Tengo ganas de ti (38 page)

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Authors: Federico Moccia

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

—¡No…, no, vamos!

La levanto del suelo y me la llevo, estilo rapto de las sabinas o algo parecido. Camino de la luz, camino del centro. Acabamos debajo de los soportales, en la penumbra. La devuelvo al suelo y ella se arregla la chaqueta tapándose la barriga, lisa y compacta, apenas descubierta, le toco el pelo y se lo aparto de la cara, levemente sonrojada por la carrera recién hecha, por alguna turbación secreta o quién sabe qué. Su pecho sube y baja de prisa y después, poco a poco, reduce la velocidad.

—Te late fuerte el corazón, ¿eh?

Mi mano en su cintura. Debajo de la chaqueta, debajo de la camiseta, ligera, casi como un simple escalofrío en su misma piel. Ella cierra los ojos y yo, poco a poco, subo por los costados, hacia arriba, detrás de la espalda. Abro la mano y la atraigo hacia mí, abrazándola, estrechándola contra mí, besándola. Detrás de nosotros hay una columna más baja que las demás, de diámetro más grande. Y ella se deja ir. Su pelo y su espalda, perdidos en esa base tan antigua, desgastada por el tiempo, de vetas descoloridas, de mármol poroso ya cansado, que quién sabe cuántas cosas habrá visto… Me rodea la cintura con las piernas, apretándome en un mordisco suave, balanceándolas a derecha e izquierda. Y yo me dejo llevar, mientras mis manos naufragan tranquilas por su cintura, sus pantalones, sus botones. Sin prisa, sin… Sin liberar nada. Sin demasiadas ganas. Por ahora. Después, de repente, Gin se vuelve hacia la izquierda y abre unos ojos como platos.

—¡Allí hay algo!

Asustada, resuelta, quizá un poco molesta. Miro mejor en la sombra aún atontado por los suaves efluvios del amor.

—No hay nada. Es un mendigo…

—¿Y eso no es nada? Tú estás loco.

Se levanta decidida. Y yo, que no he oído nada, y sobre todo que no tengo ganas de discutir, la cojo de la mano. La ayudo. Nos marchamos así, dejando esa media columna antigua y esa figura más o menos presente olvidadas en la sombra. Como en un laberinto avanzamos entre la vegetación oculta y las luces más o menos difusas del Foro romano. Debajo de nosotros, en la lejanía, antiguas columnas, vigas y monumentos. Un sendero serpentea desde la piazza del Campidoglio. Balcones asomados con pequeños antepechos, grava por el suelo, vegetación cuidada, matorrales salvajes. A nuestro alrededor todo está más abajo, en una profundidad.

—Tarpea.

Así, suspendidos en el vacío de esas ruinas, bajo un murito, en un cono de sombra perfectamente proyectada, un banco escondido. Gin, ahora más tranquila, mira a su alrededor.

—Aquí no puede vernos nadie.

—Me ves tú.

—Pues si quieres cierro los ojos.

No dice ni que sí ni que no. No dice nada. Pero respira cerca de mi oreja mientras se deja desnudar. Fuera la chaqueta, fuera la camiseta; en desorden, caen desde el banco en una sombra aún más oscura. Fuera los zapatos, fuera los pantalones. Cada uno le quita algo al otro. Después nos detenemos. Está frente a mí y se cubre el pecho rodeándoselo con los brazos y las manos sobre los hombros, ribeteado el pelo por la luz de la luna, cubierta más abajo tan sólo por sus braguitas. No me lo puedo creer. Ella, Gin. La misma Gin que quería robarme veinte euros.

—Oye, ¿qué haces?, ¿me estás mirando?

—No me has dicho que no lo hiciera. Además, te equivocas, tengo los ojos cerrados.

Desde algún sitio, desde un local o desde una ventana abierta, se oyen las notas de un aparato de música en la lejanía.
«Won't you stop me, stop me, stop me…»
No, no quieres, Gin. Lo saben hasta los
Planet Funk
.

—Qué mentiroso eres.

Y estira los brazos dejándose mirar, sonriendo. Después se me acerca con las piernas medio abiertas. Y se queda así, mirándome.

