Read Willow Online

Authors: Julia Hoban

Tags: #Romántico, #Juvenil

Willow (18 page)

¿Es que nada puede salir bien?

Aprieta la cuchilla en su mano con rabia. Al hacerlo, se corta la palma de la mano.
¡Bien!

Pero eso es todo lo que puede hacer ahora. Y, de todos modos, es hora de irse. Tiene que ir al trabajo.

Willow se coloca bien el pantalón, guarda sus cosas en la bolsa y se levanta. Mientras se pone de pie, le llama la atención un pequeño volumen encuadernado en piel, muy bonito a pesar de estar viejo y gastado. Está puesto de cualquier manera entre los otros libros.

Se pregunta qué hará aquí este libro y mira el cartel al final del pasillo.

Drama isabelino y de la Restauración.

Willow no se había dado cuenta de la parte de la tienda que había escogido para desmoronarse. Coge el libro, mira la cubierta azul de piel y empieza a pasar las páginas manoseadas y con las esquinas dobladas de
La tempestad,
intentando leer las anotaciones al margen que algún lector anterior debió hacer y que ahora apenas resultan legibles porque la tinta se está borrando.

—¿Me dejas pasar ya?

Levanta la mirada y ve a un chico particularmente guapo. Puede que sea un actor.

—Sí, lo siento. —Finalmente se pone de pie y hace una pausa para volver a dejar
La tempestad
en su sitio. Pero en lugar de eso, se pone el libro bajo el brazo y se dirige hacia la caja.

Willow no sabe muy bien por qué lo quiere comprar. Se ha leído esta obra un millón de veces. Además, ahora mismo no tiene tiempo de leer nada que no sea para el instituto y, aunque lo tuviera, tiene varias ediciones en casa.

Además…

¿No dijo que su padre era banquero? Lo último que necesita es una edición vieja y mohosa como esta.

Seguramente le parecerá raro que le regale un libro de segunda mano, subrayado y lleno de anotaciones. Probablemente le parezca raro que le haga cualquier tipo de regalo.

Y, de todos modos, ¿por qué está pensando en comprar algo para Guy?

Sin darse cuenta, Willow se toca la herida que él le curó.

No tiene por qué dárselo. No tiene por qué hacer nada con el libro. Incluso podría tirarlo a la basura. O simplemente quedárselo. Pero la verdad es que Guy debería leerse
La tempestad.
No importa, simplemente es algo para tener.

Tal vez su visita no haya sido una total pérdida de tiempo, piensa mientras paga y sale corriendo hacia el trabajo.

—Vaya, fíjate. —Carlos le guiña el ojo al verla entrar corriendo, sofocada y sin aliento, casi veinte minutos tarde—. Espero que te lo hayas pasado bien.

—No exactamente. —Willow deja su bolsa debajo del mostrador—. ¿Qué humor tiene hoy? —susurra mientras se coloca la tarjeta de identificación.

—Tienes suerte, hoy no está. Urgencias odontológicas.

—Oh… —Willow hace una mueca de dolor. Se sienta en uno de los altos taburetes que hay detrás del mostrador y enrosca los pies en las patas metálicas.

—Pregúntame si ha pasado algo más —dice Carlos. Se apoya en el respaldo de su silla y la mira arqueando las cejas.

—¿Ha pasado alguna cosa más? —Willow recita la pregunta pero no escucha con demasiada atención. Está pensando si tendrá tiempo de hacer deberes. Después de todo, la señorita Hamilton no está aquí…

—Alguien ha preguntado por ti.

—¿Por mí? —Willow se sorprende—. ¿Te refieres a mi hermano?

—¡Venga ya! —Carlos pone los ojos en blanco—. ¿Crees que no conozco a tu hermano? Alguien más joven, de tu edad, un chico —añade, anticipándose a cualquier pregunta—. Ya le había visto antes por aquí.

—Oh… —Willow piensa durante un minuto. La única persona que se le ocurre es Guy—. ¿Qué quería?

