—Esto debe de ser nuevo para ti —dice Guy al darse cuenta de la «F» escrita en rojo—. No me tomes el pelo.
—Se va a notar que es letra de chica a menos que la calques. —Guy mira el papel al trasluz—. Y este papel es demasiado grueso. —Le devuelve el control—. Ya sé lo que me dijiste en el parque, pero creo que puedes estar equivocándote con todo esto. Quiero decir, ¿estás segura de que no puedes ir y, simplemente, decirselo? Vale, has sacado muy mala nota, pero sabrá cómo llevar la situación. Firmar un control no es algo tan grave, ¿no?
—Es por lo que significa firmar, lo que representa. Pero si apenas pudo con la entrevista con el tutor. ¿Cómo voy a… ? Es que… Es… Es demasiado. Y tampoco es por la nota, es mas bien por… —Willow niega con la cabeza sin saber qué más decir. Nadie lo entiende, nadie lo pilla—. Seguro que tú crees que es todo un detalle, ¿no? —dice Willow, un segundo después, con un tono de urgencia en su voz.
—¿Un detalle? —exclama Guy, desconcertado.
—Que haga ese tipo de cosas por mí, ya sabes, como firmar un control, hacerme de padre.
—¿Un detalle? —repite, sin poder creérselo—. ¿Me tomas el pelo? A mí me parece que debe ser durísimo, pero sigo pensando que tú…
—Te he comprado una cosa —le suelta Willow.
—Que has comprado… ¿Qué?
Willow cierra los ojos un segundo. Le sorprende que vaya a dárselo después de todo, pero ya no hay vuelta atrás. Ahora tiene que hacerlo.
—En la librería. —Busca en su mochila y le tiende el paquete a través de la mesa.
Guy saca el libro de la bolsa lentamente. Willow se espera que ponga cara de decepción, de no entender por qué le regala un libro tan viejo y hecho polvo.
—Me encantan los libros usados con anotaciones en los márgenes, es lo mejor —dice Guy mientras pasa las páginas—. Siempre imagino quién lo debió leer antes de que lo hiciera yo. —Hace una pausa para leer uno de los discursos de Próspero—. Tengo un montón de deberes como para leérmelo ahora pero, ¿sabes qué? Que les den, quiero saber por qué es tu Shakespeare favorito. Gracias, es genial. O sea, no tenías por qué hacerlo.
—Pero lo he hecho —dice Willow, tan bajo que duda mucho que la haya oído.
—Oye, no has escrito nada —dice Guy con el ceño fruncido.
—Oh, ni siquiera había pensado… Yo, bueno… Ni siquiera sabría qué poner —dice Willow con timidez.
—Bueno, a lo mejor se te ocurre algo después.
Willow mira cómo Guy lee el principio. No cabe duda, su sonrisa es auténtica y Willow no puede evitar pensar que, si no puede hacer algo así por David, al menos sí que lo puede hacer por alguien.
—Solamente puedes sacarlo hasta mañana —dice Willow mientras comprueba el carnet de la chica para ver qué régimen de préstamo tiene.
—Es justo lo que necesito, porque el trabajo es para mañana —contesta la chica como si le faltara el aliento. Coge el libro con ambas manos—. Gracias.
—Buena suerte con el trabajo —dice Willow mientras la mira cómo sale disparada escalera abajo.
Vuelve a sentarse en el taburete, haciendo esfuerzos por no volver a mirar el reloj. Le queda más de una hora para que acabe su turno, pero está tan aburrida que no cree que sea capaz de aguantarlo.
—Bueno, ¿cómo ha ido? —Carlos aparece por detrás.
—Mmm… Nada del otro mundo —dice Willow inocentemente—;, Un préstamo normal, no me ha pedido préstamo interbibliotecario ni nada de eso.
