Absorbe su alimento a través de esa estructura en forma de cola, que en realidad es una especie de raíz. Es mucho más complicada que cualquier planta terrestre.
Siguieron otras muchas diapositivas, mostrando otras mantas, y varias de ellas en formación.
—Pensamos que estas cosas han sido criadas en forma deliberada por los Spiderantes, tal como las torres. Si la teoría es cierta, nos hemos encontrado con los mayores ingenieros biológicos que se podían suponer. Hay mucho para aprender de ellos, si logramos superar las barreras de comunicación. Anthill será un punto de parada regular para los cruceros a partir de ahora.
Incluyendo el
Starwind
, claro. Estaba en su programa visitar el planeta en esta misión
.
Tal vez esté allí ahora. Tal vez Lawrence, Wilson y el resto están escuchando a los Spiderantes en este mismo momento, mientras hablo, o canto. Mi actuación no puede compararse con la de ellos
.
Hizo una pausa.
—Pasamos más de seis meses en Anthill, y tuvimos que acortar una buena parte de nuestro programa de viaje a causa de la prolongada estadía. Pero creo que estarán de acuerdo en que valía la pena —dijo, con una sonrisa, y las damas de la audiencia murmuraron su aprobación—. Al fin tuvimos que marchamos. Quedaba justo el tiempo para una nueva parada antes de dar media vuelta y comenzar a saltar hacia casa.
Apretó el botón, y desapareció la última vista de Anthill. La holografía que le había reemplazado era espectacular. Las matronas la recibieron con sofocaciones. La habían visto antes, en las tapas de las revistas y en los noticiarios, pero la diapositiva reflejaba más, mucho más.
—Éste es el mundo que llamamos Tormenta —dijo Becker, muy bajo, y luego calló mientras ellas miraban.
Un mar verde luchaba con el viento. De él surgía el volcán: un tridente de piedra negroazulada, cuyo tres picos arrojaban fuego. El humo crecía mezclándose con el cielo cubierto, y la lava corría en torrente hacia el océano, donde entraba con un siseo.
Y sobre el volcán, cayéndose literalmente encima suyo, una verde pared punteada de espuma. ¿Una ola gigante? No. El vocabulario de la Tierra no se aplicaba aquí. Esto era más grande, más espectacular. Era más grande que la montaña misma, y la habíamos captado segundos antes del impacto.
—No podíamos aterrizar en Tormenta —dijo Becker—. No había ningún lugar a salvo donde desembarcar. Pero enviamos sondas tripuladas a su atmósfera. Esta vista fue tomada por una de ellas —sonrió de nuevo y puso una nota de orgullo en su voz. Pero junto con el orgullo, apenas disimulado, iba un gusto a rabia—. Me alegra decirles que era mi sonda.
Por lo menos no me pueden quitar eso
—pensó—.
Me quitaron las estrellas, pero no pueden quitarme Tormenta. Yo lo capturé con esta foto. La esencia de un planeta. El alma. Allí, en un holocubo. Y es mío
.
Y yo fui el único en ver el resto. Unos segundos después. Cuando la ola salvaje golpeó, y el mundo se llenó de tormenta, vapor y fuego. Yo era el único que estaba observando
…
Su voz seguía suavemente sin él.
—Tormenta es un mundo joven —estaba diciendo—. Casi un recién nacido en la escala celestial. Pero es un chico lujurioso. Es casi todo agua, y la poca tierra que tiene es volcánica. Los terremotos y las erupciones son cotidianos, y dan nacimiento a fenómenos como el que han visto en el cubo. El viento desarrolla un promedio de cientos de kilómetros por hora, y las descargas eléctricas dejan a las de la Tierra como pálidas y débiles. Miren.
El tridente y la ola gigantesca se esfumaron, y apareció la imagen de un cielo. Había rayos y relámpagos por doquier, juntándose y estallando con una luz cegadora.
