Wendigo (6 page)

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Authors: Bill Bridges

Tags: #Fantástico

Más tarde, tras haberse atracado, se sentó junto al fuego en forma humana y empezó a calentarse las manos. Una vez que su mente se hubo calmado y pudo volver a pensar con claridad, miró a su alrededor.

—¿Quién eres? —dijo—. ¿A quién tengo que dar las gracias por mi comida?

Tú mismo te has ganado la comida
, dijo la voz, que aparentemente estaba a su alrededor, por todas partes, arrastrada por el viento.
Has pasado la prueba
.

—¿Prueba? ¿Por qué estoy siendo sometido a una prueba? ¿Quién eres?

El viento sopló con fuerza un momento y se reunió formando un remolino alrededor del fuego. Tomó forma, una forma hecha de nieve y hielo. Un gran oso se erguía frente a John, mirándolo con ojos severos pero amables.

Soy el Viento del Norte. Soy tu padre
.

Capítulo cinco

Pie Velludo tropezó con un tronco pero inmediatamente se levantó y siguió corriendo. La momentánea pausa, sin embargo, permitió a Ojo de Tormenta superarlo de un salto y caer delante de su camino. Cuando volvió a ponerse en marcha, el pie del Wendigo se encontró con sus mandíbulas. Los dos cayeron al suelo.

—¡Auuu! —gritó Pie Velludo mientras caía al suelo—. ¡Suelta! ¡Suelta! ¡Dios, me duele!

Ojo de Tormenta relajó un poco las mandíbulas pero no lo soltó. El resto de la manada apareció y rodeó al Rabagash, que empezó a proferir insultos.

Mientras lo hacía, su cuerpo empezó a cambiar y se convirtió en una criatura más grande. Esto no sorprendió a Ojo de Tormenta, que esperaba que asumiera la forma de batalla Garou. Sin embargo, la forma que adoptó la sorprendió tanto que lo dejó ir.

Pie Velludo le sacó el pie de las mandíbulas, se lo cogió entre las manos y empezó a balancearse de un lado a otro mientras el dolor le hacía apretar los dientes.

—¡Joder, zorra, eso duele!

El resto de la manada había cambiado también de forma, a Crinos, pero estaba contemplando a su presa con la boca abierta.

—¿Qué… qué eres? —preguntó Julia mirando fijamente a lo que parecía ser un híbrido entre hombre y glotón. El hocico corto y velludo era a todas luces el de un glotón, así como los anchos hombros.

Pie Velludo levantó las manos solicitando una tregua.

—Vale, vale, me tenéis. Sois unos bastardos persistentes, eso os lo concedo.

Grita Caos lo miraba como si no pudiera dar crédito a sus ojos.

—¡Pero si los hombres glotón no existen!

—No, no existen —dijo Pie Velludo—. Puedes llamarme Kwakwadjec.

Se puso en pie y levantó una pierna peluda. Un ruido húmedo y atronador anunció la llegada de una peste que asaltó sus olfatos. Pie Velludo emitió un suspiro de satisfacción, como si llevara mucho tiempo conteniéndose.

—¡Buagh! —exclamó Carlita y escupió como si al limpiarse la boca pudiera librarse de la peste—. Eres un cabrón redomado. ¿Y qué coño se supone que significa ese nombre?

—¿Significar? —dijo Pie Velludo, indignado—. ¡Soy Kwakwadjec!

—¿Y? —dijo Carlita—. ¡Yo soy Hermana Guapa y te voy a mandar al Pleistoceno de una patada en el culo como no me expliques dónde coño está John!

—¡Estúpidos lobeznos! ¡Nadie recuerda las viejas costumbres! ¡Soy Glotón, capullos!

—Espera un segundo —dijo Julia—. ¡Ya me acuerdo! ¡Eres un espíritu! ¡Uno de los hijos de Wendigo! Pero eso no tiene sentido. ¿Cómo puedes estar aquí, físicamente?

Pie Velludo se rascó el trasero con una peluda garra.