—Saber si trabajabas hoy. Le he dicho que sí.

—Ah… —Se encoge de hombros intentando fingir indiferencia—. Bueno, puede que se vuelva a pasar.

—Puede, no. —Carlos se recuesta en el respaldo y se levanta de un salto mientras Guy se acerca al mostrador.

—¡Hola! —Guy sonríe a Willow—. He venido aquí a trabajar y había pensado que, cuando hagas una pausa, podríamos…

—Ahora mismo iba a hacer una —interrumpe Carlos.

—¡Pero si acabo de llegar! —protesta Willow.

—Hoy estoy al mando —dice Carlos—. Además, no hay mucho movimiento. Venga, nos vemos en media horita.

—Bueno, gracias —dice Willow lentamente.

Por supuesto que está contenta de poder hacer una pausa, pero de repente le ha entrado vergüenza. Se quita la identificación, se la mete en la bolsa y se queda quieta un segundo.

Es totalmente seguro dejar la bolsa aquí. Siempre lo hace cuando se toma un descanso, solo coge el monedero y se lo guarda en el bolsillo.

Pero Willow no puede evitar pensar en la copia de
La tempestad
que lleva en el fondo de la mochila.

No es que sepa muy bien lo que va a hacer con ella, pero también podría llevarse la bolsa, por una vez.

—Hasta ahora —le dice a Carlos mientras se cuelga la mochila en el hombro.

—¡Que majo! —dice Guy.

Bajan por la escalera de mármol y salen a la calle.

—Mmm… —asiente Willow.

Aunque su mochila ya pesa por sí sola, Willow siente la presencia del libro al fondo de su mochila. Debe de ser su imaginación. Al fin y al cabo, no puede pesar mucho. —Bueno—. Guy le sonríe—. Estaba trabajando en la biblioteca y necesitaba un descanso. Pensé que quizá podría arrastrarte hasta el lugar del que te hablé.

—¿El de los capuccinos? Claro. —Willow hace una pausa—. ¿Qué estabas haciendo? Willow realmente quiere saber qué estaba haciendo Guy en la biblioteca, pero hay un montón de cosas que le gustarían saber antes, como por qué quiere pasar su rato de descanso con ella en primer lugar.

¿Será porque cree que tiene que controlar sus actividades ilícitas ya que no se lo ha contado a David?

¿Será porque, por alguna razón, le apetece estar con ella?

Quizá, después de todo, debería darle el libro.

—Oh, estaba con unas lecturas que tengo que hacer para una asignatura que estoy haciendo aquí. ¡Eh, cuidado!

La coge de los hombros para evitar que se choque con un mensajero que pasa a toda velocidad en bicicleta.

—Gracias. —Willow está sobresaltada. No tanto por la bici, a pesar de que casi la atropella, sino por sentir el contacto di sus brazos. Sin embargo, ya debería estar acostumbrada a esto. Al fin y al cabo, le ha vendado el brazo, la ha arrastrado por la escalera, cogido de la mano…

Quizá le ha afectado tanto porque todavía se siente descolocada por la experiencia en la librería. O quizá porque esta es la primera vez que la toca por una razón que no tiene nada que ver con sus cortes.

—Este es el lugar. —Guy abre la puerta.

Willow se sienta frente a él en una de las mesas de mármol y coge un menú; luego lo deja y empieza a morderse las uñas.

Encantadora.

Vuelve a coger el menú, pero ni siquiera intenta abrirlo y empieza a jugar con el servilletero.

—¿Estás bien?

—Sí, sí, claro. Solamente un poco…

Nerviosa e incómoda.

Pero eso no tiene ningún sentido. Al fin y al cabo, él lo sabe todo de ella, no tiene nada que temer.

Entonces, ¿por qué está tan tensa?

Vuelve a pensar en el otro día en el parque, cuando le convenció para que se quedara con ella. Debería haber dejado que se fuera entonces. Ha roto el propósito que se hizo después del accidente. Está empezando a sentir cosas.
Un montón de cosas.

