Un asesinato musical (44 page)

—Por lo visto, lo admira usted mucho —dijo Balilty.

—¡No soy el único! —exclamó Theo indignado—. Hay jóvenes que llevan esperando esta ocasión un año, sino más. Van a venir los mejores músicos del mundo entero. Aquí contamos con algunos jóvenes muy dotados. Johann Schenk es uno de los más eminentes barítonos del mundo. Quizá el mejor. Se supone que Nita también tiene que impartir una clase magistral. Y dedicaremos parte del día al acompañamiento musical.

Balilty parpadeó varias veces.

—El acompañamiento de los
lieder
es un arte en sí mismo. Trabajaremos sobre
Winterreise,
un ciclo de canciones de Schubert con acompañamiento de piano —echó una ojeada a Michael, como si esperase de él un gesto de asentimiento de entendido musical, pero Michael siguió sin mover un músculo. Exhibir sus conocimientos de la obra de Schubert en aquel momento sería cerrar filas con Theo en contra de Balilty—. Consagraremos a eso la mitad del día. Después está en el programa mi conferencia, proyectada hace meses. Y además debo asistir para seleccionar cantantes nuevos para un montaje operístico. ¡Voy a hacer mi trabajo a mi medida!

—¿Y el tal Schenk, no es un ser humano? —preguntó Balilty—. ¿No es capaz de comprender que una persona esté destrozada porque han degollado a su hermano anteayer?

—¿Y qué haría yo si no asistiera? ¿Permitirles que husmeasen y metieran las narices en mi vida? ¿Pasar las horas hablando con ustedes? ¿Matar el tiempo mirando el techo? ¿Cuidar a mi hermana? No puedo ayudarla. El trabajo por lo menos me distrae de estos hechos espantosos. Todavía no se ha celebrado el entierro. No pienso pudrirme aquí, escondiéndome de los reporteros que acechan en todas las entradas de mi casa y de la casa de Nita, e incluso aquí. ¿Saben que están ahí fuera? Los vi al entrar. Y en casa de Nita el teléfono no para de sonar, pero cuando lo coges, la mitad de las veces nadie contesta. ¡No pueden impedirme que haga mi trabajo! ¿Soy acaso su prisionero? ¿Quiénes se han creído que son para acosar así a la gente? —en este ataque resonó una nota de auténtica indignación, por lo visto se iba acalorando—. Me ha llamado Dora Zackheim, nuestra antigua profesora de violín. ¿Cómo es posible que acosen así a una anciana? ¿Creen que van a sacar algo en claro hablando con ella? Me ha dicho que se han citado —dijo acusadoramente a Michael—. ¿Qué quiere de ella? ¿Sabe cuántos años han pasado desde la última vez que habló conmigo o con Gabi? Si apenas puede andar...

—Su hermano habló con ella hace pocas semanas —dijo Michael—. No podemos ser selectivos ni hacer excepciones con nadie. Son dos asesinatos los que están en juego. Estoy hablando con todas las personas con las que Gabriel mantuvo contactos.

—¿Qué es el Beit-Daniel, por cierto? Está en Zichron Yaakov, ¿verdad? —preguntó Balilty sombrío.

—Es un centro musical —repuso Theo a regañadientes—. Se dedican mucho a la música de cámara. Festivales y conciertos, y clases magistrales para artistas jóvenes... ¿Cómo ha podido enterarse de que Gabi fue a ver a Dora Zackheim?

—¿Quién ha dicho que la fue a ver? No he especificado quién fue a ver a quién. Sólo he dicho que habló con ella —señaló Michael apaciblemente—. ¿Sabe usted si fue a su casa?

Theo se ruborizó.

—Es que ella apenas sale —farfulló—. Pensé que...

—¿Le habló Gabi de su conversación con ella?

Theo negó con la cabeza.

—¿Así que está en Zichron Yaakov? —insistió Balilty.

Theo hizo un gesto afirmativo.

