Tríada (37 page)

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Authors: Laura Gallego García

—Tendrás ese caparazón, Brajdu —dijo, con gesto torvo— Pero si le ha pasado algo a Victoria, te juro que te arrancaré la piel a tiras.

Brajdu lo vio salir, con tina sonrisa en los labios.

—Lo has enviado a la muerte —dijo el mago.

—Lo sé —respondió Brajdu—. Y pronto la chica lo sabrá también. Seguro que entonces se mostrará mucho más razonable

—¿Te has vuelto loco? —estalló Kimara—. ¡Es un suicidio!

Jack no le hizo caso. Siguió preparando su macuto con gesto torvo, seleccionando las cosas que necesitaría para internarse de nuevo en el desierto.

—¡Jack, escúchame! —insistió la semiyan—. Brajdu te ha engañado. Se ha aprovechado de que eres forastero y no conoces a los habitantes del desierto. Te ha enviado a una muerte segura: ¡no se puede matar a un swanit!

—También me dijeron, no hace mucho, que no se podía matar a un shek —respondió Jack con calma—. Y yo lo he hecho.

—No es lo mismo. —Los ojos rojizos de Kimara estaban llenos de lágrimas—. Jack, Jack, no lo entiendes. Nadie ha cazado nunca un swanit Jamás.

Jack titubeó sólo un breve instante. Kimara le había descrito a los swanits, insectos gigantescos y espantosamente voraces que resultaban indestructibles debajo de sus caparazones coriáceos. Pero pensó en Victoria, pensó en lo mucho que le dolía el alma desde que se había separado de ella, y comprendió que no tenía otra salida.

—Me da igual —dijo—. Voy a ir a buscar a esa cosa, y volveré con el caparazón.

Kimara desvió la mirada.

—No sé mucho de unicornios —dijo ella con suavidad—. Pero sí creo que lo que ella y yo compartimos, aquello que me entregó, jamás debe ser arrebatado por la fuerza. Y es lo que Brajdu pretende.

—Comprenderás ahora que no debo permitir que la toque —respondió él, muy serio—. Tanto si obtiene lo que quiere de Victoria como si no lo hace... será terrible para ella. Pero —añadió, mirándola con cariño— no quiero que tú vengas conmigo. Ya te has arriesgado demasiado por mi causa.

Kimara lo miró, comida por la angustia.

—Pero no puedo dejarte solo —gimió—. Quiero... quiero ayudarte.

—Hay algo que puedes hacer por mí, si de verdad quieres ayudarme: vete al norte, a Vanissar, y busca a Alexander. Cuéntale lo que ha pasado, todo lo que has visto a mi lado. Dile... dile que ya puedo volar, y que Victoria ya sabe cómo entregar la magia. Se sentirá muy contento y orgulloso, y así, pase lo que pase..., por lo menos sabrá que valió la pena el esfuerzo.

Kimara asintió, aun sin comprender del todo sus palabras.

—Con Alexander —prosiguió Jack— está la maga Aile. Ella te enseñará a usar tu poder. Si no vuelvo —añadió—, Victoria morirá, y entonces su magia se habrá perdido con ella. Por eso... por eso es importante que aproveches el don que te ha regalado, que lo desarrolles para que ella siga viva en ti. Porque no tiene sentido que mueras conmigo, ¿entiendes?

Kimara se lanzó a sus brazos y lo estrecho con fuerza.

—No quiero perderte —le dijo al oído.

—¿Qué harías si fuera yo el que estuviera en poder de Brajdu?

—Yo... —Kimara se separó un poco de él para mirarlo a los ojos—. ¿Morirías por ella? —dijo, sin contestar a la pregunta.

—Sin dudarlo un momento —respondió Jack, muy serio.

Kimara asintió en silencio. Entonces se puso de puntillas y le dio un suave beso de despedida en los labios; fue apenas un roce, pero Jack sintió el sabor embriagador del desierto, y todo el poder del fuego que ambos compartían.

