Authors: Nick Hornby
No le importó. Se le daba mejor jugar al escondite que hablar con personas de su edad, y siempre habría peores maneras de pasar una tarde que hacer felices a los más pequeños. Al cabo de un rato, Suzie y Megan, dormida en su sillita, se unieron a él.
—Lo echas de menos, ¿verdad?
—¿A quién? —preguntó él, y lo dijo en serio: no tenía ni idea de qué le estaba hablando. Sin embargo, Suzie sonrió con un gesto de complicidad, y Will, de nuevo sobre aviso, le devolvió la sonrisa.
—Lo veré más tarde. No pasa nada. Aunque aquí se habría divertido mucho.
—¿Cómo es?
—Oh... Simpático. Es un chiquillo muy simpático.
—Me lo imagino. ¿A quién se parece?
—Mmm... A mí, digo yo. Le tocó la china en el sorteo.
—Bueno, podría haberle ido mucho peor. De todos modos, Megan se parece muchísimo a Dan, y eso es algo que no soporto.
Will contempló a la pequeña dormida.
—Es muy guapa.
—Sí. Por eso no lo soporto. Cuando la veo así, me da por pensar que es una niña guapísima, y luego pienso qué hijoputa es el tío, y luego pienso... No sé lo que pienso. Es un lío. Ya sabes, que ella es la hijaputa, que él es guapísimo... Terminas por odiar a tu propia hija y por amar al hombre que la abandonó.
—Bueno... —dijo Will. Empezaba a sentirse incómodo y algo asqueado. Si la conversación iba a tomar ese giro melancólico, más valía hacer algo por evitarlo—. Tarde o temprano encontrarás a alguien.
—¿Tú crees?
—Seguro. Habrá muchísimos hombres... Lo que quiero decir es que eres muy, muy... Ya sabes. Es decir, me has conocido a mí, y yo ya sé que no cuento, pero... Ya sabes, hay muchísimos, seguro. —Terminó por callar sin saber qué decir. Si ella no mordía el anzuelo, más valía olvidarse.
—¿Y por qué dices que tú no cuentas?
Bingo.
—Porque... Pues no lo sé.
De pronto, Marcus apareció delante de ellos dos. Saltaba de un pie a otro como si estuviera a punto de mearse en los pantalones.
—Me parece que he matado a un pato.
[2]
Juego similar al béisbol.
Marcus no se lo podía creer. Muerto. El pato estaba muerto. De acuerdo, era verdad que había intentado alcanzarlo en la cabeza con el trozo de emparedado que le lanzó, pero también había intentado hacer infinidad de cosas, y ninguna de ellas había sucedido jamás. Había intentado sacar la máxima puntuación en la máquina de Stargazer que había en el local de Hornsey Road donde vendían kebabs, y nada. Había intentado leer los pensamientos de Nicky mirándolo fijamente al cogote durante todas las clases de matemáticas de una semana entera, y nada. Le fastidiaba que lo único que había conseguido tras mucho intentarlo fuese algo que, para empezar, no tenía demasiado interés en conseguir. Y, además, ¿desde cuándo se moría un ave al ser alcanzada en la cabeza por un pedazo de emparedado? Los chicos se pasaban media vida tirándoles cosas a los patos de Regent's Park. ¿Cómo había tenido la mala suerte de escoger a un pato tan desgraciado? Seguro que le pasaba algo raro. Probablemente estuviese a punto de morir de un ataque cardiaco o algo parecido; debía de tratarse de una coincidencia. Lo malo era que, si de veras era una coincidencia, nadie iba a creerle. De haber tenido testigos, sólo habrían visto que el pedazo de emparedado alcanzaba en el cogote al pato, y que acto seguido éste perdía el equilibrio y se zambullía de costado. Sumarían dos y dos y les saldría cinco, y él terminaría en la cárcel por un crimen que no había cometido.
Will, Suzie, Megan y Marcus estaban en el sendero que bordeaba el lago, contemplando el cuerpo muerto que flotaba en el agua.