—Si Van Gelden va a ir al Beit-Daniel —le dijo Balilty a Michael como si estuvieran solos («¿Sí? ¿Es así? ¿Y su hermana también?», le preguntó a Theo, que lo confirmó con un gesto)—, tendrás que acompañarlos.

Michael no dijo nada. No era el menoscabo de su imagen ante Theo debido a la orden de Balilty, y a su brusquedad, lo que le preocupaba. Más bien era la extrañeza que le causaba la historia del empleado demente de la tienda de música, personaje sobre el que Nita nunca le había hecho el menor comentario. Trató de recordar cómo había reaccionado Nita cuando él trató de informarse sobre la pelea entre Herzl y su padre, pero ahora le daba la impresión de que, aquellos últimos días, las preocupaciones le habían impedido prestar la debida atención a las evasivas, ambigüedades, reticencias y ansiedades que suscitaba en Nita el asunto en cuestión. Tan ocupado había estado intentando preservar el frágil equilibrio de su amiga, se reprochaba ahora, y tan atento a no agravar la crisis en que ella se había sumido tras la muerte de su padre, que ni siquiera le había preguntado al hablar con ella tras la sesión de hipnotismo qué le había sucedido exactamente a Herzl ni quién era en realidad.

—Así que no va a realizar la prueba poligráfica —dijo Balilty con énfasis.

—Ahora no —lo corrigió Theo—. Ni hoy ni mañana.

—Pero ¿hablará con Herzl si se lo pedimos?

—¿Para descubrir dónde estaba la tarde de la muerte de mi padre? Puedo considerarlo —replicó Theo dubitativo—. Pero a solas. Nosotros dos solos. Luego les repetiré lo que me diga.

—¿Por qué? —quiso saber Michael—. ¿Por qué considera tan importante estar a solas con él?

—No hablaría igual en presencia de otra persona. Sobre todo de un desconocido. ¡No digamos ya de un policía! —repuso Theo, y dirigió a Michael una mirada con la que parecía decirle que al fin lo había pillado en un desliz.

—Ah —dijo Michael—, le preocupa el éxito de nuestra investigación. Estupendo. Sólo quería comprenderlo —dijo con exagerada seriedad, como si no viera el gesto de confusión de Theo.

—Pues bien —se dispuso a resumir Balilty—, hablará con él a solas y luego nos informará a nosotros —eludió mirar a Michael—. ¿Dónde quiere que tenga lugar la entrevista?

—No lo he pensado todavía. Aquí no, en todo caso —dijo Theo, estremeciéndose—. Herzl sufriría un ataque de pánico.

—¿Cómo lo sabe?

—Lo conozco.

—En el psiquiátrico, entonces —concluyó Michael—. Le facilitaremos un lugar en el psiquiátrico.

Theo miró con desconfianza a Michael y luego a Balilty.

—¿A qué se refiere con eso de facilitarme un lugar?

—Me refiero a que les pediremos que pongan a su disposición un espacio privado, un despacho cerrado —dijo Michael—, para que puedan hablar con comodidad. ¿No le parece lógico? —preguntó inocentemente.

—Y ustedes estarán a la escucha al otro lado de la pared —dijo Theo en una repentina iluminación—. ¿Por quién me han tomado? ¿Por un imbécil absoluto?

—Tal vez sí o tal vez no —dijo Balilty—. Sólo me gustaría comprender por qué le preocupa nuestra propuesta.

—No estoy dispuesto a hablar con él en su presencia —replicó Theo enfurecido.

Michael se inclinó hacia delante.

—¿Está pensando en él o en usted?

—¿Qué más da? —refunfuñó Theo—. ¿Quiere añadirlo a mi lista de fallos? Adelante, añádalo. Hablaré con él a solas y de ninguna otra manera.

—De acuerdo —dijo Balilty con indiferencia, y echó un vistazo a su reloj—. Veo que le da miedo que Herzl Cohen pueda decir algo de lo que no debemos enterarnos. Discúlpenme un momento —añadió, y salió del despacho.