—Escucha…

—Sh… No digamos nada.

La beso y poco a poco le quito las braguitas.

—No, tengo ganas de hablar. ¿En primer lugar llevas…, sí, eso…, lo necesario?

—Sí, lo tengo —me río—. Lo tengo.

—¿Ves?, lo sabía. ¿Lo llevas en el bolsillo o en la cartera? ¿O lo has comprado antes de pasar a recogerme? ¡Porque quizá tú ya estabas seguro de que la noche acabaría así! Bueno, si quieres no lo usamos…

—Dime la verdad: seguro que te encantaría tener en seguida un bebe precioso, guapo como yo, inteligente y fuerte como yo.

—Perdona, ¿y de mí no tendría nada?

—De acuerdo… Y con algún defecto tuyo.

—Qué tonto eres. Bromas aparte, ¿tienes o no tienes… eso?

—Vale, la verdad es que antes no tenía…

—Sí, ¿y ahora sí tienes? ¿Y quién te lo ha dado? ¿El mendigo?

—No, el Bailarín, mi amigo del Follia. Se ha acercado, me lo ha metido en el bolsillo y me ha dicho…

—¿Qué te ha dicho?

—Suerte… Es realmente guapa, pero no creo que lo consigas.

—Qué mentiroso eres.

—¡Es cierto! Bueno, no ha usado exactamente esas palabras, pero el significado más o menos era ése.

—Bueno y otra cosa…

—No, ahora basta de hablar…

La atraigo hacia mí. Le beso el cuello, se echa el pelo hacia atrás y yo, pequeño vampiro, sigo lamiéndola mientras la saboreo, su perfume, su respiración. Mi mano parece avanzar sola, por sus caderas, por su cintura, entre sus piernas, en su fuente de vida. La noto suspirar despacio, después ligeramente más de prisa, mientras se agita entre mis brazos casi bailando, dulcemente, arriba y abajo, sin pensar, sin falsos pudores, sonriendo, abriendo los ojos, mirándome, con una tranquilidad y una serenidad que me hacen sentir incómodo. Y por si no bastara, mientras muevo la mano para coger nuestra seguridad…

—Deja, quiero hacerlo yo.

—Soy yo quien tiene que ponérselo.

—Lo sé…, imbécil. ¿Quieres saber cuántos he puesto? Espera, déjame pensar…

—No quiero saberlo.

—Éste es el decimosexto que pongo.

—Ah, menos mal.

—¿Por qué?

—Bueno, si fuera el decimoséptimo, me preocuparía, ¡trae mala suerte!

No me convence pero hace que me divierta. Lo abre como si fuera un caramelo, prueba con las uñas pero no puede, se lo lleva a la boca y esta vez lo hace con malicia.

—Estate tranquilo…, no me lo voy a comer.

Un tirón decidido y está allí entre sus manos. Lo gira y lo vuelve a girar sonriendo.

—Es ridículo…

Es todo lo que dice. Después mueve la cabeza hacia mí.

—¿Y ahora?

Desnudo, estiro las piernas y ella me acaricia despacio, arriba y abajo, y después me lo pone tranquila.

—¿Lo he hecho bien?

—¡Demasiado!

Pero no digo nada más. Ahora, astronauta perfecto de este viaje entre conjunciones astrales bajo un cielo estrellado, encima de una mujer encantada, entre ruinas del pasado y en el placer del presente.

Galaxia. Interespacio. Naturaleza. Perfumes. Nada salvaje… Un poco de resistencia, quizá demasiada. Es raro. Avanzo mientras ella cierra los ojos.

—El banco está frío.

Pero se deja ir estirando completamente la espalda y levanta un poco las piernas, ayudándome.

—Ay…

—¿Te hago daño?

