Sexpedida de soltera (16 page)

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Authors: Pandora Rebato

Tags: #Erótico, relato

No sé cómo tomarme que haya puesto cosas de tan poco valor para él dentro de las dos primeras entregas, pero sigo mi instinto pacificador y le aseguro que las pondré en algún lugar accesible por si algún día vuelve a sentir ganas de vestirlas.

Me he quedado dormida sentada en el sofá viendo una película intempestiva cuando su teléfono comienza a vibrar y a retumbar sobre el cristal de la mesa de centro. Rápidamente se abalanza sobre él y me mira para comprobar si me he despertado antes de contestar, pero yo no muevo ni un músculo (no puedo de cansancio), así es que responde con un exabrupto.


Are you insane? Why the hell do you call me after midnight?
(¿Estás loca? ¿Por qué demonios me llamas después de medianoche?).

Me quedo completamente helada tras escucharle hablar en un inglés prácticamente sin acento. Javier se aleja móvil en mano camino de la cocina, pero mientras se marcha acierto a escuchar la voz más que nerviosa, histérica, de una mujer mayor.

Él me ha contado muy pocas cosas de su vida. Las justas, tengo que reconocer, de un pasado oportunamente trenzado con relaciones desastrosas, pocas alegrías y mucho trabajo. Pero nada sobre sus orígenes, aunque ha dejado caer que es hijo de un militar afincado en Toledo. Al parecer, su padre es un caso perdido de alcoholismo que de poco le sirve al Ejército incluso en la reserva, y su madre, una mujer luchadora que se ha sobrepuesto a duras penas a la muerte de su hermano, soldado como el padre, en la guerra de Afganistán.

Javier dice sentir adoración por su madre, ya separada, y acostumbra hacer viajes sorpresa a Toledo para recogerla y concederle todos los caprichos que nunca había podido disfrutar: teatro, restaurantes caros, escapadas de fin de semana… O eso dice.

Pero de las pocas cosas que me ha contado de su familia, nunca me ha dicho que con su señora madre se entienda en inglés.

«¡Qué coño!… Pero si su segundo apellido es Domingo, ¿cómo va a ser inglesa su madre ni nada?…». Mi propio razonamiento termina de despertarme y agudizo el oído a ver si capto algo de la conversación. Pero nada claro. Sólo el rumor de un Javier cada vez más cabreado en otro idioma. Así es que decido no darle opción de que su enfado repercuta sobre mí y no me muevo hasta que reaparece sigiloso y me acaricia la cara para despertarme.

Finjo un despertar profundo y desconcertado y busco refugio en sus brazos como una niña. No sé cómo no me sorprende escucharle una explicación lamentable y falsa sobre por qué al día siguiente tendrá que volver corriendo a Huesca, a solucionar un problema gravísimo en las bodegas que requiere de su presencia inmediata.

¿Qué haces cuando pillas a tu novio en una mentira semejante? Quizá tendría que decirle que le he oído hablar en inglés y pedirle una explicación que tenga coherencia entre esa conversación y su repentina necesidad de viajar a Huesca.

Mientras me dejo conducir a la cama llego a la asombrosa conclusión de que, en realidad, discutir con él me da miedo. Cada frase que pronuncio o que oigo en este estado de enajenación emocional es terriblemente más hiriente que cualquier otra cosa que haya dicho u oído en mi vida. No sé por qué no puedo discutir con Javi.

Por mucha pereza que me den las discusiones, siempre he sabido mantenerlas dentro de un orden y he logrado hacer de ellas algo constructivo. Pero cada vez que me enfado con Javier o que él (mucho peor) se enfada conmigo, siento que van perdiendo firmeza los pilares del puente que nos une. Y en cada desconchón me voy hundiendo un poco más yo.

Tendría que preguntarle por la conversación telefónica, aunque sea porque sólo así podré dormir tranquila. Pero no lo hago.

Me lamento brevemente por su repentina marcha, me meto en la cama y apago la luz mientras veo desfilar con los ojos abiertos algunos fantasmas del pasado.

Como el de Alfredo (mi bombero Orzowei) y su patética intención de hacerme creer que realmente estaba en el campo haciendo senderismo con un amigo, cuando en realidad pasaba el fin de semana en casa de una amiguita. En Peñalara, eso sí.

Las semanas que siguieron fueron una procesión de mentiras que el tipo sucedía, una detrás de la otra, sin temor alguno a verse acorralado. No me dolió tanto la traición como el que pensara que yo era tonta. Así que, como siempre he aborrecido las escenas de celos, empaqueté las pocas cosas suyas que tenía en mi casa y se las mandé, con un mensajero, a la sala del tanatorio que reservé a su nombre.

Qué puedo decir, me encantan las venganzas caras y refinadas.

No duermo bien, me paso la noche dando vueltas en mi lado de la cama escuchando la respiración regular de Javier y luchando contra mis instintos más bajos porque cada minuto que pasa me tienta más la idea de ir a registrar en su móvil en busca de un mensaje comprometedor o de algo con lo que alimentar el fuego de la duda que me quema por dentro. Finalmente, caigo rendida y ni siquiera oigo su despertador ni me doy cuenta de su marcha.

