—Llega la tormenta —dijo Aurak—. Que todo el mundo se prepare. Ataos vuestros fetiches y sujetaos a un compañero. Los espíritus nos protegerán pero no pueden garantizar que permanezcamos juntos.
John Hijo del Viento Norte y Julia se agarraron de los brazos mientras Grita Caos y Carlita hacían lo mismo. Ojo de Tormenta había adoptado forma Crinos y se cogió del brazo con Tierra Teñida de Rojo, un Señor de las Sombras lupus. Se habían conocido durante los preparativos y al instante habían sentido una camaradería que trascendía los límites tribales.
El resto del grupo hizo lo mismo, a excepción de Aurak, que permaneció solo, dando órdenes con las manos a los espíritus mientras musitaba extraños nombres. Albrecht y Mari estaban juntos, muy cerca de Evan y Loba. Si la tormenta los separaba, al menos las dos parejas contarían con un Theurge. El viento silbaba en sus oídos y les sacudía el cabello y el pelaje. Aquellos que no lo habían hecho todavía, adoptaron ahora la forma Crinos, para poder enfrentarse a cualquier amenaza que la tormenta trajera consigo.
En apenas unos momentos, más veloz de lo que nadie hubiera creído posible, la tormenta llegó desde el horizonte y descargó sobre ellos como un maremoto. Justo antes de que su masa negra y furiosa llegara a tocarlos, fue repelida por una fuerza visible. Los espíritus de los vientos habían envuelto a los Garou y habían levantado un escudo entre ellos y la tormenta. Sin embargo, lo que esto provocó es que la tormenta los engullera y se los llevara a su violento corazón. Fueron arrojados al cielo y zarandeados en círculos, como ramitas atrapadas en un tornado.
John se agarró con fuerza a Julia, más asustado por ella que por él mismo. Tenía la sensación de que los espíritus de los vientos eran especialmente fuertes a su alrededor y eso podía ayudar a su compañera. Pero si se veían separados, era muy poco probable que pudiera volver a encontrarla.
El estruendo en sus oídos se hizo insoportable. Era como una banda militar enloquecida tocando címbalos y tambores junto a sus orejas. John se encogió cuando una nube lo arrojó contra un peñasco de granito. Los espíritus de los vientos absorbieron la mayor parte del impacto pero a pesar de ello le dolió. Le quedaría un moratón.
Julia lanzó un grito mientras algo invisible le golpeaba en el estómago. De nuevo, los benevolentes espíritus desviaron la mayor parte del ataque pero no pudieron impedir que se quedara sin aliento.
La tormenta los llevaba de un lado a otro, tan pronto arrojándolos por los aires como bajándolos a tierra, arrastrándolos por el suelo y llevándolos a continuación en una trayectoria zigzagueante por su interior inundado de relámpagos. Lograron sobrevivir ilesos gracias a la rapidez de sus reacciones. Ni siquiera los espíritus de los vientos podían detener todos los rayos.
Por encima del trueno ensordecedor, se oyó un nuevo sonido: el graznido de las siniestras aves de la tormenta. Se precipitaron contra la negra masa de nubes y atacaron a todos los Garou que pudieron ver. Los espíritus de los vientos se lanzaron contra ellas y lograron desviar a algunas pero no a todas. Los pájaros atacaron con garras y picos y desgarraron pelajes y caras. Fueron recibidos por zarpas y colmillos. Al cabo de poco tiempo, los guerreros estaban cubiertos de sangre, pero la bandada había sido hecha trizas hasta el último pájaro, y sus cadáveres se los había llevado lejos la tormenta.
John chocó contra una pared y Julia chocó con él. La tormenta los había soltado. Entonces comprendió que la pared era en realidad el suelo. Apartó a Julia con delicadeza y se levantó. La tormenta estaba convirtiéndose en un remolino y se escurría por la entrada de una pequeña y estrecha cueva situada en la ladera de una colina. Se encontraban en la frontera de un reino.
