Venga, venga, deprisa…
Willow deja el carro a un lado y echa a correr hacia el lugar donde ella y Guy han estado sentados. El papel no está allí. ¡ Por el amor de Dios! ¡ Pero si únicamente ha estado fuera unos minutos! ¿Quién más puede haber estado aquí? Y, de todos modos, ¿quién querría coger un pedazo de papel arrugado? Cae sobre sus rodillas y empieza a arrastrarse. ¿Dónde lo habrá tirado? Willow mira bajo las estanterías metálicas. No hay nada aparte de suciedad.
¿Qué es eso?
Entre las pelusas de polvo ve un pequeño objeto blanco y extiende la mano para buscarlo. Willow apenas logra alcanzarlo y siente que se le está a punto de dislocar el brazo de tanto estirar el brazo bajo la estantería.
¡Lo tengo!
Deshace la bola y alisa el papel, volviendo a doblarlo con cuidado. No sabe muy bien qué hacer con él. Se ha dejado la bolsa abajo, hoy lleva falda y… no tiene bolsillos. Después de un segundo Willow guarda el papel doblado en su sujetador.
No sabe muy bien para qué quiere sus números. No le va a llamar. Pero en realidad, ¿qué mal hay en guardarlos? Le gusta sentir el tacto del papel en sus pechos. Le rasca, no es doloroso, como la cuchilla, pero tampoco algo que pueda ignorar.
El papel se queda allí el resto del día, hasta que se desnuda para meterse en la cama. Enseguida se queda dormida. Sin problemas, está agotada. Pero aguantar dormida… eso es otra cosa.
Willow no tiene pesadillas, no exactamente. Al menos, no que ella recuerde. Pero siempre hay algo que logra despertarle en plena noche, temblando. Puede ser un coche que pasa bajo su habitación y que le recuerda el accidente o el sonido de la lluvia que golpetea la ventana.
No está muy segura de qué se trata esta vez. Le vienen a la cabeza fragmentos sombríos de un sueño: el ruido de cristales rotos, el tacto al tocarlos, ¿es eso lo que le hace temblar? No importa. Willow coge las cosas que tiene bajo el colchón. Aprieta la cuchilla en su mano compulsivamente.
Está estirada, pero no se está cortando. Todavía no. De repente se incorpora para coger el teléfono, que cae de la mesita de noche. Busca por la mesita de noche hasta que su mano se encuentra con el trozo de papel que había dejado antes. Sin soltar en ningún momento la cuchilla, coge el papel y el teléfono, y se esconde bajo las sábanas. El teléfono no es inalámbrico y el pitido de la línea rompe el silencio. El sonido es reconfortante, al igual que la idea de llamar a Guy. No va a llamarle, nunca lo haría. Pero aprieta con fuerza el papel en la mano, como si le fuera la vida en ello, y mece el teléfono junto a su pecho, con el insistente sonido haciendo de eco a los latidos de su corazón.
Willow canturrea una melodía mientras husmea entre varios productos de belleza que están de oferta en la droguería. Por una vez se siente de buen humor. ¿Y, por qué no? En el instituto han salido más pronto que de costumbre, y hoy no tiene que ir a trabajar a la biblioteca. Tiene todo el día por delante para hacer lo que quiera.
Y quiere comprar repuestos.
Así que ha vuelto a la tienda junto a la que pasó con Guy y Laurie. Comprar cuchillas de cúter no siempre resultaba tan fácil. Normalmente las encontraba en tiendas de Bellas Artes pero, desde que había dejado las acuarelas no le gustaba ir allí así que, encontrar un nuevo proveedor resulta especialmente gratificante.
Por supuesto, cualquier superficie cortante podría valer, y Willow ya las ha probado todas: tijeras para cortarse las uñas,
un
cuchillo de carne, cuchillas de afeitar, menos las que tienen protección. Estas últimas son las que llevaba cuando la descubrió Guy. Pero Willow es una purista. Le gusta usar el instrumento elegido solo para ella. No le gusta abrirse la piel con la misma hoja que emplea para cortar la cena.
Willow se para junto a las cajas de Caoba Rojizo. ¿Debería comprar un par? No es que tenga ninguna intención de teñirse el pelo pero siempre se preocupa de coger un par de cosas para no levantar sospechas de los empleados.
Debe tener una docena de blocs de dibujo en casa. Todos en blanco.
Esta vez Willow coge una botella de champú —al menos es algo que usará— y se apresura hacia la caja. Siempre le pone nerviosa pedir las cuchillas. ¿Por qué tienen que ponerlas detrás del mostrador? A medida que va dejando las cosas, el corazón se le acelera. Intenta parecer inocente, pero no puede evitar sentirse como una criminal. —Tres cajas de cuchillas para cúter, por favor.
—¿Tres cajas? ¿Para qué quieres tres cajas?
El dependiente la mira extrañado.
Veinte por caja, ¡sesenta cuchillas! ¡Tiene que haberse dado cuenta!
—Yo, bueno… Yo solamente… —Willow no sabe qué decir. ¿Debería salir de allí? ¿Echar a correr? En cualquier caso, ¿él puede hacerle algo?
