Un inquietante amanecer (18 page)

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Authors: Mari Jungstedt

Tags: #Policiaco

Por los ojos del joven que tenía enfrente cruzó un destello de perplejidad.


Police
?

Agarró a Knutas del brazo y lo sacó del armario. Llamó a sus compinches.

Enseguida los tres lo rodearon. Les mostró con dedos temblorosos su placa de policía.

El que más tatuajes llevaba, que parecía ser el jefe, examinó la placa, la volvió y observó la parte de atrás. Echó una mirada a los otros y musitó algo incomprensible.


Can I sit down
?

A Knutas le temblaban las piernas.


Yes, of course
.

Lo condujeron escaleras abajo hasta la parte trasera de la casa, donde había unos muebles de jardín.


What are you doing here
? —preguntó el jefe.


Just controlling
—respondió el comisario—.
Routine
.

—On a Sunday
?

Los tres lo miraron con incredulidad. De cerca no parecían tan amenazantes. Dos de ellos sujetaban a Knutas por los brazos. Empezaron a discutir vivamente en un idioma extranjero.


Where are you from
? —se atrevió a preguntar Knutas.

Sin responder, el jefe le dirigió una mirada airada y la discusión entre ellos se intensificó. De repente, entraron en acción. Pusieron a Knutas de pie a empujones y le estiraron los brazos todo lo que pudieron, cada uno por un lado, mientras el jefe le registraba los bolsillos. La cartera, las llaves del coche, el tabaco de pipa, se lo guardó todo. Luego gritó algo a los otros, que arrastraron de nuevo a Knutas hacia el interior de la casa. Él intentó soltarse y se resistió todo lo que pudo, pero era inútil. Se le heló la sangre solo de pensar en lo que le esperaba.


What are you doing
? —gritó—.
Let me go! I am a police officer
!

Resueltos y con gesto decidido, lo arrastraron hasta la puerta de entrada.

—¿Qué demonios estáis haciendo? —Knutas volvió al sueco—. Soy policía, joder.

¿Iban a secuestrarlo? ¿A asesinarlo? ¿Cortarle el cuello o dispararle y arrojarlo por el acantilado? ¿Quizá encerrarlo en el maletero de su propio coche para que se muriera asfixiado?

Knutas creyó que había llegado su fin cuando el jefe abrió la puerta de un ropero de la entrada e indicó a sus compinches que lo encerraran allí.


We are very sorry
! —les oyó decir Knutas antes de que cerraran la puerta de un golpazo.

D
iez minutos más tarde entraban Kihlgård y Thomas Wittberg en el patio de la casa, seguidos por varios coches de policía. No se veía un alma. La puerta de entrada estaba entreabierta.

En el interior se oían golpes sordos. Wittberg entró el primero. El sonido venía de una habitación de la entrada. Había una tabla atravesada clavada sobre la puerta.

Encontró una palanqueta en el terreno fuera de la casa y consiguió desclavar la tabla, no sin ciertas dificultades.

—¡Me cago en la leche! —jadeó cuando miró dentro.

Habían encontrado a Knutas.

J
ohan estaba sentado con la cabeza entre las manos mirando la grava polvorienta. Se encontraba demasiado alterado como para conducir. Salió directamente de la casa de Emma y siguió hasta el campo de fútbol cercano, que estaba desierto. Se sentó en uno de los bancos y fumó un cigarrillo tras otro hasta que la garganta le ardió como el fuego. No sabía cuánto tiempo llevaba sentado allí cuando vio que se acercaba una mujer con una sillita de niño. Se le encogió el estómago cuando distinguió quiénes eran. Allá a lo lejos iba Emma con Elin, su hija. Le habría gustado ir corriendo y quitarle la sillita de las manos, pero se contuvo.

Entonces ella volvió la cabeza y miró en su dirección. En unos segundos Johan se preguntó si se acercaría hasta allí o seguiría sin más, haciendo como si no lo hubiera visto. Observó por el rabillo del ojo cómo Emma se acercaba. Se quedó impasible por dentro.

Seguía aún con la cara entre las manos y no levantó la mirada. Ella aparcó la sillita y sacó a Elin, que empezó a parlotear tan contenta.

—Sí, pero mira, aquí está papá —dijo Emma con voz de niña sujetando a Elin delante de Johan.

Johan levantó la cabeza; tenía a su niña pequeña tan cerca que podía distinguir su buen olor. Aquellos ojitos castaños, su carita con forma de corazón, el hoyuelo de la barbilla. Su hoyuelo.

Hizo un esfuerzo para sonreír y alargó los brazos hacia ella. En un instante, tuvo aquel cuerpecillo cálido y regordete contra él. Entonces no pudo más. Se abrazó a su hija y rompió a llorar de tal manera que comenzó a temblarle todo el cuerpo.

Emma permaneció sentada a su lado sin saber qué hacer ni qué decir.