—¡Imbécil! —Carlos le da un manotazo en el brazo—. Sabes exactamente de qué te estoy hablando. —Acerca la silla hacia Willow y se sienta—. Alégrame el día, reina. Vamos, cuéntame algo.
—¿No tienes a nadie más a quien puedas molestar? —dice Willow.
—No.
—Vale —suspira—. Mmm… Ha estado bien. Tienen una tarta de fresa deliciosa en ese local que está unas calles más abajo.
—Si quiero una crítica gastronómica, me leo el periódico.
—¿Por qué te interesa tanto lo que ha pasado?
Willow se vuelve para mirarlo.
—Porque nunca te había visto sonreír de ese modo. —Carlos se apoya en el respaldo de la silla y la mira con solemnidad.
Oh.
—No importa. —Carlos se ríe—. Es divertido tomarte el pelo. ¿Por qué no te vas ya? —¡Pero si aún me queda una hora! —protesta Willow.
—Ya te lo he dicho antes. Hoy este sitio está muerto. Sinceramente, me las puedo apañar solo —asegura Carlos—. Además, trabajas demasiado.
—Uf, un montón. —A Willow le viene a la mente la «F» gigante sobre su examen, que está guardado entre el resto de deberes fuera de plazo que le esperan por hacer en la mochila—. Pero gracias, Carlos. Eres muy amable. —Si él está dispuesto a dejar que se marche, no va a ser ella quien lo contradiga. Willow se baja del taburete y recoge sus cosas de debajo del mostrador.
—Tranquila, que esto ya me lo cobraré —dice Carlos secamente—. Ya me cambiarás algún turno más adelante, a lo mejor la semana que viene.
—Por supuesto —le contesta Willow, ya de espaldas, mientras baja la escalera de dos en dos. Debe ser la cafeína que acaba de tomar, no hay otra razón para sentirse tan optimista.
Difícilmente será por la emoción de salir cuarenta minutos antes. Y menos aún por las ciento cincuenta páginas del
Bulfinch
que tiene que leer para mañana, o por el trabajo que tiene que ponerse a escribir de una vez.
Y definitivamente, no es por el hecho de que tiene que encontrar la manera de falsificar la firma de David en el control.
Willow disminuye la velocidad, su buen humor se va apagando al pensar en la tarea que le queda por delante. Calcar parece la mejor alternativa, aunque el papel sea grueso. Seguro que si busca por el escritorio de su hermano podrá encontrar algún cheque cancelado. Únicamente tiene que poner el papel en algún lugar al trasluz…
Odia en lo que se ha convertido su vida.
Willow se para en seco. Un poco más adelante está David. Él también la ve y la saluda desde lejos mientras se le acerca. No es tan extraño encontrárselo en el campus. Al fin y al cabo, David trabaja aquí.
En este momento, Willow recuerda un día a principios de marzo, poco antes del accidente. Había hecho un día frío y gris, llovía a cántaros, si no recuerda mal. Cathy y ella estaban temblando de frío porque esperaban que hiciera más calor. ¿No se suponía que la primavera estaba a la vuelta de la esquina? David se había enfadado mucho con Cathy por no abrigarse más. En realidad, más que enfadarse, se había puesto en plan protector. Al fin y al cabo, Cathy estaba embarazada de siete meses y medio y ya se le iba despertando ese instinto.
Habían salido todos juntos a cenar. Willow se había aburrido como una ostra oyéndolos discutir durante horas y horas para escoger el nombre del bebé. Bueno, en realidad no se había aburrido tanto. La idea de ser tía era bastante emocionante. A los dieciséis años, ninguna de las amigas de Willow tenía sobrinos. Aun así, hacer como que se aburría y pedir que cambiaran de tema le debió parecer lo más adecuado en aquel momento.
Helen. Ese era el nombre por el que finalmente se habían decidido. Tampoco era una sorpresa, su hermano también era, desde siempre, fan incondicional de
la Ilíada.
David estaba seguro de que a sus padres les gustaría.