O
sea, que no va a llamar a la policía, ¿no?
—Porque la oferta es de cuatro por dos dólares —continúa el dependiente, imperturbable.
Oh.
—Claro, es decir, que ya lo sabía. Yo solo… Claro. Cuatro cajas estaría genial. Gracias. —Lo peor ya ha pasado. Casi se marea del alivio que siente. Vuelve a canturrear en voz baja mientras paga la compra y se dirige a la puerta.
Ahora, ¿qué?
Willow guarda sus adquisiciones en la mochila mientras echa a andar calle abajo. Todavía no sabe muy bien hacia dónde se dirige. A lo mejor debería ir al campus y pasar un rato estirada en la hierba. Mala idea. Hace un gesto de negación con la cabeza al recordar lo ocurrido la última vez. Quizá debería ir a casa y hacer un poco de trabajo, acabar el
Bulfinch
y ponerse a escribir el trabajo que se supone que tiene que hacer.
No me lo creo ni yo.
Claro que siempre puede ir al parque. Es mucho más agradable que ir al campus y no le vienen asociaciones negativas a la cabeza.
Es curioso que recuerde como malo el momento en que Guy la descubrió y, en cambio, cuando la curaba… bueno, eso no es algo malo, al fin y al cabo. Willow se acaricia el vendaje distraídamente. Está empezando a ponerse sucio, debería cambiarlo pero, por alguna razón, no ha encontrado el momento.
Camina en dirección al parque pero está un poco insegura. Ir al parque sin compañía… Estos últimos meses ha estado muy sola, y la mayoría de veces por su propia elección, pero aun así, Willow recuerda el otro día en el depósito con Guy. Aunque una buena parte de la discusión fue dolorosa, hubo muchas cosas interesantes. La verdad es que el placer de su propia compañía está empezando a desgastarse.
Ese sentimiento no hace más que empeorar cuando ve a un grupo de chicas del instituto que van juntas hacia el parque. Vicki está entre ellas. Willow se pregunta qué haría Vicki si ella se acercara e intentara unirse al grupo. ¿Sería simpática o simplemente volvería a hacer un comentario ofensivo?
Bueno, de todos modos, no tiene ningún deseo de pasar el rato con Vicki y sus amigas. Willow deja atrás el parque y camina en dirección al instituto. Hay varios cafés con terraza esparcidos por aquella zona y quizá ir a tomar algo a uno de ellos no será una mala idea.
Se para frente a uno que tiene un bonito toldo de rayas verdes y blancas y lee el menú. No tiene mucho dinero. Les da a David y a Cathy casi todo lo que gana pero, aun así, tiene suficiente para tomar algo.
—¡Willow!
¿David? ¿Qué hace él aquí?
¿No debería estar su hermano dando alguna clase o trabajando en casa? ¿Qué está haciendo tomándose un café helado en un bar a estas horas del día?
Lo primero que piensa Willow después de recuperarse del susto de ver a su hermano en una de las mesas es que estaba segura de que se lo iba a encontrar. La razón de que les dejaran salir más pronto del instituto es la reunión entre padres y tutores. La misma de la que hablaba la carta que había recibido David.
Mientras Willow piensa esto, se da cuenta de que hay varios estudiantes que pasan con sus padres y entran en otras cafeterías.
—David —dice Willow con inseguridad al acercarse a la mesa en la que él está sentado. ¿Cómo debe actuar? ¿Debería dejarle caer que sabe la razón por la que él está por la zona? Está segura de que su hermano no quiere que lo sepa. Si quisiera, simplemente ya habrían hablado del tema. Habría ido a la reunión con él.
—¿No tienes clase o algo así ahora? —le pregunta Willow. David aparta su chaqueta y un montón de libros que hay sobre la silla de al lado y Willow se sienta—. Quiero decir, ¿qué estás haciendo por aquí?
Si él no es claro con ella, entonces ella ya sabe cómo llevar la conversación. Simplemente hará lo mismo que han hecho siempre desde el accidente: hablar sin decir nada.
—No, ahora no hay clase… —Al decir esto, David no la mira. Juega con la servilleta, le pasa un menú, hace todo menos mirarla a los ojos—. Debería estar preparando la conferencia pero necesitaba un respiro. Así que he venido a pasear por aquí… —Se le apaga la voz. Willow asiente, como si se estuviera tragando lo que le dice. Con un profundo suspiro abre el menú.
—Bueno, ¿y cómo van las clases? —dice, después de pedirse un capuccino.
Genial, ahora eres tú la que suena como si quisieras hacer de madre.
—Bien —contesta David, encogiéndose de hombros.
¡Y desde el lateral derecho, David reacciona con una fabulosa y aguda repuesta!
—¿Qué clases das este año?
—Oh, ya sabes, lo mismo de siempre, lo mismo de siempre.
¡¿Cómo narices quieres que lo sepa?! ¡Ya nunca me cuentas nada! ¿Cómo se supone que debe de ser lo mismo de siempre? ¡Ni siquiera llevas tanto tiempo dando clases!
