«Permitan que me presente. Me llamo Pandora y tengo un coño matrícula de honor».
Pero ¿quién es Pandora Rebato? Shakesperare la describió en el siglo
XVI
, muchos años antes de que ella naciese, como una «lasciva ninfa contoneante» (
Ricardo III
), pero para los miles de lectores de su blog,
La cama de Pandora
, «es un soplo de aire fresco entre tantas noticias desagradables» y «una mujer que se atreve, por fin a hablar de sexo sin tapujos», pero también un modelo a seguir: «todas las mujeres deberíamos ser así de liberales en el sexo, ¡lo bien que lo íbamos a pasar!», y, en definitiva, una agradable sorpresa: «le das una cara nueva al sexo sin compromiso».
Sin embargo, Pandora ahora tiene un dilema vital: seguir como hasta ahora con su deliciosa vida alegre de soltera o hacerse monógama, que no tiene nada de malo, si no fuera porque a algunas personas el amor, más que cegarlas, les hace ver lo que no es… Pero para eso están los amigos de Pandora, dispuestos a abrirle los ojos.
En esta novela, los seguidores del blog
La cama de Pandora
, encontrarán la misma combinación irresistible de humor y sexo que ha convertido al personaje en su diosa particular y aquellos que todavía no hayan tenido el placer, se convertirán, sin duda, en adictos a sus aventuras.
Pandora Rebato
Sexpedida de soltera
ePUB v1.1
fco_alvrz16.05.12
Título original:
Sexpedida de soltera
Pandora Rebato, 2011
Diseño/retoque portada: fco_alvrz
Editor original: fco_alvrz (v1.1)
Corrección de erratas: caminante
ePub base v2.0
(Con el permiso de V.)
Para Alfonso, que siempre ha creído en mí
Permitan que me presente. Me llamo Pandora y tengo un coño matrícula de honor. Así, como suena.
Sabía perfectamente que esa frase lo cambiaba todo. La escribí casi sin pensar.
Pero cuando la repasé después, me di cuenta de que era como quitar de golpe la sábana que cubre la sorpresa, y ahora ya sabíamos todos de qué iba a ir la fiesta: de historias de, por y para follar.
—No es verdad que te dijo eso… Dime que no, por favor.
A Julia, mi jefa, le había dado un espasmo de risa y, después de varios segundos de carcajadas (que decidí tomarme como un cumplido, no como una reacción a la incredulidad sobre la calificación inmejorable de mi sexo), se sujetó el pecho con una mano, mientras con el dorso de la otra se secaba las lágrimas.
—Espera, que sigo…
Me lo dijo la otra noche un solícito joven en calcetines y camiseta cuando, metido en mi cama, echó una mirada de soslayo de mi ombligo para abajo. Su estilismo, la verdad, tenía un cero en glamour, pero la escena, como mínimo, tuvo su aquél…
—Hombre, por fin un coño como Dios manda.
Yo no sabía que Dios mandase algo en cuestión de coños, así que por curiosidad y por seguir la broma hice la pregunta.
—¿Como Dios manda? ¿Cómo es eso?
—Pues con todo lo que tiene que tener. Un coño matrícula de honor.
Sí señor. A mí, que nunca nadie me había alabado las bondades de mi anatomía inferior, la cosa me hizo gracia. Y la verdad es que después, cuando él ya había cumplido (y muy bien, por cierto) con lo suyo y yo con lo mío, desvelada por sus ronquidos, le di una vuelta a la calificación más alta que he sacado en mi vida.
Así, de entrada, lo que yo tengo entre las piernas es de lo más normalito. Y como Genaro era la primera vez que lo veía en su vida y cuando lo dijo, todavía no había hecho más que una prospección visual, imagino que lo que era de matrícula de honor tenía que ser evidente a simple vista.
—¿De verdad te lo follaste en camiseta y calcetines? No sé si me decepcionas o me sorprendes.
La pregunta me pilló desprevenida.
