Sueños del desierto (48 page)

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Authors: Laura Kinsale

Por primera vez, con el hechizo colgado del cuello, Zenia sintió que una convicción se extendía por su ser. Como el agua clara, como un manto que la envolvió cuando levantó los ojos y miró su rostro, un rostro fuerte, duro, que no temía a ningún demonio: la seguridad pura y serena de que se quedaría.

Zenia no soltó el amuleto durante la ceremonia, que se celebró en el frío pasillo de la escalera, ante el señor y la señora Bode. Y cuando el cura redactó el certificado de matrimonio y se lo entregó, Zenia también lo sostuvo en la mano. Lo tuvo en el regazo durante la comida, sorprendentemente buena, que mistress Bode sirvió en el comedor, donde estuvieron rodeados de armas y mapas.

Despejaron un sitio para el tímido y joven cura, quien se limitó a pestañear y se concentró diligentemente en su plato de sopa cuando lord Winter dijo:

—Ahora que los padres de Beth han celebrado una boda cristiana… —Y se interrumpió en mitad de la frase—. Quiero decir que…

Al parecer se dio cuenta de que en realidad no quería decir nada después de su imperdonable metedura de pata. En el incómodo silencio que siguió, miró arrepentido a Zenia e hizo un gesto impreciso de disculpa con la mano. Después de aquello no se mostró muy inclinado a hablar, y se sumió en uno de sus silencios.

Pero a Zenia no le importó. Se sentía a gusto y feliz con todo. Durante un largo intervalo durante el que ninguno de los dos caballeros se dignó levantar la vista del plato, Zenia incluso se aventuró a decir que podían esperar un día o incluso dos antes de volver a Londres, puesto que Elizabeth estaba en las excelentes manos de mistress Lamb.

Lord Winter echó un vistazo algo irónico a la habitación.

—¡Un lugar maravilloso para una luna de miel!

—Está la casita —propuso Zenia.

Él la miró, miró al educado cura y se sonrojó visiblemente. Zenia vio que el rubor se le extendía por el cuello y las mejillas. Arden se aclaró la garganta.

—¿Te refieres a la cabaña donde vive el guardabosques?

Zenia recordó que mistress Bode había dicho que era un hombre tímido. Y a ella le había parecido una descripción tan disparatadamente incongruente con el hombre que ella conocía que no había prestado atención. Reservado, sí; gruñón y difícil de entender… Cerró la mano sobre el amuleto y lo observó con curiosidad. Tenía los ojos clavados en su vaso y las cejas negras ligeramente arqueadas, como si hubiera recibido una afrenta.

Eres tímido, pensó, mirándolo con un profundo afecto.

—Anoche me pareció bastante acogedora —dijo con calma.

Él le dedicó una mirada ardiente, con el rostro aún enrojecido, y volvió a clavar los ojos en su vaso con el ceño fruncido, haciéndolo girar y girar entre los dedos.

Así pues, Zenia decidió que, entre aquellos dos hombres tan poco comunicativos, le correspondía a ella tomar la delantera en la conversación. Se las arregló para arrastrarlos a los dos, uno después del otro, con sus conjeturas sobre el tiempo, sus preguntas sobre las responsabilidades del cura en la parroquia, y su descripción de la ubicación de la propiedad de lord Winter en relación con la vía del tren. Pero no logró que los dos se implicaran hasta que sacó el tema de las armas.

El cura, que por lo visto era demasiado vergonzoso para preguntar por sí mismo, aprovechó la iniciativa de Zenia para lanzarse a una avalancha de preguntas sobre la colección de lord Winter. Resultó ser un gran aficionado a las armas; lo entusiasmaban varias de las piezas que colgaban de las paredes, y quedó hondamente impresionado cuando lord Winter descolgó el rifle Colt.

El clérigo escuchó con gran interés cómo su anfitrión describía la actuación del arma en diversos encuentros en el desierto. Lo tenían todo sobre la mesa, mientras el cordero se enfriaba y mistress Bode empezaba a enfadarse.