—Aquí tienes. —El camarero deja el café frente a ella y Willow se toma su tiempo en echarle el azúcar y removerlo intentando encontrar algo que decir. Sin embargo, no tiene que preocuparse, porque David siempre tiene a mano su tema favorito.
—¿Qué tal hoy en el instituto? —le pregunta—. ¿Qué ha pasado con aquel examen de francés? Ya te lo deberían haber devuelto a estas alturas. ¿Algún problema o te ha ido bien? ¿Y qué tal con el trabajo que mencionaste? ¿El del Bulfinch?
¿Por qué no me dices tú qué tal hoy el instituto si acabas de estar allí?
Willow tiene que morderse el labio para evitar pronunciar estas palabras en voz alta. ¿Por qué su hermano está allí sentado, haciendo como que disfruta de su bebida, haciendo ver que ha bajado al centro solo porque necesitaba un descanso?
Ella ya sabe por qué él no quiere hablar de esto. Tal vez ya estaba preparado para encargarse de temas como los exámenes o los trabajos, pero tener que ir a una entrevista con el tutor, tener que ver cómo le pasan por la cara el hecho de que, sí, ahora él es el padre…
Willow lo entiende, lo entiende perfectamente. Pero aun así…
¡Grítame! ¡Pégame! ¡Haz algo, pero deja de estar así! ¡Deja de actuar como si nada hubiera ocurrido! ¡Para de comportarte como si todo esto no te afectara!
—Entonces, ¿te han devuelto el examen?
David la mira expectante.
Willow ni siquiera se molesta en contestar. No piensa seguir allí sentada y alargar esa farsa, y si no puede hablar de lo que realmente está pasando, al menos quiere hablar de algo más interesante. Trata de encontrar algo que decir. No le importa el qué, siempre y cuando no sea esta charla sin sentido entre dos desconocidos.
Echa una mirada a la estantería llena de libros que hay junto a su brazo, en busca de alguna inspiración.
—¿Qué estás leyendo ahora? —le pregunta Willow y, por primera vez en toda la conversación, su voz es natural. Esto es seguro, mejor que seguro. Es familiar. Es la conversación que han tenido durante toda su infancia a la hora de la cena. ¿Cómo no se le había ocurrido antes?
—Bueno, ya sabes… —A David se le ilumina la cara por un segundo. Por un momento, parece la persona que solía ser—. He estado trabajando en unas excavaciones, volviendo a cuestionar algunas teorías. ¿Te acuerdas de aquella revista que estaba buscando el otro día? La buscaba porque estoy casi seguro de que hay nuevos hallazgos que contradicen totalmente la versión aceptada de los ritos funerarios. — Está más animado de lo que ha estado en siglos, tan interesado en su materia que ni siquiera se ha dado cuenta de que Willow no ha contestado a su pregunta.
Willow no puede evitar reírse. Sabe que si sus antiguas amigas estuvieran aquí, estarían revolviéndose en la silla, deseando salir de aquí. Todas ellas solían suplicarle para que dejara que la acompañaran a la ciudad a hacer algo con David. A todas les gustaba porque era muy mono y, en fin, mayor que ellas. Pero en cuanto llegaban allí se aburrían terriblemente con su brillante y excéntrico hermano.
Willow no se aburre para nada. Probablemente los ritos funerarios no sean su tema favorito pero ¿qué más da? Él está hablando, habla de algo auténtico para él y ella se siente feliz.
—Es curioso. —Willow se inclina hacia delante—, porque ¿sabes qué he estado pensando volver a leer?
Tristes trópicos.
No me lo he vuelto a mirar desde… hace años. —Habla con cuidado para no mencionar a su padre—. Pero el otro día pensé que debería releerlo. Es un libro tan bonito…
—Es genial —afirma David—. Y lo que le hace tan extraordinario es que, cuando lo lees, es mucho más que un texto de antropología porque… Espera un segundo… —La sonrisa se le borra de la cara tan bruscamente como si se hubiera apagado la luz—. Willow, no creo que tengamos tiempo para esas cosas ahora. ¿No estás totalmente liada con las clases? No te estarás quedando atrás, ¿verdad? Y no me has contestado lo del trabajo. ¿Ya tienes escrito el borrador? ¿Por qué te molestas en pensar en lo de
Tristes trópicos
?
Es como si ese breve y agradable interludio nunca hubiera existido.
—Sí, tienes razón —dice Willow, demasiado abatida como para contradecirle—. Debería ponerme las pilas con las cosas del instituto. Ten —dice, hurgando en el interior de la mochila—, ayer cobré el cheque de mi paga y olvidé darle a Cathy el dinero para la casa antes de ir al instituto esta mañana.
Pone un puñado de billetes sobre la mesa y se los pasa a su hermano. David mira el dinero como si estuviese envenenado y lo guarda en su billetera a regañadientes. —Gracias —murmura.
—De nada. —Willow está completamente tensa. No soporta que le agradezca su penosa contribución. No lo soporta.
—¡Oye! —David le mira el brazo, con una expresión ceñuda que ya empieza a ser familiar—. ¿Te has cortado?