Read Tengo ganas de ti Online

Authors: Federico Moccia

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

Tengo ganas de ti (42 page)

—No, ahora no. ¡Dentro de poco empieza nuestra película!

—¿Vais a ver otra? ¡Qué bonita pareja, qué unidos estáis!

—Sí… —Miro a Gin sonriendo—. Tengo que decir que el cine nos une mucho. ¡Sobre todo el baño del cine!

—No entiendo…

Gin me mira y sacude la cabeza. Después sonríe a la señora, enternecida por su ingenuidad.

—¡Nada…, era una broma!

—Bueno, perdonad. Os dejo, que se me escapa el pipí. Quizá he bebido demasiado, o será la edad…

—Tranquila, señora. Nosotros también vamos muy a menudo al baño…

Gin me da un manotazo en el hombro.

—¡Se acabó! ¡Rápido, que empieza la película, vámonos!

Y al cabo de un instante, después de despedirnos de la mujer, estamos en otra sala. Aquí dan una película de hace algunos años, pero en el Warner es una novedad. Se abraza a mí y sigue la película con una mano en la boca. Se acurruca, se mordisquea un poco las uñas y se apoya de nuevo en mí.
Mensaje en una botella
. Kevin Costner ha perdido a su mujer y no quiere volver a empezar. No quiere seguir viviendo. Escribe cartas y las mete en botellas que se pierden en el mar, una tras otra; es su amor que naufraga. Pero no le escribe a nadie. Después alguien encuentra el mensaje en la botella. Una periodista. La carta la conmueve también a ella y se convierte en un acontecimiento. Se encienden las luces. Primera parte. Gin se ríe sorbiendo por la nariz, se cubre el rostro con el pelo y no se deja ver. Se vuelve hacia el otro lado, me mira desde abajo, estalla en una carcajada otra vez y vuelve a sorber por la nariz.

—¡Has llorado!

La señalo culpable.

—¡Pues… sí! No tengo por qué avergonzarme.

—¡Está bien, pero sólo es una película!

—Sí, y tú eres un insensible.

—Lo sabía… ¡Como siempre, es culpa mía! ¿Vamos al baño a hacer las paces?

—Cretino… Ahora no viene al caso.

Gin me da un puñetazo en el hombro.

—¿Y por qué a veces viene al caso y a veces no? Aparte de que eso de «viene» suena fatal…

—¡Ves, eres un inoportuno! Tú sigue haciendo bromitas, ¡pelma! Pero yo…

—¡Sh! ¡Silencio, que empieza la película!

Y se desliza butaca abajo, lanzándose encima de mí. Abrazándome y riendo detiene mi mano, que buscaba alguna distracción.

Algo más tarde, delante de una cerveza.

—¿Te ha gustado?

—Mucho, aún estoy mal.

—¡Joder, Gin, no te pases!…

—¿Y qué quieres que haga? Yo soy así. Claro que si no se hubiera hundido con el barco y todo lo demás… Ahora que había vuelto a enamorarse…, a amar a la periodista… Qué malos son los directores.

—Pero ¿por qué? ¡Es perfecto! Ahora será la periodista la que escriba cartas de amor y las meta en botellas, así las encontrará otro y la historia volverá a empezar… O bien meterá un peso dentro, así las botellas acabarán en el fondo y las leerá Kevin Costner.

—Madre mía, ¡qué macabro eres!

—Intento desdramatizar este drama que estás viviendo.

—No estoy viviendo ningún drama. Además, llorar es liberador, sienta bien, vacía las glándulas, ¿entendido? Es un equilibrador, precisamente como los besos.

—¿Los besos?

—Sí. Los besos contienen encimas, extrañas sustancias… Tipo… Endorfinas, creo, en resumen, como una droga. Los besos tranquilizan… ¿Por qué crees que te beso yo?

—Pues yo pensaba… que era pura atracción sexual.

—Pues no, es puro efecto calmante.

—Me estás mostrando un aspecto nuevo de mí mismo; tendría que besar a más mujeres, tal vez descubrieran que soy mejor que la tila, ¡deberían venderme en el supermercado! ¿Sabes la pasta que…?

—¡¿Sabes la de hostias que te daría?!

—¿Ah, ves? Sólo de pensarlo te pones celosa.

—Step, ¿has pensado alguna vez…?

—¿En qué, en ser celoso?