—Ya-oh-ga, guardián del Viento del Norte, me cedió parte de su poder. Mientras John Hijo del Viento Norte permanezca en la Umbra, yo puedo estar físicamente en este mundo. ¡Y vaya si lo he hecho! ¡Esa tía era una cachonda!

Ojo de Tormenta gruñó.
¡Devuélvenoslo!

—No puedo —dijo Pie Velludo encogiéndose de hombros—. Eso debe decidirlo padre.

John se puso en pie y se volvió hacia su padre. El oso de hielo se erguía sobre él, un pilar de fuerza, pero no parecía amenazante. Sus ojos contemplaban a John con apreció.

—¿Es cierto? —preguntó éste—. Siempre… siempre había creído que mi nombre era una… una metáfora. Que significaba que tengo la fuerza del viento del norte. Y tú… ¿tú me estás diciendo que eres mi padre?

Lo soy
, dijo el padre.

—¿Por qué me has traído aquí? Supongo que Pie Velludo estaba siguiendo tus órdenes. ¿Dónde está Aurak Danzante de la Luna?

Te he traído aquí para ponerte a prueba
, dijo el oso mientras se ponía a cuatro patas y encorvaba los hombros. Ya no era el padre amoroso sino un animal amenazante.
Te espera una tarea muy difícil, hijo mío. La Serpiente del Río te ha concedido un poderoso destino, que hasta el momento te ha proporcionado gran gloria
.

—¿Uktena? ¿Te refieres a él?

Todo cuanto ha ocurrido no es nada comparado con el peligro que nos aguarda en el futuro
. El oso avanzó. Sus zarpas eran como árboles gigantes que se desarraigaban a sí mismos.
Te amo demasiado como para permitir que te arriesgues a sufrir este destino. Si fracasas, tu espíritu no sobrevivirá
.

—No comprendo —dijo John mientras se adelantaba para demostrarle al oso que no le tenía miedo—. ¿Por eso me hiciste pasar hambre y casi me dejas morir?

Muchos Garou de mayor rango que tú caerán en la batalla que se avecina. Habría sido mejor que cayeras aquí que en el reino del enemigo, lejos de los tuyos. Pero has sobrevivido. Venciste al espíritu caníbal y a tu propia hambre. Honraste el pacto con los espíritus aún a costa de tu propia vida. Eres más fuerte de lo que me hubiera atrevido a esperar. Estoy orgulloso de mi hijo
.

John no sabía qué responder. Su rabia creció al darse cuenta de que había sido utilizado, arrojado a una prueba mortal para justificar que su padre lo salvara de una empresa más peligrosa. Pie Velludo lo había engañado y lo había separado de su manada, le habían hecho pasar hambre, lo habían atacado y le habían negado la comida, y todo ello para complacer a su padre. Su padre, el Viento del Norte, que no conocía privaciones ni sufrimientos físicos.

Y sin embargo, su padre le había dicho que se sentía orgulloso de él. Desde niño, había anhelado saber quién era su progenitor. Su abuela decía que no lo conocía en persona pero que era un gran guerrero que había caído luchando por el bien de otros. Durante años John había pensado que era una especie de comando de operaciones especiales, caído en una misión secreta defendiendo la libertad del mundo. Conforme iba creciendo, se fue dando cuenta de que no era cierto. Lo más probable es que su padre fuera un don nadie alcohólico que abandonó a su madre en medio de un sueño inducido por las drogas.

Su abuela se negaba a creer que su madre hubiera muerto siendo adicta a las drogas o prostituta, pero la ausencia completa de información, aparte del consabido «ha muerto valientemente» le impedía creer otra cosa a él. Hasta que llegó su Primer Cambio.

Cuando se convirtió en Garou, le contaron la verdadera historia. Su madre había muerto en el parto, sacrificándose para que él pudiera vivir. Lloró largo tiempo y le pidió a su espíritu que lo perdonara por haber puesto en duda su valor, pero siguió sin saber quién era su padre.

Y allí estaba al fin, delante del propio viento, que aseguraba que era su padre.

