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Authors: Pandora Rebato

Tags: #Erótico, relato

Sexpedida de soltera (2 page)

Por eso, hasta hacía unos meses, mi vida sentimental (entre los dos o tres grandes amores que he tenido) había transcurrido en una plácida balsa de amantes y sexo, sin complicaciones, sin dudas, ni juegos de cal y de arena ni tiras y aflojas. Sólo un coqueteo en una terraza, en la piscina o en un bar, una conversación interesante, una prospección mínima para asegurarle a mi desconfiada conciencia que el sujeto no está demasiado comprometido (me tengo prohibido intimar con hombres casados) y un polvo en su casa o en la mía.

Si el buen rollo es la tónica, puede que les dé mi teléfono para una segunda cita sin sexo y, entonces, si se confirma mi impresión, está definitivamente soltero y sin compromiso, y folla bien, puede que se convierta en un follamigo (como su nombre indica: un amigo para follar). Si sólo ha sido un revolcón (y eso lo sabes rápidamente) no es que no les dé mi teléfono, es que no les pido ni el suyo. Anoto el encuentro en mi lista mental de relaciones interesantes pero intrascendentes, me despido con un beso urgente y adiós. Precisamente en esta lista apunté el polvo con el tipo de los calcetines y la matrícula de honor que tanta gracia le hizo a mi jefa.

Julia sólo ha sido testigo de mis hazañas de los dos últimos años, cuando empecé a hacer reportajes para
elmundo.es
, al principio, de forma ocasional. Con el tiempo, ellos empezaron a llamarme más y yo a dejarme llamar, así que ahora soy una
freelance
un poco particular, con la dedicación casi exclusiva a esta empresa y, por primera vez, con algo parecido a una jefa directa.

Pero Julia se asemeja más a una amiga que a una tipa estrecha, amargada y mandona (es una idea peregrina que tengo yo de los jefes en general, no sé por qué…), por ello me dejo caer por la redacción varias veces a la semana para ponerme al día en el trabajo y charlar con ella.

Su misión puede parecer más bien de oficinista, pero además de gestionar y programar el trabajo que los
freelances
hacemos para el periódico, tiene muy fino el olfato periodístico. Por eso, cuando insistió por segunda y por tercera vez en lo de seguir escribiendo mis historias, suspiré derrotada y convencida.

—Pero ¿quién se va a leer eso? ¡Estas cosas le pasan a todo el mundo!

Mi resistencia ya era básicamente retórica.

—¿Estás de guasa? No le pasan a todo el mundo, para empezar. Y aunque así fuera, nadie se atrevería a contarlas.

Julia sabe bien cómo arengarme a la batalla.

Así es que, ya del todo persuadida, suspiré, sonreí y recuperé el archivo para añadir al final del último párrafo:

… disfrútenlo con sabiduría y sin vergüenza, como yo he intentado aprender con el paso de los años. Ya les iré contando.

Detrás de aquel relato, escribí de un tirón otro y luego otro y un cuarto más. Y cuando terminé el quinto, Julia se los mandó (contra mi criterio) por correo a Fernando, nuestro jefe, el director de
elmundo.es
. Al cabo de unos minutos, el hombre con los nervios más templados que he conocido jamás salió del despacho haciéndome la ola y me pilló tan desprevenida que no me dio tiempo a esconderme debajo de la mesa.

—¡Qué barbaridad! Pero ¿de dónde sacas esas historias, criatura? Déjalo, no me contestes, prefiero no saberlo. Sólo quiero saber si puedes escribir más.

Su entusiasmo me contagió automáticamente.

—Claro, ¿cuántas quieres?

—¿Cuántas? ¡Todas!

Y así nació
La cama de Pandora
.

Pero de eso hace ya más de un año y las cosas ahora son, digamos, diferentes…

PRIMERA PARTE
LA CAMA DE PANDORA. RELATO

SORPRESA, SORPRESA… PANDORA REBATO

Sé que no debería hacer esto (y vaya por delante que estoy muy, muy arrepentida). Sé que no parece muy profesional ni muy serio y me consta que alguien se va a cabrear mucho (lo siento, jefe) cuando lea que utilizo mi blog en
elmundo.es
para comunicaros a todos que… ¡ME CASO!

Así, como suena: me caso, me desposo, me… (¿existen más sinónimos?). ¡Sí!

¿No es maravilloso? O, mejor: ¿no es increíble? Bueno, en definitiva: estoy prometida y pronto podré deciros incluso la fecha del feliz acontecimiento. El lugar, mejor no…

No vaya a ser que me suceda como a la pobre Lolita en su primera boda y me vea a mi madre, como a la difunta Lola Flores, vociferando aquella frase inmortal de: «¡Si me queréis, irse!».

Sólo que yo no me caso por la Iglesia, mi madre es mucho más blanca de piel que la Faraona y seguro que se desmaya antes de levantarle la voz a nadie.