K
nutas ingresó en el hospital para que le hicieran un reconocimiento. No estaba herido, pero Kihlgård insistió en que debía ir al hospital de todos modos, aunque solo fuera para hablar con alguien de lo ocurrido. Knutas accedió a que le hicieran un reconocimiento y le contó los hechos a un simpático médico de la unidad de psiquiatría, al que conocía bastante bien. Llegaron Line y los niños, y Line insistió en que debía descansar y quedarse en casa por la tarde, pero Knutas se negó. El domingo a las dos de la tarde estaba de vuelta en la comisaría.

La Brigada de Homicidios al completo trabajó durante todo el fin de semana, puesto que la investigación había entrado en una nueva fase. No había tiempo que perder.

Aún no se había sentado en su escritorio, cuando Karin asomó la cabeza.

—Hola, ¿qué tal estás?

Le dio un abrazo fugaz.

—¡Qué historia! Menos mal que ha tenido final feliz.

—Sí, tal vez pueda expresarse así.

Knutas le dirigió una sonrisa desvaída.

—Me han dicho que te encerraron en un ropero, pero ¿qué pasó luego?

—Supongo que continuaron desvalijando la casa. Yo llevaría encerrado allí media hora cuando oí que se iba la furgoneta. Como tuve tiempo de llamar a Kihlgård, no estaba muy preocupado. Sabía que llegarían pronto. Y no pasaron más de diez minutos o un cuarto de hora antes de que entraran.

—¿Sabes en qué idioma hablaban esos tipos?

—Ya sabes que los idiomas no son mi fuerte, pero creo que hablaban alguna lengua báltica, estonio probablemente.

—¿Crees que fueron los mismos que agredieron a Vendela Bovide?

—Cabe suponer que sí, sin duda.

—¿Has tenido tiempo de ver las fotos?

—Sí. Es lo primero que he tenido que hacer al volver del hospital. Me han interrogado y he tenido que ver las fotos de un montón de criminales. Pero lamentablemente…

—¿Qué tal encaja la imagen que tú tienes de esos hombres con la descripción de Vendela?

—Parece muy probable que hayan participado en esto los dos tipos que la agredieron a ella. Además, en Furillen había un tercer individuo.

—Ahora, muchos indicios apuntan a que el asesinato de Peter Bovide está relacionado con negocios ilegales en el sector de la construcción.

—Sí, claro, es posible —admitió Knutas—. Pero, al mismo tiempo, esos chicos no parecían asesinos.

—¿Y eso? ¿A qué te refieres?

—Al principio, lógicamente, me asusté, no dejaba de pensar que podían haber matado a tiros a Peter Bovide. Hubo unos segundos en los que creí que me iban a matar. Pero ¿qué hicieron? Me encerraron en un ropero, y además me pidieron perdón.

—¿Qué?

—Lo último que les oí decirme fue:
We are very sorry
. ¿Comprendes?

Knutas sonrió enojado.

—Pues parece que no se comportan precisamente con la sangre fría de unos asesinos.

—No exactamente.

—Pero si no existe relación entre el asesinato y los negocios sucios… Entonces, ¿con qué está relacionado?

—Esa es la pregunta que yo me hago una y otra vez.

Lunes 17 de julio

K
nutas se despertó en su cama de la calle Bokströmgatan y lo primero que vio fue la pecosa espalda de Line. Respiraba profundamente, tranquila. La besó con delicadeza en uno de los hombros y ella refunfuñó.

La noche anterior había sido agradable. Line y él se sentaron fuera en la terraza, disfrutaron de la cálida noche de verano, se bebieron una botella de vino blanco frío y hablaron como hacía mucho tiempo que no hablaban. Él le contó lo que había pasado en Furillen. Era como si al decirlo en voz alta, fuera realmente consciente de lo que le había ocurrido.

Hablaron de la suerte que había tenido, después de todo. De que terminara tan bien, aunque los tres hombres hubiesen escapado, con electrodomésticos incluidos. Knutas fue consciente de lo que Line y él tenían en común. ¿Qué más daba una vida sexual un poco aburrida en comparación con la complicidad y la intimidad que compartían? Lo pasaban bien juntos, se reían a menudo y a él le encantaba su alegre forma de ser. Era tan fácil vivir con Line...

Tenía que espabilarse, esforzarse para reavivar el amor. En realidad no serían necesarios grandes cambios para que todo fuera mejor. Ya había empezado la noche anterior. Se las arregló para que se fueran pronto a la cama, mucho antes de que estuvieran tan cansados como para caer rendidos.

Cuando entró en la sala de reuniones una hora después de despedirse, se mascaba una tensión especial en el ambiente. Pese a que llegaba unos minutos antes de la hora, todos ocupaban ya sus sitios y parecían muy concentrados. Knutas abrió la reunión.

—Los principales sospechosos son, por tanto, tres chicos que, según la información facilitada por Johnny Ekwall, el socio de Peter Bovide, son de Estonia. Habida cuenta de que trabajaban sin papeles, la empresa Construcciones Slite solo tiene el número de móvil de uno de ellos, un tal Andres, y a través de él los estamos buscando ahora en Estonia. Yo apunté también el número de matrícula de la furgoneta antes de que me descubrieran y, por suerte, no encontraron el papelito cuando me registraron los bolsillos. El vehículo está a nombre de un tal Ants Otsa. Pero podría ser una matrícula falsa, eso aún no lo sabemos. Hemos pedido ayuda a la policía estonia y los tres están ahora en busca y captura, como sospechosos de ser los autores del asesinato de Peter Bovide. Tenemos la declaración de un testigo que ayer, a la hora del almuerzo, vio a tres hombres de origen báltico en una furgoneta grande de color blanco, en el barco que iba en dirección a Nynäshamn. De ser cierta esa información, a estas horas podrían estar en su casa, en Estonia.

