Willow mira por la ventana pero apenas ve el parque en el exterior. Lo único que ve es la piel perfecta de Isabelle. Está tan metida en sus pensamientos que por un momento se olvida de que la sartén está en el fuego.
Willow da la espalda a la ventana y se queda sin aliento. Los huevos están ardiendo. La sartén está ardiendo. La cocina está ardiendo.
Otra vez no.
Eso es lo primero que piensa.
Lo ha vuelto a hacer.
David tenía razón, no hay duda de que Willow va a acabar con el resto de la familia. Cuando le empiezan a llorar los ojos del humo se le ocurre otra idea. ¿Y si esta vez lograra salvar a Isabelle? ¿Y si esta vez las cosas pudieran ser diferentes?
Se recrea imaginándose a sí misma como una heroína.
Sin embargo, el humo empieza a disiparse y Willow puede ver que, efectivamente, no hay ningún fuego. Al fin y al cabo, ¿qué probabilidades había de que un par de huevos revueltos quemados se convirtieran en un incendio de primer orden?
Ni hay fuego, ni va a matar a Isabelle, ni la va salvar en un gesto heroico. Ella no es más que una chica que ha dejado la cocina hecha un cisco, que es incapaz de cuidar de su sobrina del mismo modo que es incapaz del resto de cosas últimamente.
Willow recoge la sartén humeante y la tira en el fregadero, donde chisporrotea y hace mil ruidos furiosos. Al mirar el humo que se le eleva hasta el techo Willow piensa que, por una vez, David estaba siendo totalmente honesto cuando dijo que tenía reservas a la hora de dejarla a cargo de una niña de seis meses simplemente porque está demasiado alterada por todo lo ocurrido. Basándose en las evidencias, a Willow no le queda más remedio que estar de acuerdo con él.
Suena el timbre de la puerta. Willow solamente espera que no sea Cathy que va tan cargada de bolsas que no puede ni coger las llaves, o aún peor, David, que ya regresa de la conferencia.
Al menos dejadme un poco de tiempo para limpiar, por el amor de Dios.
Pero al abrir la puerta, Guy es quien la espera al otro lado.
Esta vez Willow no se sonroja ni se pone nerviosa de lo aliviada que está al ver que no se trata ni de Cathy ni de David.
—¿Migrañas? —Guy está apoyado en el marco de la puerta.
—Sí. Bueno, pensé que decir que lo de la peste bubónica no iba a colar. Entra.
Da un paso hacia atrás y abre la puerta del todo.
—Huele a quemado.
—No me digas —dice Willow.
Camina frente a él hacia la cocina.
—¿Qué estás haciendo?
—Mmm… —Willow mira la cocina llena de humo. Su plan, cuidar de Isabelle a la perfección no podría haber fracasado más estrepitosamente—. Supongo que seguir con lo de destrozar mi vida y la de cualquiera que tenga el valor de acercarse a mí. — Se acerca al fregadero y coge una esponja, dispuesta a limpiar la sartén quemada—. Creo que eso suena bastante bien, ¿tú qué crees?
—Solo porque has quemado unos… —se acerca a ella y mira la sartén—, mmm… imagino que en algún momento eso eran huevos, ¿no?
—No, esa no es la única razón. —Willow ataca la sartén con la esponja. No se le va la suciedad. Debería haberla dejado en remojo primero.
De repente todo el proceso de limpiar la sartén le parece inútil. Se pregunta qué pasaría si simplemente la tirara por la ventana. En lugar de eso, busca el cubo de la basura que hay bajo el fregadero. Tal vez si la cubre con el resto de basura David y Cathy ni se den cuenta.
—¿Vas a tirarla? —Parece que a Guy hasta le divierte.
Willow se encoge de hombros.
—Por cierto, esta es Isabelle.
—Acerca de las migrañas de las que hablabas en el parque… —empieza a decir Guy, pero le interrumpe el sonido de la llave en la puerta y la voz de David saludando.
—Eo, he vuelto. ¿Quién hay?
Willow se alegra de que ya no haya casi humo y de haber conseguido deshacerse de la sartén, pero preferiría que su hermano no entrara en la cocina todavía. Coge a Isabelle y sale al recibidor.
—Hola —dice con cautela. Después de todo, esta es la primera vez que ve a David después del choque que tuvieron hace dos noches. No tiene ni idea de cómo debe actuar frente a él. Teniendo en cuenta lo taciturno que ha estado David últimamente, es difícil que sea capaz de decir algo delante de Guy. Aun así, imagina que hará algún tipo de referencia a lo de la otra noche, aunque solamente sea porque quedarse ella sola con Isabelle pueda volver a desatar la pelea.
