Tu rostro mañana (36 page)

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Authors: Javier Marías

Tags: #Intriga, Relato

Era de lo peor que podía oír. Un tipo con éxito pero putero, que dejaba huella en la cama, aunque fuera una huella de espanto. 'Un individuo así ni siquiera tendrá que hundirme ni cavar mi tumba aún más hondo, en la que ya estoy sepultado', pensé, 'porque mi recuerdo lo habrá suprimido de un plumazo, con el primer terror y la primera súplica y la primera fascinación y la primera orden, y ahora Luisa puede estar subyugada.'

'Pero Luisa no es tonta, no lo era, nunca lo ha sido', dije. 'Quizá ese hombre sea distinto con las que no son putas. Quizá cuando disponga de más de una noche se comporte de otro modo y aun del opuesto, precisamente para asegurárselas, esas más noches. ¿O es que crees que el elemento siniestro consiste en eso, en que las zumba a todas? No creo. Eso se habría contado, se habría sabido, esas mujeres se habrían puesto en guardia unas a otras. Las mujeres os contáis estas cosas, ¿no?, quiero decir detalles. Las españolas al menos. ¿En qué términos te ha hablado de él? ¿Está enamorada, encaprichada? ¿Ansiosa, colgada, distraída, halagada? ¿Hasta qué punto va en serio? No estará enamorada. Y de qué lo conoce, de dónde ha salido.' Quizá la información de aquel Ranz me había puesto más nervioso que ninguna otra cosa, incluido el ojo negro de Luisa, estaba ya amarillento. '¿Qué más te contó ese amigo tuyo?'

'Nada muy bueno, excepto lo bueno que es en su trabajo. Para él no es trigo limpio, no es de fiar, bajo ningún concepto. Y no es de los que se enamoran, o no solía serlo, eso me dijo. Pero quién sabe, en ese terreno la gente cambia en cualquier instante. Cuando supo que mi hermana salía con él, dijo: "Huuy", como quien augura un desastre. Por eso anduve interrogándolo, y por lo de la supuesta caída contra el pivote y ese corte que me dio mala espina. De hecho se lo pregunté abiertamente, si creía que Custardoy sería capaz de pegar a una mujer.' Y Cristina se quedó callada, como si hubiera terminado un grupo de frases.

'¿Y qué te contestó? Dime'

'No fue concluyente, pero vaya. Se lo pensó un momento y dijo: "Supongo. No me consta que lo haya hecho, eso no lo he oído decir y él a mí no iba a contármelo. Nadie presume de eso. Pero supongo que sería capaz, perfectamente". Así que ya ves. (Claro que él no le tiene simpatía y tampoco se lo puede tomar por el oráculo.) Fue entonces cuando me contó lo de las putas y eso; bueno, y entendí que no sólo putas. Ahora me vienes tú con que Luisa tiene otro golpe del que no me ha dicho una palabra. Si se hubiera dado contra una puerta y se le hubiera puesto un ojo morado lo normal es que me lo hubiera contado, no nos hemos visto últimamente pero sí hemos hablado por teléfono. Y a ti en cambio no te contó lo del pivote. No sé, sí que estoy muy preocupada. Y mira, Jaime, Luisa no es tonta, pero tú sólo la has conocido en una situación estable, contigo. Quitando los últimos meses hasta que te fuiste, vale, pero había un resto de estabilidad mientras tú seguías en la casa, como un aplazamiento, una inercia. ¿Y ahora cuánto llevas fuera, nueve meses, doce, quince? Es mucho tiempo para el que se queda, más que para el que se marcha. En esta situación no la conocemos, ni tú ni yo, antes de ti era muy joven. La gente es imprevisible cuando se separa. Hay quien se encierra en su casa y no quiere ver a nadie, hay quien se lanza a las calles y se mete en cualquier cama que se le abra. Hay quien primero hace una cosa y luego la otra, o la otra y la una, me gustaría saber las tonterías que estarás haciendo tú en Londres, completamente a tu aire y sin obligaciones familiares. Por supuesto también hay términos medios. Luisa no se habrá lanzado a las calles porque, para empezar, tiene a los niños. Pero tampoco se habrá limitado a llorar contra la almohada. Debe de estar algo impaciente, algo ilusionada, como mínimo tendrá curiosidad por conocer a otro hombre, por probar qué tal sale, y la curiosidad lleva a tonterías sin cuento y a empeñarse en ellas hasta que la curiosidad se pasa. La verdad es que me ha contado poco, quiero decir de lo que siente, o de lo que espera; a lo mejor no espera nada y sólo deja que transcurra el tiempo hasta ver más claro y saber lo que quiere. O si quiere algo. Por lo que me dijo Ranz, y por su fama, es improbable que ese Custardoy la presione, para que viva con él o se divorcie, o esas cosas; si no es de los que se enamoran. Tampoco yo le he preguntado mucho, lo reconozco: ya sabes cómo soy, lo de los demás lo oigo si me lo cuentan, pero no me interesa gran cosa, a no ser que se ponga grave. Sólo sé que sale con ese tipo y que se lo pasa bien y le gusta, eso es obvio. Cuánto, lo ignoro; pero puede que mucho, sí, puede que esté colada y que por eso sea discreta y se lo calle. Digamos que no oculta esa relación pero tampoco la va proclamando. Me refiero conmigo, con otra gente me imagino que la aireará aún menos. No me la anunció a bombo y platillo, vamos, no me dio la gran noticia. Y juntos los he visto sólo una vez, un momento y desde el coche, no es que estuviera un rato con ellos ni nada. Aún la veo en plan reservado, o pudoroso, como si al cabo de tantos años de casada le diera vergüenza tener un novio.'

