Un asesinato musical (15 page)

Theo se inclinó a coger el paquete de tabaco que Michael había dejado sobre la mesita de cobre.

—¿Me permite? —preguntó. Y, sin esperar a que le respondiera, encendió un cigarrillo. Una nube blanquecina envolvió a Gabriel, que agitó los brazos para disiparla.

—Gabi —dijo Theo de pronto—, hay algo que no comprendo. Quizá... deberíamos esperar a estar a solas. Quería preguntarte... en fin, no tiene importancia —echó una ojeada a Michael y quedó en silencio.

Nita los miró a ambos. Abrió de par en par los ojos, que parecían más claros en contraste con las ojeras. En torno al verde grisáceo de los iris se veían finos anillos oscuros, que parecían líneas trazadas para delimitarlos. Era la primera vez que Michael se fijaba en ese detalle.

—¿Qué ibas a decir, Theo? —preguntó Nita con impaciencia—. Deja de tratarme como si fuera una niña. Ya no es necesario que me ocultéis nada. He demostrado que soy capaz de soportar...

—No es por ti, Nita —dijo Theo, y le dirigió una mirada implorante—. De verdad que no. Aunque para mí siempre hayas sido mi hermanita pequeña. ¿Qué le voy a hacer? Pero me ha parecido... —giró la cabeza hacia Michael y luego volvió a mirar a Gabriel—. No es por nada especial, pero...

—Puedes hablar con toda libertad delante de él —dijo Nita—. Para mí, es uno más de la familia. Confío en él plenam... confío en él —quedó en silencio y bajó la mirada.

—Pero yo apenas lo conozco —explicó Theo—. No sé por qué debería fiarme de él —hizo un ademán y masculló—: Usted me disculpará, no es nada personal.

—¿Ni siquiera después de lo que te he dicho? —preguntó Nita y se le humedecieron los ojos.

—¿Qué ibas a decir, Theo? Vamos, dilo. A mí no me importa —lo animó Gabriel con una voz ahogada que parecía proceder de la alfombra.

Michael se fue a la cocina a preparar café. Hasta allí llegaba el sonido de los susurros de Theo. Pero no alcanzó a distinguir las palabras hasta que le oyó decir casi a voces: «No comprendo por qué. ¡Al menos me lo podrías explicar!». De nuevo se oyeron murmullos, sin que Michael lograra identificar a quien hablaba. Regresó a la sala y dejó el café sobre la mesita de cobre. Era consciente de que la conversación se había interrumpido al llegar él. Le puso delante a Nita una taza de té, pero ella hizo un gesto negativo a la vez que se señalaba la garganta para indicar que la tenía atascada.

—¡No te vayas! —le dijo a Michael cuando éste inició una retirada hacia el dormitorio.

Theo cogió sus gafas de la mesita y se las puso. Rodeó el sillón de mimbre donde descansaba su hermano, se detuvo junto a las cristaleras y luego se sentó. Como Gabriel persistía en su silencio, Theo volvió a tomar la palabra:

—Nita no tiene ningún problema. No tiene nada que ocultar. Todos sus movimientos se conocen gracias al niño. Pero yo, por ejemplo, sí prefiero guardarme algunos asuntos para mí. No me gusta que metan las narices en mi vida, y, a pesar de todo, se lo conté al policía, aunque ya viste que me resultó violento. ¿Por qué te quedaste callado? Para él es una mera cuestión de procedimiento. Nadie sospecha que ninguno de nosotros... —se interrumpió y lanzó un bufido sardónico.

Gabriel permaneció impasible.

—Pero ¿qué estás buscando en la alfombra? —estalló Theo—. ¿Por qué no me respondes?

—Theo —suplicó Nita—. Dejadlo estar. No comprendo cómo podéis enzarzaros en una discusión en estos momentos.

—Me he limitado a preguntarle algo —se defendió Theo—. No es una discusión, no nos hemos enzarzado... sólo quiero saber por qué no ha querido decírselo. ¿Por qué no le explicaste dónde habías estado?