—No, no te preocupes…

No te preocupes… No me lo puedo creer, yo, Gin, lo estoy haciendo… Me quedo en silencio, suspendida, casi escuchando la energía que fluye sobre mí, debajo de mí, dentro de mí. En este momento decisivo, tan importante para mi vida, único, para siempre. No podré borrarlo nunca. Mi primera vez. Y te he elegido a ti. Y te he elegido a ti. Parece casi esa canción… Pero no lo es. Es la realidad. Estoy aquí, yo, en este momento. Y Step. Lo veo, lo siento. Está encima de mí. Lo abrazo, lo aprieto, lo aprieto fuerte, más fuerte. Tengo miedo, como todas las veces que se hace algo que no se conoce. Pero es un miedo normal, más que normal… ¿O no? Qué putada, Gin, que ahora no acudan a tu mente todas tus obsesiones, las películas que te montas, en definitiva, todo… Me cago en diez, Gin, pero ¿qué estás haciendo? Gin-Sabia y Gin-Salvaje… ¿Dónde estáis? Nada, se han ido al carajo… Pero ¿cómo puede ser? ¡Ellas también! Menuda broma… Las odio, Dios mío, no. Tierra trágame… Tengo miedo, ayuda. Cierro los ojos, respiro, suspiro, de todos modos me gusta. Estoy apoyada en su cuello, en su hombro, y ya no estoy tensa, ya no estoy preocupada… En silencio, así, llevada, abandonada, naufragada… Y me gusta. Lo noto. Noto sus manos, noto que me toca entera, que me quita hasta las últimas prendas que llevo encima, dulcemente, sí, casi sin que me dé cuenta… ¿Y ahora qué hace? No, ayuda… Se está metiendo. Dios mío, qué palabra, no quiero ni pensar.

No quiero estar aquí pensando, viéndome desde fuera, examinándome, desdoblándome, teniendo esta mente que sigue hablando, diciendo… Oh, pero ¿qué quieres?… Basta, suéltame… ¡No! Quiero relajarme. En la cuna de su amor, en este mar, en el deseo, lentamente dejarme llevar por sus corrientes. Perdida. Sí, sin pensamientos. Perderme así entre sus brazos… Ahora, así.

La noto aún tensa, no, bien, se está relajando… Un último movimiento siguiendo a tiempo una música que no está, pero aún más bonita quizá por eso. Corazones y suspiros…

Un repentino silencio. «Dios mío, Gin —pienso—, estás a punto de hacerlo…» Siento el perfume de su respiración, de su deseo. Y busco la boca de Step, su sonrisa, sus labios. Los encuentro y casi me zambullo en ellos para esconderme, para encontrarme, en un beso más largo, más profundo, más envolvente, más… Más todo.

Un gemido más fuerte y ahora es mía. Resulta extraño pensarlo. Es mía, mía. Mía hoy, mía ahora… Mía en este momento, sólo mía. Me da por pensarlo. Mía. Mía para siempre…

Quizá. Pero ahora, sí. Ahora es amor… Dentro de ella. Y aún más, y otra vez, y aún más, sin parar… Ahora sonríe, dulcemente, sin pensarlo demasiado.

Y precisamente en ese momento lo siento, es él, está dentro de mí… Es un instante. Un salto, una zambullida al revés… Un dolor agudo, un agujero en la oreja, un pequeño tatuaje, un diente caído, una flor recién brotada, una fruta arrancada, un paso alcanzado, una caída esquiando… Sí, eso, una caída esquiando en la nieve fresca, fría, blanca, recién caída, directamente del cielo, y tú que estás allí, con el rostro levantado, resbalando aún, riéndote, avergonzándote, abriendo la boca todavía llena de nieve, tú, negada, tú, divertida, tú en la primera caída, en tu resbalón… En aquella nieve, blanda y limpia, igual que yo me siento en este momento. Finalmente. Está dentro de mí, lo siento, en mi vientre, auxilio, auxilio… Pero qué bonito. Y sonrío, alejo el dolor, vuelvo a sentir, a probar, y experimento el placer, un pequeño mordisco… Estoy bien, me gusta, lo quiero. Como sus letras, en piel, desde hoy, grabadas para siempre dentro de mí.

—Step, tengo ganas de ti.

—¿Qué has dicho?

—No me tomes el pelo.

—No, te juro que no te he entendido.

