Entonces reparó en las cadenas que rodeaban su cuello. Grandes cadenas doradas que daban vueltas y vueltas alrededor de su garganta, por debajo de la mandíbula, unidas al suelo por medio de enormes clavos. Las losas del suelo estaban cubiertas con glifos de apariencia mágica. Sin embargo, por todas partes se veían fragmentos de cadenas rotas. Saltaba a la vista que la criatura había partido algunas de las cadenas que la maniataban.
—No puede moverse —dijo John—. Sigue atrapada, aunque por poco tiempo. Aún no ha conseguido romper todas sus cadenas.
—Buenas noticias —dijo Carlita—. Pero yo tampoco puedo moverme.
—Ni yo —dijo Grita Caos—. Me tiene paralizado.
—No bajéis —les dijo John a Ojo de Tormenta y Julia—. Nos tiene atrapados con su mirada. Tratad de llegar hasta ese otro agujero… Veo el lugar por el que su cuello entra en la sala. Si podéis distraerlo, puede que aparte la mirada y podamos escapar.
—De acuerdo —dijo Julia desde arriba. Sus pasos se alejaron del agujero.
—Si no logran distraerlo —dijo Grita Caos—, ¿qué hacemos? Es inmensamente grande. Dudo que podamos acabar con él nosotros solos.
—Salimos de aquí y avisamos a los demás. Una partida de guerra entera debería de ser capaz de hacerlo pedazos.
—Algo no marcha bien —dijo Carlita—. Si ése es Jo’clath’mattric de verdad, es jodidamente patético. Quiero decir, se suponía que te aterraba con solo mirarlo.
—Se parece al dragón del cuento del espíritu del saber —dijo John—. Lleva aquí mucho tiempo. Nadie saldría ileso de un confinamiento tan largo.
—A mí no me parece débil —dijo Grita Caos—. Si puede hacer eso con la mirada, no quiero saber lo que nos haría de estar libre. Además, está claro que lo han herido recientemente.
—¿De qué estás hablando? —dijo Carlita.
—Es cierto, ahora lo veo —dijo John—. Allí, bajo las cadenas: sangre seca. Y tiene unas escamas que le cuelgan del cuello. Alguien le ha dado un buen tajo hace poco tiempo.
—¿Quién demonios ha estado aquí antes que nosotros? —dijo Carlita.
El ruido de unas piedras sueltas llegó desde el otro lado del cuarto, detrás de la cabeza del dragón. Éste se movió y volvió la cabeza y en ese momento el hechizo se rompió. John se revolvió al instante y obligó a Carlita y Grita Caos a volverse hacia la pared y apartar la mirada del monstruo.
—Uau —dijo Carlita—. Creo que podemos salir de este agujero. Hay montones de escombros que podemos utilizar para trepar hasta la salida.
—Id vosotros primero —dijo John—. Yo esperaré aquí hasta que hayáis llegado arriba.
Los dos Garou treparon por la pared de escombros y llegaron al borde del agujero. Cuando Carlita estaba sacando la mano para agarrarse, una Perdición del Saber de alas negras se posó a su lado y le dio un picotazo que le arrancó un pequeño trozo de carne.
—¡Au! —gritó. Soltó el borde y volvió a caer a la cueva. Se levantó con aire confuso y se volvió hacia John—. ¿Qué demonios ha pasado?
—¡No! —dijo John mientras se apresuraba a tapar la habitación con el cuerpo. Era evidente que había olvidado lo ocurrido durante los últimos minutos. Demasiado tarde. Carlita miró por encima de él y quedó paralizada por la mirada del dragón.
Grita Caos lanzó un aullido. Golpeó a la Perdición del Saber, que estaba volando por encima de su cabeza y trataba de picotearle la cabeza. John se adelantó con la lanza preparada y la clavó con ella a la pared. Grita Caos utilizó las garras para hacerla pedazos, que huyeron rápidamente de la caverna como espíritus del saber.