Dio unos pasos atrás, echándose la bolsa al hombro. Se miraron, quizá por Última vez.

—Vuelve vivo, Jack —dijo ella—. Quiero verte volar otra vez.

—Descuida —dijo el muchacho, sonriendo. Y le guiñó un ojo con cariño.

Y después dio media vuelta, salió de la casa y se alejó en busca del corazón del desierto.

Christian ya sobrevolaba Nandelt cuando sintió que Victoria estaba en peligro. Se detuvo un momento, suspendido en el aire, y trato de descifrar la información que le llegaba a través de Shiskatchegg. Percibió cómo la vida se escapaba de la joven, gota a gota, como los granos de un reloj de arena. Estaba herida, o tal vez enferma, o quizá se estaba quedando sin energía.

En cualquier caso, no resistiría mucho tiempo.

El shek entornó los ojos y siguió su camino hacia el sur.

Hacía tres días que había abandonado Nanhai, y dejado atrás a Ydeon, el fabricante de espadas. La despedida había sido breve y sin emoción. Ambos tenían cosas que hacer y sabían que el tiempo de Christian en Nanhai ya había terminado.

Ahora viajaba hacia el sur para reunirse con Victoria... o para matar a Jack. No estaba muy seguro de cuáles eran sus verdaderas motivaciones. Ambas posibilidades lo atraían por igual, aunque por razones bien diferentes. A veces se preguntaba si no sería mejor abandonar y dejar que ellos dos se las arreglaran solos. Jack cuidaría de Victoria, y si él mismo se mantenía alejado, no se enfrentaría al dragón, como Ashran y su instinto le exigían.

Pero en aquel momento supo que continuaría con su viaje, hasta el final, con todas sus consecuencias, y que debía llegar hasta la muchacha cuanto antes. No sabía dónde andaba Jack ni por qué Victoria se estaba muriendo; pero, si existía la más mínima posibilidad de llegar a tiempo para salvarla, debía hacerlo.

12
«Si no puedes darme la magia a mí...»

Brajdu acudió a verla de nuevo cuando cayó la tarde.

Victoria yacía en un rincón, sin fuerzas para moverse. La cámara en la que la habían encerrado era amplia, pero no tenía ventanas, y la luz de la lámpara era débil y enfermiza.

Al principio, la muchacha había tratado de escapar, pero pronto se había dado cuenta de que sin el báculo estaba indefensa. No le preocupaba que el objeto hubiera caído en manos de aquel canalla de Brajdu; sabía que él jamás lograría utilizarlo, y tampoco Feinar, el mago que trabajaba para él. Además, pronto descubrió, alarmada, que tenía cosas más urgentes en qué pensar.

Todo a su alrededor estaba muerto. No sabía qué había más allá de las paredes de piedra, pero desde luego no era nada que pudiera alimentarla de la energía que necesitaba para subsistir.

En Idhún, su magia funcionaba muchísimo mejor que en la Tierra, y ella se sentía más fuerte y despejada, porque la energía flotaba en el ambiente, chispeante, electrizante. Aunque no pudiera verla, Victoria la sentía, la percibía con tanta claridad como podía sentir el viento acariciando su piel. Pero en aquella horrible habitación en la que la habían encerrado el aire estaba silencioso y muerto.

La primera vez que Brajdu la había visitado, Victoria aún había tenido fuerzas para pelear, y se había abalanzado sobre él hecha una furia. Tal vez no esperara que ella se defendiera, tal vez no vio venir sus veloces patadas, asestadas con una fuerza y rapidez aprendidas en sus entrenamientos de taekwondo. El caso es que ella lo golpeó varias veces antes de que Brajdu y sus guardias pudieran reducirla.

Después le había dicho lo que quería que hiciera a cambio de su libertad... y de su vida.

Victoria lo había escuchado, horrorizada. Se había negado en redondo.