La cicatriz que te ha quedado en el hombro te recordará que debes golpear a tu enemigo en el corazón
, dijo el oso,
porque es allí donde es más débil. No lo olvides, porque llevas esta verdad en la piel
. El oso se volvió para marcharse pero antes de hacerlo volvió la mirada hacia John.

—Espera —dijo éste mientras se adelantaba un paso con las manos extendidas y lo llamaba—. ¡No puedes irte ahora! ¡Tengo… tengo tantas cosas que preguntarte!

He estado demasiado tiempo lejos de las Puertas del Norte. Debo ocuparme de los vientos
. Con estas palabras, un remolino lo envolvió, deshizo su forma, la devolvió al hielo y la nieve y la desperdigó en la tormenta.

—¡No! —gritó John Hijo del Viento Norte mientras daba un paso al frente. Empuñó la lanza con las dos manos y agachó la cabeza—. ¿Por fin nos conocemos y no puedes ni hablarme? ¿Tan poco digno soy que vuelves a abandonarme?

Una mano se posó en su hombro. Carne real, ni hielo ni viento. Le dio un apretón tranquilizador y, al volverse, se encontró con un indio de unos treinta y pocos años vestido con un traje tradicional Kwakiutl.

—No es culpa tuya, John Hijo del Viento Norte —dijo el hombre—. Tu padre tiene grandes responsabilidades, deberes que abandonó durante mucho tiempo para cortejar a tu madre. Ahora no puede quedarse a charlar. Por eso me ha enviado a mí.

John se puso en pie.

—¿Quién eres?

El indio le ofreció su brazo. Cuando John lo aceptó, le dijo:

—Soy tu padrino, Ladra-Coches.

John tragó saliva tratando de contener las lágrimas.

—Pero si me dijeron que habías muerto… La manada entera de mi madre, el Don del Trueno, murió combatiendo al Wyrm. Eso fue lo que me contaron cuando me convertí en un Wendigo.

—Estoy muerto. Más o menos. He escapado a las ataduras de la muerte para poder estar aquí, para verte y asegurarme de que estás bien. Yo soy lo que podrías llamar un espíritu ancestro.

—¿Tú eres el que me ha hecho esto?

El rostro de John estaba ahora cubierto de lágrimas, que el viento helaba sobre sus mejillas.

—Eh —dijo Ladra-Coches—. Ahora tienes que ser fuerte. Por supuesto que he sido yo. Le hice una promesa a tu madre antes de que nacieras. Los lazos de la manada son algo de lo que no se puede escapar. Y además no quiero hacerlo. Sé que no fue fácil ser huérfano pero somos Wendigo. Hemos comido cosas más amargas que la soledad.

»Si vivimos siempre en el pasado, no tendremos futuro. Esto es lo que nuestra tribu tiene que aprender. Esto es lo que tienes que decirles. —Se acercó al fuego—. Ven, vamos a un lugar más cálido.

John asintió y lo siguió.

—¿Se encuentran bien mis compañeros de manada?

Ladra-Coches sonrió.

—Creo que sí. No llegaron a entrar en la Umbra, si eso es lo que te preocupa. Están persiguiendo a Pie Velludo para tratar de sacarle algunas respuestas.

—¿Y quién es ese tío, por cierto?

—Digamos sólo que demasiada gente piensa que los Wendigo no somos más que un puñado de soldados amargados. Nuestras leyendas, sin embargo, están llenas de cuentos de bromistas, algunas de ellas más verdes que el cuento más indecente de Coyote. Joder, a los Rabagash como yo nos encantan esta clase de cosas. ¿Cómo crees que pasaban nuestros antepasados el tiempo en los fríos inviernos? ¿Mirándose unos a otros sobre el fuego? Demonios, no. Se contaban chistes, montones de ellos.

—Sí, he oído algunas de las historias. Sobre Cuervo y sobre Whiskey Jack ¿Así que Pie Velludo es en realidad un Rabagash del Clan del Lobo Invernal?

—No, pero no debes preocuparte de tus compañeros por ahora.