Uno casi puede escuchar los truenos cuando lo mira. Pero en Tormenta, uno no sólo escuchaba. Uno lo sentía. Nos rodeaban por todas partes, y golpeaban la nave, y yo estaba cagado de miedo. Pero al menos estaba vivo. ¿Cómo estoy ahora?
Su dedo se movió por voluntad propia, y una nueva vista de Tormenta ocupó el cubo. Y su voz continuó con el elocuente discurso, pero el resto de sí se hallaba a millones de kilómetros de allí, perdido en una tierra de rayos y olas gigantes.
Tormenta era mi favorito, pensaba. Luz Roja nos dio un sobresalto, al principio, y Anthill era cautivante, problemática y mágica. Pero aquello lo compartía. Tormenta fue casi enteramente mío. Sólo un puñado de nosotros descendió, después que Ainslie se descuidó y se estrelló contra una montaña. Pero yo fui uno de esos pocos. Tampoco me pueden quitar eso
.
Su mente divagó. Pero mientras tanto, nuevas escenas aparecían en el cubo, y su voz continuaba, y las damas respondían
oooh
y
aaah
cuando correspondía. Luego se aproximó el final, devolviéndolo a la realidad.
La penúltima diapositiva era igual que la primera: el
Starwind
en órbita alrededor de la Tierra. En espera de suministros, de fondos y de nuevas misiones. Y de unos pocos hombres.
La última diapositiva era una dirección. Brillantes letras rojas notaban en el cubo blanco. Becker, con odio, acompañaba con la explicación.
—La exploración del espacio es la mayor aventura de la historia del hombre —decía, sonriendo con su sonrisa de plástico y hablando con una afabilidad de plástico—. Las estrellas son nuestra ilusión y nuestro destino. No cualquiera puede viajar a las estrellas, por supuesto. Pero aquellos que lo desean pueden participar de la aventura, y ayudar a construir el destino. El Gobierno Mundial tiene muchos gastos, y muchas causas que requieren prioridad. Sólo puede aportar una pequeña parte de la financiación necesaria para realizar los cruceros por el espacio. El resto, como saben, es provisto por entusiastas ciudadanos. Si ustedes comparten nuestros anhelos, les rogamos que se unan al combate. Por unos pocos cientos de crédito por año, pueden hacerse miembros de los Amigos del Espacio, SPACE. Recibirán credenciales de miembro y una suscripción de regalo a
Vuelo a las Estrellas
, la revista oficial de SPACE. Y también recibirán un regalo para los niños. Todos sus hijos, y todos los hijos del hombre: les daremos las estrellas.
Para un regalo como éste, el precio es bastante bajo. —Señaló la dirección que flotaba en el holocubo—. Si quisieran ayudar, pueden enviar sus contribuciones aquí: SPACE, Box 27, Centro del Gobierno Mundial, Ginebra. —Su sonrisa se hizo más amplia—. Por supuesto, las contribuciones son deducibles de los impuesto.
Hizo una reverencia y luego quitó el aparato de holovisión.
—Se ocupen de contribuir o no, espero que el espectáculo haya sido de su agrado.
Entonces la audiencia comenzó a aplaudir, se encendieron las luces, y la presidenta se puso de pie para anunciar que serían ofrecidos unos refrescos. Mientras preparaban el refrigerio, una rápida marea de mujeres fluyó sobre Becker y le agradeció efusivamente por la presentación y le prometió su apoyo. Él agradeció sus expresiones con gestos, risas y agradables sonrisas.
Mientras tanto, las despreciaba a todas.
Dios
—pensó—,
odio esto. Me han quitado las estrellas y me han dado viejas damas charlatanas y estúpidos auditorios de alto nivel. Y los odio. No es justo. Demonios, esto no es justo
.
Le ofrecieron café sintético y galletas de proteínas, y las aceptó con una sonrisa. Y las odió. Pero las odiaba y seguía allí, charlando de nimiedades. Eso era la política de SPACE. Al final, la audiencia comenzó a marcharse, una por una.