Cuando amanezco, ya entrada la mañana, me encuentro una nota urgente con un «te quiero» garabateado junto a la cafetera.

Sin saber muy bien qué hacer, me visto y me dejo caer por el periódico para desahogarme con Julia.

La encuentro enfrascada en la producción de un viaje que tiene mi nombre: Venecia, dos días con un fotógrafo para el suplemento de viajes de la web. Una sutil manera de compensarme por las varias decenas de correos que todavía me faltan por abrir y contestar poniéndome a parir por mi imperdonable falta de ortografía.

—Pensé que te haría ilusión. Es para dentro de diez días, relájate —me dice mi jefa al ver mi rostro tenso por la falta de sueño.

No tardo ni dos segundos en contarle la historia de la llamada telefónica, pero ella se toma su tiempo en contestar.

—¿Estás segura? ¿No lo habrás soñado?

Cuando le explico con más calma la situación y los últimos cabreos, el pésimo fin de semana que he pasado por su culpa y las sospechas de Lucas Tenorio, Julia aproxima aún más su silla a la mía, me obliga a mirarla a los ojos y me hace la temida pregunta:

—¿Y tú qué crees que está pasando?

A punto estoy de soltarle un «nada en realidad» pero no puedo ni imaginarme esas palabras de rendición ilusa saliendo de mi boca. Me encojo de hombros y pretendo responder con mi versión que, por primera vez, voy a verbalizar. El teléfono interrumpe mi terapia.

—Adivina qué. —La voz de Marta suena eufórica al otro lado de la línea—. ¡Eugenio y yo nos vamos a vivir a Nueva York! Lo hemos decidido este fin de semana y ya tenemos casi todo empaquetado. Me ha pedido que vaya buscando casa mientras él termina de adjudicarles otro médico a sus pacientes y cerrar un par de cosas. El hospital nos ofrecía billetes en primera, pagar la mudanza y un mes en un hotel para los dos, pero Eugenio les ha negociado algo mucho mejor: cinco billetes en turista y tres habitaciones durante una semana. ¿Qué te parece? No me falles porque todas me han confirmado ya menos tú y Patricia, pero a Patricia la convenzo yo en dos segundos… ¿Pandora? ¿Estás ahí?

Las buenas noticias de Marta se llevan como una riada mi mal karma por unos momentos.

—¡Nueva York! ¿Cuándo? —acierto a preguntar mientras Julia me mira con una expresión resabiada.

—¡Ya! ¡Mañana! No sé, esta semana en cualquier caso. La agencia está buscando ya los billetes. Necesito tu número de pasaporte y que me digas que sí.

Dos días después, montada en el avión camino de los Estados Unidos me siento junto a Marta, que parlotea sin parar de su nueva vida. Carmen, Elena y Patricia están sentadas al otro lado del pasillo, en la fila triple de butacas, y Marta y yo ocupamos la fila doble, al lado de la ventanilla.

Cuando ya llevo dos horas escuchando su incesante charla, empiezo a lanzar miradas de socorro a las demás, para ver si alguna se compadece y viene al menos a compartir la carga, pero se hacen las distraídas, enfrascadas como están en un cotilleo aparentemente jugoso en el que me muero por participar.

No puedo sospechar en ese momento que todo forma parte de un cuidadoso plan en el que Marta cumple a la perfección su papel de mujer feliz y dicharachera para distraerme y dejar que Carmen y Elena pongan a Patricia al tanto de la estrategia que ha puesto en marcha Juan Carlos.

Elena y Carmen son las encargadas de averiguar los movimientos de mi novio, así que el día en que Marta nos informa de que nos marchamos a Nueva York, acto seguido recibo una llamada de mi amiga de la infancia, aparentemente extasiada con la noticia, pero que en realidad pretende averiguar dónde se encuentra Javi en esos momentos y qué planes tiene para los próximos días.

Teniendo en cuenta la imprevisibilidad de mi chico, intuyo que no le soy de demasiada ayuda.

—No podía ser mejor. Nunca hemos estado todas juntas en Nueva York. Hay que ir de compras…

En vista del cariz que toma el asunto, me veo obligada a recordarle el motivo por el que Marta nos ha invitado.

—Sabrás que tenemos la misión de encontrar un apartamento, ¿no?

—Pues claro, mujer, pero eso lo hacemos en una mañana. Ya verás. Es mucho más fácil cuando paga otro, y Marta me ha dicho que el hospital está siendo muy generoso con Eugenio. ¿Sabías que era un psiquiatra tan condenadamente bueno?

La inocente pregunta de Elena me hace reír a carcajadas por primera vez esa mañana.

—Claro, mujer…

—¿Ya se lo has dicho a tu carcelero? Espero que no le importe. Dile que aproveche y se vaya a ver a su madre. ¿Dónde anda, por cierto?

Pensaréis que soy tonta, pero ni me imagino la segunda intención de sus preguntas.

