Wendigo

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Authors: Bill Bridges

Tags: #Fantástico

 

Los fieros hombres lobo llamados Garou se enfrentan a un mensajero del Apocalipsis, una enorme bestia del Wyrm capaz de devorar la misma historia y que amenaza con corromper Europa entera. En estas últimas partes de la serie Novelas de Tribu, los Garou tienen una última oportunidad de proteger a Gaia y derrotar a esta terrible monstruosidad.

En la Novela de Tribu: Wendigo, John Hijo del Viento del Norte y su Manada del Río Plateado dirigen a los suyos en una última y desesperada batalla.

Bill Bridges

Wendigo

Novelas de tribu - 14

ePUB v1.0

Ukyo
29.06.12

Título original:
Tribe Novel: Wendigo

Bill Bridges, noviembre de 2002.

Traducción: Manuel Mata Álvarez-Santullano

Ilustraciones: Steve Prescott

Diseño/retoque portada: Ukyo

Editor original: Ukyo (v1.0)

ePub base v2.0

Prólogo

Vancouver, Columbia Británica, 1983

El viento soplaba desde el norte siempre que Tormenta Matutina iba sola a los bosques. Nadie sabía lo que hacía allí y aunque algunos pensaban que era raro que abandonase a sus compañeros de manada en estas ocasiones, en su tribu no se consideraba algo inusual. Era una Garou del Pueblo Wendigo, una mujer lobo con fuertes vínculos con la tierra; si quería ir sola a los bosques, era señal de que había oído una llamada. Todos creían que era sabio responder a estas llamadas.

Junto a su manada, el Don del Trueno, patrullaba el sur de la Columbia Británica, siguiendo el rastro de la contaminación del Wyrm hasta su escondite y destruyéndolo o persiguiéndolo hasta devolverlo al otro lado de la frontera, fuera espiritual (la Umbra) o física (los Estados Unidos).

Al principio, sus compañeros de manada no prestaban demasiada atención a los solitarios vagabundeos de Tormenta Matutina. No suponían un estorbo para sus cacerías. Ella sólo se ausentaba cuando había cumplido con sus obligaciones, en los raros momentos de ocio entre las cacerías. Sin embargo, y esto era muy extraño, cuando pedía permiso para marcharse, nunca se comportaba como si tuviera derecho a hacerlo. Era casi como si fuera otro el que la llamara, alguien a quien hubiera conocido en sus solitarios viajes.

Regresaba a la manada muy cansada, como si llevara días caminando, pero con una sonrisa en el rostro que ni siquiera las bromas más despiadadas podían borrar. Era como si su furia fuera un bebé adormilado, no el monstruo terrorífico de costumbre que había que reprimir con esfuerzo antes de que se manifestara. Cosa rara en un Ahroun, uno de los guerreros nacidos bajo la luna llena. Tormenta Matutina era la guerrera principal de la manada. Y sin embargo, siempre que aparecía el enemigo, parecía que tenía furia de sobra para combatirlo.

Un día Ladra-Coches se burló de ella con la excusa de sus solitarios viajes.

—¿Dónde vas, Tormenta Matutina? ¿Finges que eres un lupus, un nacido a cuatro patas?

El Rabagash sonrió al decir esto, porque al igual que ella, era humano de nacimiento, pero pensaba que el origen salvaje de sus hermanos lobo era divertido y trágico.

—Dónde voy es asunto mío, Sin Luna —respondió Tormenta Matutina, mientras se le erizaba el vello, miraba los ojos de Ladra-Coches y amenazaba con desafiarlo—. No vuelvas a preguntármelo.

El pobre bromista salvó la cara fingiendo que resbalaba con una cáscara de plátano, con lo que pudo arrojarse de espaldas frente a Tormenta Matutina —un signo de sumisión lupina— al tiempo que dejaba bien claro que todo era una broma por medio de un viejo truco de vodevil. Los demás se rieron, y también lo hizo Tormenta Matutina y de este modo todo el mundo quedó contento.

Pero Tormenta Matutina no podía seguir ocultando su embarazo. Su constitución musculosa logró mantener engañados a sus hermanos de manada más tiempo de lo normal, pero al quinto mes la hinchazón de su vientre no pudo seguir atribuyéndose a la musculatura de un guerrero. Su secreto había durado demasiado.