—Dijo que tenía frío… ¡Si hasta nos metimos debajo de las sábanas! ¿Qué querías que hiciera? ¿Que expulsara de mi cama a un pobre hombre tiritando? En mi descargo te diré que se los quitó un poco después. Es lo que tiene el calor corporal…
Nos reímos un buen rato. Julia tiene una imaginación fantástica y ésa es la razón por la que me encanta confesarle mis historias.
Es como si tuviera una cámara de cine en la cabeza. Creo que se monta pequeños cortometrajes mentales con lo que le cuento. A veces, incluso, pienso que se le va un poco la olla.
—Pandora, tenemos que publicar esto. ¿Puedes hacer más?
La miré como debieron de mirar los indígenas americanos a los descubridores del Nuevo Mundo. Lo dicho: definitivamente, mi jefa estaba chalada.
Había escrito esas líneas una mañana de intensa migraña porque el muchacho en cuestión (sí, el de los calcetines y la camiseta) no me había dejado pegar ojo con sus ronquidos y sus espasmos sorpresa. Tras echarle de casa al día siguiente (el condenado no se quería ir) y después de varios intentos fallidos de llamar a Julia para contarle mi odisea nocturna, decidí ponerlo todo negro sobre blanco tal y como lo recordaba.
Sólo la experiencia ya me parecía que tenía un punto surrealista, pero, además, me trajo a la memoria algo que me había impactado hacía sólo unos días.
Bien aferrada a una sensación general de repugnancia, seguí desgranando palabras.
Me acordé de pronto de un reportaje que han puesto un par de veces en
La Noche Temática
, en donde una periodista holandesa empieza por intentar demostrar que la industria cosmética distorsiona la imagen que las mujeres tenemos de nosotras mismas y acaba en Los Ángeles, en la consulta de un cirujano estético especializado en el rejuvenecimiento de vaginas, con las piernas abiertas y escuchando cómo le dicen:
—Sí, cariño, eres una candidata perfecta. Mira qué feo lo tienes.
Porque sí, las vaginas, como todo, también envejecen. Pero nunca pensé que, llegados los 30, una mujer se plantease seriamente someterse a una mutilación íntima para regalarle a su pareja la posibilidad de «estrenar» un coño tipo muñeca.
A mí que me perdonen, señores, pero en mi modesta opinión, donde se ponga un sexo femenino con todo lo suyo: sus labios mayores, menores, su vello… (que, como piensa Genaro, Dios los pondría ahí para algo, digo yo) que se quiten los espejismos de la industria del porno.
Señoras, la matrícula de honor la tenemos todas, pero sólo cuando respetamos nuestro cuerpo. Lo que tenemos entre las piernas no es feo ni viejo y, salvo problemas evidentes, viene perfecto de serie y no necesita muchos extras. Así es que cuídenlo y disfrútenlo con sabiduría y sin vergüenza, como yo he intentado aprender con el paso de los años.
No es que no estuviera de acuerdo con todo lo que había escrito. No suelo desdecirme tan rápido y menos en cosas tan básicas.
Pero poner la palabra «coño» en un medio de comunicación dentro de un artículo firmado con mi nombre significaba dos cosas fundamentales: la primera, que tenía que ser tan descarnada como honesta; y, la segunda, que mi madre no lo iba a poder leer.
—En realidad yo lo he escrito para que no se me olvidara contártelo, sólo que lo he redactado un poco. No sé, me pareció cómico, tenía gracia —dije después de pensarlo un rato.
—No tenía. Tiene gracia. Pandora, llevo dos años escuchando tus historias, tus conquistas, las de tus amigas y los polvos que has echado y los que te gustaría echar. Pero no me preguntes por qué, creo que ésta es la primera vez que entiendo claramente que tienes que contárselo a los demás.
—¿Qué hierbas te has fumado este fin de semana? ¿Quieres que escriba las cosas que me pasan? A lo mejor a ti te hace mucha gracia, pero, aunque parezca cómico, algunas veces es un poco frustrante.