Theo lo siguió con una mirada suspicaz. Ahora estaban solos, pareció decirse a sí mismo al darse cuenta de que Michael seguía con él, y su cuerpo se relajó.

—¿Se encuentra Nita un poco mejor? —preguntó serenamente.

Michael asintió con un gesto.

—¿No es un poco raro que esté usted tan implicado en este asunto? Por ejemplo, que cenara conmigo anteayer. ¿No le preocupa? —preguntó Theo, no sin malicia—. ¿O es usted de los que nunca tienen preocupaciones?

Michael fumaba en silencio.

—Ni siquiera se digna contestarme —dijo Theo con amargura—. Está viviendo con mi hermana y no se digna contestarme.

Michael continuó callado.

—¿Y a qué venía todo eso de mi discusión con Gabi entre bastidores?

Michael se encogió de hombros.

Theo meneó la cabeza.

—Nita no ha podido decirle nada por el estilo —dijo con aplomo.

Michael ni pestañeó. No retiraba la vista de los ojos verdes y hundidos que tenía ante él. Para distraerse de aquel esfuerzo consciente, comparó los ojos de Theo con los de Nita. Llegó a la conclusión de que sólo se parecían en la forma, pero no en el color, y aún menos en las proporciones. La expresión radicaba en las proporciones, se consoló.

—¿Por qué iba a mentir? —preguntó, y temió haber ido demasiado lejos.

Entonces fue Theo quien se encogió de hombros.

—Quería preguntarle —dijo Michael con naturalidad— si sabe algo de un sobre de cuerdas de repuesto que Nita tenía en casa.

—Ya me lo había preguntado —repuso Theo impaciente—, y le respondí en su momento.

—No —lo corrigió Michael—. Le pregunté por las cuerdas que Nita guardaba en la funda del chelo. Ahora le estoy preguntando por otro sobre, que estaba sin abrir.

—¿Cómo voy a saberlo? —se quejó Theo—. No soy chelista. No tengo nada que ver con eso.

Michael se hundió en su silla con desaliento. La búsqueda en el armario del piso de Nita no había rendido ningún fruto. Estaban caminando en círculos.

—¿Dónde está su amigo, el señor Balilty? —quiso saber Theo tras unos segundos de silencio.

—Tenía que ver a una persona en relación con otro caso —mintió Michael.

—¿Qué es todo este asunto de Dora Zackheim? ¿Por qué tiene que hablar con ella?

—Ya se lo he explicado. Su hermano habló con ella hace unas semanas. Estamos tratando de conocerlo.

—¿Quieren conocerlo? ¿A Gabi? ¿Por qué tienen que conocerlo?

—Es lo que hacemos siempre que asesinan a alguien. Averiguamos todo lo posible sobre él y su entorno.

—¿De verdad cree que es posible llegar a conocer a alguien en tan poco tiempo?

—Ésa es la cuestión. ¿Quién sabe si es posible conocer en absoluto a nadie? —dijo Michael en tono filosófico, aparentemente ajeno a lo trillado de aquella pregunta retórica—. Pero hay que intentarlo.

—¡Mira que extender las redes hasta Dora Zackheim! —farfulló Theo—. Después de tantos años. En fin, se lo voy a decir para que lo sepa ya, Dora no me soporta —le advirtió.

—Eso le preocupa —dijo Michael, haciendo un esfuerzo por mostrar simpatía.

—Sí —reconoció Theo con franqueza—, pero siempre ha querido mucho a Gabi. Ya se lo contará ella.

—¿Por qué motivo?

—Pensaba que Gabi era más... más serio, creo yo, que tenía más talento.

—¿Y realmente lo tenía? —preguntó Michael—. ¿Qué opina usted?

Theo pareció dolido por la pregunta. Respiró hondo.

—¿De verdad quiere saberlo? —susurró, y Michael asintió.

—¿Y me creerá si le respondo con sinceridad?

Michael repitió el gesto de asentimiento.

