Read Willow Online

Authors: Julia Hoban

Tags: #Romántico, #Juvenil

Willow (15 page)

—¿Tú crees? —ríe Willow—. ¿De qué la conoces? Ella no está en el equipo de remo, ¿no?

—No, en realidad la conozco por Adrián. —Guy tira el palo y se estira bocabajo—. Somos amigos desde siempre. A Laurie la conocía de verla por los pasillos pero nunca llegamos a hablar hasta que empezaron a salir, hace un par de años. Igual que Chloe: la conozco por Laurie. Creo que Andy le va detrás y habrá pensado que, como estamos en el mismo equipo, ya tiene excusa para salir con nosotros —dice, encogiéndose de hombros.

—Laurie no te habrá contado nada sobre mí, ¿no? —pregunta Willow jugueteando con un diente de león.

—¿Como qué? ¿Ella sabe lo de que te cortas?

Guy la mira sorprendido.

—¡No! No. Únicamente es que estuve hablando con ella y otras chicas en el jardín del instituto hace un par de días. Y, bueno, como de costumbre toda la situación se fue de madre y dije unas cuantas tonterías. Pensé que quizá te lo había contado.

—¿Sabes, Willow? No creo que la gente realmente hable de ti. Al menos no del modo en que tú te imaginas. Al menos yo no he oído a nadie decir nada. —Guy le coge de las manos el diente de león que está destrozado—. Creo que todo está en tu cabeza. —Parecía que Andy lo sabía todo de mí —murmura Willow. Empieza a morderse las uñas y entonces se vuelve para meterse las manos en los bolsillos—. La chica del laboratorio de física, ¿cómo se llamaba? ¿Vicki? Ella también dijo algo.

—Vale, te doy la razón en lo de Andy, y lo de Vicki también. Y es posible que hayan otras personas que vayan diciendo cosas pero, en seno, diría que es lo menos importante con lo que tienes que lidiar ahora mismo. Te lo digo en serio, aunque Andy se haya comportado como un perfecto idiota, ¿ha estado tan mal? ¿No has estado a gusto aquí con nosotros? —Guy coge otro diente de león—. Toma, coge este. —Le saca la mano del bolsillo y le coloca la flor entre los dedos.

—¿Estás de broma? —Willow echa un bufido, coge la flor y empieza a destrozarla—. Muy bien. Entonces, después de contarle a todo el mundo que mis padres están muertos y después de que Andy sea tan comprensivo van todos y se marchan corriendo como si yo tuviera algo contagioso. ¡Sus padres no van a morir porque hayan estado hablando conmigo!

—Creo que la cosa no iba de eso —dice Guy pensativo—. Estoy seguro de que Adrián no iba en ese plan. Él intentaba ayudar, cambiar de tema para que dejaras de ser del centro de atención.

—Oh. —Willow se queda pensando un minuto. No sabe si creer a Guy, pero le gustaría, y debe admitir que tiene parte de razón. Con todo lo que le está pasando, que la gente hable o no de ella realmente no importa tanto.

—Pero ¿qué le dijiste a Laurie? Por alguna razón no te puedo imaginar diciendo ninguna tontería.

—Ponme a prueba. —Willow suelta un profundo suspiro—. Es una larga historia. Yo… En fin, una cosa de un gato.

—¿Un gato? —Guy se echa a reír—. No me esperaba nada de eso. ¿Es porque la hermana de Laurie hace de voluntaria en el refugio de animales?

—¡No voy a volver a pasar por esto! —Willow le da con la mano a Guy, pero también se está riendo.

—Te lo preguntaba porque no me pareces una persona de gatos.

—Sí, bueno, no lo soy. Pero ¿a qué te refieres? —pregunta Willow con curiosidad.

—Bueno, ya sabes… Existe ese tipo de personas a las que le gustan los gatos… —Guy se para y la mira. Willow hace un gesto decidido de negación—. Y luego hay gente como tú. Y como yo. Gente a la que le gustan los perros.