Otros Garou se levantaron en el barro y fango que los rodeaba, arrojados allí por los espíritus de los vientos, que no podían seguirlos al reino propiamente dicho. Los espíritus permanecieron sobre ellos para protegerlos de los peores efectos de la tormenta hasta que ésta hubo desaparecido del todo, como tinta por un sumidero, en el interior de la caverna.
Albrecht llamó a gritos a los líderes designados de las tribus, los capitanes, para realizar un recuento. Los Garou se reunieron por tribus y John y Julia buscaron a sus amigos con la mirada. No tardaron en ver a Grita Caos y Carlita y los llamaron. Oyeron un aullido cercano y Ojo de Tormenta, que acababa de dejar a Tierra Teñida de Rojo con un hermano Señor de las Sombras, se les acercó trotando.
Albrecht caminaba entre ellos, revisando las tropas. Después de reunirlos a todos, les habló.
—Parece que hemos perdido a tres. Dos de mi propia tribu han desaparecido, así como Dani, el compañero de Alexei de los Señores de las Sombras. Eso significa que, o bien fueron arrojados por la tormenta y están en alguna parte de la Umbra, o están allí. —Señaló la caverna—. Sea como sea, es ahí adónde vamos. Si los vemos, trataremos de ayudarlos, ¡Y ahora, adelante!
Desenvainó el klaive y abrió la marcha. Los guerreros fueron tras
él
. Subieron la pequeña ladera erizada de derrubios hasta llegar a la boca de la caverna y se asomaron a su interior. Era lo bastante grande para que pasara un Garou en forma Crinos y parecía ensancharse un poco más adelante.
—Dejadme examinarla primero —dijo Aurak Danzante de la Luna. Susurró algo que nadie pudo oír y se levantó un viento en dirección a la caverna. Al cabo de unos segundos regresó, trayendo consigo una peste a putrefacción y decadencia—. Los vientos no pueden llegar muy lejos; hay una barrera contra los espíritus. Pero no hay enemigos a la vista, sólo signos de muertes recientes.
—Vamos —dijo Albrecht. Se adelantó y entró en la caverna. Mari fue tras
él
, seguida por un grupo de guerreros Colmillos Plateados. Los demás fueron detrás, de uno en uno, y se desplegaron una vez que estuvieron dentro. Se encontraban en el interior de una caverna enorme que se extendía hasta donde alcanzaba la vista, erizada de estalactitas y estalagmitas que sobresalían del techo y el suelo.
El suelo estaba cubierto por una capa de barro y había cuerpos muertos en ella. Parecían cadáveres de animales e incluso seres humanos, muertos recientemente, pero no había señales de Garou entre ellos. Los detritos de la tormenta. El grupo siguió avanzando con sigilo por aquel laberinto de pilares, buscando alguna señal de Jo’clath’mattric.
—Hay una luz más adelante —dijo Evan señalando un tenue resplandor. Parecía una luz reflejada sobre la pared de la caverna desde otra sala—. Parece que hay un giro en el camino. Pero hay algo en el suelo que se interpone entre nosotros y la luz. No puedo distinguir lo que es.
—¿Alguien lo ve? —preguntó Albrecht. Unos pocos Garou se acercaron sigilosamente y miraron en aquella dirección. Alexei de los Señores de las Sombras asintió.
—Parece tesoro. Montañas de riquezas antiguas, rebosando de cofres. Oro, joyas y estuches de pergaminos. La clase de cosas que uno esperaría ver en la bodega de un viejo barco pirata.
—¿Qué demonios está haciendo aquí? ¿Serán desechos traídos por la tormenta?
—Recordad —dijo Aurak—, que la tormenta trae aquí los recuerdos que roba. No son cosas reales sino sus recuerdos. Puede que no sean lo que parecen.
—Puede que escondan alguna pista sobre las debilidades de Jo’clath’mattric —dijo uno de la Camada de Fenris—. Deberíamos investigar.