'¿Cómo fue eso de que los viste?' Aunque fuera tan sucinta como decía, aquella sería para mí la única imagen de los dos juntos, aparte de la demasiado indirecta y desatendida de mi cuñado, a través de mi hermana. Y tenía necesidad de figurármelos. Era extraño figurarse a Luisa al lado de alguien, ya no al mío. Más que repugnante u ofensiva, me parecía irreal la idea, como una actuación, como una farsa. Y era más irreal que dolorosa, también eso. Las separaciones de esta índole no tienen sentido, por normales que se hayan hecho en el mundo desde hace ya mucho tiempo. Uno se pasa años girando en torno a una persona, contando con ella en todo instante, viéndola a diario como si fuera una prolongación natural de sí mismo, llevándola incorporada en sus andares y en sus ocupaciones, en sus divagaciones y hasta en sus sueños. Pensando en contarle la menor nimiedad que haya presenciado o que le haya ocurrido, por ejemplo la petición de una madre rumana de toallitas empapadas para sus niños. Uno
es con esa
persona,
como aquella gitana húngara
era con ellos
o el perro de Alan Marriott
era sin pata.
Tiene un conocimiento de sus pensamientos y preocupaciones y actividades permanentemente renovado, detallado y constante; sabe cuáles son sus horarios y sus costumbres, a quiénes ve y con qué frecuencia; y cuando al caer la tarde uno se encuentra con ella los dos nos contamos lo que nos ha pasado y lo que hemos hecho durante la jornada, en la que ninguno abandonó del todo la conciencia del otro en ningún momento, y a veces esos relatos son pormenorizados; después se acuesta uno con ella y es lo último que ve en el día, y —lo que es más extraordinario— se levanta también con ella, que sigue ahí por la mañana, al cabo de las horas privadas, como si fuera uno mismo, que jamás se marcha ni desaparece y a quien nunca perdemos de vista; y así un día tras otro a lo largo de muchos años. Y de pronto —aunque no es 'de pronto', pero así lo parece una vez consumado el proceso y asentado el alejamiento: de hecho es 'muy poco a poco' y además vimos su inicio, pero sin querer enterarnos—, uno pasa a no tener noción de lo que esa persona piensa, siente y hace cotidianamente; transcurren días y semanas enteras sin que haya apenas noticia, y ha de recurrir a terceros —a quienes solían saber mucho menos: en comparación con uno, nada— para averiguar lo más básico: qué vida lleva, a quién ve, qué la angustia de los niños, con quién sale, si tiene un dolor o se ha puesto enferma, si su ánimo es ligero o nublado, si se sigue cuidando la diabetes y da sus largos y prescritos paseos, si le han dado un disgusto o le han hecho daño, si el trabajo la agota o la agobia o le trae satisfacciones, si teme el envejecimiento, cómo ve el futuro y cómo contempla el pasado, de qué modo me mira a mí ahora; y a quién quiere. No tiene ningún sentido que se pase del todo a la casi nada, cuando nunca dejamos de recordar y en lo fundamental somos los mismos. Todo es ridículo y subjetivo hasta extremos insoportables, porque todo encierra su contrario: las mismas personas en el mismo sitio se aman y no se aguantan, lo que era afianzada costumbre se vuelve paulatinamente o de pronto —tanto da, eso es lo de menos— inaceptable e improcedente, quien inauguró una casa encuentra prohibida la entrada en ella, el tacto, el roce tan descontado que casi no era conciencia se convierte en osadía u ofensa y es como si hubiera que pedir permiso para tocarse uno mismo, lo que gustaba y hacía gracia se detesta y estomaga y se maldice y revienta, las palabras ayer ansiadas envenenarían el aire y provocarían hoy náuseas, no quieren oírse bajo ningún concepto, y las dichas un millar de veces se intenta que ya no cuenten. Borrar, suprimir, desdecirse, cancelar, y haber callado ya antes, esa es la aspiración del mundo y así nada es o nada es nada, las mismas cosas y los mismos hechos y los mismos seres son ellos y también su reverso, hoy y ayer, mañana, luego, y antiguamente. Y en medio no hay más que tiempo que se afana por deslumbrarnos, lo único que se propone y busca y así no somos de fiar las personas que por él aún transitamos, tontas e insustanciales e inacabadas todas, sin saber de qué seremos capaces ni lo que al final nos aguarda, tonto yo, yo insustancial, yo inacabado, tampoco de mí debe nadie fiarse...