—Ya lo pillo —asiente Willow—. Te refieres a que hay un tipo de persona a quien le gusta el helado de chocolate y otro a quien le gusta el helado de vainilla… Aunque claro, hay alguna gente que prefiere los polos de colores fosforito. —Le mira de cerca—. Café, ¿verdad?

—Muy buena. —Guy se acomoda con las manos detrás de la cabeza—. Pero era demasiado fácil.

—¡Vete por ahí! ¿Cómo iba a saberlo?

—Sí, sí… Creo que te di una buena pista cuando el otro día te invité a un capuccino.

—Vale —dice Willow, poniendo los ojos en blanco—. Pero si vamos a dividir el mundo en dos tipos de personas, ¿podrías decirme alguna categoría más interesante?

—Odisea
o
Ilíada
—contesta enseguida.

—¡Por favor! ¡La
Ilíada

—Sin duda. —Guy le da la razón.

—Vale, oye, como tú muy bien has dicho, yo crecí con todo esto. Pero ¿cuál es tu excusa?

—Tienes una hoja en el pelo. —Guy extiende la mano y se la quita. Ambos se quedan callados.

—Venga —insiste Willow tirándole de la manga—. Cuéntamelo.

—Vale. —Guy deja caer la mano. Se sienta y estira las piernas—. Mis padres no son profes de universidad. Mi padre es banquero y, cuando yo era pequeño, viajábamos un montón. Me refiero a lugares muy lejanos. —Hace una pausa.

—Sigue —le anima Willow con gesto de interés. Se cambia de postura, la pierna se le ha dormido y está un poco incómoda. Un segundo después vuelve a estirarse boca abajo apoyando la cara en la sudadera de Guy y le mira de lado.

—Pasaban dos cosas —sigue Guy—. En primer lugar no había buena televisión, pero tenía total libertad para encargar libros. Y en segundo lugar, para que no perdiera el hilo y como las escuelas no siempre eran de lo mejorcito, mis padres me pusieron un profesor particular que era un poco chapado a la antigua. Me refiero a que vestía chaleco y consultaba la hora en su reloj dorado de bolsillo, ¿me entiendes? Debía tener unos ciento cincuenta años. Era de Inglaterra y según tengo entendido también había sido banquero, pero hacía años que se había jubilado. Había estado en Oxford y en Cambridge…

—¡La gente no suele ir a las dos! —protesta Willow entre risas.

—Créeme, él sí. O tal vez estudió en una y dio clases en la otra. Quién sabe. Es igual, el caso es que hizo que me interesaran los libros.

—¿Qué leíste? —pregunta Willow intrigada.

—Cualquier cosa. De todo. Podía hacerme leer desde ciencia ficción hasta Milton. —¿Ciencia ficción? —Willow hace una mueca.

—¿Qué hay de malo con la ciencia ficción?

—¿Digamos… todo? ¿Y Milton? ¿Por qué no Shakespeare?

—También lo leímos. Pero ahora que lo dices, esa también es una buena categoría. —Guy pone cara pensativa—. Gente a la que le gusta Milton y gente a la que le gusta Shakespeare.

—¡Si no fuera que la gente que prefiere a Milton antes que a Shakespeare está loca!— responde Willow indignada.

—Es verdad… De hecho a mi profesor le encantaba Milton.

—Sí. Y además te hacía leer ciencia ficción. ¿Cuál es tu Shakespeare favorito? —Willow se pregunta si será el mismo que el suyo.

—Mmm… Probablemente
Macbeth.

—¡Oh, por favor! Pero solo porque eres un chico.

—¿No te gusta? —Guy la mira como si estuviera loca.

—Sí, claro, pero no es nada en comparación con
La Tempestad.
¿Quién quiere un viejo castillo en Escocia cuando puedes quedarte atrapado en una isla encantada?

—No me lo he leído.

—¡Oh! Pero si es el mejor. ¡Tiene esa fantástica relación entre Ferdinand y Miranda! Es mucho más romántico que
Romeo y Julieta…
—Willow se para de repente, no puede evitar sonrojarse un poco.

