El grupo de guerreros que se encontraba delante de él avanzaba sin detenerse. La partida entera salió del túnel y se desplegó mas allá de la entrada de la caverna para hacer sitio a los que venían detrás. En cuanto salió del pasillo, John se situó a la derecha y volvió el rostro para asegurarse de que Julia seguía a su lado. Estaba allí, pero tenía la mirada dirigida hacia arriba. John siguió su mirada y vio una bandada de Perdiciones del Saber que se precipitaba sobre los guerreros desde el oscuro techo de la caverna.
En las paredes de la enorme sala, los espíritus del saber buscaban refugio en grietas y agujeros. Aparentemente, la primera oleada de Perdiciones había sido derrotada, y los espíritus habían quedado libres. Lo que estaba viendo ahora era la segunda.
Loba Carcassone, que se encontraba a su lado, abrió un saquillo pintado con extraños glifos de todas clases y pareció aullarle al cielo, pero John no oyó nada. Los espíritus del saber, en cambio, sí que parecieron captar su llamada y algunos de ellos abandonaron sus nuevos refugios de las paredes y se escondieron en su bolsa. Por muchos que entraran allí, ésta no se hacía más grande, como si tuviera más espacio por dentro que por fuera. John se dio cuenta de que estaba tratando de reunir los espíritus para tratar de salvar el pasado. Los cuentos de aquellos espíritus podían ser también un arma poderosa para los clanes de los Garou… si salían vivos de allí.
John sujetó la lanza con las dos manos y se preparó para recibir la embestida de una Perdición que se abalanzaba sobre él. En el último momento, la Perdición se inclinó a un lado, evitó el lanzazo y se arrojó sobre la cara de John. Pero éste había anticipado el movimiento y giró la lanza con la destreza de un auténtico experto. No tuvo que hacer nada más; la Perdición se empaló a sí misma con la fuerza de su propio impulso. Su carne voló en todas direcciones, como una camiseta arrojada a un ventilador industrial de alta potencia. Cuando los jirones cayeron al suelo, se desenmarañaron y se convirtieron en espíritus del saber. Los confusos espíritus empezaron a girar en espiral, buscando una vía de escape, antes de huir por el túnel en dirección a la entrada del reino y la libertad.
John examinó la punta de la lanza. La vaina de hielo estaba intacta. Aún no sabía qué poder tenía, pero estaba claro que todavía no se había activado. Miró a su alrededor para ver si alguien necesitaba su ayuda pero ya habían acabado con la segunda oleada. Los curanderos Hijos de Gaia estaban ocupándose de dos guerreros que tenían heridas de aspecto terrible en el pecho y los brazos. Las víctimas se movían de un lado a otro, aparentemente confundidos por su condición.
—Parece que las Perdiciones les han dado un buen bocado —dijo Julia—. No recuerdan dónde están. Los curanderos se ocuparán de ellos enseguida.
—¡Dispersaos! —gritó Albrecht, al que John veía ahora, sacudiendo el gran klaive en el aire y cubierto de restos de las Perdiciones del Saber. Aparentemente, no estaban hechas tan solo de espíritus.
Los guerreros obedecieron sus órdenes y se desplegaron por toda la caverna formando una línea. Se encontraban sobre un saliente que desembocaba en un lago subterráneo. Sus luces no eran lo bastante intensas como para disipar todas las sombras, pero sí lo suficiente para distinguir una especie de isla en su centro, cubierta de ruinas antiguas. A los lados, otras aberturas en la pared llevaban a nuevos pasadizos oscuros e ignotos. Los guerreros se volvieron para prevenir cualquier incursión procedente de allí.
—Aurak —dijo Albrecht—. ¿Puedes enviar tus exploradores?
Aurak le habló a dos de los Wendigo de su séquito y éstos dieron un salto. En lugar de caer, empezaron a caminar por el aire como si fuera sólido, dejando tras de sí un rastro de escarcha. Mientras sobrevolaban el lago, las luces que llevaban iluminaron el lugar para que los demás pudieran verlo. Las ruinas parecían griegas, con algunos motivos egipcios entremezclados.