Diente Salvaje, el macho alfa, saltó sobre ella y la tiró al suelo. Se encaramó encima de su pecho y le acercó el hocico a la oreja para gruñirle:

—¡Explícate, Tormenta Matutina! ¿Quién es el padre de la criatura que llevas en el vientre?

Tormenta Matutina rugió y se lo quitó de encima con un repentino arrebato de cólera: la furia había despertado en su cuna. Gruñó y adoptó la forma de batalla, preparada para enfrentarse a cualquier asalto. Ladra-Coches, que no quería tener nada que ver con tales violencias, se alejó reptando. Los Gemelos de la Flecha de Pedernal intercambiaron una mirada nerviosa, esperando a ver qué hacía el otro. Ojo de Cielo Azul emitió un gruñido sordo en su nativa forma lupina, sin saber muy bien qué hacer, esperando una señal de su líder.

Diente Salvaje asumió forma humana y se sentó sacudiendo la cabeza con exasperación. Esto sorprendió a todos, incluida Tormenta Matutina, cuya furia se marchó como el viento cuando se cierra una puerta. También ella tomó forma humana y se sentó.

—Dime que no es el hijo de un Garou el que está creciendo en tu interior —dijo Diente Salvaje.

—No lo es —dijo Tormenta Matutina—. El niño no será un cachorro lunar. Será puro.

—Entonces no volveré a preguntártelo. Tu secreto te pertenece. Pero debes saber esto: ocultarle un secreto a tus compañeros de manada es una cosa mala. No te traerá la tranquilidad que anhelas. Sólo atizará el resentimiento y te conducirá a la soledad.

Tormenta Matutina pareció sumirse entonces en una reflexión, como si se dispusiera a revelar la verdad de su concepción, pero al final guardó silencio y aceptó la suerte que pudiera acarrearle su decisión.

Ladra-Coches se le acercó en forma humana, rodando sobre sí mismo como una rueda.

—¡Oye! —exclamó—. ¿Puedo ser el padrino? ¡El crío necesitará a alguien con sentido del humor en su vida!

Tormenta Matutina sonrió, agarró al travieso Rabagash y le sujetó la cabeza debajo de la axila mientras le frotaba la frente con los nudillos de la otra mano.

—¿Quieres ser el padrino? ¡Sólo si tu cabeza es lo bastante dura para aguantar todos los golpes que voy a darte!

—¡Ayyyyy! ¡Suéltame! —gritó Ladra-Coches mientras se debatía tratando de escapar. Los demás se echaron a reír porque sabían que el bromista podía escapar de su presa en cuanto se lo propusiera. Ése era su fuerte, liberarse de cualquier atadura.

El asunto quedó pues zanjado y nadie volvió a preguntar quién era el padre del niño.

Llegó el verano y con él el momento en que debía dar a luz. Sabía que no faltaba mucho y les dijo a los demás que debía ser en el bosque, «entre los vientos». Les pidió que la acompañaran y todos accedieron. Aunque algunas veces refunfuñaban al acordarse del secreto que les ocultaba, le profesaban un amor profundo. No estaban dispuestos a faltar en un momento tan sagrado como el nacimiento del hijo de una Garou, aunque faltaran años antes de que su verdadero linaje —como Garou o como mero pariente— fuera a ser conocido.

Tormenta Matutina los llevó a lo profundo del bosque, al lugar en el que, según les aseguro, había concebido al niño. Era un prado oculto en un círculo de árboles, pinos que se mecían en el viento susurrando un suspiro sedoso. Se sentó en el centro del claro, entre las flores silvestres, y esperó. Su manada recorría el bosque circundante, recogiendo agua y comida para llevarle. Al poco tiempo tenían bayas, raíces y carne de ciervo para alimentarla mientras durara la espera.