—Imagino que esta isla encantada es uno de esos lugares imaginarios que tanto te gustan.

—Correcto —afirma Willow—. Pero, hablando de lugares exóticos, ¿dónde vivías cuando tuviste que leer todos estos libros.

—En el Lejano Oriente. Singapur. Kuala Lumpur.

—¿Hablas… —Willow busca la palabra correcta— kualalumpuriano?

—Malayo —ríe Guy—. No, ojalá.

—Quedaría bien en tu expediente, ¿no?

Willow le da un ligero codazo.

—¡Exacto! Supongo que hablo lo suficiente como para pedir un helado de café, pero la verdad es que todo el mundo habla inglés allí.

—¿Tienes hermanos?

—¿Qué es esto? ¿El cuestionario de las veinte preguntas? Sí, una hermana, Rebecca. Es seis años menor, ¿vale? Venga, ahora te toca decir a ti una categoría.

Mmmm… —Willow se lo piensa un ralo—. Vamos a ver…
—Qué tal gente que prefiere la ciudad y gente que prefiere el campo… Muy aburrido. Gente que… vota a los Republicanos… Pasando de este… Gente que es como Andy y gente que es como Guy. Exacto, pero ¿quién más es como Guy? Gente que mata a sus padres y gente que no… Gente que se corta y gente que guarda el secreto…

Pero Willow no quiere insistir en eso ahora. Está pasando lo que se podría decir un buen rato, así que rastrea en su cabeza en busca de una categoría interesante.

—Lo tengo. —Le mira triunfante—. Gente a quien le gustan las historias de Sherlock Holmes…

—Sí. —Guy se inclina hacia delante.

—Con Watson… y gente que las prefiere sin él.

—¡A nadie le gustan las historias sin Watson!

Guy no se lo acaba de creer.

—¿Cómo lo sabes? —Willow se sienta sobre sus rodillas.

—A ver, ¿alguna vez has conocido a alguien que le gusten?

—No, pero eso no significa que no existan. Además, ni siquiera conozco a tanta gente que se las haya leído, para empezar.

—Sí, bueno, a cualquiera que le gusten las historias sin Watson… —Guy hace una mueca—. Espera, ¿no serás tú una…?

—¡No! —exclama Willow—. Fan de Watson total. Ni siquiera me puedo leer las otras.

—Vaya, es un alivio. —Guy se deja caer sobre sus codos.

—Vale, ahora explícame algo de Kuala Lumpur.

—Mmm… El clima es espantoso.

—¿Es lo único que se te ocurre? —pregunta Willow, riendo—. Vale, háblame de tu hermana, entonces. ¿Estáis muy unidos?

—Bueno, puede ser. Lo hemos estado, pero ¿ahora mismo? Ella tiene doce años, así que tenemos problemas muy diferentes.

—Lo entiendo perfectamente —afirma Willow—. David y yo antes estábamos igual, pero cuando creces, las cosas mejoran. Lo único es que ahora están peor, mucho peor.

—Lo siento. —Sus palabras parecen sinceras.

—Yo… estaba con él en aquella cafetería cuando os vi pasar a ti y a Laurie. —Willow habla muy deprisa, precipitadamente—. Y, en fin, no aguantaba más allí sentada, era demasiado duro. Así que le dije que había quedado con vosotros. Espero que no te haya importado. Que haya venido con vosotros, me refiero. —Willow aparta la vista.

—Mmm… Déjame que lo piense un momento. —Guy hace ademán de reflexionar sobre el problema—. ¿Qué es más interesante, hablar del equipo de remo, de laca de uñas… o de Sherlock Holmes?

—De acuerdo. —Willow esboza una sonrisa.

—¿Pero qué os ha pasado?

—No estábamos hablando. —Willow hace una pausa—. Estábamos sentados el uno frente al otro diciendo cosas, pero no estábamos, lo que se dice, hablando. Es como con todo lo demás. —Se apoya sobre un costado, mirando a Guy—. Las cosas ya no funcionan.

—¿Qué cosas exactamente?