—No, en escribir, qué sé yo, una nota, un poema…

—Sí, y meterlo en una botella.

En realidad intenté escribirle a Babi. Era Navidad. Lo recuerdo como si fuera ayer. Las hojas de papel reducidas a bolas debajo de la mesa, intentos desesperados por encontrar las palabras adecuadas. Adecuadas para un desesperado. Yo, yo que corría jadeante en la inútil carrera, en la imposibilidad de reconquistar un amor que se va, que ya se ha ido. Y después volver a verla, a ella, con otro, y no encontrar ni siquiera la palabra más sencilla. Qué sé yo… Hola. Hola, cómo estás. Hola, hace frío. Hola, es Navidad. Hola, feliz Navidad. O peor aún… Hola, pero cómo… O bien: hola, ¿no te he dicho nunca…? Hola, te quiero. Pero ¿qué tiene que ver esto ahora? No tiene nada que ver.

—No, nunca he escrito nada. Ni siquiera una tarjeta de felicitación.

—¿Y ni siquiera lo has intentado?

—No, nunca.

¿Qué quiere? ¿Por qué insiste? Me mira de reojo.

—Hum… —dice, perpleja. Y después ataca de nuevo—: ¡Bueno, lástima! ¡En mi opinión sería precioso!

—¿El qué?

—Recibir algún escrito de ti. Estaría bien un poema, un bonito poema.

—¡Y encima tiene que ser bonito! No basta con que lo escriba, sino que además tiene que ser bonito.

—¡Pues claro, sobre todo bonito! No hace falta que sea largo. Un bonito poema sincero, lleno de amor…, ¡quizá para que te perdone!

—¡Qué te parece! Todavía no he escrito el poema y ya he hecho algo malo.

—Pues claro. ¿Acaso antes no me has mentido? —Sonríe, enarca una ceja y se levanta dejándome en la mesa—. ¡Falso!

Acabo el último sorbo de cerveza y en un instante estoy a su lado.

—Dime una cosa: ¿cómo lo has sabido? —Le digo, confirmando que ha acertado.

—Tus ojos, Step. Lo siento, pero tus ojos lo dicen todo…, ¡o al menos, bastante!

—¿O sea?

—Me han dado a entender que al menos una vez habías intentado escribir una carta, un poema u otra cosa. Yo no lo sé, lo sabes tú.

—Ah… claro.

—¿Ves?, has dicho «claro».

Me he liado con ese «claro». Pero ¿qué tiene eso que ver? Caminamos el uno al lado del otro, cerca, en silencio, hacia la moto. Algo es seguro: tengo que ponerme las gafas más a menudo. Las de sol. Quizá incluso de noche. O bien no decir mentiras. No, es más fácil usar las gafas… Ah, claro.

Cincuenta y cuatro

10 de octubre

¡Vaya, el primer programa ha ido de maravilla! Yo, Gin, no he fallado en nada. Faltaría más. Tenía una única entrada al final del programa en la que debía llevar simplemente un sobre con el nombre del ganador. ¿Cómo podía equivocarme? Bueno, podía tropezar. En cambio, Ele ha estado genial. Tenía que entrar a mitad de programa para dar el sobre con la clasificación provisional. Ha entrado, ha llegado hasta el presentador en el momento adecuado y se ha colocado en el sitio adecuado, sólo que… ¡se ha olvidado de llevar el sobre! ¡Genial! ¡Pero qué digo, más que genial! Ele es siempre Ele. Pero todos se han reído, el presentador ha hecho una broma (aunque no debía de ser muy buena, ya que ahora no la recuerdo). ¡Y Ele les ha caído bien en seguida a todos! Al final, en lugar de enfadarse con ella, la han aplaudido y se han reído. ¡Alguien incluso ha dicho que lo ha hecho adrede! Ele…, imagínate. El mundo del espectáculo… Quiere ver a la fuerza algo malo. Como dijo mi tío Ardisio cuando supo que trabajaba en esto: «Cuidado, sobrinita, que allí el más limpio tiene sarna.» Tal vez sea verdad. De todos modos, Step se perfuma siempre…

5 de noviembre

¡Ahora ya soy una más! Me han hecho hacer de una de las chicas adjuntas al ballet. De locos… ¡Y hasta seguía el ritmo en los ensayos! Mañana tenemos programa, habrá que ver cómo lo hago. Me han dicho que el peso del directo es otra cosa. «¡Ahí te equivocas con más facilidad y tu error llega directamente a las casas de los espectadores!» ¡Socorro! No quiero ni pensarlo. Hasta me verá mi madre. No se pierde ni uno. Lo ve hasta el final y siempre consigue verme, la otra vez me dijo: «¡Esta noche te he visto!» «Te equivocas, mamá, hoy no he salido.» «¡Cómo que no! Has entrado al final para los saludos… Eras la última de la derecha, al final del escenario…» ¡Mi madre! No se le escapa nada. Bueno, casi nada.

