Un asesinato musical (42 page)

—Theo dice que ha terminado el ensayo. Y ahora ¿qué? ¿Guardas tu instrumento?

—Sí, como todo el mundo. Hay mucho alboroto. La señora Agmon está en el pasillo. Cerca del escenario.

—¿Y quién hay en el escenario? ¿Ves cómo se van yendo?

Michael la observó cabecear, como si estuviera haciendo un esfuerzo.

—¿Está Gabi en el escenario?

—Gabi se va. Tiene algo que hacer —sus ojos se achicaron. Una sombra oscura invadió las lagunas—. Sale del escenario.

—¿Quién más se marcha? —preguntó Michael, y oyó la respiración profunda del psiquiatra, que no retiraba la vista de Nita.

—No lo recuerdo... —su cara se crispó, cerró los ojos, abrió la boca, se retorció las manos, sus piernas se convulsionaron, palideció—. Gabriel se va —dijo jadeante—. Tiene que... —se le desplomó la cabeza hacia atrás.

—Está perdiendo la conciencia —dijo el psiquiatra—, tenemos que dejarlo. Está dando claras muestras de angustia.

—Una pregunta más —suplicó Michael—. Sólo una.

El psiquiatra alzó la mano con gesto decidido.

—¡No responda a eso! —ordenó—. Olvide la pregunta. Vuelve a estar al final del ensayo —continuó con dulzura, y el cuerpo de Nita se relajó—. Abra los ojos y olvide la pregunta —Nita alzó la cabeza y abrió los ojos.

—¿Está despierta o dormida? —preguntó Michael.

—Ha vuelto al estado de hipnosis profunda —repuso el psiquiatra tras unos segundos de silencio—. No estoy dispuesto a hacerla pasar por la misma situación.

—Pero si no sabemos nada que no supiéramos —dijo Michael desesperado—. ¡Nada! Tengo que intentar...

El psiquiatra lo miró escéptico.

—Por su bien. Debemos darle una respuesta a la pregunta de si fue ella quien lo hizo.

—Estoy dispuesto a darle otra oportunidad. Pero no de la misma manera. Formularemos la pregunta de otra forma —dijo el psiquiatra mientras echaba otro vistazo a sus notas—. Quizá sea mejor que ahora se lo pregunte yo.

—Pero antes pregúntele cuántas cuerdas de repuesto tenía en casa antes del ensayo —dijo Michael, con la respiración acelerada.

—¿Cuántas cuerdas de repuesto tenía en casa antes del ensayo? —preguntó mecánicamente el doctor Schumer.

Nita frunció el entrecejo.

—Tres —dijo—. La cuerda
la
se rompió y la cambié.

—¿Tres antes de cambiarla o después? —susurró Michael.

Schumer repitió la pregunta.

—Antes —dijo ella titubeando—. Tres antes de cambiarla.

—Una vez más, ¿qué cuerda cambió? —preguntó Michael, el corazón desbocado, y oyó a Schumer repitiendo sus palabras.

—La cuerda
la
—dijo ella con seguridad.

—¿Tiene otra cuerda
la
en casa? —siseó Michael, y Schumer repitió la pregunta.

—Puede que sí —respondió pensativa—. En el armario, en el maletero, donde guardo mi antiguo chelo. Hace años que no lo toco. Allí hay cuatro cuerdas en un sobre cerrado.

Michael tragó saliva con esfuerzo y reprimió el impulso de salir corriendo hacia casa de Nita para verificar de inmediato la existencia de las cuerdas.

—Ahora pregúntele qué pasó después del ensayo —insistió inflexible.

Tras un instante de vacilación, el psiquiatra dijo sosegadamente:

—El ensayo ha terminado.

Nita asintió con la cabeza.

—¿Qué hace ahora?

Nita abrió mucho los ojos.

—Dejo el chelo en el suelo. Quiero guardarlo. Pero la funda no está aquí. Tengo que buscarla. Se lo pregunto a Avigdor. La funda... la han guardado ahí detrás.

—¿Se retira detrás del escenario?