Así que Brajdu la había dejado allí, encerrada, dejando que se consumiera lentamente. Todas las mañanas acudía a verla e insistía en su demanda. Victoria seguía negándose, aunque ya no tenía fuerzas para moverse.

La tercera vez había tratado de explicárselo:

—No es algo que pueda decidir. Es algo que surge de dentro, del corazón. Sólo si lo deseas de verdad. Si hay algún lazo que te una a esa persona.

—Los unicornios nunca se han sentido unidos a nadie —había replicado Feinar, el mago—. No se mezclan con los mortales.

—Porque su naturaleza les exige que no se dejen ver. Si todo el mundo pudiera verlos y tocarlos, todos serían magos o semimagos. Y debe haber un equilibrio en el mundo, de lo contrario la magia se desbordaría, y el caos que provoca acabaría por destruir el mundo. Es una gran responsabilidad. El don de los unicornios es también su condena a la soledad perpetua. Pero ellos observan a los mortales desde las sombras, desde cada rincón de la espesura, añorando su compañía y deseando poder conocerlos, compartir sus vidas con ellos...

Feinar ladeó la cabeza y en sus ojos pareció brillar por un momento un destello de comprensión. Pero las palabras de Victoria no hicieron mella en Brajdu.

—No te preocupes —dijo, con una sonrisa socarrona—. Después de un par de días más aquí desearás de todo corazón entregarme la magia. Estoy seguro de ello.

Victoria llegó a pensar que tenía razón. Pero en su siguiente visita descubrió que la sola idea de entregarle la magia a aquel hombre le producía tal rechazo que prefería morir antes que otorgar su don por la fuerza. Y así se lo dijo.

—Mañana volveré —dijo Brajdu—. Si sigues viva, me convertirás en un mago. Porque, si no lo haces... no volverás a ver la luz de los soles nunca más. Los sheks te están buscando, niña, y te quieren muerta. De modo que también obtendré beneficios si les entrego tu cadáver.

Victoria cerró los ojos y se quedó allí, inerte, tendida en su rincón. No lo dijo, pero dudaba que pudiera resistir hasta el día siguiente.

No obstante, Brajdu se presentó de nuevo en su prisión antes de lo previsto, nada más caer el último de los soles. Victoria aguardó a que él le formulara la petición que estaba acostumbrada a oír. Sin embargo, las palabras del hombre fueron diferentes esta vez:

—Jack ha venido a buscarte.

Victoria abrió los ojos; el corazón se le aceleró de pronto y trató de levantarse, pero no tuvo fuerzas.

—Por supuesto, se ha ido con las manos vacías —prosiguió Brajdu con indiferencia.

Procedió a relatarle, con todo lujo de detalles, su encuentro con el joven dragón. Con cada palabra que pronunciaba, a Victoria le quedaba cada vez más claro que él no estaba mintiendo. La descripción que hizo de Jack y de la semiyan que lo acompañaba era correcta y muy detallada.

—Así que ya ves —concluyó Brajdu—. Lo he enviado a una muerte segura. No sé si has oído hablar de los swanit, preciosa, pero creo que debería bastarte con saber que hasta los sheks procuran no cruzarse en el camino de esas criaturas.

Victoria respiró hondo. Quiso hablar, pero no tenía fuerzas.

—Todavía puedes salvarle —sonrió Brajdu—. No hace mucho que se fue. Entrégame la magia y te dejaré libre para que vayas a su encuentro. Con un poco de suerte llegarás a tiempo de evitar que cometa una locura. Porque ese chico está un poco loco, ¿sabes? Haría cualquier cosa por ti, incluso dejarse triturar por las mandíbulas de un swanit... algo que no es muy agradable, y que en realidad no deseo ni a mis peores enemigos.

Victoria cerró los ojos, que se le habían llenado de lágrimas. Sí, no dudaba de que Jack sería capaz de eso y de mucho más.

