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Authors: Jack Campbell

Tags: #Ciencia-Ficción

Veinte minutos después, mientras los tripulantes, pertrechados con trajes de supervivencia, fingían coger los suministros de las naves síndicas y meterlos en los de la zona de carga de los transbordadores, Geary escuchó el aviso que tanto había temido.

—Avistada la fuerza síndica de persecución en la salida del punto de salto de Ixion —anunció el consultor de operaciones.

Geary contuvo la respiración mientras los sensores de la Alianza analizaban la fuerza síndica del punto de salto, que se encontraba en aquel momento a quince minutos luz, lo que significaba que habían tenido ya quince minutos para reflexionar sobre qué hacer antes de que la flota de la Alianza advirtiera siquiera su presencia en aquel sistema estelar.

El número de naves de caza asesinas y cruceros ligeros que lo formaban era todavía impresionante pese a todas las bajas que la flota de la Alianza había causado. Sin embargo, el número de cruceros pesados se había diezmado durante el último enfrentamiento. Muchos de ellos habían sido destruidos, y otros veintidós estaban entre las naves gravemente dañadas que habían quedado en aquel sistema estelar. De estos, nueve ya habían sido destruidos, y los que quedaban habían sido abandonados en la flotilla Herida. Así, en la flotilla que los perseguía solo quedaban dieciséis cruceros pesados.

Entonces aparecieron las naves más importantes. Cada vez eran más. Diez acorazados. Quince. Treinta y uno. Seis cruceros de batalla. Trece cruceros de batalla.

—Treinta y un acorazados y trece cruceros de batalla —murmuró Desjani—. No está mal.

—Están mejor que nosotros —dijo Geary.

Luego revisó unas cifras que ya se sabía de memoria. A la flota de la Alianza todavía le quedaban veintidós acorazados, los dos acorazados de reconocimiento, y diecisiete cruceros de batalla. Además de veintinueve cruceros pesados. No obstante, un gran número de las naves de la Alianza había sufrido un daño considerable, y aunque las habían reabastecido con nueva munición, seguramente los síndicos tenían a su disposición bastantes más misiles y metralla.

Treinta y un acorazados enemigos. Geary tardó un tiempo en calmarse. Tenía que respetar la capacidad de combate a la que se enfrentaban, y al mismo tiempo no ponerse nervioso.

—Solo les sacamos bastante ventaja en el número de cruceros pesados —dijo en voz alta.

Desjani negó con la cabeza.

—Hay otra cosa en la que tenemos ventaja —dijo ella, corrigiéndolo—. La última vez que el comandante síndico nos vio estábamos escapando para sobrevivir, y ha tenido once días para que se le quede esa imagen en la cabeza. Sin embargo, lo que va a ver ahora es el daño que le hemos hecho a las naves que dejaron atrás, por lo que se va a poner como una furia. El exceso de confianza y la ira suelen llevar a la imprudencia, señor.

—Ahí tiene razón —dijo Geary. No pudo evitar pensar que quizá ese mismo exceso de confianza y de ira, en mayor grado que la del resto de oficiales de la flota, era lo que le había llevado a tomar la imprudente decisión de ir por primera vez a Lakota. Sin embargo por aquel entonces tampoco es que importase demasiado. Lo que importaba era aprovecharse del más que probable estado de ánimo del comandante enemigo—. Veamos si hace lo que esperamos.

Los minutos pasaron y cada vez se hizo más evidente que el comandante síndico, ya fuese de forma imprudente o no, estaba haciendo lo que habían previsto. La formación enemiga había alterado ligeramente su curso y aceleraba para interceptar a las naves de la Alianza. Era la típica formación en caja dispuesta de manera rectangular con uno de los lados anchos mirando a la flota de la Alianza. Era una formación decente, adecuada para diversos cometidos, y cuya longitud, anchura y profundidad podían ajustarse según la situación táctica. Sin embargo, tenía sus limitaciones en lo que respectaba a su capacidad de artillería para enfilar a un punto dado de una formación enemiga, y a su velocidad para cambiar la orientación. Parecía que solo los habían entrenado para utilizar esa disposición. Eso suponiendo que no fuese la única permitida.

—Se dirigen a las naves de la Alianza situadas en la flotilla Herida —dijo Desjani con una sonrisa.

Geary comprobó cuánto tardarían en interceptarlos. Puesto que la flota de la Alianza había aminorado su velocidad para igualarla a la de la flotilla Herida, todas las naves de la Alianza se movían en dirección opuesta a la fuerza de persecución síndica, a algo menos de cero con cero dos c. Tras ellos, y cada vez a más velocidad, se encontraban los síndicos, que ya habían alcanzado cero con cero siete c. Geary configuró los sistemas de navegación para que considerasen que la fuerza que los perseguía seguiría acelerando hasta cero con uno c, y el resultado que obtuvo fue que los alcanzarían en dos horas con cincuenta y un minutos.