—Ahora ya no se puede hacer nada —dijo Will, el tío con pinta de moderno que intentaba ligarse a Suzie—. Dejémoslo ahí. ¿Cuál es el problema?
—Bueno... ¿Y si alguien me hubiera visto?
—¿Tú crees que alguien te ha visto?
—No lo sé. Es probable. A lo mejor dijeron que iban a decírselo al guarda.
—A ver, a ver si te explicas bien. ¿Qué quiere decir «a lo mejor»? ¿Es probable que alguien te viera, o es seguro que alguien te vio? ¿Es probable que dijeran que iban a decírselo al guarda, o es seguro que se lo dijeron?
A Marcus no le caía nada bien aquel tío, de modo que no contestó.
—¿Qué es eso que hay flotando junto al pato? —preguntó Will—. ¿Es el trozo de pan que le lanzaste?
Marcus sonrió con aire de desdicha.
—Eso no es un pedazo de emparedado, eso es una barra de pan francés, joder. No me extraña que lo tumbaras. Con eso podrías haberme matado incluso a mí.
—Oh, Marcus —suspiró Suzie—. ¿A qué estabas jugando?
—A nada.
—Pues no lo parece, joder —dijo Will.
Marcus lo odió más que nunca. ¿Quién se creía que era el tal Will?
—No estoy seguro de haber sido yo —repuso. Había decidido poner a prueba su teoría. Si ni siquiera Suzie le creía, era imposible que la policía y los jueces le creyeran.
—¿Qué quieres decir?
—Creo que debía de estar enfermo. Creo que de todos modos estaba a punto de morir.
Nadie dijo nada. Will sacudió la cabeza, enfadado. Marcus llegó a la conclusión de que esa defensa iba a ser una pérdida de tiempo, por más que fuera verdad.
Estaban tan absortos contemplando la escena del crimen que no se percataron de la presencia del guarda hasta que estuvo a su lado. Marcus sintió que las tripas se le convertían en papilla. Se acabó.
—Se ha muerto uno de los patos —dijo Will; por el tono de su voz parecía que nunca hubiese visto nada más triste. Marcus lo miró; tal vez, a fin de cuentas, no lo odiase tanto.
—Y me han dicho que usted ha tenido algo que ver con el suceso —apuntó el guarda—. ¿Sabe usted que eso es un delito?
—¿Le han dicho que yo he tenido algo que ver con esto? —preguntó Will—. ¿Yo?
—Tal vez usted no, pero el chico sí.
—¿Quiere usted decir que Marcus ha matado a ese pato? Marcus adora los patos, ¿a que sí, Marcus?
—Sí. Son mis animales favoritos. Bueno, los segundos en mi lista de favoritos, después de los delfines. Pero sí que son mis aves preferidas, se lo aseguro.
Todo aquello era pura filfa, porque en realidad odiaba a los animales en general, pero pensó que serviría de algo.
—Me han dicho que estabas arrojando enormes trozos de pan.
—Así es, eso estaba haciendo, pero le he dicho que dejara de hacerlo. Ya sabe usted cómo son los chicos —intervino Will. Marcus volvió a odiarlo. Debería haber supuesto que lo iba a delatar.
—De modo que lo mató de un golpe.
—Oh, no. Dios, no. Perdone, ya veo lo que quiere usted decir. Él estaba tirando trozos de pan al cuerpo del pato para tratar de hundirlo, y es que Megan, la pequeña, estaba poniéndose malísima de verlo así.
El guarda miró el cuerpecillo adormecido en la sillita.
—Pues no parece que esté malísima, la verdad.
—No. La pobrecita ha llorado tanto que se ha quedado dormida.
Se produjo un silencio. Marcus comprendió que aquél era el momento decisivo; el guarda podía acusarlos a todos de mentir y llamar a la policía o algo parecido, u olvidarse del asunto allí mismo.