No es que espere que la gente se presente en mi boda sin ser invitada, pero mis amigos insisten en que, con esta noticia, os estoy dando a muchos un disgusto (no será para tanto, por Dios), y temen manifestaciones, suicidios en masa y no sé qué más pamplinas… Para nada. Seguro que os alegráis por mí y que estáis deseando que empiece mi nueva vida para que os vaya desentrañando los misterios de las parejas estables, felices y enamoradas.

Muchos de vosotros, creo recordar, me habéis hecho llegar vuestras inquietudes por mi inestable estado sentimental y me habéis preguntado con insistencia: «Pandora, ¿por qué no tienes novio?».

Y por fin tengo una respuesta: porque todavía no le conocía a él.

¿Qué queréis que os diga? Es que es él o ninguno. Después de probar los brazos, los labios y otras delicadas exquisiteces de cuantos varones he convencido y me han convencido para participar en ese sabroso juego del amor y el sexo (vaaaaale, más del sexo que del amor), he llegado a la conclusión de que, aunque todos han sido maravillosos y geniales en su momento, con ninguno podría responder afirmativamente a la temida pregunta: ¿estás dispuesta a acostarte y levantarte el resto de los días de tu vida con este hombre?

Así es que: chicos, gracias a todos por participar con tanto entusiasmo, pero ya he encontrado al perfecto candidato porque, por primera vez, puedo contestar con un rotundo: sí, estoy dispuesta. Voy a convertirme en monógama exclusiva, en lugar de en monógama sucesiva, como era hasta ahora. Y el cambio, contra todo pronóstico, me hace mucha ilusión.

Llegados a este punto sé que me toca comunicar alguna baja o despedida. Por ejemplo, tengo pendiente llamar a algunos follamigos a los que, aunque llevo cierto tiempo sin frecuentar, sé que recibirían gustosos una invitación para pasar un rato de sexo loco en mi alcoba.

Supongo que algunos de ellos se darán tristemente por aludidos cuando lean esto, pero no por eso voy a dejar de llamarles para despedirme, agradecer los servicios prestados (un buen amante no se merece menos) e invitarles a pasar a una nueva dimensión. Sé que no va a ser posible en todos los casos, pero quién sabe, puede que alguno se acostumbre a beberse el vino en la copa, en lugar de en mi ombligo, y a tomarse un café conmigo sin meterme mano por debajo de la mesa.

¡Nunca se sabe por dónde te va a salir un hombre!

Que me lo digan a mí, que pensé que lo había visto todo y que tenía todos los tipos de hombres perfectamente catados y catalogados. Pensé que me sabía de memoria los caminos del cortejo, que ya nada podía sorprenderme, que el amor era algo que había pasado por mi vida dejando un recuerdo feliz pero infantil y que ahora lo que tocaba era ser despreocupada, libre y gozosamente casquivana.

Pero no. Parece ser que el destino me tenía reservada una sorpresa más y mira por dónde, yo, que he llevado a cientos de hombres a mi cama (¿sería capaz de recordarlos a todos?); que he abierto mis piernas y mi sexo a tantos penes ansiosos por darme placer; que he lamido, mordido y recorrido con mis dedos cuerpos de toda condición… Yo, Pandora Rebato Loco, la soltera empedernida, la mujer más dispuesta, acogedora, sensual y lujuriosa, rindo mi plaza, mi atalaya y mis guarniciones a los pies de un hombre. Y sí, señores: me caso.

Puede que sea porque faltan quince días para Semana Santa, pero escribo las últimas palabras con una convicción cuasi religiosa y tal sonrisa beatífica en los labios que, aunque no llego a santiguarme, Julia termina por removerse incómoda en su asiento. Lo leo una vez más, corrijo una errata, dos comas y pongo otro punto y aparte antes de darme por satisfecha. Lo miro de nuevo, contando de dos en dos las líneas, pero lo dejo antes de llegar al final. En realidad, me da igual si es corto o largo.

Es mi declaración de principios de ahora en adelante y me parece más importante dejarlo prístino que aliviarles la lectura a los cibernautas.

Aun así, vuelvo al comienzo y dudo otra vez. Estoy a punto de añadir en alguna parte que él, además, dice que soy su princesa, pero me da un ataque de pudor y me arrepiento en el último momento. Desplazo el cursor en círculos masajeando distraídamente el texto mientras acaricio el botón derecho del ratón.

Julia se vuelve hacia mí. «Venga, hazlo», me apremio. Así es que, antes de que diga nada, pincho sobre la orden de
Publicar
. Aguanto la respiración mientras se actualiza la página y, aunque no lo pretendo, se me escapa un cierto tono de desafío al formular la pregunta que sé que mi jefa está esperando:

—¿Qué?

—Nada… Sólo que… tú estás segura de lo que haces, ¿no? Quiero decir… Ya sabes que yo contigo ejerzo de Pepito Grillo. Hazte a la idea de que soy la voz de tu conciencia, y me pregunto si sabes bien lo que estás haciendo. No en cuanto a lo de casarte y eso, aunque también. Sino, sobre todo, a lo de contarlo en el relato de hoy. No sé yo si a Fernando le va a hacer gracia. Además, me parece que es un poco exhibicionista.

Se atropella las ideas con las palabras al hablar. Me hace gracia, ella siempre tan templada.