6 de noviembre

¡Perfecta! El coreógrafo me ha dicho: «¡Perfecta!» He levantado la ceja y le he dicho: «¿Quién, la que está delante de mí?» Carlo, el coreógrafo, se ha echado entonces a reír como un loco. «Eres muy simpática», me ha dicho. Pero no se ha parado allí. Me ha pedido mi número de teléfono. «Vamos, así te llamo para ensayar. Puedes mejorar si vienes a los ensayos con las demás…» ¡Perfecto, me gusta bailar! Habría sido todo perfecto si precisamente mientras Carlo apuntaba mi número de teléfono en su móvil no hubiera pasado Step por allí. Step y su don de la oportunidad. Perfecto, él también. Sólo que se ha puesto como una furia. Step, celoso. ¿Cómo tengo que interpretarlo? Ele dice que Step es fantástico, maravilloso. ¡Es verdad, con ella! No sólo eso, sino que Ele dice que Marcantonio está obsesionado con eso de la pareja abierta.

Step, en cambio…, ¡con la pareja blindada! ¿Es que no puede haber un término medio?

Por suerte, sobre su don de la oportunidad hemos hecho las paces. Último piso de mi edificio, la mejor manera de hacer las paces…, y de mejorar…, como dice Step. Por suerte, allí no llega el ascensor y tampoco creo que a las dos de la madrugada alguien decida tender ropa en la azotea. Esta vez mi hermano no ha aparecido. Ah, y tampoco la señora del baño del cine. «Bueno —ha dicho Step—, buenas noches, mi colección de denuncias tendrá que esperar…» ¡Pero si seguimos así, antes o después la acabará de verdad!

10 de diciembre

¡Uff! ¡Pero por qué siempre acaba así! ¿No puede haber una relación serena y tranquila y, sobre todo, profesional entre un hombre y una mujer que trabajan juntos? Evidentemente, no. Carlo, el coreógrafo, me ha tirado los tejos. Y a lo bestia. Ha ido a saco: me ha rozado una teta. Pensaba que me sobrevendría un escalofrío sensual, pero en cambio se ha ganado un empujón, y de los fuertes. Se ha dado contra la barra del espejo y se ha quedado doblado en dos. Quizá me he pasado. No, no me he pasado, ni mucho menos. Sólo que me ha dicho que no vuelva a la sala de ensayos. «A menos que…», ha añadido. ¿A menos que qué…? ¿Te das cuenta? ¿A menos que qué? ¡Bah! Le hubiera tenido que contestar: «¡Sí, a menos que me presente con Step!» Entonces no se llevaría sólo un empujón… Lo he decidido. No le diré nada de Carlo a Step. Para su colección no sirven las repeticiones.

20 de diciembre

No lo puedo creer. Está siempre distraído sobre todo y sobre todos por lo que respecta al trabajo y, en cambio, en esto Step se ha fijado. «¿Cómo es que no estás en el ballet?» «Bueno —le he dicho—, Carlo ha querido probar a alguna otra chica…» No se lo ha creído. Y no ha parado ni un segundo de insistir hasta el final de los ensayos. Preocupante, la verdad.

«Sí, y mira a quién ha elegido Carlo. ¡A Arianna, la más fácil de todas!» «¿Y tú qué sabes?», hubiera querido contestarle, pero he pensado que era mejor no levantar más sospechas. Pero me ha acribillado a preguntas: «Pero ¿cómo puede ser? Si te gustaba mucho bailar… Pero si ya no os saludáis, pero si en el programa no te habías equivocado nunca… ¿No será que te ha tirado los tejos?» Ante esta última pregunta he tenido una reacción imprevista. No hubiera querido que Step la notara. Al final, me ha dicho: «¡Está bien, basta!» Menos mal, he pensado. Y me estaba relajando cuando ha añadido: «Se lo preguntaré directamente a él… Algo más sabrá decir, ¿no?» «Haz lo que quieras», le he dicho… No podía más. Y después he pensado: no sé qué dirá Carlo y, sinceramente, no me importa. Una cosa es segura: si habla, echará de menos mi empujón.