Tres noches después, durante la luna llena, Tormenta Matutina empezó su labor. Pasadas las contracciones, rápidas y fuertes, al mismo tiempo que aparecía la cabeza del niño, un terrible aullido se abatió sobre el claro y ahogó hasta los gritos de dolor de Tormenta Matutina. El aire echaba chispas, como si hubiera caído un rayo en alguna parte, pero no se veía ninguna tormenta. Parecía haber formas que se movían detrás de las nubes y los árboles temblaban. En ese momento, parte del cielo se abrió y una horda de destellantes criaturas carnosas cayó sobre el claro, como gusanos arrancados de un cadáver zarandeado. La manada profirió un aullido de advertencia mientras las criaturas desgarraban el velo que separaba su mundo y las tierras espirituales, se manifestaban como un diluvio y cruzaban aullando los campos en dirección a la parturienta.

Diente Salvaje gruñó, saltó sobre la Perdición más próxima y le clavó los colmillos en la blanda garganta. Manó sangre púrpura y la cosa cayó muerta pero casi al instante su nuevo cuerpo se disolvió en un montón de mucosa. Pero siguieron llegando, una hueste de criaturas deformes impelidas por el infierno a alcanzar la madre y el niño, que aún entonces seguía luchando por nacer.

Los Gemelos de la Flecha de Pedernal mataron dos más, cada uno de un solo flechazo y Ladra-Coches logró que otra lo persiguiera en lugar de atacar a Tormenta Matutina. Se escondió detrás de un árbol y dio un salto desde allí mientras la criatura pasaba por donde él había estado. Sus garras la destriparon, dejando un rastro grasiento sobre las flores silvestres. Ojo de Cielo Azul abrió su nuez fetiche con los dientes y liberó al espíritu de fuego de su interior. Una conflagración instantánea recibió a la siguiente oleada de Perdiciones, que profirieron gemidos y gritos de dolor mientras su carne quedaba reducida a cenizas.

En ese momento, sin embargo, una horripilante criatura garruda que corría sobre tres patas atravesó el muro de fuego. Mientras el niño caía del vientre de Tormenta Matutina, el monstruo abrió las fauces para engullirlo. Sus dientes se cerraron como un cepo, pero no sobre carne de bebé, sino sobre un musculoso brazo Crinos. Tormenta Matutina había adelantado el brazo para defender al recién nacido. A continuación tiró con todas sus fuerzas y la Perdición salió despedida por los aires. Los dientes desgarraron un jirón de ligamentos, pero el niño estaba ileso.

Mientras Tormenta Matutina se inclinaba para cogerlo entre sus brazos, una garra le cortó la garganta desde detrás. La sangre de sus arterias se vertió sobre el niño mientras ella se volvía y le aplastaba el cráneo al monstruo con sus últimas fuerzas. Un gorgoteo apagado escapó de su garganta mientras sus ojos se apagaban. Lo último que vio fue a su hijo, un niño humano hermoso y perfectamente formado, que abría la boca e inhalaba una bocanada de aire para preparar su primer llanto.

El grito del niño sacudió el cielo e hizo que se estremeciera la tierra. Jamás hubo trueno alguno tan estruendoso como aquel grito y el aire, azuzado por el sonido, empezó a sacudir violentamente el claro. Apresó las Perdiciones y las arrojó al suelo. Ladra-Coches salió despedido y chocó contra los árboles y tuvo que sujetarse al ramaje para no caer al suelo. El remolino lanzó a Diente Salvaje contra una roca; sintió que se le partían las costillas. El viento desatado tiró a los demás al suelo; no pudieron levantarse hasta que el niño dejó de gritar para coger aire. Cuando reanudó su llanto lo hizo con voz normal, el sollozo vigoroso y saludable de un recién nacido.

La manada volvió a levantarse para defender al niño de las Perdiciones pero sólo quedaban manchones de mucosa hedionda. Las demás habían escapado o se las había llevado el extraño viento.

Ojo de Cielo Azul se acercó al niño caminando con sólo tres patas y arrastrando tras de sí la cuarta, que estaba rota. Lo acarició con el hocico y el niño se calmó. Su llanto fue perdiendo fuerza. Se atragantó, abrió y cerró los dedos de las manos, dobló los de los pies. La loba cortó con los dientes el cordón umbilical y empezó a lamer los desechos del parto de la suave piel del niño. Si la aspereza de su lengua molestó al bebé, no dio muestras de ello.

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