Seguramente les habría gustado el nombre. Willow no llegó a preguntárselo. Pero no vivieron para ver nacer a su primera nieta.
Isabelle era el segundo nombre de su madre. Nació seis semanas antes de tiempo, nada preocupante en los tiempos que corren, pero que tampoco hubiera ocurrido si Cathy no hubiera estado sometida a tanto estrés. Willow está convencida de ello.
A veces le sorprende que Cathy pueda mirarle a la cara.
—¡Eh! —dice David acercándose a ella—. Iba para casa. No esperaba verte por aquí. Has salido antes, ¿no? —Cambia de brazo la pila de libros que lleva—. ¿Ha pasado algo? ¿Te encuentras mal, o has tenido algún problema?
—No, para nada. —Willow se apresura en asegurarle—. Es solo que la biblioteca estaba muy calmada hoy y me han dejado salir antes de tiempo.
—Vale —asiente David—. Podemos ir a casa juntos. Quería. .. Stephen, ¿qué haces por aquí? —David saluda al tipo alto y despeinado que camina hacia ellos.
—David, ¿cómo estás? —Stephen le da la mano—. ¿Sabes? No tenía ni idea de que iba a venir hoy aquí. De haberlo sabido te habría mandado un mail para hacértelo saber. Willow
no
tiene ni idea de quién es este Stephen, no lo había visto nunca, y espera pacientemente a que David se lo presente.
—Bueno, ¿cómo te va la vida? —pregunta David.
—Estoy haciendo entrevistas en algunas universidades de la zona y pensé en pasarme por aquí y echar una ojeada al departamento. —Stephen pone cara de preocupación—. He oído que van a necesitar a alguien para el semestre que viene.
—Sí, lo sé. Creo que van a sacar algún anuncio —pronuncia David pensativo—, pero me parece poca cosa para ti.
—Déjate de historias, cogería cualquier cosa que me dieran. Por cierto, he oído que te has casado. ¿Es posible que sea verdad?
—Casado y con una hija —afirma David—. ¿Te lo puedes creer? ¿Te acuerdas de Cathy? Nos casamos. Tenemos una hija. Isabelle.
—¡Madre mía! Solamente ha pasado un año y medio desde la última vez que te vi. Es increíble lo que pueden llegar a cambiar las cosas en tan poco tiempo. ¿Qué más ha pasado desde entonces?
Willow mira a su hermano con ansiedad. Sabe lo violenta que resulta esta pregunta para él, lo doloroso que es tener que contestarla.
—Sí, es realmente sorprendente lo que puede llegar a pasar en tan poco tiempo —dice David después de una pausa considerable.
—Pero ¿qué más te puede haber pasado aparte de casarte y tener una hija? —Stephen se ríe—. Por favor, no me digas que te has sacado la plaza de profesor ya… Ni siquiera tú eres tan superdotado para conseguirla tan rápido.
—Por Dios, no. Ojalá. —David se ríe con él.
Willow es ahora la que está sorprendida. Lo cierto es que no estaba deseando oír a David recitar la letanía de desgracias que han asolado su vida desde la última vez que vio este tipo, pero ¿de ahí a no decir nada… ?
—¿Y quién es esta chica? —Stephen mira a Willow—. ¿Una estudiante?
—Oh, perdona. Hoy no pienso con claridad. Stephen, esta es mi hermana, Willow.
—¡Tu hermana! —Stephen le tiende la mano—. ¿Vas al instituto por aquí?
—No, yo…
—Willow está viviendo con Cathy y conmigo ahora —interrumpe David. Sin embargo, esto es todo lo que dice. No da ninguna explicación de por qué las cosas son así.
—Tiene que ser divertido para ti. —Stephen le sonríe—. Dios, cuando era un adolescente hubiera dado cualquier cosa por escapar de mis padres. Hablando de eso, casi se me olvida preguntarte. ¿Cómo están tus padres? ¿Sabes? Hace siglos que no hablo con ellos, pero nunca olvidaré la recomendación que me redactó tu padre. Fue hace años, pero siempre me acuerdo de eso. Y de él también.