Step sigue moviéndose encima de mí, dentro de mí. Lo miro a los ojos y me pierdo embelesada por su mirada, por esos ojos que contienen amor o quizá no, pero no me lo pregunto, ahora no… Y me habla y no lo entiendo, y suspira en mi oído, y el viento, y el placer, que roba, que se lleva sus palabras, y sonríe, y se ríe, y sigue moviéndose, y me gusta, y me gusta un montón, y no entiendo, y le beso las manos, y estoy hambrienta, y se lo repito…

—Step, tengo ganas de ti…

Más tarde, no sé cuánto más tarde, Gin me abraza sentada sobre mis piernas mientras intento quitarme nuestra protección. Me lo quito. Un rastro de suave tinta roja entre los dedos. Firma indeleble. Mía… Para siempre mía. Para siempre mía. No me lo puedo creer.

—Pero…

—Eso era lo que quería decirte…

—¿O sea que nunca habías…?

—¡No, nunca había…!

—¿Por qué no lo dices?

—No había hecho nunca el amor, ¿qué pasa? Siempre hay una primera vez para todo, ¿no? Bueno, pues ésta ha sido mi primera vez.

Me quedo sin palabras, no sé qué decir. Quizá porque no hay nada que decir.

Gin se viste. Mía… Me mira y sonríe encogiéndose de hombros.

—¿Qué extraño, no? Entre tantos y va a tocarte precisamente a ti. No te sentirás culpable, ¿verdad? Pero espero que tampoco alardees…

Se pone la camiseta y luego la chaqueta sin ponerse el sujetador. Aún no puedo decir nada. Se mete el sujetador en uno de los bolsillos.

—Además, yo qué sé… Habrá sido la noche… Pero a partir de mañana no pienses cosas extrañas: tengo que recuperar el tiempo perdido. Entre otras cosas porque estadísticamente llevo cuatro años de retraso. La mayoría de las chicas lo hacen a los quince.

Ahora ya está completamente vestida, en la escalera, bajo la farola, mientras yo acabo de abrocharme la chaqueta. Después se echa a reír. Segura, serena, a sus anchas.

—Pero también es cierto que hoy en día recuperamos ciertos valores del pasado. O sea que digamos que yo estoy en el medio.

Poco después bajo a su lado y echamos a andar. Esta vez, finalmente en silencio, entre otras cosas porque yo no he conseguido decir nada más. Después, en un momento dado, me pasa el brazo por la espalda. Yo la abrazo estrechándola contra mí. Seguimos así, mientras la respiro. Ella, Gin, aún perfumada de su primer amor. Mía. Mía. Mía…

—¿Sabes, Step?, estaba pensando en algo…

Ya está, lo sabía. ¡Era demasiado bonito! Las mujeres y sus reflexiones. Acaban por estropear hasta los momentos más hermosos, los únicos que merecen ser vividos en silencio. Finjo no estar preocupado.

—¿Qué?

Apoya la cabeza en mi hombro.

—Me ha venido una idea extraña, es decir, en realidad es una curiosidad… ¿Tú no lo has pensado? Quién sabe si desde los tiempos de la antigua Roma hasta hoy, en ese sitio lo había hecho ya alguien.

—Nadie.

—¿Y cómo puedes estar tan seguro?

—No hay nada que saber, ciertas cosas las sientes, las sientes y basta.

Se para y me mira. Tiene una mirada muy intensa. Y sonríe de una forma…

—Estoy seguro…, nadie. Confía en mí.

Entonces apoya de nuevo la cabeza sobre mi hombro. La he convencido de verdad. Tal vez por cómo lo he dicho. Joder, realmente me gustaría saber si alguien lo ha hecho alguna vez en ese sitio. Pero no hay forma de averiguarlo. Sin embargo, no sé cómo es posible que hasta yo esté convencido. Gin vuelve a hablar.

—Entonces hemos escrito un fragmento de historia…, la nuestra.

Me sonríe y me da un beso en los labios. Suave. Caliente. Amorosa. Nuestra historia… Mucho más que veinte euros. Me parece que al final me ha robado de verdad.

Cuarenta y nueve

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