—Atlantes —dijo el Theurge Uktena, Fin de Nube. Se acercó a la orilla y dirigió una mirada entornada al otro lado—. Lo he visto en el cuento de uno de los espíritus del saber liberados. Pasó a través de mí mientras huía y capté un retazo de su antigua canción.
—Tienes que estar de coña —dijo Albrecht—. ¿Atlantes?
—Yo no miento —dijo el Uktena con aire desdeñoso—. Lo he visto con tanta claridad como si hubiera vivido allí antes de su hundimiento. Son columnas atlantes. ¿Ves el motivo decorativo de la concha y el calamar gigante?
—No. Desde aquí no, pero te creo. No importa. Son sólo recuerdos; ignoradlos y concentraos en nuestro objetivo: Jo’clath’mattric.
Los exploradores rodearon la isla y regresaron corriendo junto al grupo, pasando por el aire como rocas arrojadas sobre la superficie del lago. Se dejaron caer sobre la arena.
—Ahí hay algo —les informó uno de ellos—. Una especie de serpiente, arrollada entre las ruinas. Hemos visto las escamas que utiliza para respirar.
Albrecht miró a Aurak y Loba.
—¿Es él? ¿Cruzamos el lago para matarlo?
Loba sacudió la cabeza con aire dubitativo.
—No sé. Ese agua podría estar llena de Perdiciones. La serpiente podría ser un espejismo, un recuerdo. ¿Quién sabe si se trata verdaderamente de Jo’clath’mattric?
—Muy bien. ¿Y si enviamos un pequeño grupo expedicionario para echar un vistazo
in situ
?
—Sería sensato —dijo Aurak—. Así no comprometeríamos todas nuestras fuerzas en caso de que la verdadera bestia espere en otro lado, al final de uno de esos túneles.
Albrecht se volvió hacia el grupo.
—¿Algún voluntario para investigar la isla?
Varias manos se levantaron. John alzó la suya y cogió la de Julia para levantarla también.
—¿Qué estás haciendo? —susurró—. No estamos preparados.
—Mejor que cualquiera de ellos —dijo John—. Después de lo que hemos pasado, tenemos más experiencia luchando bajo el agua y además, Uktena es nuestro tótem. Esto es cosa nuestra.
—Manada del Río de Plata —dijo Albrecht—. Me alegro de que os hayáis presentado voluntarios. Es un buen augurio.
John reparó en que Grita Caos también había levantado la mano, así como Ojo de Tormenta. Carlita hizo lo propio, aunque de mala gana.
—Tendréis que nadar —dijo Aurak—. Mis guerreros no pueden caminar por el cielo llevando a otros a cuestas.
—No pasa nada —dijo Grita Caos mientras se acercaba a la orilla del agua—. Ya lo hemos hecho antes. ¿Estáis preparados, chicos?
Se volvió hacia sus camaradas y les miró los ojos para asegurarse de que lo estaban. Julia y Carlita asintieron, aunque no sin un sentimiento de resignación. John y Ojo de Tormenta se acercaron a la orilla del agua y se metieron hasta los tobillos en el agua mientras esperaban a que los demás se reunieran con ellos. Entraron todos en el lago y avanzaron hasta que el agua les llegó a la altura del pecho y entonces empezaron a nadar.
Los exploradores Wendigo, sustentados aún por los vientos, flotaban sobre ellos, sosteniendo sus luces para señalarles el camino. Nada se alzó de las aguas para estorbarlos. John aspiró profundamente, sumergió la cabeza y abrió los ojos para ver si había algo debajo de ellos. No se veía más que una oscuridad imprecisa. Parecía haber formas oscuras descansando en el fondo del lago, a unos siete metros de profundidad. Parecían extensiones de las ruinas de la isla. Puede que el templo fuera el punto más alto de una ciudad antigua.