—¿Qué es ese ruido a nuestra espalda? —preguntó Grita Caos, sin atreverse a volverse.
—¡Oh, mierda! —dijo Carlita—. ¡Es Julia! Jo’clath’mattric la tiene atrapada con una especie de hechizo. ¡Se está moviendo hacia él! ¡Joder, tía! ¡Para!
—No puedo —gritó Julia desde el otro lado de la cámara. Su voz rebotó en las paredes como un eco—. Me está obligando a hacerlo. ¡No puedo hacer nada para impedirlo!
—¿Dónde está Ojo de Tormenta? —chilló Carlita.
—¡Está paralizado, igual que tú! —respondió Julia.
—Tienes que hacer algo, John —gritó Carlita, con una desesperación que John no había oído en su voz hasta entonces.
John empezó a avanzar hacia la criatura de espaldas.
—¡Guíame! —dijo.
—Más a la izquierda… ¡Mi izquierda! —dijo Carlita—. Estás casi sobre él. ¡No te acerques tanto! ¡Tiene colmillos!
John caminaba arrastrando los pies. Pasó junto al clavo que mantenía las cadenas unidas al suelo. Vio los glifos bajo sus pies, pero no reconoció su lenguaje. Sus pasos borraron algunos de ellos, como si estuvieran escritos en tiza y no grabados en la piedra.
—¡No pises eso! —gritó Julia. Ahora su voz sonaba muy cerca del oído de John.
De repente la cadena se movió y se puso tensa contra el clavo. Las piedras sobre las que habían estado los glifos se inclinaron y se partieron. El clavo salió volando, suelto, y la cadena restalló como un látigo por toda la habitación.
Antes de que ninguno de ellos pudiera reaccionar, el dragón, libre de sus ataduras, se irguió dando un salto. Su cuello chocó contra el muro mientras se levantaba, arrojando escombros por todas partes. Uno de ellos pasó muy cerca de Julia mientras ésta sentía que la parálisis lo abandonada. Se arrojó a un lado y apartó a John de la trayectoria de un enorme bloque que chocó con estruendo contra el sitio en el que éste acababa de estar.
El dragón lanzó un rugido y hasta el mismo aire tembló. Se enderezó, salió de la caverna y pasó sobre las aguas. Jo’clath’mattric remontó el vuelo.
Albrecht había reunido a sus guerreros en un círculo, preparados para defenderse frente a cualquier otro ataque, pero no aparecieron más Perdiciones del Saber. El asalto de la horda de Perdiciones les había costado una docena de Garou, miembros de todas las tribus. La Camada, los Garras Rojas y los Colmillos Plateados eran los que más habían sufrido, pero a los Caminantes del Cristal sólo les quedaba un representante. Albrecht se había vuelto para consultar con Aurak el movimiento a seguir cuando un rugido estremecedor sacudió el aire.
Todas las miradas se volvieron hacia la isla y vieron que Jo’clath’mattric salía de las ruinas. Su largo y negro cuerpo se extendió mientras batía las alas de murciélago para mantenerse en el aire. Su rostro era como el de un buitre. Sus brazos y piernas flexionaron las garras. Rugiendo, se volvió hacia ellos.
—¡Ahí está! —dijo Albrecht mientras alzaba el klaive por encima de su cabeza.
El dragón pasó volando sobre ellos y dio una vuelta, buscando una salida. Batió las alas para mantenerse por encima de la partida de guerra, mientras los observaba con malicia. Sus ojos ardían como carbones candentes y su cola trazaba elaborados círculos en el aire. Abrió la boca y emitió un siseo, un largo y lento sonido silbante que pareció tomar forma en el aire y reptó por el oído de todos los Garou, infectando sus tímpanos, abriéndose camino a golpes hasta su cerebro.
Albrecht bajó poco a poco el gran klaive y lo miró. ¿Dónde demonios había conseguido aquella obra de arte? No recordaba haber poseído nunca un klaive. Miró a su alrededor y vio que se encontraba con un grupo de Garou desconocidos. ¿Qué estaban haciendo allí? ¿Por qué lo estaban mirando?