—La casa de un soltero —musitó el ama de llaves, lo bastante alto para que la oyeran mientras retiraba los platos—. Esas horribles armas por todas partes, y la señora que lo permite.

Al momento, el cura se deshizo en disculpas ante Zenia, tartamudeando, mientras lord Winter miraba algo sorprendido. Se sentó y dejó el rifle entre los guisantes y el budín de tuétano.

—Lady Winter está acostumbrada a las armas —dijo en tono un tanto defensivo—. Ella misma dispara bastante bien.

Zenia, temiendo que mistress Bode no tuviera tanto aprecio por los rifles, recogió las piezas de encima de la mesa y volvió a montar el Colt, como había hecho cientos de veces en el desierto después de limpiarlo y engrasarlo. Cuando levantó la vista, se encontró con que lord Winter le sonreía irónicamente, y el cura la miraba impresionado.

—Cuánto debe desear volver a esos lugares extraordinarios —dijo el cura con entusiasmo—. ¿Piensa viajar en breve?

Zenia tocó el amuleto que llevaba alrededor del cuello y cerró los dedos en torno a él.

—No —repuso lord Winter—. Estoy un poco cansado de lugares extraños y maravillosos. Estoy contento de estar en casa. —Y sonrió a Zenia de soslayo—. Si la varicela no me mata.

El cura propuso un brindis en honor a lady Winter. La conversación, más desenvuelta ahora, derivó a temas más mundanos, y el cura se despidió después de la tarta de manzana y el oporto. Zenia volvió al comedor y dejó a los dos hombres en la entrada. Desde la ventana, vio al cura aceptando su estipendio, el cual dio muestras de estar totalmente sorprendido y agradecido antes de marcharse en su pequeña calesa.

Lord Winter se quedó unos instantes viendo cómo se alejaba. Zenia esperó, pensando que volvería, pero en vez de eso Arden se dio la vuelta y desapareció por la esquina de la casa.

Zenia se sentó junto a la ventana, tratando de imaginar el comedor sin los estantes para las armas y aquella maraña de libros y mapas. Había dos bonitas cascadas talladas en madera enmarcando el espacio de la repisa, con flores, frutas, pajarillos silvestres, y bajo el exceso de mapas abiertos había mesitas y sillas con encajes que daban la impresión de ser tan elegantes como las de Swanmere.

Sería bonito, limpio y arreglado, con unas cortinas rosas nuevas, y las tallas en madera y los objetos de cobre pulidos. Con cierto asombro, se dio cuenta de que aquello era suyo. Mistress Bode había hecho ciertos comentarios sugiriendo que sería muy descuidada en sus responsabilidades si no se ocupaba de poner aquella casa en orden y de enviar las serpientes y las armas a algún territorio más apropiado, masculino, pero sobre todo bien cerrado.

Pero Zenia no estaba muy segura de lo que pensaría lord Winter. Quizá se sentiría incómodo, más inclinado a marcharse. Quizá quería que ella viviera en Swanmere y así poder reservar aquel lugar para sus retiros.

La duda empezó a embargarla. ¿Acaso no había sonado su voz algo atribulada cuando dijo que se alegraba de estar en casa? Y el rifle, la emoción del desierto: ¿no había visto esa misma luz en sus ojos cuando hablaba de ello?

Ya había pasado mucho rato y no volvía. Zenia cerró los ojos y rodeó con las manos el
hijab
.

Oyó un caballo, y luego la voz de él llamándola desde fuera. Zenia se levantó de un salto y miró por la ventana.

Lord Winter estaba frente a ella, sonriendo, montando a pelo en Shajar.


Yallah
! —La yegua bailó y reculó, haciendo volar su larga crin como si estuviera lista para un
ghrazzu—
. Abre, amada mía.

Zenia subió la hoja de guillotina. El aire frío entró.

—¿Qué haces?