—Julia, ¿exhibicionista? Llevo meses contando mis mejores y mis peores polvos en este blog una vez por semana ¡y me dices ahora que es exhibicionista! Podías habérmelo advertido antes.

Sé que mi jefa no puede resistirse a la ironía, así que pongo el gesto de exasperación más cómico, operístico y fingido que encuentro en mi repertorio de caras y no tarda en esbozar una sonrisa permisiva.

—Tú verás lo que haces, cabeza loca. Espero que, por lo menos, se lo hayas advertido a él. ¡Cuánto misterio con el nombre! Vas a provocar que se monte una comisión de investigación en Facebook y que tus miles de seguidores no paren hasta dar con tu novio. Pero eso tú ya lo sabes, ¿no?

La verdad es que no lo he calibrado, pero ¡qué demonios! ¡Si lo van a publicar en el Boletín Oficial del Estado para que todo el mundo se entere! Y para que, si alguien tiene algo que objetar, lo diga cuanto antes o calle para siempre, como dicen en las películas.

Así es que, si se desmanda el asunto, no tengo inconveniente en confesar que el amor de mi vida (un redoble de tambor para semejante cursilada, por favor) se llama Javi. Simplemente Javier. Soso, frecuente y fácilmente olvidable. Un nombre normal para un hombre absolutamente extraordinario (¿a que suena a publicidad de
Barón Dandy
?).

Me baja de las nubes una llamada de teléfono de mi amiga Elena. Reconozco su número antes de contestar.

—Dime, guapa.

—Lo he leído. En fin… ¡ya lo has hecho! ¿Cómo te sientes? ¿Qué llevas puesto?

Da igual lo trascendente que sea una conversación, Elena siempre tiene que saber cómo te has vestido ese día. Es estilista y
personal shopper
y básicamente lo necesita para ponerse en situación.

Una vez que se ha hecho la imagen mental, se relaja y es capaz de definir mucho mejor su postura en cada caso. Incluso adivina con facilidad los estados de ánimo de la gente según la ropa que vista. A ella no le sirve de nada ese refrán que dice: «El hábito no hace al monje». Su máxima es: «No sólo los hombres se visten por los pies», así es que no me queda otra que contentarla en riguroso orden ascendente.

—Botas altas, vaqueros, jersey de cuello vuelto negro y el collar de azabache que me regalaste.

—Mmm… Bien, eso es que estás muy segura de ti misma. Buena elección: valiente, pero discreta. Muy propio de ti.

Probablemente, si la dejara, vendría cada mañana a casa a elegirme la ropa.

Todo lo referente a trapos es lo único que a Elena no le da pereza en esta vida.

—Gracias. ¿Ya estás trabajando?

—No. Estoy en la cama con el portátil, esperando una llamada de una agencia para un reportaje, pero ya me levantaba.

Mucho me habría extrañado que se hubiera puesto en marcha antes de las doce de la mañana. Una vez tuvo que poner el despertador a las cinco y media de la madrugada porque tenía que dirigir una sesión de fotos al amanecer en las afueras y todavía lo cuenta con verdadero espanto. Creo que, si no fuera porque nos conocemos desde niñas, hay veces que la estrangularía. De lunes a viernes llevo fatal su indolencia.

—Te dejo, que tengo una llamada en espera. ¡Ciao! —dice.

Y me cuelga sin dejarme contestar a su primera pregunta.

Me hubiera gustado decirle que, aunque realmente me siento segura y consciente de mi decisión, tengo una sensación extraña, irreal, como si en lugar de ser yo, fuera otra quien ha decidido casarse.

«Casarse… Casarme, ¿yo? ¡Sí, yo! ¿Por qué? Porque le quiero… ¿Cómo que por qué? ¡Por fin!».

A veces, cuando tengo discusiones de este tipo conmigo misma, me entran ganas de llamar a mi amiga Patricia, que no sólo es psicóloga, también es medio argentina (por parte de madre, psicoanalista también), y suplicarle que saque de mi cuerpo a la más indecisa de las dos. Una vez se lo dije y empezó a partirse de risa.

—No puedo hacerlo, es tu conciencia. Da gracias de que puedes oírla con claridad, no todo el mundo puede. Yo que tú la escucharía de vez en cuando, boluda.

Pero esta vez mi conciencia, mi voz interior, mi patada en las entrañas o mi instinto, como se llame, se equivoca, porque está claro que la mejor decisión de mi vida es la que acabo de publicar en el blog.

Se me escapa un suspiro que sobrepasa la barrera física de libros y papeles que separa mi mesa de la de Julia y la saca tanto de quicio («Últimamente estás en las nubes, no haces más que soñar despierta, Pandora», me ha reñido ya un par de veces en las últimas semanas) que me lanza una mirada de advertencia mientras me dice:

—Bueno, pues si no tienes ahora mismo una prueba del vestido, te quiero aquí con todos los sentidos encima de la mesa. Que tenemos tres millones de cosas que hacer hoy.

—No. Lo primero que vas a hacer es pasar a mi despacho, futura señora de Mr. X. Y tú también, Julia. Las dos. Ahora.

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