—No me ha dado tiempo de llamarle todavía pero no va a decir nada, ya verás. Hablaré con él más tarde, porque debe de estar llegando a Huesca. Al parecer, anoche le llamaron porque había un problema urgente y se ha tenido que marchar esta mañana. Cuando Marta me diga qué día nos vamos, decidiré si le digo que se quede en la bodega hasta que nosotras regresemos o que se vaya a donde le venga en gana.

Si Elena nota mi tono agrio no lo da a entender. Sigue con sus planes disparatados que yo escucho a medias. Habla de hacer la ruta de
Sexo en Nueva York
, de ir al MET, de cenar en el Soho y de salir de compras hasta que la tarjeta de crédito se niegue a pagar más.

—Al fin y al cabo, vamos sin ropa. Algo nos tendremos que comprar para poder vivir allí una semana.

Creo haber entendido mal.

—¿Cómo que vamos sin ropa?

Elena, en realidad, exagera. Pero poco. La invitación de Marta tiene una intención algo más que amistosa. Por supuesto que quiere pasar unos días con nosotras disfrutando de la Gran Manzana antes de instalarse allí definitivamente.

Pero también tiene pensado utilizarnos como mulas de carga para llevar diez maletas llenas de ropa y zapatos suyos y de Eugenio sin tener que pagar exceso de equipaje.

Así es que cada una aportamos dos maletas grandes a la
operación Canguro
, como la bautizo en un alarde de ingenio, y nos plantamos en casa de Marta, que lo tiene todo colocado en montones perfectamente organizados.

Vamos llenando las maletas y montándolas en la báscula del baño para no pasarnos con el peso y, como si lo hubiera hecho un millón de veces, todo lo que tiene preparado encaja a la perfección en nuestras valijas. Sólo se quedan fuera los libros de medicina de Eugenio y la completa colección de novelas negras y de espionaje de mi amiga que, nos explica, piensa donar a una ONG.

—Porque de ahora en adelante no voy a leer nada que no esté escrito en inglés. Eugenio viajará con la poca ropa que le he dejado en los armarios y los manuales de Psiquiatría los mandará en cajas.

Eso es todo.

Así que las demás nos hacemos un atillo con una muda y nuestras pertenencias más indispensables (maquillaje, plancha para el pelo, cargador para el móvil, cremas para la cara…) y lo metemos a presión en nuestros bolsos de mano.

Obviamente, como Elena ha previsto, no tendremos más remedio que ir de compras.

La
operación Canguro
se pone en marcha el martes a primera hora de la mañana, porque nuestro avión sale el miércoles. En cuanto tengo la confirmación del vuelo, llamo a Javi y le cuento nuestros planes cruzando los dedos. Pero no hace falta buena suerte porque, al contrario de lo que había imaginado, mi adorado novio se muestra casi indiferente a mi ausencia durante una semana, me desea buen viaje y me dice que nos veremos a la vuelta.

Estaba preparada para un enfrentamiento directo o, como mínimo, para un cierto resquemor, así que me siento sumamente aliviada y me concedo el placer de entregarme a los preparativos. Como, por ejemplo, confiarle a Laurita el cuidado de Prometeo, con el ruego encarecido de que no vuelva a celebrar orgías en mi casa (ella, no el gato), como la que me encontré una vez que volví de viaje y la hallé borracha y con dos chicos en la cama.

A Julia no me cuesta convencerla. De hecho, cuando le comento la propuesta de Marta, sonríe de una forma enigmática y me anima a participar en la aventura.

—Después de lo que me has contado, te vendrá bien despejarte un poco y cambiar de aires. Te va a venir fenomenal irte de viaje con tus amigas. Diviértete y tráeme algo. ¡Ah! Y acuérdate de que me debes un relato para el jueves.

No me extraña su predisposición, básicamente porque yo no tengo obligación ninguna de pasar por el periódico, pero en realidad se debe a que Juan Carlos le ha suplicado que me lo ponga fácil y me aleje de allí las próximas semanas.

Milagrosamente, a mis amigas tampoco les resulta problemático hacerse con una semana de vacaciones. Faltan algo más de diez días para Semana Santa y todas se presentan voluntarias para hacer turnos durante los festivos. Y por fin, Marta nos recibe feliz el miércoles por la mañana cuando aparecemos en su casa en busca de nuestro par de maletas cada una y llenamos con ellas dos taxis.

Miro exasperada la hora que marca el reloj de la pantalla frente a mi asiento y compruebo que todavía tengo por delante cinco horas de vuelo al lado de una Marta exultante que no para de hablar.

—Nena, me caigo de sueño. Voy a dormir un ratito. Despiértame si pasan con la cena —le digo mientras le doy un rápido beso en la mejilla.

Me pongo tapones en los oídos y las gafas de sol y me concentro en algún recuerdo sexy y agradable que se pueda convertir en un relato para el blog.

Antes de caer dormida me viene a la cabeza la historia aquella de los juguetes eróticos y la primera vez que crucé el Atlántico camino de Nueva York, con una Carmen desatada dispuesta a ligar con el sobrecargo a toda costa.

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