—Emulando mi único éxito —dijo él mientras estiraba el brazo para cogerla de la mano—. Secuestrándote otra vez. Aunque esta vez tendrás que cooperar un poquito, si no quieres que te saque de un tirón de la ventana.

—¡Estás loco! —gritó ella, riendo.

—Bueno, parece que me funciona.

—¡Y mistress Bode que dice que eres un caballero tímido!

—No se me da muy bien la cháchara insustancial —confesó.

—¿No puedo salir por la puerta?

—No, amada, eso es demasiado cuerdo y sencillo
. —
Apremió a la yegua para que se acercara—. Para demostrarme tu amor tienes que salir por la ventana.

Zenia se sentó en el alféizar.

—No llevo abrigo.

—¡Cuántos escrúpulos! ¿Dónde está tu inamovible aprecio por las pruebas? Baja, que nos vamos.

Y, sujetándola por la cintura, la bajó y la sentó sobre el caballo ante él. Por un momento Zenia estuvo a punto de caer, pero él la aferró con fuerza mientras el animal volvía grupas y seguía las rodadas de la calesa por la nieve que se derretía.

Zenia miró atrás, a la casa. Bajo la luz de la tarde, la piedra dorada y las ventanas altas y blancas eran una bonita vista con el páramo de fondo, salpicado aquí y allá de hierba amarilla y rocas.

—¿Elizabeth y yo viviremos aquí? —inquirió, temiendo que él se sintiera presionado por su pregunta.

Arden rió.

—Lo espero sinceramente. —Entonces su voz cambió y dijo con cierta tensión—: Supongo que prefieres Swanmere. Es mucho más civilizado, desde luego.

—Sí, pero esto es mío.

Él le sujetó la mano contra su cuerpo.

—Lo mismo pienso yo, cachorro de lobo.

—Quizá no te importará mucho si ponemos todas las armas en una habitación.

—Mmm —dijo besándole el cuello—. Veo que mistress Bode ha conseguido convenverte.

—¿Puedo comprar tela para unas cortinas nuevas en el comedor?

—Puedes sacarlo todo, quemarlo y volver a empezar. Solo son un montón de antigüedades. Quema la casa si quieres, y dormiremos en nuestra casita.

—Eres un salvaje. Mistress Bode dice que te daría igual si vivieras debajo de un puente.

—Eso me convertiría más bien en un trol, no en un salvaje. Y sospecho que hay toda una fortuna en viejas obras de arte en algún lugar de la casa, así que quizá mejor no le prendas fuego, no sin haber hecho antes inventario.

Ya podían ver la casita del guardabosque, escondida a un lado del páramo.

—¿Qué es un trol?

—Un demonio, cachorro de lobo. El
yinn
que vive bajo los puentes y bajo tierra.

—Oh.

Por la noche, después de que él la poseyera a placer y finalmente se durmiera bien caliente a su lado, Zenia contempló su rostro bajo el resplandor del fuego. Sentía el amuleto que llevaba al cuello, una figura de plata que reposaba sobre su pecho.

El
hijab
le preocupaba. Le había dado una tranquilidad instantánea, pero cuando lo tocaba, apelando a su magia, sentía que no era cristiana ni inglesa, que volvía a deslizarse al viejo mundo de Oriente.

Se había casado con él. Él la había comprendido lo bastante para saber que en un momento de crisis Zenia reaccionaba impulsada por sus miedos más profundos, por la fantasía mágica de la fe de su madre, el reino de los demonios y los poderes sobrenaturales. Por eso le había escrito un encantamiento.

Lo peor de todo es que ella creía en su sortilegio. Por más que su razón lo negaba, en su corazón estaba convencida de que aquel
hijab
contenía a lord Winter. Lo había visto muy claro cuando la miró, cuando le habló, cuando contestó a la magia.

Se levantó sin hacer ruido y se arrodilló ante las últimas llamas del fuego. Él se movió, y Zenia levantó la vista enseguida, temiendo que viera lo que estaba haciendo, pero solo cambió de posición sobre la cama. La luz parpadeaba sobre su rostro y su hombro desnudo, sobre su piel dorada y las cejas y el pelo negros, que se confundían con las sombras.