El recuerdo de una ciudad
, se dijo John mientras sacaba de nuevo la cabeza y volvía a tomar aire.
No tardaron en llegar a la costa y salieron a la superficie entre las rocas quebradas, los restos del malecón roto de un antiguo embarcadero. Se sacudieron toda el agua posible en sus húmedas formas Crinos y se encaminaron al interior. John abría el camino, seguido por Ojo de Tormenta y Carlita, Grita Caos y Julia. Sus luces proyectaban extrañas sombras mientras se movían de izquierda a derecha, examinando las ruinas. Las lámparas de los Wendigo cubrían la escena entera de una luz ambiental.
—Era por ahí —señaló uno de los Wendigo. John siguió con la mirada la dirección en que apuntaba su mano hasta un gran muro negro que discurría entre dos columnas. Su superficie brillaba con una humedad oleosa, pero estaba cubierta por un patrón de escamas. Mientras la observaban, se expandió lentamente hacia ellos y a continuación se retrajo antes de volver a expandirse una vez más.
—Está respirando, sí —dijo Carlita—. Esa cosa está viva.
—Vamos a buscar la cabeza —dijo John. Se movió hacia la derecha y pasó por encima de trozos caídos de muros y pilares, siguiendo la línea de escamas negras. Se detuvo en seco al escuchar un aullido repentino procedente del otro lado del lago. Se volvió y dirigió la mirada hacia la orilla. Un torrente de Perdiciones estaba brotando de uno de los tres túneles y se arrojaba sobre los guerreros. Aquellas criaturas no volaban sino que corrían a cuatro patas como animales. Sólo que no se parecían a ningún animal que John hubiera visto en su vida.
—¿Qué demonios son? —gritó Carlita—. ¿Rinocerontes?
Las cosas tenían en efecto cuernos afilados en el morro, que utilizaron para romper la primera línea de guerreros. Dos Garou fueron abatidos, pero el resto ignoró los cuernos que les perforaban las piernas y torsos y contraatacaron con garras y colmillos. Algunos de ellos blandieron sus klaives y cortaron los cuernos de sus agresores.
Los dos Wendigo voladores acudieron a toda velocidad en auxilio de sus camaradas. John se volvió hacia allí y se colgó la lanza a la espalda.
No
, dijo Ojo de Tormenta.
Tenemos una misión aquí. Si no son capaces de contener al enemigo, nuestra ayuda no les servirá de nada
.
John emitió un gruñido de rabia, pero sabía que tenía razón. Apretó los dientes y dio media vuelta.
—¡Maldita sea! ¡Vamos a buscar la cabeza de esta cosa y a cortársela!
—Secundo eso —dijo Grita Caos. Pasó sobre una roca de mármol en pos de John pero entonces la gravilla cedió bajo su pie derecho, se hundió hasta la rodilla en un agujero y lanzó un aullido de dolor. Trató de sacar la pierna pero no lo logró.
—Ya voy —dijo Carlita mientras corría hacia él. Lo rodeó con los brazos y tiró con todas sus fuerzas. Consiguió sacar parte de la pierna pero al hacerlo, el suelo volvió a ceder. Lo poco que sostenía a Grita Caos se hundió y éste cayó al agujero, llevándose a Carlita consigo.
Ojo de Tormenta corrió hasta el borde de la sima y se asomó. Sus compañeros estaban tirados sobre el suelo entre escombros, tres metros más abajo. Se pusieron trabajosamente en pie y, tras recobrar el equilibrio, miraron a su alrededor con curiosidad.
¿Qué veis?
, dijo Ojo de Tormenta.
—Eh… Creo que lo hemos encontrado —dijo Grita Caos.
—La hostia puta… —dijo Carlita—. Me está mirando.
Albrecht lanzó un rugido de guerra y la línea de Garou se lanzó al ataque y obligó a retroceder al ejército de bestias prehistóricas que había emergido de las cavernas. Eran una especie de Perdiciones del Saber. Cuando las mataban se deshacían en espíritus del saber, como las Perdiciones voladoras, pero costaba mucho más abatirlas. Sus pieles eran tan duras como una armadura.