—No creo que sea una buena idea —dijo Albrecht—. Podría esconder otras cosas aparte de pistas. Será mejor que lo evitemos. Que nadie toque nada, ¿de acuerdo? Rodeadlo.
Algunos guerreros rezongaron.
—¿Queréis cuestionar mis órdenes? —dijo Albrecht—. ¿Ahora, en mitad de un túmulo del Wyrm? Bien, pues olvidadlo. Ahora yo soy el líder en esta guerra, así que no aceptaré que se me cuestione. Lo diré sólo una vez más: no toquéis nada de eso. —Miró a su alrededor para asegurarse de que todos estaban de acuerdo y a continuación siguió adelante—. Creo que es hora de tener un poco de luz.
Uno de los Colmillos Plateados abrió un hatillo y empezó a distribuir lo que parecían lámparas químicas portátiles. Le dio un golpe a una de ellas y la dobló por la mitad. Al instante empezó a emitir un brillo digno de una linterna, mucho más intenso que el de cualquier artilugio semejante fabricado por los humanos.
—Cada una de éstas debería de durar unas tres horas —dijo. Entregó una de esas lámparas a cada miembro de la partida y la mayoría de ellos la activó; algunos la reservaron para más tarde. La estancia no tardó en estar tan iluminada como si fuera de día, gracias a la luz de los espíritus solares del interior de los amuletos que empuñaban los guerreros.
Ahora podían ver los tesoros. El suelo fangoso estaba cubierto de doblones y otras monedas, entre las que se veían desperdigadas piedras preciosas de todos los colores del arco iris. Caminaron entre las riquezas, sin tocarlas, dirigiéndose hacia el lejano recodo.
—¡Dani! —gritó Alexei y corrió hacia su camarada Señor de las Sombras, que se había perdido en la tormenta y que ahora estaba enterrado en el oro. Saltaba a la vista que estaba muerto pues su cuerpo estaba lleno de cortes: causados por las garras de los pájaros de la tormenta—. ¡Oh, hermano mío! —sollozó Alexei mientras apretaba contra sí el cuerpo de Dani y lo mecía adelante y atrás, abrumado de pesar.
Albrecht se le acercó.
—Déjalo, Alexei. Regresa caminando despacio. No vuelvas a tocar el tesoro.
Alexei volvió la mirada, con una mezcla de sorpresa y enfado en los ojos, y miró a su alrededor. Sólo entonces pareció darse cuenta de dónde se encontraba, en medio de las riquezas que habían tratado de evitar. Bajó el cuerpo de Dani y susurró:
—Que el Abuelo Trueno te recompense por haber cabalgado en la tormenta.
Entonces se levantó y caminó con lentitud de regreso entre los suyos, evitando mover el tesoro.
Albrecht siguió adelante. Los demás lo siguieron. Cuando Ojo de Tormenta pasó junto al lugar por el que Alexei había caminado, se detuvo y olfateó. Oyó el tenue tintineo de una moneda. Se le erizó e pelaje y empezó a gruñir para advertir a los demás.
De repente, una forma negra salió de debajo de las monedas y saltó sobre Ojo de Tormenta. Le rodeó los brazos con las coriáceas y negras alas y su cola restalló como un látigo a su espalda tratando de alcanzar su nuca. Sin embargo, antes de que pudiera lanzar su ataque, Grita Caos cayó sobre ella, la obligó a soltar a su camarada y la desgarró desde el cuello a la ingle. La Perdición del Saber chilló de dolor y se deshizo en jirones. Los espíritus del saber liberados huyeron a la entrada de la caverna y escaparon a la Umbra.
Todos estaba preparados para repeler un asalto pero no aparecieron más Perdiciones. Albrecht suspiró y sacudió la cabeza.
—Esperaba más oposición. ¿Dónde demonios están?
—Es posible que estén buscándonos en la Umbra mientras entramos sin ser vistos en su guardia —dijo Loba.