Nita hizo un gesto de asentimiento.

—¿Con el chelo en la mano?

Nuevo gesto de asentimiento.

—¿Encuentra la funda?

—Está al otro lado de la pared. Tengo que guardar el chelo en el despacho de Theo. No puedo dejarlo por ahí tirado. Es mi chelo. Mi Amati.

—¿Entra en el despacho de Theo?

—Entro en el despacho de Theo —afirmó Nita con seguridad—. La puerta está abierta. No han echado la llave.

—¿Está allí Theo?

—Está al teléfono. Sí, hablando por teléfono. Dice: «Eso ni pensarlo». Al verme, se calla. Espera a que salga. Guardo el chelo en el armario grande. Como antes. Como siempre —la perplejidad y el esfuerzo la llevaron a juntar las oscuras cejas.

—Y luego, ¿sale usted del despacho?

—Theo dice: «Volveré a llamar», y cuelga.

—¿Salen juntos entonces?

—Tengo que hacer pis —dijo ella de pronto.

—¿Justo en ese momento?

—Justo en ese momento. Al llegar a la puerta, me doy cuenta de que necesito hacer pis. Quiero usar el lavabo de Theo.

—¿Hay un lavabo en el despacho de Theo?

—No, al lado. Está limpio.

—¿Y Theo?

—Cierra el despacho con llave. Le digo que me espere. Pero, cuando salgo, se ha ido —dijo sorprendida—. Lo llamo: «¡Theo! ¡Theo!», pero no me oye. No me responde. Voy hasta el fondo del pasillo.

—¿Camino del escenario?

Nita sacudió la cabeza vigorosamente.

—No. Hacia el otro extremo.

—¿Qué otro extremo? —preguntó Michael atónito, sin prestar atención a la mirada admonitoria del psiquiatra.

—A la puerta del fondo. Porque quizá Theo se ha ido en esa dirección —de pronto, la recorre un estremecimiento.

El psiquiatra volvió a tomar las riendas del interrogatorio.

—¿Está allí?

—No. No hay nadie —dijo como una niña defraudada.

—¿Y ve a Gabi?

—No. Gabi tampoco está allí. Y la luz no funciona.

—¿Qué quiere decir? ¿Cómo que no funciona? ¿Está a oscuras?

—Está todo oscuro. No se ve nada. Las cortinas están echadas. Así que regreso.

—¿Al despacho de Theo?

—No. Theo lo ha cerrado con llave —dijo Nita como una niña que explica algo obvio—. Caminé hacia la luz.

—¿Le da miedo la oscuridad? —preguntó el psiquiatra con dulzura.

—Es todo tan raro —dijo, y comenzó a revolverse.

—Regresa al escenario por el camino habitual —dijo el psiquiatra. Ella se relajó.

—Regreso.

—¿Ves a Gabi? —preguntó Michael.

—Gabi está recostado en el pilar, como siempre —dijo ella sonriente—. Está hablando con alguien. Oigo la voz de Gabi.

—¿Qué dice? —preguntó Michael; sintió que su cuerpo se tensaba y se ponía rígido, la sangre le palpitaba en las sienes.

—Dice: «Vivaldi es mi campo. Vivaldi es mi campo». Está enfadado.

—¿Con quién está hablando? —preguntó el psiquiatra.

El semblante de Nita volvió a crisparse y a palidecer. Sus cejas se anudaron.

—No lo veo —dijo en un susurro—. No alcanzo a distinguirlo. Están detrás del pilar —repentinamente, lanzó un alarido espeluznante.

—¡No conteste! ¡No debe contestar! —dijo el psiquiatra muy deprisa. Un fuerte temblor había acometido a Nita—. No recuerda lo que vio. Da igual quién estuviera allí —dijo el doctor Schumer con voz firme y serena. Michael vio que las piernas de Nita se relajaban y que el color le volvía a la cara. A él lo abrumaba una honda frustración. Y un violento deseo de sacudirla, que le hacía sentirse culpable.

