme seriamente (por millonésima vez) si esto es lo que yo deseo.

Así que las cojo por las asas y noto con alivio que no pesan demasiado, para colocarlas acto seguido al lado de la cama.

—Mañana mismo te cuelgo yo la ropa, amor, ahora estoy agotada.

Él me besa en el cuello para agradecerme el detalle mientras me explica que sólo ha metido algunos zapatos de verano en una y que la otra no contiene más que unos cuantos polos a los que les tiene cariño, pero que hace mucho que no se pone.

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