Willow no se lo puede permitir. Nunca debería haber permitido que entrara en su vida de esta manera. No es asunto suyo lo que le guste, o lo que lea, o en qué lugar creció ni todas Mas cosas.

¿Y qué está haciendo comprándole regalos? En cuanto vuelva al trabajo, lo tirará a la basura. Lo primero que…

—¿Ya sabes lo que quieres? —le pregunta Guy.

—¿Eh? —Willow ni siquiera se había dado cuenta de que el camarero estaba allí. Abre el menú, pero está boca abajo.

—No importa, yo me encargo. —Guy se ríe de ella, pero con buena intención—. Mmm, dos cappuccinos helados y dos… Dios, ¿qué podrías querer? A ver, ella tomará… una tarta de fresa. —La mira—. ¿Te va bien?

—Sí, claro —asiente Willow—. Pero en realidad no tengo tanto tiempo. Tengo que volver en…

—Ya lo sé, pero algo me dice que Carlos no va a ser muy estricto contigo hoy. —Guy se vuelve otra vez al camarero—. Entonces, dos cappuccinos helados, una tarta de fresa y…

—Espera. —Willow consigue darle la vuelta al menú—. Mmm… Él tomará la tarta Mocha Napoleón.

—A la primera. —Guy le devuelve la carta al camarero—. Bueno, ya sabes, me estaba preguntando… Un segundo…

De repente para de hablar y le coge la mano a Willow. Esta vez la coge con fuerza, casi con violencia, y Willow ahoga un grito.

Él le abre la mano y mira la línea de sangre seca que atraviesa la palma.

—No es lo que piensas.

—¿Ah, no?

—No. —Willow se revuelve en su silla. La mirada de Guy es demasiado intensa y ella tiene que apartar los ojos—. Vale, ¿quieres saber la verdad? No es lo que tú te crees, pero no porque no lo intentara, ¿vale? —Aparta la mano.

—¿A qué te refieres?

—Me refiero a que quería hacerlo pero no he podido. No estaba sola. Mira, ¿de verdad quieres ayudarme?

—Sí.

—Entonces hablemos de otra cosa.

—Vale —dice Guy—. ¿De qué?

—Bueno… —Willow apoya la barbilla en las manos y piensa unos instantes—. No sé, lo que sea. Del tiempo.

—¿Del tiempo?

—Vale, ¿qué te parece el tiempo en Kuala Lumpur?

—Ya hemos hablado de eso.

Guy se cruza de brazos y le echa una mirada.

—Bueno, pues explícame el resto. ¿Cómo eran las cosas allí?

—Tienes fijación con el sitio, ¿no?

—Me gusta el nombre. —Willow se encoge de hombros.

—Lo que tú digas. —Guy hace una pausa mientras el camarero deja las cosas sobre la mesa—. Vale, ¿quieres saber cómo era la vida allí? Todo era muy diferente. Me refiero a todo. La gente, los edificios, la comida… la cultura en general. Era casi como estar en otro planeta. Pero la verdad es que no pude apreciarlo porque, en fin, fue una época difícil para mí.

—¿Difícil? Pero si parece divertido —protesta Willow—. Estabas viviendo en una sociedad muy diferente, tenías todo el tiempo del mundo para leer… —Se le corta la voz al darse cuenta de lo frívolo que suena lo que dice. Únicamente le falta decirle que suena encantador—. Perdona, ¿por qué fue difícil?

No puede creer que le esté preguntando esto. Debería levantarse e irse en lugar de seguir allí metiendo el dedo en la llaga. Lo último que necesita es oír cosas que hagan que él sea cada vez más importante para ella.

Demasiado para mantener su propósito. Se siente como una ex fumadora en una fábrica de cigarrillos.

