Willow (11 page)

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Authors: Julia Hoban

Tags: #Romántico, #Juvenil

—¿Estás bien? —le pregunta Guy. De repente se le nota preocupado. Tiene la misma cara que cuando descubrió las heridas y, ahora que lo ve de cerca, Willow se da cuenta de que su actitud despreocupada no es más que una pose. Va despeinado y le han salido ojeras. Es raro que no se haya dado cuenta de esto mientras caminaban juntos. —Una pregunta un poco tonta—. Guy se ríe mientras se le acerca—. Lo último que debes estar tú es bien.

Willow no le contesta, pero se da cuenta de que, a pesar de su apariencia desaliñada, el aliento de Guy es fresco, como de manzana.

—¿Por qué…? Bueno, quiero decir… ¿por qué no se lo dijiste? —logra balbucear—. Porque te prometí que no lo haría —responde Guy con sencillez—. Pero eso no significa que no piense que debo hacerlo, o que no vaya a hacerlo. Tenemos que hablar, decidir algunas normas básicas. —Extiende el brazo y la levanta—. Venga, dile a la bruja de Hamilton que necesito ayuda en el depósito. Allí tendremos un poco de privacidad. —La empuja hacia el interior del edificio y pasan junto al guarda de seguridad.

Willow sonríe ante esa descripción de la señorita Hamilton pero, al entrar, resulta que no está tras el mostrador. Willow ficha y saluda al empleado de turno antes de girarse de nuevo hacia Guy.

—Y ahora, ¿qué? —suspira. Sabe perfectamente de qué quiere hablar él y es lo último que le apetece hacer, pero no hay escapatoria. Después de todo, él tiene todas las cartas en su mano.

—Al depósito —dice Guy con determinación—. De hecho necesito ayuda de verdad. — Le enseña un trozo de papel con un montón de signaturas escritas—. Tengo que buscar unas cosas.

Willow mira las signaturas. Incluso sin haberse pasado los últimos meses en la biblioteca, hubiera sido perfectamente capaz de saber adónde ir. No en vano se había pasado cientos de tardes dando vueltas entre las estanterías del depósito con su padre. Sabe perfectamente que todos los libros que está buscando Guy son de antropología y que los va a encontrar a la primera, en cuanto suba allá arriba.

—Vale —dice después de pensar un rato. Se dirigen al ascensor—. Todo esto está en el piso de arriba.

—Bueno —dice Guy mientras se introducen entre las estanterías mal iluminadas del depósito—. ¿Por qué no vamos a buscarlo primero y así podremos hablar de… —para de hablar unos segundos, Willow se da cuenta de que la situación es igual de violenta para él—, hablar de lo que te pasa? —Y continúa—. A ver qué podemos hacer…

Oh, por favor…

Willow piensa que Guy está hablando como esos tipos que entrevistan en los programas de tarde en la televisión. Ese tipo de gente que te quieren vender un libro que te promete autoestima en siete sencillos pasos.

—Nosotros no tenemos nada que hacer al respecto —dice.

—¿De verdad? —Guy levanta las cejas mientras le sigue por los estrechos pasillos—. Perdona, pero ese no era el trato. Si yo no se lo cuento a tu hermano, entonces tú vas a tener que prometerme un par de cosas. No puedes cruzarte en mi camino sin más, desmontarme todos los esquemas y que todo siga como tú quieres. Esto no funciona así.

—De acuerdo —contesta, encogiéndose de hombros. No tiene elección—. Vamos primero a por tus libros, ¿vale? —Willow se para frente a una estantería llena de polvo, saca unos libros y se los pasa a Guy.

Se detiene un segundo antes de coger el siguiente libro de la lista. Se encuentra mal.

De repente hace mucho calor. Le empieza a picar toda la piel, pero no puede hacer nada. Willow toma aire e intenta tranquilizarse, pero es inútil. ¿Por qué se molesta en intentarlo?
Olvídalo,
piensa mientras se apoya en el extremo de la estantería para no caerse.
Dale lo que él quiere y ya está.