Evan se dejó caer en la arena, exhausto. No sabía quiénes eran aquellos Garou pero no quería tener nada que ver con lo que quiera que estuvieran haciendo allí. Estaba harto de tener que cargar con todo.
Aurak Danzante de la Luna estaba llorando. Recordaba la identidad de sus cachorros pero había olvidado las de los guerreros que lo rodeaban. Ellos habían olvidado quién era y se reían del anciano, cuyas lágrimas tomaban por una señal de debilidad.
Loba olvidó su saquillo y los aliados que ahora llevaba allí. Hizo una mueca, apretó los dientes y gruñó a los Garou que lo rodeaban. No podía confiar en ninguno de ellos. ¿Quién sabía cuántos de ellos trabajaban para el enemigo? El Wyrm era sutil y corruptor y podía ocultar sus intenciones en los corazones de cualquier Garou. Se volvió en un círculo, temiendo presentar la espalda a cualquier guerrero durante mucho tiempo.
Todos los Garou habían olvidado por qué estaban allí y quiénes eran sus camaradas. Hasta los lazos que unían a las manadas desaparecieron frente al asalto místico al que el dragón sometió a sus recuerdos.
Sólo Mari recordaba algo de su auténtico propósito. Lo que había sufrido en el pasado reciente la había escudado en parte frente al poder de Jo’clath’mattric. Miró a su alrededor y comprendió lo que estaba ocurriendo, aunque sin saber muy bien quién era cada uno de ellos. Recordaba, sin embargo, que estaba allí para cazar a Jo’clath’mattric, la criatura que casi había matado su espíritu. No sabía quién era el dragón que los estaba sobrevolando pero sospechaba que se trataba del enemigo.
El dragón dejó de cantar y se precipitó sobre los Garou. Sus garras pasaron entre ellos, los dispersaron y mataron a cuatro de una sola pasada. Cogió otros dos con las fauces y los hizo pedazos con una vigorosa sacudida del cuello. Sus cuerpos se desintegraron como si jamás hubieran existido. Cuando el dragón se alzaba para hacer otra pasada, sintió un terrible dolor en la cola. Bajó la mirada y vio a un Garou, una hembra de pelaje negro, aferrada allí, desgarrándole las escamas con las zarpas. Se arrojó sobre la herida abierta que tenía en la parte inferior del cuerpo, la que le había infligido recientemente el maldito lobo blanco, antes de que esta nueva amenaza se presentara para atacarlo.
Jo’clath’mattric reconoció a la Garou que se aferraba a su cuerpo. Por mucho que tratara de olvidar, recordaba todo cuanto las Perdiciones del Saber le traían, todos los recuerdos que le habían servido como alimento. Y recordaba que odiaba a aquella criatura, Mari Cabrah.
Se estremeció violentamente en el aire, tratando de quitársela de encima pero la presa de la Garou era demasiado fuerte. Se dobló sobre sí mismo, sacó los colmillos y le desgarró el costado. Pero a pesar de ello, Mari no perdió sus recuerdos. Su sentido de la identidad era demasiado fuerte. Había sufrido su juicio antes y había escapado al veredicto.
Jo’clath’mattric gritó de furia por aquella afrenta y la azotó con la cola con todas sus fuerzas.
Mari no pudo seguir agarrada a la criatura, no después de que le hubiera mordido en las costillas. Cayó con fuerza sobre la arena. El dolor le hizo gruñir pero lo ignoró y volvió a levantarse, preparada para lanzarse sobre Jo’clath’mattric si volvía a atacar.
Jo’clath’mattric describió un gran círculo sobre sus cabezas para adquirir impulso y volver a atacar con todas sus fuerzas.
John salió del agujero con la ayuda de Grita Caos y Ojo de Tormenta. Era el último. Julia y Grita Caos miraban hacia la otra orilla, donde estaba produciéndose una masacre. Los Garou corrían en todas direcciones, a todas luces confusos por algo. Albrecht caminaba entre ellos sin sentido, como si ignorara que era su líder.