Sin embargo, empezaba a ver por dónde iba Julia. Se trataba de hacer de la necesidad virtud, como dice mi amiga Patricia, que es psicóloga.
Ya había jugado con Patri durante una temporada a poner sobre un papel mis pensamientos, dudas y deseos a modo de terapia.
Sólo que yo, por aquello de la deformación profesional, lo convertía todo bien en crónica de sucesos, bien en reportaje de viajes.
Qué le voy a hacer, soy periodista. Llevo años ganándome la vida poniendo unas palabras junto a otras y consiguiendo que tengan sentido. Y no debo de ser muy mala, porque he logrado sobrevivir mucho tiempo tirando de oficio y talento (¿está mal que yo lo diga?), y vendiendo mi trabajo al mejor postor.
No me va mal, al contrario. He publicado en revistas de todo tipo, he recorrido medio mundo haciendo reportajes y he tenido algunas ofertas para quedarme fija en puestos por los que muchos de mis compañeros de carrera venderían su alma al diablo. Pero es que a mí, cuando llevo mucho tiempo quieta en un sitio, se me duermen los pies. Así es que hasta ahora he evitado atarme indefinidamente a una empresa.
Y lo mismo me ha pasado con los hombres. He probado sin remordimientos lo que me ofrecían y les he dado, a veces, lo que me han pedido y otras veces, lo que me ha dado la gana. Los he alternado, cambiado, dejado y olvidado, pero no recuerdo haber compaginado dos amores (amantes sí, que para eso están). Me he enamorado, por supuesto, pero unas veces no cuajó, otras uno de los dos se cansó antes que el menos afortunado y, en más ocasiones de las que me gustaría reconocer, me vi obligada a optar entre seguir sola o mal acompañada. Os informo de que, en mi vocabulario, la palabra resignación prácticamente no existe.
Curiosamente, no dispongo de mucho tiempo para estar sola.
Básicamente porque a mí me pasan cosas. Sobre todo cuando me bajo las bragas. Tengo recuerdos (vagos, muy vagos) de relaciones sexuales anodinas. Y es que desde que me despertaron la libido con un beso entre las piernas hace ya más de veinte años, nos lo hemos pasado como las locas las dos: mi libido y yo.
Sin embargo, pese a lo que pueda parecer, no soy la persona más segura del universo. Mi trabajo y el sexo no me generan dudas.
Es el amor lo que me desconcierta. Realmente no llego nunca a entender por qué me convierto en un ser tan débil cuando estoy enamorada. Yo y casi todos los demás, no es sólo cosa mía. Pero a mí me revoluciona y, en los pocos momentos de lucidez que tengo, no me reconozco y me extraño tanto a mí misma que me entran ganas de hablarme de usted.
El amor me saca de mis casillas. Me cuesta muchísimo relajarme y convencerme de que es bueno y de que hay que entregarse a la experiencia. Porque se acaba, el maldito. Ya puedes tú mimarlo, cuidarlo, entregarte y convertir cada día en una feria, que llega un momento en que el amor se termina. Y si compartes tu vida con la persona que quieres, se termina mucho antes. Eso también lo sé por experiencia. Por la mía y la de miles de personas que son capaces de ser novios durante años sin problemas, pero cuando se convierten en compañeros de piso y de hipoteca, el amor siente que está de más y, a los pocos meses, se muda.
A mí me ha pasado eso un par de veces y, cuando recupero mis añicos del suelo, siempre me sorprendo a mí misma pensando en cómo he podido caer en la trampa una vez más. Así es que yo creo en el amor de los demás, pero del amor que viene a por mí desconfío por principios. Al menos durante un rato. Luego, cuando vence mis dudas, me toma al asalto y clava su bandera en mi maltrecha autoestima sentimental, rindo guarniciones desde la primera línea a la retaguardia, me olvido de defenderme y me dejo en sus manos, convencida de que esta vez ya me toca que me sostenga así por siempre jamás. Ja, ja, ja.