Justo en el momento en que Becker empezaba a pensar en marcharse, el doctor se acercó, con la taza de café en la mano. Bajo la luz no parecía tan viejo. Pero se lo veía cansado.
—Eso sí que fue un espectáculo, Comandante —dijo, con una sonrisa triste—. Me temo que me haya destrozado. Tengo la impresión que usted se llevará todas las contribuciones.
Becker retomó su sonrisa profesional.
—Bueno, su presentación era interesante, doctor. Y seguramente hay necesidad del tipo de trabajo que ustedes hacen allá en las subciudades. Yo no sería tan pesimista.
El doctor frunció ligeramente el ceño, bebió su café, y movió la cabeza.
—Venga, Comandante. No se burle de mí. Soy nuevo en este juego, y lo hice muy mal.
Usted sabe lo bastante como para darse cuenta de eso.
Becker, que estaba muy ocupado empaquetando su holovisión, dirigió una aguda mirada al doctor, junto con una mueca genuina. Miró a los lados para asegurarse que ninguna de las mujeres estaba al alcance de la conversación, y asintió rápidamente.
—Usted es perspicaz. Y tiene razón. Su presentación fue de tercera categoría. Pero mejorará con el tiempo. Entonces comenzarán a llegar las contribuciones.
—Hmmmm. Sí. —El doctor lo miró fijamente. Parecía estar decidiendo acerca de algo. Agregó—: Mientras tanto, por supuesto, hay miles de niños en las subciudades que tienen hambre y están enfermos. Y se quedan así. Y tal vez mueran. ¿Por qué? Porque no tengo tanta labia como usted. —Su boca dibujó una línea severa—. Dígame con honestidad, Comandante: ¿Nunca se siente culpable?
El estuche de la holovisión se cerró con un clic seco, y la mueca de Becker se trasmutó.
—No —dijo. Su tono se hizo penetrante—. Doctor, usted sabe que hay cuatro cruceros.
Debería haber cuarenta. O cuatrocientos. Podría haberlos. Pero el Gobierno Mundial no nos da el dinero. Los comentarios como el suyo nos están costando las estrellas.
Me están costando las estrellas, se estaba diciendo a sí mismo, y su mente hervía. Tan pocas naves, tantos voluntarios. Y esa maldita lista de espera
…
¿Qué era lo que dijo el General Henderson? Miles, ¿verdad? Sí. «Comandante, hay miles de candidatos para cada puesto en el crucero estelar. Y su desempeño en su primer viaje fue… bueno, adecuado. Pero no sobresaliente. Me temo que tendré que rechazar su solicitud para integrar la tripulación permanente. Lo siento»
.
Y yo dije… ¿Qué? Dije: «Me quita mis estrellas» por primera vez, pero no por última
.
«Lo siento», dijo. El bastardo. Nunca navegó en un crucero estelar en su vida. Ese culo-gordo seguro que nunca abandonó la Tierra. «No hay nada que yo pueda hacer», dijo. «Sin embargo, Comandante, todavía hay un lugar para usted. Usted tiene buena presencia y articula bien, y cree en lo que hace. SPACE necesita hombres como usted. Lo promovemos a las relaciones públicas. Sin las cuales, debo agregar, los cruceros estelares serían imposibles»
.
—Tengo tanta compasión como cualquiera —dijo Becker, colgando el aparato de un brazo—. Pienso que su trabajo es vital; me preocupan esos chicos. Pero usted también debería intentar la empatía, y tratar de comprender lo que nosotros estamos haciendo.
—Lo que ustedes hacen es un lujo mientras los niños pasan hambre en la Tierra —dijo el doctor.
Becker sacudió la cabeza.