—Aquí está —dice Willow con brusquedad. Coge el libro, una monografía escrita por su padre hace cinco años. Willow la recuerda perfectamente. Habían viajado todos juntos a Guatemala, donde su padre tenía que hacer un trabajo de campo—. Aquí está —repite al pasárselo a Guy. Pero Guy está ocupado haciendo malabarismos con los otros libros y no lo coge a la primera—. ¿Quieres hacer el favor de cogerlo? —Willow se enfada y se lo tira sin importarle si le da con él o no.

—¡ Eh, cuidado! —Guy intenta coger el libro, pero en lugar de eso acaba por tirar el resto al suelo—. ¿Pero qué te pasa? —murmura mientras se agacha.

—Mira, casi te has cargado el lomo de este.

Está claramente enfadado. Willow le observa mientras él examina el libro entre sus manos. Una vez más le viene a la cabeza el modo en que le curó ayer la herida.

Sostiene el libro con la misma delicadeza. Es evidente que no le gusta ningún tipo de destrucción, ni de la carne ni del papel.

—No deberías tratar así los libros —le sermonea Guy. Sin embargo, Willow no se puede enfadar con él. Sabe que a su padre le hubiera horrorizado ver lo que acaba de hacer—. Quiero decir, se trata de una primera edición —continúa Guy—, ¿por qué querías…? —Guy se queda sin voz al recoger el libro de su padre. No dice nada durante un buen rato.

—¿Hemos acabado? —pregunta Willow duramente.

—Bueno, con los libros sí —dice Guy con voz apagada—. Mira, ¿por qué no nos sentamos aquí un rato?

Se coloca la monografía bajo el brazo. Willow se da cuenta de que lo ha colocado de manera que ella no pueda ver la fotografía de su padre. Tanta consideración empieza a irritarle, parece un poco forzado.

—No habrás montado esta excursión para ponerme a prueba, ¿no? —explota—. ¿Solamente para ver hasta dónde puedes presionarme, o algo así?

Tal vez se haya equivocado con él. Tal vez haya malinterpretado su comportamiento durante el paseo. Tal vez estaba cambiando de tema por aburrimiento, no por no herir sus sentimientos. Se cruza de brazos en postura defensiva y le mira.

—Claro que no —contesta Guy—. Necesitaba este libro, de verdad. Sinceramente, por un momento me había olvidado de lo que era. O sea, de quién lo escribió. Supongo que tendría que haberlo buscado yo solo.

Parece afectado y Willow sabe, en su interior, que no se había equivocado con él. Guy es así de considerado.

—Lo siento —dice Willow tras unos segundos, avergonzada de haber correspondido su amabilidad con hostilidad. Deja caer los brazos e intenta esbozar una sonrisa—. Te gustará el libro, es bueno.

—¿Cómo no iba a serlo? —responde Guy al instante—. ¿Sabes…? —vacila un momento—, una vez estuve en una conferencia de tu padre.

—¿De verdad? —Willow está intrigada—. ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿Sabes si mi madre también estaba allí? —Las preguntas salen a borbotones—. ¿De qué iba?

—De esto —dice Guy, señalando el libro—. Del viaje que hicieron a Guatemala. Sí, y tu madre sí que estaba allí. Fue en el museo, a finales del invierno pasado.

—¡Oh, Dios mío!

Willow se tapa la boca con las manos. Va a perder el control. Va a perder el control allí mismo entre las estanterías del depósito. Se sorprende al sentir el flujo de bilis que le llena la boca. Pero supone que, de algún modo, tiene sentido que eso ocurra. Se ha condicionado tanto a transformar el dolor emocional en dolor físico que, al no poder acudir a la cuchilla, su cuerpo responde de la mejor manera que puede. Se está provocando el vómito.