Sólo Mari luchaba contra la criatura y acababa de ser arrojada al suelo. Grita Caos la vitoreó cuando volvió a levantarse.
—¿Qué coño hacemos? —gritó Carlita mientras corría de un lado a otro de la orilla—. Nadando no llegaremos a tiempo.
John midió la distancia y se dio cuenta de que no podría arrojar la lanza tan lejos. Pero al hacerlo recordó el hielo que envolvía la punta.
—Atraedlo. ¡Me da igual cómo pero atraedlo aquí!
El dragón llegó al cénit de su ascenso y apuntó el morro hacia el suelo. Cayó como un cohete viviente, en un picado de increíble velocidad. Directamente hacia Mari.
—Tengo una idea —dijo Grita Caos. Colocó las dos manos a ambos lados del hocico y le gritó al dragón—. ¡Eh! ¡Macheriel!
El dragón se estremeció en el aire y viró bruscamente, al tiempo que emitía una especie de estruendoso maullido, como si acabara de recibir el golpe de un martillo neumático en pleno rostro. Sacudió la cabeza y miró a su alrededor tratando de dar con la fuente del sonido.
—¡Macheriel! —volvió a exclamar Grita Caos.
El dragón se revolvió y voló directamente hacia la isla, con los ojos centelleando de cólera. La criatura lupina de la isla había pronunciado su nombre. Su odiado nombre. No podía soportar el peso de su fracaso. Debía extinguir la fuente de los remordimientos. Mientras se abalanzaba sobre Grita Caos, abrió las zarpas.
John aprestó la lanza para arrojarla contra el corazón del monstruo pero fue demasiado rápido para él. Atrapó a Grita Caos al vuelo y lo empujó con todas sus fuerzas contra una pared. Soltó el cuerpo destrozado del Garou y volvió a ascender, preparándose para una nueva pasada. Grita Caos trató de arrastrarse con las escasas fuerzas que le quedaban pero sus quebrados huesos aullaron de agonía y se negaron a moverse.
Julia saltó por encima de una roca, cayó a su lado y le tocó el pecho con delicadeza. Susurró en voz baja para convocar las enseñanzas de los espíritus y comenzó a curarlo y a soldar sus huesos rotos. Pero antes de que pudiera terminar, una criatura oscura se posó sobre su hombro y le mordió en la oreja. Al instante olvidó lo que estaba haciendo y empezó a vagabundear por la caverna.
John corrió hacia allí y golpeó a la Perdición del Saber con el extremo romo de la lanza. La criatura salió despedida pero recobró el equilibrio a mitad de vuelo y se arrojó contra su cara. La apresó con las garras y la estrujó entre sus dedos como si fuera un pedazo de papel. Su cuerpo se disolvió y libero espíritus del saber que se perdieron entre las ruinas.
—¡Ahí viene otra vez! —gritó Carlita.
John vio que Jo’clath’mattric descendía directamente hacia ellos, esta vez sobre Carlita. Corrió a su lado y apuntó con su lanza el corazón del dragón, pero en el último segundo la criatura varió de rumbo y vomitó encima de ellos. En lugar de comida parcialmente digerida, lo que brotó de sus fauces fue una masa viviente de icor negro. Cayó al suelo y al instante ascendió por la pierna de Carlita y la engulló. La Garou trató de quitársela de encima pero sus garras pasaban por ella como si fuera agua.
—¡Dios, quema! —gritó—. ¡No me lo puedo quitar!
John trató de ayudarla pero sus manos la atravesaron sin conseguir nada.
—Julia —exclamó—, ¿qué es esto?
No hubo respuesta. Se volvió hacia ella y vio que seguía teniendo la mirada vacía. La Perdición del Saber le había arrebatado mucho. Grita Caos se estremecía en el suelo, tratando de ponerse en pie, pero apenas era capaz de moverse. Parecía que tuviera rota la mayoría de los huesos.