John se dio cuenta entonces de que los vientos habían cesado y la nevada era menos intensa. El amargo frío había remitido y por vez primera desde que entrara en la Umbra se sentía bien. Vio unas huellas de animal delante de él. Parecía que Ladra-Coches estaba siguiéndolas. No pudo identificar al animal pero estaba seguro de que se trataba de un felino grande o una mofeta.

—¿De quién son las huellas que seguimos?

—De un glotón. Síguelas y encontraremos a Pie Velludo. Donde esté él, es muy posible que encontremos a tu manada.

Mientras seguían las huellas, la tormenta fue amainando más y más. Aquí y allá empezaba a asomar el suelo, hierba de color pardo que se veía entre el manto húmedo y cada vez más fino.

—Tengo que advertirte de algo —dijo Ladra-Coches—. Para eso me han enviado. ¿Recuerdas esa extraña tormenta que ha estado azotando la Umbra? ¿La de los pájaros negros?

—¿Cómo podría olvidarla?

—Bien. Pues viene del reino de Jo’clath’mattric.

John hubiera jurado que la mención de la bestia del Wyrm en la Umbra provocó el graznido de unas aves en la distancia, un sonido que recorrió como un escalofrío su columna vertebral, a pesar de que ya no sentía frío.

—Toda la gente y las cosas que atrapa —dijo Ladra-Coches— se las lleva a su reino y allí se abate sobre ellos como un tornado.

—El rey Albrecht está tratando de encontrar ese reino. ¿Estás diciendo que si sigue la tormenta podrá llegar hasta allí?

—No, lo harían pedazos. Nada puede sobrevivir a esa tormenta. No sin ayuda. Ahí es donde entra tu padre. Te ha concedido un presente. Considéralo un regalo por tu mayoría de edad y una disculpa por todo lo que te ha hecho pasar. Le impresionó profundamente tu manera de comportarte, en especial con aquel ciervo. Demonios, yo me habría arrojado sobre él y me habría dado un banquete. Si lo hubieras hecho, mucha gente habría muerto de hambre. Y no sólo los que viven de los ciervos en el norte. Mucha carne se habría echado a perder. Si jodes a uno del Pueblo de la Pezuña, todos los demás pueden organizar un boicot. Aunque eso no me hubiera importado, no cuando estaba vivo. No era demasiado listo. Pero tú pasaste la prueba con sobresaliente.

John sonrió, lleno de satisfacción al enterarse de que su padre se había sentido orgulloso. Se preguntó cuánto podría llegar a acercarse a un espíritu que guardaba los vientos del norte y se dio cuenta de que probablemente muy poco, al menos mientras viviera. La separación entre los espíritus y los humanos era demasiado grande en aquellos tiempos. De hecho, un apareamiento con un ser de este mundo, aun con un Garou, era una cosa insólita. No se había oído nada parecido desde hacia años pero allí estaba él, el producto de un auténtico mito.

—Por supuesto —dijo Ladra-Coches—, no es sólo para ti. Tu padre tenía una deuda con Uktena, el tótem de tu manada, y éste quiere cobrársela.

—Ya veo. ¿Y cuál es ese regalo?

—Los espíritus de tu padre y todos aquellos que sirven a las Puertas de los Vientos podrán atravesar la tormenta y proteger a quienes vayan con ellos.

—¡Es magnífico! —exclamó John—. ¡Albrecht podrá dirigir un ejército allí, para enfrentarnos al fin a Jo’clath’mattric!

—Ésa es la idea. Pero… no es ninguna garantía. Jo’clath’mattric es más grande de lo que puedas imaginar, John. No se trata de una simple incursión en un túmulo del Wyrm. Es un ataque contra las fauces de un monstruo. No te confíes. Te has ganado la confianza de tu padre pero él no puede hacer un mero ademán y dejar que los vientos se encarguen de todo. Las cosas ya no son como en los viejos tiempos. El mundo ha olvidado a los espíritus de nuestra tribu y éstos no pueden regresar con facilidad, y mucho menos a un reino del Wyrm. Para eso estamos nosotros, los lobos cambiantes. Para llegar a sitios a los que los espíritus no pueden, porque nosotros somos de carne y espíritu.

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