—Está usted en el pasillo —dijo el psiquiatra una vez que ella tuvo los ojos bien abiertos y la respiración acompasada—. ¿Tiene una cuerda en la mano?

Nita negó con la cabeza.

—No, no tengo ninguna cuerda —dijo con apatía—. Las he dejado en la funda del chelo.

—Cuando oye hablar a Gabi, recostado contra el pilar, ¿se queda usted allí?

—No tengo que escuchar eso —dijo—. No tengo que escucharlo.

—¿No se queda allí?

—Me alejo muy deprisa. De puntillas, para que no se percaten de que los he oído... —Nita se contorsionó en la butaca. Empezó a sacudir la cabeza de lado a lado.

—Se aleja deprisa. ¿Hacia dónde?

—Hacia el escenario. Todo el mundo sigue en el escenario —dijo sorprendida. Aún tenía el ceño fruncido, pero su cuerpo había cesado de convulsionarse—. Están recogiendo y charlando, y la señora Agmon, la violinista, no para de dar gritos.

—¿Qué grita?

Nita sonrió. Una sonrisita tristona. Sin hoyuelos.

—Grita: «¡No hay derecho! ¡No se puede uno portar así! ¡Hoy no se me va a escapar!».

—¿Quiénes siguen en el escenario? —preguntó Michael, y observó los esfuerzos de Nita por reavivar su memoria.

La escuchó enumerar al concertino, la oboísta, los clarinetistas, los bajistas y los violistas.

—Mucha gente —concluyó fatigada.

—¿Dónde está Gabi? —intervino el psiquiatra.

—Allí no, no está allí —dijo ella con amargura, y apretó los puños.

—¿Y Theo?

—Él tampoco está —dijo con la misma inflexión de voz, y relajó las manos.

—¿Pero usted sí está allí? —se apresuró a preguntar el psiquiatra.

—Yo estoy allí. En un rincón.

—¿Y ve a Gabi con vida?

—Recostado en el pilar —le recordó ella en tono de reproche.

—Hablando. Gabi está hablando —dijo el psiquiatra.

Nita empezó a pestañear a toda velocidad.

—¿Está usted detrás de él con una cuerda en las manos?

—No, qué va —dijo Nita sorprendida—. Él está allí y yo estoy aquí.

¡Ya lo ve!, pareció decir el psiquiatra con un ademán.

—Hemos acabado de momento —dijo en voz alta—. Voy a despertarla.

—Pero... Pregúntele una vez más con quién está hablando Gabi... ¡Al menos si es un hombre o una mujer! —suplicó Michael.

—Creía haber acordado con usted que su bienestar estaba por encima de todo. ¿No ve hasta qué punto le resulta cruel esa pregunta? Ya hemos llegado demasiado lejos. Lo que pretendía usted saber, ya lo sabe. Y también sabemos lo que ella quería saber. Esto no es un caso de desdoblamiento de la personalidad. No ha matado a nadie. De momento, nos basta con eso —sentenció, y se volvió hacia Nita.

Michael escuchó sin prestar mucha atención las instrucciones que el doctor Schumer iba dando con voz tranquilizadora a la par que autoritaria.

—Se acordará de todo, salvo de la pregunta sobre con quién estaba hablando Gabi —dijo un par de veces—. Ahora la voy a despertar. Estará más relajada. Se sentirá bien. Descansada. Ahora sabe que no ha hecho nada malo. No ha matado a nadie. No se ha valido de una cuerda para nada. No eran más que fantasías suyas.

Michael escuchó la cuenta atrás y se puso en tensión al oír el sonido de una palmada. Lentamente, a regañadientes, Nita regresó al mundo. Cerró y abrió los ojos, palpó los brazos de la butaca.

—¿Cómo se encuentra? —preguntó el médico, y ella lo miró con ojos tristes, serenos.

—Bien —dijo sorprendida—. Mejor, diría yo —hablaba con su voz habitual.

—¿Qué recuerda? —preguntó el psiquiatra.

Nita miró a Michael y su boca se relajó.