—Eso sería un milagro. No me lo trago ni por un segundo. Vamos, sigamos adelante.
Albrecht los condujo hasta la luz y, al llegar al recodo y asomarse, pudieron ver un largo pasillo que conducía a otra caverna, iluminado con antorchas. Las paredes del pasillo estaban llenas de figuras y escenas pintadas, parecidas a las famosas pinturas de la cueva de Lascaux. Sin embargo, las criaturas que se veían en éstas eran míticas. Si alguna vez habían existido en la Tierra, ningún ser humano las había visto. Puede que hubiesen vivido mucho antes del tiempo del hombre.
—Ojalá hubiera traído mi cámara —dijo Grita Caos—. Habría que descifrarlas. ¿Quién sabe qué edad tienen?
—¿Y a quién le importa? —dijo Carlita—. Sigamos adelante y busquemos la cosa que hemos venido a matar.
—Espera un segundo —dijo Julia mientras retrocedía un paso para examinar la pared—. Esto no tiene sentido. ¡Somos nosotros!
—¿De qué estás hablando? —dijo John. Se inclinó sobre la sección del muro que ella señalaba.
—¡Ahí! Esas figuras esquemáticas. Son Garou, está claro. Y no sólo Garou. Es nuestra partida. Mira, éste es Albrecht, el del gran klaive que nos dirige, y ahí estás tú, con la lanza y los espíritus de los vientos, esas ondas que se mueven en el aire junto a ti.
—Pero los espíritus de los vientos no nos han seguido a la caverna —dijo John—. Te lo estás imaginando. Deja de portarte como una paranoica.
—Mira esto: guerreros Colmillos Blancos. ¿No ves el pictograma?
—Sí, pero hay muchos más de los que vienen con nosotros.
—¿Y quién es éste? —dijo Julia mientras señalaba una figura esquemática que dirigía a los guerreros Colmillos Blancos. Parecía brillar, dibujada con líneas de tiza blanca—. ¿Un rey o algo así?
—Pero si has dicho que Albrecht era éste —dijo John señalando la primera figura, la del gran klaive.
—No lo entiendo —dijo Julia.
—¿Qué está pasando aquí? —dijo Evan Curandero del Pasado, que había retrocedido al reparar en la conmoción reinante. Julia le mostró la pintura y le explicó su teoría—. Parece improbable pero, si estás en lo cierto, ¿qué quiere decir con respecto a nuestra misión?
Siguieron las pinturas con la mirada buscando alguna señal de su destino pero parecía como si alguien hubiera manchado el muro. No se veía nada con claridad.
—Si éste es nuestro destino, no queda claro si es bueno o malo —dijo John mientras observaba el muro con el ceño fruncido.
—Esperad —dijo Julia con voz temblorosa—. Mirad aquí.
Entre las manchas había una porción de la pintura que sí estaba clara. La figura que empuñaba la lanza —John, de acuerdo a la teoría de Julia— yacía en el suelo, vertiendo sobre el suelo una mancha de ocre rojo mientras un enorme dragón negro se inclinaba sobre él y se daba un festín con su corazón.
—No es un buen augurio —dijo John mientras aferraba con fuerza la lanza y volvía la vista hacia arriba en busca de criaturas voladoras.
Un alarido estalló delante de ellos, donde el túnel desembocaba en una sala más grande. Se vio inmediatamente seguido por una cacofonía de aullidos, uno de los cuales pertenecía sin ninguna duda al rey Albrecht. Desde donde John se encontraba, no se veía lo que estaba pasando, pero una cosa estaba clara: la batalla había comenzado.
John empuñó la lanza y unió su voz al aullido general, un rugido de rabia y furia destinado a helarles la sangre a sus enemigos. Se apretujó contra los guerreros que lo precedían y trató de ver algo por encima de sus hombros. Oía el tañido de los arcos y el siseo de las flechas, junto con los húmedos impactos de los klaives al hundirse en la carne.