Zenia sujetó el amuleto y lo miró frunciendo el ceño.

No necesitaba de la magia para confiar en él. No necesitaba de la magia para retenerlo.

Con un tembloroso suspiro, utilizó un cuchillo de la mesa para abrir el sello. Arrojaría el encantamiento al fuego.

El pequeño rollo de papel cayó en su mano, ligeramente oscurecido por la llama de la vela. Pero, cuando estaba a punto de arrojarlo al fuego, vaciló… y lo abrió.

Se le encogió un tanto el corazón al ver aquella escritura cabalística, una caligrafía mística que no era ni árabe ni inglesa ni de ningún alfabeto que Zenia conociera. Unos trazos fuertes y negros sobre el papel, elegantes y poderosos. La fascinaba y la repelía a la vez, como el aspecto demoníaco de él, y parecía imbuido de tal energía que se sentía reacia a arrojarlo al fuego.

—Me parece que lo estás mirando al revés —dijo él.

Zenia alzó los ojos hacia él con un pequeño grito ahogado.

Él le sonrió con gesto perezoso, apoyándose en el codo.

—Dale la vuelta, cachorro de lobo. Y luego ven a la cama.

Zenia puso el papel cabeza abajo. Al punto las palabras cobraron forma y sentido.

«Te quiero», decía el encantamiento. Su hechizo para retenerlo.

«Te quiero.»

Con mucho cuidado, volvió a enrollar el papel y lo guardó en la cajita. La selló presionando con fuerza con el cuchillo. Se lo colgó al cuello, volvió a la cama y se tendió, arropada por los acogedores brazos de él.

Nota histórica

Si bien Zenia, la heroína de esta novela, es una creación enteramente mía, lady Hester Stanhope y su joven amante Michael Bruce fueron personajes reales, tan fantásticos e increíbles como sugiere su historia. Me he ceñido a los hechos históricos que se conservan sobre sus vidas, y solo he hecho extrapolaciones allí donde había lagunas en los registros. Si bien no hay pruebas de la existencia de un hijo ilegítimo fruto de su aventura en el desierto, lo cierto es que, después de que lady Hester insistió en que Michael la dejara en el Líbano, hay un período en el que cayó víctima de una enfermedad que ella llamó «la peste». Es cierto que a su alrededor hubo una temible epidemia de peste bubónica, pero los síntomas que decía tener no se correspondían precisamente con la peste. Durante su larga convalecencia, que se prolongó entre ocho y diez meses, se aisló incluso de su fiel asistente, el doctor Meryon, y de pronto reapareció completamente recuperada y lista para seguir buscando tesoros en el desierto. Hubo incluso un rumor que apareció en un diario francés, que sugería que había tenido uno o más hijos de Bruce, pero ahí se acaban todos los datos.

La historia de lady Hester y Michael Bruce por sí sola ocuparía una novela. Para quien esté interesado en el tema, recomiendo la breve biografía de lady Hester
Passionate Pilgrims: English Travelers to the World of the Desert Arabs
, de James C. Simmons. La mayoría de las biografías anteriores están desvirtuadas por sus alusiones a lady Hester como una vieja arpía arrugada de treinta y cuatro años y declaraciones sin fundamento sobre el carácter débil de Michael Bruce, cosas ambas que enturbian la intensidad y el drama de su aventura amorosa. La correspondencia entre Bruce y lady Hester, publicada en
The Nun of Lebanon: The Love Affair of Lady Hester Stanhope and Michael Bruce
y en
Lavalette Bruce: His Adventures and Intrigues Before and After Waterloo
, ambas publicadas por Ian Bruce, descendiente de Bruce, dan al lector una imagen más amplia de un joven complejo e interesante que, si bien no cumplió con las aspiraciones que tenían para él su padre y su amante para satisfacer las suyas propias, al menos tuvo una vida más allá de lady Hester Stanhope.

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