'Un día que quedamos a almorzar', contestó Cristina. 'Hace ya unos meses, fue antes de lo del bolardo y el feo corte, yo aún no tenía reservas ni preocupaciones, es más, me traía sin cuidado lo que hiciera o con quién fuera con tal de que se animara un poco, ella es la hermana mayor, no lo olvides, nunca he tendido a protegerla mucho, ella a mí sí, es lo normal. Luisa había quedado luego con él, en su casa o en su estudio, no me acuerdo. Nos entretuvimos, se nos hizo algo tarde se alarmó al ver la hora, porque no habían quedado arriba, sino en el portal para subir juntos o quiza iban antes a otro sitio, no sé, le daba horror que él la esperara. Así que la acerqué en mi coche, ella no había sacado el suyo; pensaba haber ido en metro, dijo, lo más rápido, pero desde la boca más cercana tenía un trecho de andar y a eso ya no le daba tiempo, así que la llevé hasta la puerta. En esa zona no hay quien aparque y casi ni pude pararme, sólo lo justo para que se bajara, la dejé casi en la esquina. De modo que no me lo presentó ni nada, aunque ya te digo que yo lo conocía de vista, de aquí y de allá, de la noche. Sólo los vi juntos desde el coche, medio minuto, mientras esperaba a que se me abriera el semáforo, desde la esquina'.

'¿Qué zona era? ¿Qué esquina?'

'Al final de Mayor, pasado Bailén, al lado del Viaducto. Casi donde empieza la Cuesta de la Vega.'

'¿No recuerdas el número del portal?'

'No me fijé. ¿Para qué quieres saberlo?'

'¿En qué acera?'

'Pues en la única con casas. En la otra está ya el adefesio, ¿no te acuerdas? ¿Para qué?'