Eso suponiendo que las naves de la Alianza no realizasen ninguna maniobra. Durante bastante tiempo el plan de Geary había sido escapar en cuanto la fuerza que los perseguía apareciese, puesto que, dado el tamaño de la fuerza enemiga y la situación de su propia flota, no veía otra alternativa. Sin embargo, la posibilidad de usar a la flotilla Herida como arma había cambiado las cosas. Además, a menos que por alguna razón ilógica los síndicos dejasen de perseguirlos, tendría que acabar enfrentándose a ellos igualmente. Por lo menos en aquella situación tenía opciones de salir victorioso.

—¿Cree que pensarán que estamos aquí esperándolos? —preguntó Rione.

—Con suerte pensarán que estamos decidiendo qué hacer —le respondió Geary. Exactamente igual que en el sistema natal de los Mundos Síndicos, cuando la flota de la Alianza desperdició su precioso tiempo discutiendo sobre quién asumiría el cargo y qué se debería hacer—. Además, la formación Gran Bola Fea hará que se planteen si sigo al mando.

—¿Gran Bola Fea? Vale, entiendo. Va a aparentar indecisión y un miedo paralizante.

—Esa es la idea —dijo Geary, deseando que, efectivamente, tanto la indecisión como el miedo siguiesen siendo una apariencia.

Rione se acercó de nuevo a Geary y se aseguró de que el campo de atenuación de sonido que envolvía el asiento de Geary estuviese activado.

—Incluso yo me doy cuenta de que nos enfrentamos a un combate muy arriesgado. ¿Qué posibilidades tenemos?

—Depende —dijo Geary. Ella reaccionó irritándose—. En serio. Si algunas cosas salen como he planeado, tenemos bastantes posibilidades.

—¿Y si no?

—Pues la cosa se pondría fea. De todos modos, tendremos que enfrentarnos a ellos antes o después.

Rione clavó los ojos en Geary durante un rato.

—No es necesario que te diga lo importante que es que el
Intrépido
llegue al espacio de la Alianza. El
Intrépido
, no toda la flota. La llave hipernética que transporta podría equilibrar la guerra incluso aunque toda esta flota se perdiese.

Geary miró hacia la cubierta.

—Lo sé. ¿Por qué me lo dices si sabes que no es necesario?

—Porque sigues centrado en salvar tantas naves de la flota como te sea posible. No debes olvidar qué es lo que buscamos. ¿Se trata de perder al
Intrépido
intentando salvar a tantas otras como puedas, o de llegar con él a casa sin importar cuántas naves de la Alianza queden por el camino. Tu deber es centrarte en esta nave.

—No hace falta que me des lecciones sobre lo que es el deber —dijo Geary entre dientes. Rione tenía gran parte de razón, él era consciente de ello, pero no era el tipo de razón que iba a dejarle vivir tranquilo.

—Las demás naves podrían retener a la fuerza persecutora síndica mientras un destacamento especial de alta velocidad, conformado alrededor del
Intrépido
, carga tantas células de combustible como sea posible y se marcha en dirección al espacio de la Alianza —dijo Rione insistiendo, con un tono de voz neutral.

—Te refieres a que escapemos, ¿no? Estás sugiriendo que el
Intrépido
y unas pocas naves más abandonen a su suerte al resto de la flota.

—¡Sí! —Entonces Geary la miró a la cara y vio en sus ojos que no le gustaba lo que estaba diciendo, pero se sentía obligada a insistir. El deber. Su deber con la Alianza—. ¡Tienes que verlo en conjunto, John Geary! ¡Todos debemos hacerlo! No se trata de lo que queremos hacer, sino de lo que debemos hacer.

Él volvió a dirigir su mirada hacia la cubierta.

—Hay que hacer todo lo que sea necesario para vencer, ¿no? Se trata de eso, ¿verdad? —Rione no contestó—. Lo siento, pero no soy el héroe adecuado para esa tarea. No puedo hacer lo que me pides.

—Todavía hay tiempo...

—No digo que no sea posible, digo que no puedo hacerlo. No voy a abandonar las demás naves a su suerte. No acepto que nuestro fin justifique traicionar la confianza de aquellos que han depositado sus destinos en mis manos.

La voz de Rione sonó iracunda a la vez que suplicante.

—Todos ellos juraron sacrificarse por la Alianza.

—Sí, es cierto. Y yo también. —Volvió a mirarla—. Pero no puedo hacerlo, aunque le cueste la guerra a la Alianza. El precio a pagar sería demasiado alto.

La ira de Rione iba en aumento.

—Podemos permitirnos cualquier precio que sea necesario, capitán Geary. Por nuestro hogar. Por nuestras familias.

—¿Se supone que debería ser yo quien les diga eso a sus familias? «Gente de la Alianza, he sacrificado a vuestros padres, a vuestras parejas, a vuestros hijos, por vosotros.» ¿Quién crees que aceptaría ese trato? ¿Pensaría alguien que merece la pena a cambio de ganar?