—No me malinterpretes. —Guy niega con la cabeza—. No es exactamente que se estuviera mal. Tenía muchas cosas buenas. Pudimos hacer cosas increíbles, como viajar por toda aquella zona, conocer Tailandia… Además, es increíblemente maravilloso poder ver este mundo tan diferente de cerca. Pero es como si yo nunca acabara de encajar allí. Es decir, yo me esperaba que Kuala Lumpur fuera diferente. Lo extraño era, sin embargo, que tanto los otros chicos con los que solía ir como la escuela fuesen tan diferentes a lo que yo conocía. Eran todos británicos, de familias muy, muy ricas.

Para mí, eran tan extraños como el resto de cosas que me rodeaban, pero la cuestión era que se suponía que yo debía ser como ellos. Y no era así. Y esto era…

—Difícil —dice Willow lentamente—. Por lo que dices, tenía que ser duro. Siento que no tuvieras una buena experiencia pero, ¿sabes lo que pienso?

—No, dime.

—Bueno, lo de no acabar de adaptarte, creo que eso es lo que ha hecho que ahora te intereses por la antropología. Quiero decir, incluso antes de que empezaras a leer libros o fueras a las clases de mi hermano. Observar otra cultura desde fuera, más o menos es de eso que lo trata la antropología, ¿no?

—Nunca lo había pensado desde ese punto de vista. —Guy bebe un poco de café—. Yo solo me quejaba por no sentirme parte de eso, pero supongo que tienes razón. —Para de hablar y la mira un minuto—. ¿Sabes qué? Creo que se me da fatal eso de distraerte.

—¡Oh, no! Oír hablar de los problemas de los demás… Créeme, la distracción perfecta. —Pero ese también es tu problema, me refiero a no acabar de adaptarte. Bueno, al menos eso es lo que tú piensas, y como es uno de tus problemas, lo último que quiero hacer es recordarte cosas de estas.

—Oh… —Willow baja la mirada hacia su plato. Tiene parte de razón, claro, pero aunque parezca raro, escucharle no le ha hecho pensar para nada en su propia situación. Además, sería agradable poder hablar de cosas simples aunque fuera por una vez.

—De acuerdo —dice Willow—. No creo que el tiempo en Tailandia fuera mucho mejor. Espera. —Un objeto rojo llama la atención de Willow desde la calle—. Parece que tenemos suerte, ahí hay algo más interesante. —Willow se inclina hacia un lado, casi se levanta de la silla, y estira el cuello para mirar por la ventana—. Perdona, falsa alarma. —¿Qué estabas mirando? —Guy mira por la ventana.

—Me había parecido ver pasar a Laurie, perdón, a los nuevos zapatos de Laurie. —Willow se deja caer sobre su silla—. Ha salido de compras esta tarde, a por zapatos. Dice que va a llevarlos mañana.

—¿Y eso es más interesante?

—Mil veces. Pero, da igual, no era ella.

—Ya… Me he perdido. ¿Has ido de compras con ella?

—No —suspira Willow—. Debería haber ido, pero no. Chloe y ella iban hacia el centro y yo tenía que ir a la librería que nos… que te gusta. Así que hemos ido juntas por el camino.

—¿Dónde me compré Tristes? —Guy se anima—. ¿Has comprado algo?

—No —dice Willow tras pensarlo unos segundos—. En realidad no.

—Ojalá hubiera sabido que ibas a ir, te hubiera acompañado. ¿Buscabas algo en concreto?

Willow tarda un minuto en contestarle. Está demasiado ocupada recordando sus desastrosos recados. Está demasiado ocupada pensando que no tiene nada que darle a David cuando lo vuelva a ver, nada excepto un control suspendido, y no piensa darle eso a su hermano.

—¿Willow?

—Perdona, es que… Mira. —Willow coge su mochila y saca el control, con cuidado de que Guy no vea
La tempestad—.
Se supone que tengo que darle esto a David. —Le pasa el papel a Guy—. Tiene que firmarlo. Pero no puedo dárselo. Voy a tener que falsificar su firma o algo así. —Juega con la tarta de fresa y aparta el plato.

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