—No. Tiene que haber lugar para ambas cosas. Usted dice que salva a un niño de la muerte, doctor. Muy bien. Pero, ¿qué clase de vida va a ofrecerle? Una vida muy pobre, sin las estrellas. Una vida sin esperanza, a largo plazo. Tal vez el hombre puede sobrevivir solo sobre la Tierra. Creo que podría. Pero sus sueños no, y sus mitos tampoco. Hay demasiada gente, y han superpoblado todos los sueños. Y no queda vida para nadie. Sólo sobrevivir día a día.
Se detuvo aquí. Era una buena tirada, su propia síntesis de los argumentos que había escuchado centenares de veces en SPACE. Era suficiente. Pero quería agregar algo más.
Tenía rabia y resentimiento, y continuó:
—Le diré algo más, doctor. Creo que necesitamos tanto su trabajo como el mío, tanto la Tierra como las estrellas. Pero creo que no están equilibrados en la balanza. Creo que necesitamos más las estrellas.
Golpeó la caja con su mano libre.
—¿Usted cree que me gusta esta mierda? La odio, doctor. Tal como la odiaría usted si tuviera que hacer lo mismo todo el tiempo. He soñado con las estrellas durante toda mi vida, y ahora me dicen que no soy lo suficientemente bueno como para ocupar un puesto permanente en un crucero. No que soy malo, fíjese. Sólo que no sobresalgo lo suficiente.
Y hay tan pocas plazas. Dígame, doctor, ¿qué sentiría usted si el Gobierno Mundial de pronto le anunciara que sólo los mejores cuatrocientos doctores en medicina estarían autorizados para ejercer de médicos? ¿Pasaría la prueba? ¿Qué haría? ¿Puede imaginar cómo sería eso? Transitar la vida, día a día, sabiendo lo que usted quería hacer, y sabiendo que le fue negado, tal vez para siempre. Trate de imaginarlo, si puede. Trate de saborearlo. Así es para mí, ¿sabe usted?. No se puede vivir en la Tierra, doctor. Yo no puedo, de cualquier forma. Yo puedo existir, pero no llamo a eso vivir. He visto las olas salvajes de Tormenta y escuchando a los Spiderantes cantando a su amanecer. ¿Se supone que me tengo que contentar con travesías en velero y partidos de fútbol? —bufó.
El doctor había continuado bebiendo su café con calma durante el estallido de Becker.
Ahora había bajado su taza, suspiró, y dio otra cansada sacudida a su cabeza.
—Comandante, lo siento por usted —dijo—. Suena muy amargo. Como que lo hubieran engañado. Pero usted ha tenido una suerte increíble, y no se da cuenta de ello. Ha hecho cosas que la mayoría de la gente sólo soñó, y sin embargo se queja de una vida vacía. No me trago eso. Usted ha volado en un crucero estelar, aún si fue una vez sola.
Comandante, déjeme decirle algo. Allá abajo, en la subciudad, tengo pacientes que nunca han visto las estrellas. Usted ha estado allí.
Becker, con la furia calmada, sonrió melancólicamente, en un gesto que parecía no concordar con su carácter, pero que era auténtico.
—He pensado acerca de eso —dijo, con tristeza— a veces. Tal vez tenga razón. Pero no ayuda, doctor. Ojalá lo hiciera. Pero no es así —pensó un minuto—. Lo siento por sus pacientes que no han visto nunca las estrellas —dijo luego—. Sabe, pienso que eso es casi peor que el hambre. Aunque no es justo que yo lo diga, ya que nunca he pasado hambre. Espero que algún día lleve a esos chicos al nivel superior, para que puedan echar un vistazo a través del smog. Pero no son los únicos que me dan pena. Me apenan todos aquellos que han visto las estrellas y no pueden visitarlas. O no pueden volver.
Supongo que esto es egoísmo. Pero así es y así será, me temo. Trato de vivir con esto. Y claro que creo en lo que hago, de un modo u otro. Acaso un día el Gobierno Mundial cambie de idea y tengamos más cruceros estelares, y yo podré viajar nuevamente, llevando algunos de sus chicos conmigo, ¿quién sabe? También es para ellos.