24 de diciembre

Hemos ensayado hasta las seis y después todos a casa para celebrar la… ¡Navidad! Carlo está aún entero, o sea, que no ha hablado. Lo más extraño es que ahora me saluda muy simpático. Bah…, los milagros de Step. Quizá. De todos modos, mejor no indagar. Step y yo hemos tenido una idea estupenda: primero cada uno en casa de sus padres para la gran cena y luego, después de medianoche, todos a casa de Step, o mejor dicho, de su hermano, para abrir los regalos. ¡Vendrán también Ele y Marcantonio, que extrañamente aún siguen juntos! Extrañamente para Ele, a quien conozco bien, y extrañamente para Marcantonio, a quien conozco poco. Bah, de todos modos, no creía que duraran tanto. ¡Bueno!, quizá han llevado a la práctica el esquema de la pareja abierta… ¡Bah! Pues mejor para ellos. Releo ahora lo que he escrito y veo que está lleno de «bah»… ¿Me habré vuelto insegura? ¡Bueno, quizá, bah! De algo estoy segura: en la vida es mejor no tener demasiadas certezas. Por ahora funciona… con Step. ¡Y funciona de maravilla!

25 de diciembre

Me he despertado a mediodía y he preparado un desayuno fantástico, ¡panetone y capuchino! ¡Vaya! ¡Soy muy feliz! Un montón de gente dice que las fiestas de Navidad entristecen…, pero a mí, en cambio, me chiflan. El árbol con las lucecitas, el pesebre, la cena juntos, llena de cosas ricas… Claro que se gana algún que otro kilo, pero ¿dónde está la tristeza? Después los pierdes. Un poco de movimiento y los pierdes. Y con Step tienes ganas de perder kilos, pero ¿cuándo engordas? ¡Qué broma tan mala! Esperemos que nadie encuentre este diario. De todos modos, si por casualidad tú, que ahora lo has cogido, lo estás leyendo, que sepas que ¡te estás equivocando! ¡¿Lo has entendido, maldito/a ladrón/a, curioso/a?! De todos modos, no quiero ni pensarlo. ¡Ayer fue todo precioso, demasiado! A las doce y media estábamos todos en casa del hermano de Step. Paolo, su hermano, no estaba. Se había ido a celebrar la Navidad con su novia, una tal Fabiola. O sea que estábamos solos. ¡Fue precioso! Marcantonio trajo un CD maravilloso. «Café del Mar», o algo parecido, y lo puso. Atmósfera perfecta, sugerente pero no demasiado, me atrevería a decir que suave. ¡Y atrévete, Gin, atrévete! Ron, aguardiente, champán… Había de todo. ¡Di dos sorbos al ron de Step y ya estaba borracha! Jugamos a la botella para ver quién era el primero en abrir los regalos. Salió Marcantonio, o sea, que les tocó a ellos. Sólo que Marcantonio aprovechó el juego de la botella y «memorioso» como dijo él, «de los viejos tiempos», cuando sólo gracias a esa botella se superaba nuestra timidez…, se lanzó sobre Ele, agarrado tipo pulpo. La besó chupeteándola toda y Ele se reía y se reía… ¡Están estupendamente! ¡Realmente bien! Me alegro mucho por Ele. Y además, qué bonitos regalos, preciosos. Ele, siempre exagerada, le regaló un programa de diseño gráfico muy especial que acaba de llegar de Estados Unidos y que le costó un riñón (eso lo dijo Step, que lo había usado cuando estaba fuera). Al verlo, Marcantonio literalmente enloqueció, la abrazó y empezó a gritar: «¡Eres la mujer de mi vida, eres tú!» Pero Ele, en lugar de alegrarse, se enfadó y le dijo: «¡O sea, que tu amor se puede comprar…, basta un programa de diseño gráfico!» «¡Eh, no! —contestó Marcantonio—. No es un programa de diseño gráfico…, ¡es un Trambert XD americano!» Como respuesta, ella le saltó encima, cayeron en el sofá y empezaron a pelearse. Después Marcantonio la detuvo y le dijo: «No hagas eso. Tienes que ser más simpática, más amable, más servicial, te pega más, te hace más guapa. Eso, así estás más guapa, o sea, que eres aún más guapa…» En resumen, la aturulló