—Voy a tener que meterme en el agua y sacarlo de ahí —dijo. Estaban fuera de peligro. Marcus no iba a terminar en la cárcel por un crimen que probablemente (bueno, de acuerdo, posiblemente) no había cometido.
—Confío en que no se trate de una epidemia —comentó Will en un tono comprensivo, justo cuando volvían caminando hacia el resto de los excursionistas.
Fue entonces cuando Marcus vio, o creyó ver, a su madre. Se hallaba de pie delante de ellos, en medio del sendero, y sonreía. Le hizo un gesto con la mano y se volvió para decirle a Suzie que había aparecido, pero cuando miró de nuevo hacia donde estaba ya no la vio. Allí no había nadie. Se sintió como un idiota y no dijo nada a nadie.
Marcus jamás llegó a averiguar por qué Suzie había insistido tanto en regresar con él a su casa. Había salido con ella otras veces, y a la vuelta lo había dejado delante de la casa, había esperado hasta verlo entrar y después se había marchado en el coche. Ese día, en cambio, aparcó, sacó a Megan del asiento del coche y fue con él a la casa. Tampoco ella fue capaz de explicar nunca por qué lo había hecho.
A Will nadie le había dado vela en aquel entierro, pero de todos modos los siguió, y Marcus no le dijo que no lo hiciera. Todo lo ocurrido en esos dos minutos fue de alguna manera misteriosamente memorable, incluso entonces: subir por las escaleras, el olor a cocina que había en el portal, cómo se fijó él en el dibujo de la alfombra por primera vez en su vida. Después creyó recordar que había estado nervioso, pero seguro que se lo había inventado, ya que no había motivo para estarlo. Introdujo la llave en la cerradura y abrió la puerta, y ahí comenzó una nueva parte de su vida, zas, sin previo aviso.
Su madre estaba a medias en el sofá y a medias fuera del sofá, con la cabeza colgando muy cerca del suelo. Se la veía blanca y había un charco de vómito en la alfombra, aunque ella apenas estaba sucia; o había sido bastante sensata y había vomitado lejos de sí, o había tenido la suerte de hacerlo. En el hospital le dijeron que era un milagro que no se hubiera asfixiado por culpa del vómito, porque habría muerto. Éste era grisáceo, había unas cosas bulbosas en él, y la habitación apestaba.
No pudo decir nada. No supo qué decir. Tampoco se echó a llorar. Aquello era demasiado grave para hacerlo. Permaneció donde estaba. Suzie, en cambio, dejó la silla del coche, se acercó corriendo a ella y se puso a chillarle y a darle bofetadas. Suzie seguramente vio el frasco de pastillas vacío nada más entrar por la puerta, pero Marcus no lo descubrió hasta bastante más tarde, cuando llegó la ambulancia, de modo que al principio se sintió, sobre todo, confuso. No logró entender por qué se cabreaba tanto Suzie con alguien que no parecía encontrarse nada bien.
Suzie le gritó a Will que llamara a una ambulancia, y dijo a Marcus que preparase café; su madre había empezado a moverse y emitía un gemido terrible que él jamás había oído y que no quería volver a oír. Suzie lloraba, Megan empezó a sollozar, y en cuestión de segundos la sala pasó de un silencio y una quietud aterradores a un pánico ruidoso y no menos aterrador.
—¡Fiona! ¿Cómo has podido hacer esto? —gritaba Suzie—. ¡Tienes un hijo! ¿Cómo has podido hacer esto?
Sólo entonces se le ocurrió a Marcus que todo aquello se reflejaba en él de muy mala manera.