—Creo que no —declaró Theo—. Y no sólo no lo creo porque yo soy, digamos, más famoso, perdone que lo diga así, pero es la realidad, y eso no significa nada, sólo que tengo más éxito, pero la cuestión es que, por lo visto, también soy más ambicioso.

—¿Más ambicioso que quién?

—Más ambicioso que todos los demás. Que Nita, que Gabi —dijo Theo como quien se limita a informar de un hecho—. Gabi era un violinista fantástico. Lo cierto es, y Gabi habría estado de acuerdo, que el comportamiento personal no puede considerarse relevante en este tipo de cuestiones, sería absurdo, y, además, no soy tan poco serio como piensa Dora Zackheim. Ni siquiera ella lo cree. Gabi tiene... tenía... un gran talento. Era un gran artista, pero en su propio campo. Nunca habría podido interpretar a Wagner. Ni aspiraba a ello. No soportaba escuchar ni la obertura de
Tannhäuser.
Los primeros compases le hacían subirse por las paredes. Y no es que no comprendiera la grandeza de Wagner, sus innovaciones y contribuciones a la historia de la música. ¿Sabía usted que fue un gran revolucionario? ¿Comprende las implicaciones de lo que hizo? —preguntó despectivo—. Gabi detestaba a Wagner. Y también a Mahler, aunque a él sí podía dirigirlo. A Bartók lo aceptaba, sí, lo interpretaba brillantemente. No lo dirigía, pero sí lo interpretaba. A mi entender, su obsesión con los instrumentos de época y las interpretaciones históricas le paralizaban la libido.

—¿Qué quiere decir? —preguntó Michael.

—Quiero decir que tanta meticulosidad, tanta insistencia fanática en la autenticidad, le privaban de la vitalidad y la pasión de las que hasta la música barroca está dotada. Y si quiere saber mi opinión sobre el Bach de Gabi, sus cantatas y su
Misa en si menor,
¡le diré que sencillamente las destrozaba! Como director, me refiero. ¡Un coro de seis cantantes y una articulación tan insípida de una música concebida para poner la sala en erupción!

—Tendrá que explicarme mejor la cuestión de la autenticidad —dijo Michael.

—Ya se lo explicará Dora Zackheim. ¡Que se lo cuente ella, ya que va a ir a verla! —replicó Theo resentido.

—Si de verdad cree que no era mejor músico que usted, ¿por qué le molesta la actitud de Dora Zackheim? —Michael oyó con satisfacción el tono dulce y paternal de su voz. Theo adelantó el labio inferior y en su rostro apareció de pronto una expresión infantil.

Theo se encogió de hombros.

—Asignaturas pendientes —dijo desdeñoso—. ¿Está jugando a ser psicólogo?

Michael sonrió. Theo consultó su reloj.

—¿Cuánto paga mensualmente en concepto de pensiones? —preguntó Michael.

Theo pareció sorprendido; meditó un instante y dijo:

—No lo sé exactamente. Lo tengo apuntado en alguna parte. ¿Por qué me lo pregunta? Una fortuna. Casi la mitad de mis ingresos, y gano mucho dinero. Ya sabe cómo son estas cosas. Nita me ha contado que está divorciado. Es un pozo sin fondo. ¿Qué tal se las arregla usted?

—Mi situación es diferente. Mi hijo ya es mayor y mi mujer es de familia adinerada. Su padre la dejó bien situada para el resto de sus días. Era comerciante de diamantes y ella es hija única. En ese sentido, las dificultades sólo me duraron unos cuantos años.

—A veces eso es lo de menos. Puede ocurrir lo contrario. La mujer que me da más quebraderos de cabeza por estos motivos es la que procede de familia rica. Es una especie de venganza —dijo Theo en tono confidencial, como si ambos estuvieran en el mismo barco.

—Yo no he pasado por eso —dijo Michael con un suspiro—, al menos por esa clase de problemas. Al menos, no como usted. Dígame una cosa —prosiguió como si acabara de ocurrírsele—, esa mujer con la que nos dijo que estuvo el día de la muerte de su padre, la canadiense, ¿viene con frecuencia a Israel?

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