Sabe exactamente de qué serie de conferencias le está hablando Guy. No se había molestado en ir porque… ¿Para qué? Había oído a sus padres hablar millones de veces y les iba a oír un millón de veces más. Si no fuera porque el invierno pasado habían dado su última conferencia. Porque aquella conferencia había sido solo unas semanas antes de que Willow decidiera llevarlos en coche.

—¡Oh, Dios mío! ¡Dios mío! ¡Voy a vomitar!

Las luces se apagan en ese mismo momento, y Guy aprieta el interruptor con el puño. —¡Willow! —Deja los libros en el suelo y la coge por los hombros—. ¿Quieres que te aguante el pelo? ¿Voy a ver si encuentro alguna papelera por aquí? ¿Estarás bien si te dejo para ir a buscarla?

—No, no —logra decir—. Estaré bien, de verdad. Solo estoy un poco… —Se aprieta el estómago con la mano—. Dame un segundo.

—Sí, claro. Así, déjame que… —Guy la coloca de manera que pueda apoyarse en las estanterías—. ¿Mejor?

—Ahá —asiente Willow. Le agradece que se tome tantas molestias—. Gracias —le dice cuando logra recuperar el aliento—. Gracias, de verdad. Siento mucho lo que acaba de ocurrir. Yo, es que… todo esto como que me ha superado. ¡No puedo creerme que me quisieras aguantar el pelo! —exclama al darse cuenta de lo absurdo de la situación. —¿No? ¿Es que no lo había hecho nadie antes?

—Sí, claro. ¿Quién no se ha hecho una ronda de chupitos con su mejor amiga? Pero, venga, admítelo, es un poco fuerte con alguien que apenas… ya sabes que apenas conoces.

—Oh, bueno, no es que fuera a disfrutar de la experiencia. —Guy se echa a reír—. Pero al menos, creo que puedo entender que reaccionaras poniéndote mala. —Para de hablar y la mira fijamente—. Willow, lo siento. —Ahora ya no ríe—. No debería haber sacado nada de todo esto. —Le suelta los hombros.

—¡No! —le asegura Willow al instante—. Me alegra que lo hayas hecho. ¡De verdad! Y me gustaría oír más cosas. Es solo que me ha desconcertado un poco.

—¿Quieres oír más? —pregunta Guy con inseguridad.

—Sí —insiste Willow—. Sí, aunque te cueste creerlo. David nunca habla de ellos conmigo. Ni Cathy, su mujer. Es como si mis padres no hubieran existido nunca. —Willow hace una pausa, intentando encontrar la manera de que Guy lo entienda—. ¿Sabes? Con todo lo que hicieron mis padres para preservar otras civilizaciones, mantener viva su memoria, resulta tan irónico que David ni los mencione. Solo consigue que sea mucho peor.

—De acuerdo —dice Guy lentamente—. Pero si ves que me estoy pasando, házmelo saber, ¿vale?

—Vale —asiente Willow.

—En primer lugar, vámonos de aquí. Venga, estoy seguro de que este es el lugar menos cómodo de todo el depósito. —Guy recoge los libros y se dirige a un rincón que hay más lejos. Se sienta cruzando las piernas en un lugar iluminado por un tenue rayo de sol que se cuela entre los altos ventanales y le señala a Willow un lugar junto a él. —Aquí tampoco tendremos que preocuparnos por las luces —le explica.

Willow se sienta en el suelo, a su lado, y coge el libro de su padre. Es un volumen pequeño, encuadernado con una tela azul clara. Siempre le ha gustado el tacto de los libros de sus padres: la textura, casi áspera, tan diferente de las tapas brillantes de los libros de éxito de las librerías. Pasa las páginas, cogiéndolas con cuidado por el extremo superior, tal y como le habían enseñado sus padres. Willow las examina con detenimiento, sin decir ni una palabra, parándose para leer algunas descripciones. Mientras, Guy está en silencio. Unos momentos más tarde, deja el libro en el suelo y le mira.

—¿Me podrías explicar algo de la conferencia?