—¿Qué sabemos de esos chicos? —preguntó Wittberg.

—He hablado con la Interpol y he obtenido algunos datos —dijo Kihlgård—. Ants Otsa es un viejo conocido de la policía en Estonia por narcotráfico y complicidad en un robo con violencia hace unos años. Los otros dos no están identificados; ni siquiera sabemos su apellido.

—¿Cuánto tiempo llevaban trabajando para Construcciones Slite? —quiso saber Wittberg.

—Medio año aproximadamente, según Johnny Ekwall —respondió Knutas.

—¿Tiene ese Johnny alguna idea de lo que hay detrás? —preguntó Karin.

—Insiste en que él no sabe mucho, que solo hacía su trabajo y que no se metía en cómo se llevaba la empresa. Según él, era un contratista el que se encargaba de la construcción de la casa de Furillen, pero aún no hemos conseguido localizar a ningún responsable. Evidentemente, sospechaba que las cosas no eran del todo regulares, pero pensaba que mientras la empresa fuera bien y él recibiera su salario era mejor no meterse donde no lo llamaban.

—Típico de los hombres —bufó Karin—, esconder la cabeza bajo el ala sin más y negarse a ver lo que ocurre a su alrededor; así no tienen absolutamente ninguna responsabilidad.

—De todos modos, le costó mucho explicar cómo era posible que absorbieran tanto trabajo con tan pocos empleados, y creo que cuando la auditoría de la empresa esté lista, entonces le podremos pillar tanto a él como, quizá, a la secretaria, Linda Johansson, por fraude fiscal —continuó Knutas—. Es casi imposible que ella no estuviera enterada de lo que ocurría. Probablemente también metiera la cabeza debajo del ala, a menos, claro, que esa característica esté exclusivamente reservada a los hombres.

—¿Hemos hablado con su marido? —preguntó Kihlgård.

—Sí, pero me parece que no conseguimos nada —dijo Karin—. No tengo ninguna transcripción aquí, pero podemos echarle un vistazo a ese interrogatorio otra vez.

—Bien. —Knutas tamborileó impaciente sobre la mesa—. ¿Algo más? ¿Cómo va la búsqueda de la posible caja fuerte?

—Hemos vuelto a registrar tanto la casa como la oficina —dijo Sohlman—. No hay ni el más mínimo vestigio de cajas fuertes o de dinero escondido.

—La investigación de la Oficina Nacional de Delitos Económicos continúa, aunque sus molinos muelen despacio —dijo Knutas—. De momento han revisado todas las cuentas bancarias de la empresa y de Bovide. Por lo que se refiere a la empresa, es evidente que se ha servido en gran medida de mano de obra ilegal, al menos durante los dos últimos años. Al parecer, ha corrido demasiados riesgos, se ha comprometido a realizar proyectos muy ambiciosos y ha invertido demasiado dinero sin garantías de cobro. Pero la empresa es una sociedad anónima, ajena a la economía personal de los socios, y en eso no hay ninguna cosa rara, ni demasiado dinero ni demasiado poco. Según la mujer de Bovide, todo es correcto. La cuestión es averiguar qué hay de verdad en lo que dice —reflexionó Knutas pensativo—. Lo mismo se puede decir de Johnny Ekwall, el socio. Tendremos que interrogarlos de nuevo a los dos.

E
l teléfono sonó en cuanto Knutas regresó a su despacho. Oyó una voz grave de hombre al otro lado.

—Hola, soy Torsten Ahlberg, del hospital de Visby. ¿Me ha llamado?

—Sí, me alegro de que llame.

Knutas le resumió a grandes rasgos el caso de Peter Bovide.

—Sí, acudía regularmente a mi consulta y yo le recetaba medicamentos antidepresivos. Es cierto.

—¿Por qué? ¿Qué problemas tenía?

—Sufría ataques de pánico y necesitaba ayuda para mitigar los síntomas, para evitar los peores bajones, por así decir. Los motivos, lamentándolo mucho, no puedo comentarlos.

—¿Guardaban alguna relación con la epilepsia?

—No directamente, pero los ataques de epilepsia aparecieron casi al mismo tiempo que los de pánico. Todo empezó hace ya muchos años.

—¿Cuándo acudió a su consulta por primera vez?

—Lo recuerdo muy bien —dijo el médico al otro lado del hilo—. Bueno, después del asesinato, lógicamente he empezado a pensar en la relación que he mantenido con Peter Bovide. Me imaginé que me preguntaría eso, así que he buscado su historial médico. Tengo aquí todos los datos. Como sabrá, esta información es confidencial, pero tratándose de la investigación de un caso de asesinato en el que, además, el paciente ha muerto, pues la situación cambia.

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