—No lo hice yo —dijo, y se frotó la frente con un gesto similar al de Ruth Mashiah—. Yo me limité a guardar el chelo en el despacho de Theo, fui al baño, busqué a Theo al fondo del pasillo y, como la luz no funcionaba, volví al escenario.

10
Uno no se va encontrando niños por la calle

—No comprendo la pregunta —arguyó Theo a la vez que embutía las manos en los bolsillos de sus pálidos pantalones—. ¿Lo que quiere saber es si hablé con él después del ensayo?

—A mí me parece que la pregunta está muy clara: después del ensayo, cuando salió con Nita de su despacho y lo cerró con llave, al dirigirse al escenario, ¿habló con Gabi?

—¿Cree que si hubiera sucedido algo así no se lo habría contado? ¿Ni a usted ni a él? —añadió Theo, y señaló con la cabeza a Balilty, quien, sentado junto a Michael, se examinaba atentamente las uñas—. ¿O al menos a la joven? Se lo habría dicho a ella. ¡He pasado mucho tiempo con ella!

—Lo que yo crea da igual —replicó Michael en el tono frío y casi indiferente que había usado desde el principio del interrogatorio—. Mi trabajo es formular estas preguntas y me limito a cumplir con él.

—Y yo le estoy respondiendo —Theo se sacó las manos de los bolsillos y se desplomó en una silla—. Después del ensayo no crucé ni una sola palabra con Gabi. No lo vi hasta... hasta que me lo encontré allí en el suelo.

—¿Cómo se explica que Nita lo viera y usted no?

—¿Cómo quiere que lo sepa? —exclamó Theo enfadado—. ¿Le parece posible que responda a una pregunta así? Ella lo vio y yo no —se frotó las mejillas con las palmas de las manos. Tenía ojeras, como su hermana. Y una mirada atormentada y cargada de ansiedad.

—Ella lo vio recostado contra el pilar, hablando con usted.

—Es imposible que me viera a mí —dijo Theo irritado—. ¡Puede que haya
dicho
que me vio! Hay una diferencia entre ver y decir que se ha visto. No creo que mi hermana haya dicho nada semejante. ¡Es mi hermana! Y, como muy bien sabe, se encuentra en un estado espantoso. Además, ¿para qué iba a decir una mentira sin sentido como ésa?

—¿Sin sentido? Yo no diría que no lo tiene.

—¿Por qué? ¿Por qué tiene sentido? ¿Qué insinúa, que yo... fui el último que lo vio? ¿Que lo maté yo? Pero ¿dónde está Nita? —preguntó Theo como si se hubiera cansado de perder el tiempo—. Si mi hermana ha dicho eso, quiero verla. ¡Que me lo diga ella misma! ¿Por qué no la han traído? ¿De qué se trata esto? ¿Divide y vencerás?

—Cada cosa a su tiempo —dijo Michael con sosiego a la vez que se tapaba la vena que le palpitaba en el cuello. Tenía la sensación de que todo el mundo la veía palpitar a través de la piel. No lograba expulsar de su mente las palabras del hipnotizador: «No está mintiendo, no es una actuación», había dicho tras la sesión de hipnotismo. «En lo que vio, hay algo que la asusta. La asusta hasta el punto de que el mero hecho de recordarlo constituye un peligro. No está dispuesta a recordar con exactitud qué vio. No se imagina qué cantidad de cosas logramos reprimir para protegernos. A veces parece increíble, y no hay diferencias entre unas personas y otras, por muy cultas o inteligentes que sean. La señorita Van Gelden debió de ver a alguien o algo que, por el mero hecho de estar allí, representaba una amenaza para ella. Una amenaza en el plano psicológico.»

—En realidad, no comprendo en absoluto qué está pasando —se quejó Theo—. ¿Por qué estamos hablando de esto aquí? Se diría que sospechan de mí. ¿Por qué me están interrogando?

—Aún no se le ha citado oficialmente —intervino Balilty por primera vez, y se cruzó de brazos—. Digamos que es una simple charla. ¿Tiene algún inconveniente en colaborar con nosotros para encontrar a quien ha asesinado a su padre y a su hermano?

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