Marcus había visto algunas cosas, sobre todo en vídeo, en casa de otros. Había visto a un tío meterle a otro por el ojo un pincho de los de ensartar kebabs en
Hellhound 3
. Había visto a un tío al que se le salían los sesos por la nariz en
Boilerhead: el regreso
. Había visto cortarle a un tipo un brazo de un solo machetazo, había visto bebés con espadas donde deberían haber tenido la pirula; había visto salir anguilas del ombligo de una mujer. Ninguna de aquellas cosas le había quitado el sueño. No había tenido pesadillas. De acuerdo, no había visto demasiadas cosas en la vida real, pero hasta ese momento nunca había pensado que eso tuviera importancia: un shock es un shock, lo mismo da dónde te lo encuentres. Lo que más lo traumatizó de todo aquello fue que ni siquiera había nada que fuese muy chocante, aparte del vómito y los gritos. Vio que su madre no estaba muerta ni nada por el estilo, pero eso resultó, de lejos, lo más terrorífico que había visto, y nada más entrar supo que iba a ser algo en lo que siempre tendría que pensar.
Cuando llegó la ambulancia se organizó una larga y complicada discusión sobre quién y cómo iría al hospital. Will confiaba en que le dijeran que se marchase a casa, pero no fue así. Los encargados de la ambulancia se negaron a llevar a Suzie, a Marcus y al bebé, así que al final tuvo que conducir el coche de Suzie y llevar a Megan y a Marcus, mientras Suzie acompañaba a la madre de éste en la ambulancia. Trató de seguir el vehículo de cerca, pero lo perdió de vista nada más llegar a la calle principal del barrio. Nada le habría gustado tanto como fingir que llevaba una luz azul encima del coche, conducir por el carril de sentido contrario y saltarse todos los semáforos en rojo que le diera la gana, pero dudó que cualquiera de las dos madres que iban delante de él se lo agradeciese.
En el asiento de atrás, Megan seguía llorando a voz en cuello. Marcus miraba cariacontecido por el parabrisas.
—A ver si puedes hacer algo por la cría —dijo Will.
—¿Algo? ¿Qué?
—No lo sé, piensa en algo.
—Piensa tú en algo.
Estaba en lo cierto, razonó Will. Pedirle a un chico que hiciera algo en semejantes circunstancias era, probablemente, una ridiculez.
—¿Cómo te encuentras?
—No lo sé.
—Se pondrá bien.
—Ya. Supongo que sí. Pero... no es eso lo que cuenta, ¿verdad?
Will sabía que eso no era lo que contaba; sin embargo, le sorprendió que Marcus lo hubiera averiguado por su cuenta y tan deprisa además. Por primera vez pensó en que el muchacho seguramente era muy listo.
—¿Qué quieres decir?
—A ver si lo adivinas tú solo.
—¿Te preocupa que vuelva a intentarlo?
—Cállate de una vez, ¿quieres?
Se calló y siguieron camino del hospital sumidos en un silencio que sólo rompían los tremendos alaridos que soltaba la pequeña.
Cuando llegaron, a Fiona ya se la habían llevado en camilla y Suzie estaba sentada en la sala de espera con un vaso de plástico en la mano. Will dejó a la niña, que se desgañitaba en su sillita, a su lado.
—¿Y qué pasa ahora? —A Will poco le faltó para frotarse las manos. Estaba completamente absorto en aquella peripecia, hasta el punto de que casi disfrutaba con ella.
—No lo sé. Están haciéndole un lavado de estómago o algo parecido. En la ambulancia habló un poco. Preguntó por ti, Marcus.
—Pues qué amable por su parte.
—Esto no ha tenido nada que ver contigo, Marcus, y tú lo sabes, ¿no? Quiero decir que tú no eres la causa de que ella... No eres la causa de que ella esté aquí.
—¿Y cómo lo sabes?
—Lo sé, y punto. —Suzie lo dijo con afecto y jovialidad, a la vez que sacudía la cabeza y alborotaba el pelo de Marcus, aunque ni su entonación ni los gestos que hizo parecieran los más adecuados, sino propios de otras circunstancias más tranquilas, más domésticas, y aunque hubieran sido apropiados para un chico de doce años, no lo eran, ni mucho menos, para el chico de doce años más viejo del mundo, que era en lo que Marcus se había convertido de golpe.