—¡Todos nosotros todos los días! ¡Ya lo sabes! ¡Todos aceptan el trato cuando mandan a los soldados a la guerra! ¡Sabemos que arriesgan sus vidas por nosotros!

También tenía razón en eso, pero solo en parte.

—Nos confían sus vidas, pero no para que las desperdiciemos —dijo Geary con tono severo—. No voy a cambiar las vidas de la tripulación de esta flota por la llave hipernética síndica. Los dirigiré al campo de batalla, a dar lo máximo para llevar la llave al espacio de la Alianza, pero no voy a asumir que las vidas de los míos son el precio que hay que pagar. En el momento en que decida que cualquier precio está justificado, faltaré a lo que entiendo que es mi deber y la confianza que han depositado en mí. Ganaremos o moriremos, pero juntos, con honor.

Rione lo miró fijamente durante un rato. Luego negó con la cabeza.

—Una parte de mí está furiosa contigo, pero la otra se siente muy afortunada de que no haya podido convencerte. No soy un monstruo, John Geary.

—No he dicho que lo seas. —Se acercó con un movimiento brusco a la pantalla, en la que se podían ver claramente los movimientos de los navíos de combate que había en el sistema estelar—. Sin embargo, hoy va a morir mucha gente por las decisiones que tome ahora, y que he tomado. A veces me pregunto en qué me convierte eso.

—Mira a los ojos de tus compañeros, John Geary —dijo Rione con voz tranquila—, a los de aquellos que no vas a abandonar. En sus ojos verás lo que eres.

Rione volvió a su sitio. Geary respiró profundamente. Desjani parecía totalmente absorta en sus cosas. Se preguntó qué habría adivinado de lo que habían hablado él y Rione.

Tanto por las ganas de distraerse como porque realmente tenía que hacerlo, se puso en contacto con la capitana Crésida.

—Les voy a ordenar a las naves auxiliares que se alejen de la flotilla Herida en dos horas. Hasta ese momento se dejarán ver claramente sacando todo lo que podamos de las naves síndicas, como si estuviésemos desesperados.

Crésida asintió con la cabeza. Tan solo la velocidad con la que hizo el gesto denotaba lo nerviosa que estaba. Aquellos treinta y un acorazados y trece cruceros de batalla se iban directos a por su grupo, y para defender a las naves auxiliares solo disponía de dos cruceros de batalla, cuatro acorazados, de los cuales tres estaban dañados de distinta consideración, y un conjunto de escoltas en el mismo estado.

—Cubriremos a las auxiliares, pero vamos a necesitar apoyo.

—Lo tendrá —le prometió Geary—. Que la
Furiosa
y la
Implacable
no se lancen contra los acorazados síndicos. Intente frustrar sus ataques en lugar de plantarles cara. —Le estaba recitando consejos tácticos de tiempos de paz de hacía un siglo a alguien que había participado en docenas de combates.

Sin embargo Crésida volvió a asentir con la cabeza como si Geary hubiese compartido con ella un poco de sabiduría arcana.

—La
Guerrera
no puede maniobrar lo suficiente como para esquivar, tendrá que hacer frente al ataque. No sé cómo andarán la
Majestuosa
y la
Orión
.

El informe de estado mostraba que tanto la
Majestuosa
como la
Orión
habían recuperado la mayor parte de su capacidad de maniobra, por lo que Geary supuso que estaba expresando sus dudas sobre cómo se comportarían al tener delante a aquella masa de acorazados síndicos. Él tampoco lo tenía claro.

—Entiendo. La
Conquistadora
no debería darle problemas.

El capitán Casia tenía técnicamente más rango que Crésida, pero Geary había dado órdenes basadas en un laborioso plan para que Casia se limitase a defender a las naves auxiliares de forma que no pudiese interferir con las acciones de la oficial, mucho más capacitada que él.

—Espero que la
Conquistadora
consiga causarle algún quebradero de cabeza al enemigo —dijo Crésida.

—Yo también. Desbarataremos su embestida antes de que lleguen ahí. Con suerte habrán sufrido suficiente daño como para que el plan funcione.

Crésida sonrió mientras miraba a Geary.

—Y si no, hay destinos peores. Además, tengo a gente esperándome.

Le llevó un instante darse cuenta de que no se refería que la esperasen en casa, sino a lo que pasaría si la
Furiosa
caía durante el combate.

—La necesitamos, capitana Crésida. Haga lo que debe, pero sepa que la Alianza tiene ya demasiados héroes muertos.

—Eso es cierto. —Crésida volvió a asentir.

Geary cortó la comunicación y se quedó mirando el visor, en el que se veía a la poderosa fuerza síndica acelerando para atacarlos. Se preguntó cuántos más héroes muertos habría en la Alianza cuando terminase el día.

Capítulo 4

—¿No va a cambiar de formación? —volvió a preguntarle la capitana Desjani.

—¡No, no voy a cambiar de formación! —Geary la miró con mala cara. ¿Cuántas veces se lo habría preguntado durante la última hora? —Tenemos que aparentar ser un blanco fácil y desorganizado.

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