Willow cierra los ojos un segundo. El buen humor despreocupado de Stephen resulta simplemente horrible dadas las circunstancias. Se acerca un poco a su hermano.
Quiere cogerle de la mano, darle seguridad con algún gesto si es posible, hacer algo para darle apoyo durante este terrible momento. A diferencia de antes, ahora no hay manera de poder evitar responder sin tener que enfrentarse a la pura y dura verdad. El silencio se alarga, Stephen mira a David expectante.
—El… El tenía un gran concepto de ti —dice David finalmente. Eso es todo lo que dice. Willow está anonadada. No se lo puede creer. De verdad que no se lo puede creer. ¿Por qué no le ha contado David lo que ocurrió? ¿Por qué no ha permitido a Stephen que sepa que el hombre a quien tanto admira ha muerto? ¡Muerto! Y su mujer también. Que Willow estaba con ellos cuando eso pasó. Que estaba conduciendo. Que la razón de que ella viva con David y Cathy no es porque quiere escapar de sus padres sino porque sus padres están muertos.
¿Qué le pasa? ¿Por qué lo niega todo de esta manera tan horrorosa?
Por una vez, Willow está enfadada con su hermano. De hecho está furiosa. ¿De qué se está escondiendo? ¿Por qué actúa siempre, siempre, como si nada hubiera ocurrido? Algo explota en su interior. Se acabó ser la chica que haría lo que fuera por mejorar su vida. Ya no es la misma persona que salió de casa esta mañana. Ya no tiene constantemente el deseo de halagarlo con cualquier pretexto para poder verlo sonreír, ya nada le importa menos que encontrar el libro con la esperanza de hacerle sentir mejor. No tiene ningún deseo de consolarlo… o aún peor, ser su cómplice en esta deliberada negación de los hechos. En ese momento, prácticamente lo odia. Casi tanto como él la debe odiar a ella.
Desea desesperadamente dejar las cosas claras. Decir «No», gritar la verdad a los cuatro vientos. Y lo va a hacer.
Perdona, Stephen, pero David no te está contando todos los detalles. Mis padres están muertos. Yo los maté. Por eso vivo con él y su mujer, ¡porque yo he matado a nuestros padres! ¿Vale? Eso es lo que ha pasado durante este último año.
Por desgracia no es tan fácil romper con las costumbres adquiridas durante diecisiete años. Willow no puede, simplemente no puede plantarse en medio del campus y ponerse a gritar a pleno pulmón.
Si hubiera alguien que ella conociera por allí cerca. Laurie, por ejemplo. O Andy, aún mejor. Alguien a quien poder coger y presentarle a David… Alguien a quien ella pudiera contar la versión de los hechos mientras David y su amigo los escuchan.
Willow mira a su alrededor como una loca, pero evidentemente, no hay nadie que ella conozca por aquí. Le hierve la sangre de rabia al sentir la impotencia de hacer lo que desea. Allí está, parada, escuchando a David ya su estúpido amigo hablando del estúpido trabajo que busca.
—En fin, espero poder encontrar algo por aquí. Ya sabes, yo soy de esta zona y…
De repente, a Willow se le ocurre una idea. Ya sabe qué hacer para sacar a David de su absurda complacencia, forzarlo a explicar a Stephen la verdadera situación. ¡Se acabó lo de no querer recordarle a David que él es el padre ahora! ¡Basta ya do intentar evitarle el mal trago! Como una loca empieza a rebuscar por su mochila.
—¡Toma! —dice en voz alta, tan alta como se atreve, interrumpiendo a Stephen a media frase—. ¡Toma! —Repite, plantándole a David el control en las narices—. ¡Tienes que firmar esto!
Los dos chicos la miran sorprendidos.