El adefesio era la Almudena o museo de los horrores ecuménicos, la espantosa catedral moderna, más o menos del Opus Dei o así lo parece, con una estatua del Papa polaco allí fuera,
totus tuus
pero con una frente abombada, casi frankensteiniana, y los brazos abiertos y alzados como si fuera a arrancarse a bailar una jota; y eso, con ser horrible, quizá sea lo menos feo, hay allí, entre otras infamias, unas vidrieras infames de un inimaginable artista llamado Kiko (Kiko Algo), nada decente se puede esperar de tal nombre. Ahora caía, ahora visualizaba el tramo.

'Para nada. Para imaginármelos. ¿Y qué viste?'

'Qué iba a ver, pues nada. Ella se saltó el semáforo en rojo al cruzar Mayor, tan apurada iba, como diez minutos tarde. Lo único que me llamó la atención fue que se había puesto a llover, y él, en vez de guarecerse en el portal (no tenía más que retroceder dos pasos), la esperaba fuera, mojándose. Quizá estaba allí para otear mejor, por la impaciencia.'

'
O quizá para añadir motivos de reproche por el retraso', dije yo torcidamente, 'Así podría crearle aún peor conciencia, decirle que por su culpa se había empapado, o incluso resfriado. ¿Cómo la recibió? ¿Se abrazaron, le dio un beso, la cogió de la cintura?'

'Creo que no, que no se tocaron. Por la actitud y algún gesto me pareció que ella se apresuraba a excusarse, señaló hacia mi coche, le daba explicaciones, ¿qué importa eso?'

'¿Llegaste a verlos entrar?'

'Sí, justo antes de que se me pusiera en verde el semáforo. Ahora que me preguntas tanto, puede que él estuviera algo enfadado, porque entró antes que ella sin cederle el paso, Luisa iba detrás poniéndole una mano en el hombro, como si quisiera calmarlo o que se le fuera el disgusto; como todavía disculpándose.'

'Ya. Un tipo colérico, un artistoide, un histérico. Poco caballeroso, en todo caso.'

'Bueno, tampoco tanto, no sé, fue un momento. De caballeroso no va, desde luego. Bien vestido sí, con corbata siempre, muy clásico. Pero su éxito consiste, supongo, en que va más bien de rufianesco, eso atrae a muchas mujeres. A mí no, para nada, pero yo soy rara o es que ya he conocido a unos cuantos, y no compensan. Aquel día, con el pelo hacia atrás, todo mojado, resultaba un poco inquietante. Da la impresión de ser un hombre tenso, concentrado, con nervio, quiero decir en tensión permanente. De vista me pareció siempre algo sombrío. Cordial y seductor, pero sombrío.'

'¿Qué edad tiene?'

'No sé, ahora rondará los cincuenta, me imagino. Aunque aparenta menos.'

'Diez o doce años mayor que Luisa. Eso es malo, le tendrá autoridad, o influencia. ¿Sabes cómo se llama de nombre?'

'Esteban, creo. Espera. Sí, Esteban. Luisa lo ha llamado así alguna vez, aunque suele referirse a él más por el apellido, como si quisiera distanciarse o hacer ver que en realidad no es tan íntimo.' 'También yo llamo a la joven Pérez Nuix por su apellido', pensé, 'pero no es en absoluto el mismo caso.' 'Ya te he dicho, a ratos es como si le diera vergüenza tener un novio. Con hijos, después de ti, todo eso.'

'Esteban Custardoy. ¿No estás segura? ¿Como pintor no es conocido? Quiero decir, ¿su nombre no sale en los periódicos, no hace exposiciones y eso?'

'No, que yo sepa; pero tampoco me fijo, lo último que puede interesarme es la pintura contemporánea. Yo creo que es más copista. Luisa me mencionó que a veces le encargan cuadros del Prado y se pasa allí las horas muertas, estudiando y copiando. O de otros museos de fuera, y entonces viaja para verlos unos días al menos, a cualquier lugar de Europa. Ranz me dijo que había aprendido con el padre, Custardoy el viejo lo llamaban, que ya le hacía copias al suyo, al de Ranz me refiero. A él lo llamaban al principio Custardoy el joven. No sé si ahora.'

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