La mayoría de los guerreros empuñaba algún arma fetiche y éstas resultaban un poco más eficaces que las garras para atravesar la piel de las Perdiciones. Volaban las flechas y las balas (disparadas sobre todo por los Caminantes del Cristal y el Roehuesos) se hundían en la carne. Los Garou de vanguardia atacaban con klaives o martillos de guerra.
A pesar de todo, cinco guerreros habían caído. Algunos de ellos parecían presa de la confusión, como si las Perdiciones les hubieran arrebatado sus recuerdos, pero otros estaban claramente muertos, reducidos a sanguinolentas trizas. Uno de ellos era un Colmillo Plateado.
Evan le mordió el cuello a una bestia que había atravesado las filas de Garou y estaba a punto de embestir las piernas de Albrecht.
—Gracias, chico —dijo Albrecht y a continuación se lanzó por la brecha que la criatura había abierto y pasó entre sus adversarios antes de volverse para atacarlos por detrás. Dos tajos de su klaive liberaron una horda de espíritus del saber, que huyeron hacia el techo tratando de escapar de la batalla. Escuchó un gruñido procedente de su espalda y vio que una horda de Perdiciones de refresco cargaba desde otro de los túneles.
Invocó sus poderes espirituales y su pelaje se cubrió de una llama plateada. Abrió los brazos y aulló de rabia. Las Perdiciones se detuvieron, con los ojos llenos de miedo y a continuación empezaron a apartarse del resplandeciente guerrero Garou.
Albrecht avanzó sobre ellas y creyó captar otra nueva luz por el rabillo del ojo. Se volvió y vio que una línea de brillantes guerreros con un pelaje del más puro blanco avanzaba hacia sus enemigos. No eran sus guerreros. Éstos no habían llegado con él. Pasaron a su lado, blandiendo los klaives de un lado a otro. Algunos de ellos parecieron atacar objetivos invisibles pero otros clavaron las hojas en la carne de las Perdiciones mientras éstas huían en desbandada.
Los guerreros profirieron un aullido de triunfo y Albrecht se quedó helado y los contempló con asombro. Su aullido era una canción de los Colmillos Plateados, una canción que se reservaba para los señores y los reyes. ¿Quién demonios eran esos tíos? Momentos después desaparecieron y el grupo de Albrecht apareció corriendo para ocupar su lugar, como si nunca hubieran estado allí.
Albrecht miró a Evan y Mari pero ellos estaban ocupados acabando con las últimas Perdiciones. Se volvió hacia Loba y vio que estaba boquiabierta. Lo miró y asintió. Corrió a su lado.
—¿Los has…? —empezó a preguntar.
—Sí —dijo ella—. Los he visto. Señores de los Colmillos Plateados, luchando a nuestro lado. ¿Qué significa?
—No lo sé —dijo Albrecht—. Nuestros ancestros están con nosotros. Esto es todavía más grande de lo que pensaba.
John bajó de un salto al agujero y cayó junto a Grita Caos y Carlita, que permanecían inmóviles, mirando fijamente algo que había en un extremo de la caverna. Se volvió en aquella dirección y se quedó paralizado. Dos enormes y refulgentes ojos rojos lo estaban mirando.
La cabeza del dragón descansaba sobre el suelo, al otro extremo de la estancia y los miraba directamente. Su boca se abrió un instante y expelió un reguero de vapor caliente pero sus ojos no se cerraron. No era una mera serpiente; sólo el término dragón le hacía justicia. Parecía ser en parte pájaro. Su boca estaba llena de colmillos pero por alguna razón se parecía más a un pico que a un hocico. Al mirar aquellos ojos, John se sintió hipnotizado, incapaz de moverse, como si el peso de su mirada lo paralizara. Se preguntó por qué no se echaba sobre ellos y los engullía de un bocado.