—Hoy ha estado en el instituto. Tenía una de esas entrevistas con el tutor, ya sabes, de esas en las que hablan sobre tus planes de vida y todo eso.

—Claro, ya me lo conozco. Mis padres también han estado hoy allí. Tuve que acompañarlos. —Guy se para de repente—. Continúa —dice en voz baja.

—Hizo como si no hubiera estado allí. —Willow no puede contener la amargura en su voz. —No ha podido hablar conmigo del tema. ¿Por qué no puede decirme sin más que le toca las narices tener que ocuparse de estas cosas?

—A lo mejor no te lo ha dicho por otra razón. Tal vez se sienta mal por ti. Si me pasara lo mismo con Rebecca dentro de diez años, me sentiría fatal por ella. Me entristecería mucho pensar que yo he tenido a mis padres para ayudarme a crecer y ella no.

—Quizá. —Willow no está del todo convencida—. Pero no es lo único. ¿Qué me dices de esto? Le doy a David, bueno, a David y a Cathy, casi todo el dinero que gano. Ni siquiera es mucho, probablemente solo llega para pagar la factura de la luz y un paquete de pañales o algo así. No creo que Isabelle, mi sobrina, estuviera planeada. —Vuelve a sonrojarse—. Y tener que vivir conmigo ya te digo yo que tampoco estaba planeado. Me refiero a que de repente hay tantos gastos extraordinarios, y hasta que no cobremos el seguro de vida de mis padres, tengo que colaborar en ellos. Pero David siempre se enfada cuando coge mi dinero. ¿Por qué no puede simplemente decirme que no es suficiente?

—Creo que estás absolutamente equivocada con eso —responde Guy, negando con la cabeza—. Me juego lo que quieras a que no va de eso, a que el problema es que se siente culpable de tener que aceptar tu dinero.

—¿Él se siente culpable? —Willow no se lo cree—. Él no es el que debería sentirse culpable.

—¿Es ese el problema? ¿Es por eso que te cortas, me refiero? —Guy la mira—. ¿Porque te sientes culpable?

—Para nada —dice Willow. No le gusta el rumbo que ha cogido la conversación. Creía que ya habían superado eso de que él la analizara.

—¿Es por… ?

—¿Me puedes devolver mis cuchillas?

—Sí, claro. Lo que tú digas. —Guy se sienta bruscamente, busca en su mochila las cosas de Willow.

—Lo siento, pero no me resulta fácil hablar de ello. No puedo explicártelo sin más, y ni siquiera…

—Da igual —interrumpe Guy—. No me puedo creer que te esté devolviendo esto. ¡Toma! —Le tira las cajas de cuchillas.

Willow no las coge al vuelo. Se siente humillada al ver cómo las cajas caen al suelo y se abren con el golpe, llenando el césped de brillantes cuchillas metálicas. Pero su deseo de recuperar las cuchillas es más fuerte que la vergüenza que pueda sentir y se pone a escarbar en la hierba a cuatro patas para recuperar hasta la última cuchilla.

—No debería haber hecho eso —dice Guy—. Es que… No lo entiendo, ¿vale? No entiendo absolutamente nada.

—Yo misma hay veces que no lo entiendo. —Willow lo mira directamente a la cara durante un buen rato. Luego se gira y se dedica a guardar las cuchillas en su bolsa. Al hacerlo se da cuenta de que tendrá que limpiarlas antes de usarlas.

—No lo has vuelto a hacer desde que nos vimos en la biblioteca, ¿verdad? En fin, ¿Qué es lo que te ha frenado? Quizá deberías intentar descubrir qué es lo que te hace explotar. ¿Cómo logras controlarte entonces?

—¿Cómo sabes que no lo he hecho? —le suelta Willow—. ¿Y qué te hace pensar que puedes comprenderme tan fácilmente?

—Ah, ya veo. —La voz de Guy es incluso más mordaz—. Supongo que he sido un estúpido. Yo solamente pensé que, como te di mi palabra de contárselo a tu hermano, tú cumplirías tu parte del trato.

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