—¿Qué quieres saber? —pregunta Guy. Coge el libro y se pone a hojearlo. Willow está sorprendida de cómo lo coge, casi, si cabe, con más respeto que ella.

—Bueno, en realidad, todo. ¿Qué pensaste de ellos?

—Mmm… —Guy echa la cabeza a un lado y piensa—. ¿De tu padre? Que era brillante, claro.

—Vale —asiente Willow, animándolo—. Pero no me digas solamente lo que crees que quiero oír.

—Mmm… De acuerdo. Pues, entonces, que contaba unos chistes muy malos.

—¡Los peores! Lo sé. David y yo solíamos cachondearnos de él. O sea, que tenía buen sentido del humor, se reía de las cosas graciosas, pero contando chistes… Un desastre. —En serio, no le hubiera venido mal salir de su torre de marfil y entrar en el mundo real de vez en cuando. Me dio bastante la impresión que no se había hecho suficientes rondas de chupitos cuando le tocaba.

—Exactamente.

—Pero era tan convincente. —En la voz de Guy se nota la admiración—. Se emocionaba de verdad con lo que explicaba. Amaba lo que hacía.

—¿Y mi madre? ¿Qué pensaste de ella?

—Quizá no era tan impresionante hablando del tema, pero conectaba más con el público, no sé si entiendes lo que te quiero decir.

—Lo entiendo perfectamente.

Willow cierra los ojos un segundo.

—Hablaron un montón del viaje, el de Guatemala. Y tengo que decirte que hacían que el trabajo de campo pareciera la cosa más emocionante del mundo.

—Ya —contesta Willow con un bufido.

—¿No lo es? —Guy la mira con escepticismo.

—Quizá para alguna gente. —Se encoge de hombros—. Pero a mí lo que más me llamaba la atención eran los mosquitos. Siempre había mosquitos, daba igual adónde fuéramos; y las duchas eran una pesadilla.

—¿En serio? —Guy se ha quedado totalmente chafado—. No creo que pudiera soportar algo así.

—Oh, te encantaría —le asegura Willow—. Tú eres el tipo de persona ideal para una situación así. Y no solo eso. —Levanta las manos como para advertirle que no le salga con excusas—. David me dijo que eres muy inteligente. Y trabajador. Créeme, no dice eso de mucha gente. —Willow hace una pausa para pensar en lo que ella misma opina—. Eres cuidadoso con las cosas, podría decir, y considerado… Así es como uno debe ser para hacer ese tipo de trabajo… Supongo que debes pensar que yo soy una niña mimada —concluye finalmente.

—Mimada es la última palabra que emplearía para describirte —dice Guy lentamente—. Y no estés tan segura de mí, tampoco. Tengo que confesarte que también me gusta darme una buena ducha.

¿Y cómo me describirías?

Willow tiene que morderse el labio para evitar formular la pregunta. Le sorprende incluso haberla pensado, que le importe, ni que sea un poco, lo que él piensa de ella. —Pero tengo que confesarte que estoy sorprendido —prosigue Guy—. Habría jurado que querías continuar en el negocio familiar.

—¡ Ah, no! Eso es cosa de David, no mía. Para nada.

—¿De verdad que no te gustó nada el trabajo de campo? Quiero decir, lo de viajar y todo eso.

—Viajar puede ser muy divertido, especialmente si estás de vacaciones. Pero si lo que me preguntas es por qué no me interesa el tipo de trabajo que hacían mis padres, te diré algo. Yo prefiero ese tipo de lugares al que solo se puede viajar con la imaginación. Willow se encoge de hombros, con un poco de vergüenza. Mira a Guy, esperando que se ría de ella o que se esté aburriendo pero, en realidad, es todo lo contrario. Está… bueno, quizá fascinado es una palabra un poco fuerte pero…

—Háblame de tu lugar imaginario —dice, acercándose—. No conozco ninguno.

—Vale —dice lentamente—. Te hablaré de un lugar real pero que, aunque existió, yo pienso que solamente se puede conocer de verdad desde la imaginación.

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