de tal manera ¡que al final a Ele hasta le gustó el regalo! ¡Y qué regalo! ¡Un traje de geisha! De seda azul marino, precioso, con la chaqueta estilo coreano, muy elegante. Ele se apoyó la chaqueta encima del pecho y se miró al espejo. Se le pusieron los ojos brillantes y me dijo despacio: «Era mi sueño.» Su sueño. Ser una geisha… ¡Madre mía! Volvieron las dudas, pero pasaron en un instante. Entre otras cosas porque me tocaba a mí. Abrí el regalo que me había hecho Step. «¡No! No me lo puedo creer, no tengo palabras.» «¿Qué pasa?, ¿no te ha gustado?», dijo él. Yo lo miré y sonreí. «Abre el tuyo…» Step empezó a abrir el paquete pero mientras tanto seguía: «Se puede cambiar… Si no te va, se cambia, ¿eh? ¿O no te gusta el color?» «Ábrelo, venga», le dije. «¡No! —Exclamó él entonces—. ¡No me lo puedo creer!» Me copió la frase y no sólo eso. Nos regalamos dos chaquetas Napapijri azul marino, idénticas, totalmente idénticas… Madre mía, no tenía palabras. «¡Es fantástico, Step! ¡A esto se le llama simbiosis! ¿Te das cuenta?, hemos tenido la misma idea. ¿O, como de costumbre, me has seguido?» «Pero ¿qué dices?» ¡Me reí un montón! ¡No quería parecer celoso delante de su colega Marcantonio! Como si Ele no le contara a Marcantonio todo lo que yo le cuento a ella. O sea que… moraleja, ¡todos lo sabemos todo de todos! Pero ¿qué importa? ¡Nos queremos! ¡Eso es lo que importa! El cierre de la velada fue precioso. Música, turrón, charlas…, y después Ele y Marcantonio se marcharon. Me quito las botas, me tumbo en el sofá, me apoyo en Step y meto los pies debajo de un cojín, buscando el calor. Posición de sueño. Hablamos un montón. O mejor dicho, yo hablo un montón. Le hablo de los pendientes que me han regalado mis padres, del regalo de tío Ardisio, del de las tías, del de la abuela… Después, cuando le pregunto a él cómo ha ido, noto que se pone tenso. Insisto y al final, con esfuerzo, descubro que él y Paolo han cenado con su padre y con su nueva novia. Step me cuenta que su hermano le ha regalado unos zapatos negros, muy bonitos, y su padre un pullóver verde, el único color que no soporta (¡bueno es saberlo! ¡Menos mal! Había una chaqueta verde Napapijri… ¡Pero a mí el verde tampoco me gusta! ¡Uf! Ha salido bien… Suerte simbiótica). Step me subraya que la tarjeta del regalo de su padre se la ha hecho firmar también a su nueva novia. Intento justificarlo, pero él no tiene dudas: «Si ni siquiera la conozco. ¿Tú querrías un regalo de alguien que no conoces?» Desde ese punto de vista, tiene parte de razón. Después, que absurdo (después de mi larga insistencia), me dice que ha recibido también un regalo de su madre pero que no lo ha abierto. Y con mi broma: «Bueno, a tu madre sí la conoces, ¿no?», creo que he metido la pata. «Pensaba que la conocía.» Dios mío, le he estropeado la Navidad. Por suerte lo recupero. Con dulzura, con tranquilidad, con pasión, con el tiempo… Hemos oído incluso a Paolo que entraba. Es verdad que hacerlo en Navidad va un poco contra mis principios, pero me sentía culpable. Bueno, es una pequeña justificación. Digamos que ha entrado en juego otro aspecto, además del de ser cristiana. Aunque esperemos que no haya entrado en juego nada más. Entre otras cosas, porque un nacimiento… ¡precisamente en Navidad! Bueno, sería lo máximo. Nos hemos reído sobre esto con Step. Por suerte él estaba tranquilo, aunque ha bromeado sobre la elección del nombre. ¡Fácil! Jesús o Virgen, depende de si es chico o chica. Blasfemo… ¡Mejor dicho, desagradable! «Eres tan irreverente como Madonna», le he contestado. De cualquier modo, el regalo de su madre no lo ha abierto.

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