Gabriel levantó la vista de la alfombra. Su rostro, a contraluz y orlado por una barba castaño rojiza, parecía una máscara que representara la rabia. Torció la boca en una falsa sonrisa.

—¿Y a ti qué te importa? —le espetó a Theo—. Lo único que te preocupa son tus conciertos en Japón y que ninguno de nosotros deje de trabajar y que nada interfiera en tus planes, Dios nos asista. Y, hablando de planes, ahora tienes el campo libre para seguir adelante con el concierto de Bayreuth sin que nadie te lo impida. Quiero que sepas que nunca te perdonaré el último ataque que le provocaste a papá, cuando le hablaste del festival de Wagner. Sufrió un ataque, pero tú te largaste pegando un portazo. Y yo me tuve que ocupar de la botella de oxígeno y de todo lo demás. ¿No podrías haber esperado a que... muriera en paz? No, tenías que imponer tu voluntad, contarle lo de Wagner, y luego largarte. Así que ¿a cuento de qué voy yo a darte explicaciones? —Gabriel sepultó el rostro en las manos, sus hombros temblaban. Por entre sus dedos escapó un sonido a caballo entre el sollozo y el gruñido.

Theo apagó el cigarrillo en un cenicero azul. Su tez se había demudado hasta el verde pálido. Se cruzó de brazos. Michael miró a Nita. Ella retiró los brazos de sus rodillas y miró a Theo asustada.

—¿Qué pasa? ¿Theo? ¿A qué se refiere Gabriel?

—A nada, no tiene importancia. Olvídalo —dijo Theo—. Es irrelevante, de verdad.

—¡Quiero enterarme! —exigió Nita, y en sus ojos apareció un brillo enérgico cuando añadió—: Estoy harta de que me ocultéis las cosas. Tengo treinta y ocho años, soy madre de un niño. ¡Ya va siendo hora de que dejéis de considerarme una niña!

—No fue culpa mía —dijo Theo, dirigiéndose a la cabeza inclinada de su hermano—. A papá le llegó la noticia por otro lado, y luego, cuando me preguntó si era así, ¿qué quieres que hiciera? ¿Mentir? ¿Decir que no sabía nada de eso?

Theo encendió otro de los cigarrillos de Michael. A Michael también le apetecía fumar, pero prefirió no moverse para no llamar la atención. Estaba muy quieto, y hasta respiraba con cautela para que siguieran olvidados de su presencia.

—¿Qué noticia le llegó? ¿Cómo se enteró? ¿De qué estáis hablando? ¿Por qué nunca me contáis nada? —Nita concluyó la última frase casi en un alarido. Había una nota de histeria en su voz, que se había ido adelgazando y subiendo de tono. Los ojos se le anegaron de nuevo en lágrimas y una vez más se los enjugó con el dorso de la mano. Estiró las piernas y se las tapó cuidadosamente con la falda.

—No es nada —dijo Gabriel con aire culpable—. De verdad, Nita, no tiene importancia.

—¡Si está relacionado con papá, con Wagner y con el enfisema, es imposible que no tenga importancia! —gritó Nita. Era la primera vez que Michael la oía alzar la voz. Sus gritos eran agudos, sin rastro alguno de ronquera—. Estoy harta de desempeñar este papel. ¡Quiero enterarme! Theo, ¿a qué se refiere Gabriel? ¿De qué estáis hablando? ¡Contéstame! ¡Ahora mismo!

—Se refiere a una entrevista que me hizo
The New York Times
—repuso Theo en tono formal—. Allí me citaban diciendo que mi sueño era celebrar un festival de Wagner en Jerusalén, y que Israel al fin rescatase del olvido a este gran compositor, y que mi sueño se iba a cumplir el año que viene. Era un detalle de una larga entrevista realizada por un periódico extranjero. Nunca pensé que padre llegaría a verla.