—¿Cómo sé que no me mientes? —pudo decir entonces, con esfuerzo—. Cómo sé que Jack sigue vivo, que no lo has entregado a los sheks?

—Buena pregunta —admitió Brajdu—. La respuesta es simple: no lo he entregado porque entonces los sheks sabrían que te tengo prisionera. A Sussh le faltaría tiempo para venir a reclamarte. Y es demasiado pronto, ¿me entiendes? Todavía no he obtenido lo que quiero de ti.

Y... ¿cómo sé que me dejarás marchar después? —logró decir Victoria—. ¿Cómo sé que no me traicionarás?

—No puedes saberlo —sonrió Brajdu—. Pero míralo de otro modo: ¿qué otra opción tienes?

—Puedo negarme...

—...y, mientras lo haces, tu amigo el dragón se acerca cada vez más a una muerte segura.

Victoria apretó los clientes, pero no dijo nada. Brajdu sonrió y dio media vuelta para marcharse.

—¡Espera! —lo llamó entonces Victoria—. Lo haré. Brajdu se volvió de nuevo hacia ella, aún sonriente. —Buena chica.

A un gesto suyo, Feinar la ayudó a incorporarse. El contacto con el mago la hizo sentirse un poco mejor. Como todos los hechiceros, el cuerpo de Feinar emitía un suave halo de energía mágica, limpia, vibrante, que no podía verse con los ojos, pero que Victoria podía percibir con claridad... una magia que le había sido entregada por un unicornio, muchos años atrás. Victoria dejó que parte de la energía del mago la recorriese por dentro, renovándola.

Pero no era suficiente. Y mucho menos si tenía la intención de convertir a Brajdu en un hechicero.

—Aquí no puedo hacerlo —dijo—. Necesito que me llevéis un lugar con vida, un oasis tal ver...

Pero Brajdu negó con la cabeza.

—No, preciosa. No vas a salir de aquí hasta que me conviertas en un verdadero mago... y en uno poderoso.

Victoria se volvió hacia Feinar, desesperada.

—¡Aquí no puedo hacer nada! ¡Díselo!

—Lo sabemos —dijo el mago—, pero está todo previsto.

Extrajo algo brillante de uno de los bolsillos de su túnica. Victoria lo miró con cautela. Era una gema parecida a un huevo de estrías rojizas, que, según pudo percibir, emanaba una gran cantidad de energía.

—Un canalizador artificial —explico Feinar—. Actúa de modo similar a como lo hacen los unicornios, aunque no es capaz de convertir en mago a nadie, lástima. Cada una de estas maravillas tiene una piedra gemela fabricada con el mismo material. Si dejas una de ellas en un lugar con mucha energía, esa energía se transmitirá a su piedra gemela, no importa lo lejos que ésta esté. ¿Lo entiendes?—

Victoria rozó el huevo con la punta del dedo y percibió la gran cantidad de magia que atesoraba.

—Su piedra gemela está en pleno corazón del oasis más grande de Kash-Tar —prosiguió el hechicero—. Recogerá la energía de allí y la transmitirá a esta gema que tengo en las manos... de manera que, si la coges, será como si estuvieras allí.

»Los magos emplean estos canalizadores como reserva de magia, por si tienen que realizar muchos hechizos en poco tiempo. Pero claro... los magos pueden emplear la magia para hacer hechizos. Tú no, ¿me equivoco? Para eso necesitas ese báculo que llevabas prendido a la espalda cuando te recogimos. Así que lo único que podrías hacer con este canalizador es recoger la energía que transmite y transferirla a otra persona, ya sea para curarla o... para convertirla en un mago.

Victoria se estremeció.

—Cada segundo que pierdes —intervino Brajdu-Jack está un poco más cerca de la muerte.

Victoria tragó saliva. Podía conceder la magia a aquel hombre, pero nada le impedía entregarla después a los sheks e incluso esperar a que regresara Jack con el caparazón de swanit... si es que regresaba. En cualquier caso, Brajdu siempre saldría ganando.

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