—Y
después
—intervino Gabriel—, padre la
vio
—, naturalmente, se enteró de todo, y le preguntó a Theo si era cierto. ¿Te lo imaginas? Nuestro padre se entera de que va a celebrarse un festival de Wagner en Jerusalén, ¡después de tantísimos años sin que sonara una sola nota de Wagner en el hogar más musical de todo Jerusalén! Padre odiaba la violencia a tal punto que incluso defendió al tipo que le rompió la mano a Jascha Heifetz en los años cincuenta, durante una pelea a propósito de Wagner.

—No fue la mano —musitó Theo—, y no se la rompió, y ni siquiera estoy seguro de que fuera una pelea motivada por Wagner. Creo que más bien fue por Richard Strauss, y además era Menuhin, no Heifetz.

—Theo no quería mentir, le contó a padre la verdad; así, de pronto, le resultaba imposible decir una mentira —dijo Gabriel con amargura.

—Alguien se lo contó a papá, no sé quién —explicó Theo—. Ya puedes imaginarte cómo reaccionó. Pero no fue eso lo que le acortó la vida. No puedo llegar a viejo sin llevar a la práctica mis ideas sólo porque no se ajusten a las de mi padre. Si hubiera sido por él, ahora mismo sería el encargado de la tienda de música. Nunca aceptaba mis opiniones.

—Theo necesitaba que el festival se celebrase en Jerusalén —dijo Gabriel, la vista clavada en el mismo punto de la alfombra—. No se contentaba con dirigir a Wagner en Bayreuth y en Glyndebourne. Tenía que ser en Jerusalén.

—En el extranjero no estuve a cargo de todo —se defendió Theo—. Sólo me puse al frente de la orquesta para interpretar
Parsifal
en Bayreuth. No pretendo que comprendas por qué necesitaba lograrlo. Te falta imaginación. No tienes ni idea de lo que supone dirigir un ciclo de
El anillo
o incluso una simple interpretación de
El holandés errante.
Esa música no te interesa porque es más compleja de lo que puedan serlo un par de violines barrocos de época. No soportas...

—¡Es una música depravada! —lo interrumpió Gabriel a grito pelado—. Música depravada, ¡eso es
Tristán
para mí!

—¡Dejadlo ya! —chilló Nita, y se tapó los oídos con las manos—. ¡Dejadlo! Ni siquiera ha pasado un día, fue ayer por la tarde cuando... —dejó la frase a medias.

Theo bajó la cabeza.

—Es una hipocresía —masculló—. ¿Sabes cuántas personas hay en Israel hoy día a quienes les importa lo más mínimo? ¡Han muerto todos! ¡Han pasado cincuenta años! ¿A quién puede importarle?

—A papá le importaba.

—¿Sabéis que estos últimos meses se ha estado retransmitiendo a Wagner en la radio nacional de Israel? En
La voz de la música.
Dos o tres veces por semana, sin que nadie se rasgara las vestiduras.

—¿Conque sí, eh? —replicó Gabriel—. ¿Así que nadie se ha rasgado las vestiduras? La primera vez que pusieron un fragmento de
Tannhäuser,
el presentador tuvo que pedir disculpas por un fallo técnico. Se produjo más de un minuto de silencio en las ondas, como si alguien hubiera saboteado la retransmisión. Además, tuvieron que pedir a los oyentes que dejaran de llamar a la emisora. Eso demuestra lo poco que le interesaba a la gente —un rubor oscuro tiñó su cara mientras hablaba; aunque se dirigía a Theo, evitaba mirarlo a los ojos.

Theo dio una chupada al cigarrillo.

—Yo no he tenido la culpa de que muriera —dijo débilmente.

—No deberías habérselo contado —insistió Gabriel, que parecía haberse calmado un poco; volvió a sepultar el rostro en las manos.

—No podía mentirle —alegó Theo—. Ya no soy un niño, tengo derecho a formarme mis propias opiniones. No hay ningún motivo... Wagner es un gigante, no se puede hacer como si no existiera.

—De eso a celebrar un Bayreuth en Jerusalén hay un gran paso —dijo Gabriel enfadado.

—No era más que una manera de expresarlo —explicó Theo—. Llevará su tiempo...

—Entonces deberías tener más cuidado con lo que dices —exigió Gabriel, y alzó la cabeza, todavía congestionado—. Ahora debemos tomar una decisión sobre la shivá. En cualquier caso, no habrá entierro.

Michael sintió que se le tensaban los músculos.

—Claro que lo habrá —intervino Nita—. No estoy dispuesta a donar el cuerpo de nuestro padre para la investigación médica. Lo han asesinado. Así las cosas, la policía realizará una autopsia. Me niego a donar el cuerpo.

—Si padre dio a conocer su intención, lo vas a tener difícil. Si lo especificó en el testamento, tiene derecho legal a que se cumpla su voluntad —dijo Gabriel.

—No lo especificó en el testamento —dijo Theo.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó Gabriel, mirándolo a los ojos.

—¿Lo sabes tú? —le replicó Theo.

—Sí, lo sé —dijo Gabriel—. Padre me habló de su testamento.

—Y a mí también —replicó Theo—. Por eso sé que quería reformarlo para incluir ese punto. La cuestión es si Spiegel también lo sabe. Si padre le consultó su opinión. Es un asunto legal. No tiene nada que ver con la familia.

—¡Quiero que tenga un entierro como es debido! —insistió Nita—. Y que no sea dentro de un año. Estoy harta de la mentalidad científica y liberal holandesa, quiero... enterrar a mi padre —dijo en son de desafío—. Vamos a hacerlo como está mandado, por favor —murmuró a la vez que agachaba la cabeza—. Padre no sabía que iba a morir maniatado. No ha tenido una muerte decente, démosle al menos un entierro decente. Por cierto, ¿dónde está Herzl? ¡Tenemos que comunicárselo!

Ambos hermanos miraron a Nita y luego cruzaron una mirada entre ellos. A Michael le palpitaba el corazón. Si no había entierro, si no se publicaba una esquela, tal vez la enfermera Nehama no llegaría a enterarse de nada. Pero eso era esperar demasiado. ¿Quién sería Herzl?, se preguntaba sin atreverse a dar voz a su curiosidad.

—Y otra cosa —dijo Nita con una voz decidida y en absoluto apagada—, ¡quiero decir otra cosa y que os quede bien claro de una vez por todas! Se ha acabado eso de no tenerme en cuenta. ¡Quiero saber lo que pasa! ¡En todo momento! Quiero saber todo lo que sabéis vosotros. Ya tengo treinta y ocho años, por si no os habíais enterado.

—Durante este último año —dijo Theo con cautela—, ha sido imposible hablar contigo de nada.

—¡Nunca lo has intentado! —replicó Nita—. Nunca has venido a contarme que soñabas con celebrar un festival de Wagner en Jerusalén. ¿Estás loco? —preguntó repentinamente, como si acabara de captar el significado de aquellas palabras—. ¿Le contaste a papá una cosa así? ¿Después de lo de Yehudi Menuhin y todo lo demás?

—¡Y dale con Menuhin! —se quejó Theo—. Nadie le rompió la mano —insistió con cansancio—. Es una de esas leyendas promovidas por los ideólogos.

—Y ahora os pregunto: ¿por qué nadie informa a Herzl?

—Ya oíste lo que le hemos explicado al policía esta noche —dijo Gabriel—. Herzl ha desaparecido. Llevo un par de meses tratando de dar con él para...

—¿Qué significa que ha desaparecido? —lo interrumpió Nita—. ¿Se lo ha tragado la tierra? No puede estar en el extranjero. Detesta salir del país. Y no ha muerto, porque nos habríamos enterado. ¿Cómo es posible que, después de tantos años, no se entere de la muerte de padre ni asista al entierro?

—Si queréis, llamaré a Spiegel —dijo Gabriel— para enterarme de cuál es la situación legal con respecto... —el timbre de la puerta lo interrumpió.

—¿Es la prensa? —preguntó Theo alarmado—. ¿Se nos van a echar encima los periodistas?

—¿Cómo va a ser la prensa? —lo tranquilizó Gabriel—. Nadie sabe que estamos aquí. Precisamente, por eso hemos venido. Nita no es una figura pública como tú, o incluso como yo.

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