—Hola —saluda David a Guy, aunque es evidente que está preocupado—. ¿Qué ocurre? —pregunta confuso—. ¿Dónde está Cathy? —David extiende los brazos para cogerle la niña a Willow.
—Ha ido a la farmacia —dice Willow—. Isabelle está enferma. Creo que Caty dijo que tiene una infección de oído.
—¿Y no has intentado ponerla a dormir un rato? —pregunta con suavidad.
Willow no puede creerse que haya sido tan tonta. Por supuesto, eso hubiera tenido mucho más sentido que todas las demás cosas que ha intentado hacer. Se prepara para la bronca de David.
Sin embargo, no parece que a David le preocupe mucho echarle una reprimenda. Está mucho más interesado en el bienestar de Isabelle. Willow sabe que esto es lo natural y lo correcto. Además, no tiene ningún tipo de interés en revivir la situación de la otra noche. Pero al ver como David besa a su hija se siente atacada por un dolor tan brutal, tan intenso, que casi se dobla en dos.
Se lleva la mano al estómago. Por un segundo está convencida de que se va a desmayar. El dolor es tan intenso que ella misma se sorprende cuando ve que no le está saliendo sangre a través de la ropa, que su dolor no es nada que ella misma se haya autoinfligido. Este es el dolor contra el que ella llevaba tanto tiempo luchando.
Es evidente que la principal preocupación de David es su propia hija. A Willow no le duele el hecho de no ser la primera para él. Lo que a Willow le duele es que ya nunca más será la primera para nadie. Ya no será la hija de nadie. Esto es algo que le ocurre a todo el mundo. Algún día también le ocurrirá a Isabelle, pero seguramente no a una edad tan temprana como le ha pasado a ella.
—¿Willow? —David la coge del hombro, lo que no es fácil ya que todavía tiene a Isabelle en brazos—. ¿Qué te pasa?
—Estoy bien, solo es que… —Willow se pone recta. El dolor se ha ido. No sabe muy bien cómo, solo puede sentirse agradecida de que se haya ido—.Únicamente es que estoy un poco… —Busca las palabras adecuadas. Las migrañas no funcionarán con David—. Estoy muy cansada, eso es todo. Vamos.. . Voy arriba a estirarme. —Hace una mueca al oír las palabras que ha escogido y se pregunta si David o Guy se han dado cuenta, pero parece que David vuelve a estar ocupado con Isabelle.
—Venga —le dice Willow a Guy—, vamos.
Willow sube por la escalera hacia su habitación. Lo ocurrido acaba de dejarla agotada emocionalmente. Siente como si pudiera dormir durante miles de años. Abre la puerta de su habitación y mira su cama con ansiedad. Se pregunta qué hará Guy si ella simplemente se mete bajo las sábanas y cierra los ojos.
En lugar de eso se sienta en su escritorio y es Guy el que se estira en la cama. No se mete debajo de las sábanas sino que se sienta y se reclina sobre las almohadas. Willow se siente de todo menos cómoda al verlo así en su cama y tiene que apartar la vista unos segundos para serenarse.
Pero, a pesar de sentirse tan incómoda, a pesar de que aún se está recuperando de lo que ha ocurrido abajo, al verlo así, sin las complicaciones del resto de la gente, se da cuenta de repente de cuáles son sus sentimientos. Es incapaz de decir racionalmente que estar con él le resulta demasiado difícil, que solamente puede serle fiel a la cuchilla. No tiene fuerzas para tomar una decisión así. No puede hacer nada que no sea estar con él.
—Respecto a lo del parque —dice Guy—, me preguntaba si lo de esas migrañas tuyas eran una manera de…
—Oh. —Willow le interrumpe—, yo… estaba… —Desearía poder decirle que se ha marchado corriendo del parque porque no podía parar de pensar en el modo en que la besó, pero decir eso le resulta aún más intimidante que el propio recuerdo—. Yo, es que, yo solo… Bueno, no iba a hacer nada.
Espera que Guy haya pillado la indirecta. Seguramente esa sea la razón por la que le está preguntando esto, porque le preocupa que haya tenido un encuentro con la cuchilla.
—Ya, bueno, no estaba pensando en eso. Solo me preguntaba si tenías migraña de verdad o es que estabas intentando evitarme. En cualquier caso, has sido un poco borde. —Su voz no suena en absoluto tan calmada como de costumbre y Willow está segura de que quiere decirle algo más.
—Yo estaba… ¿eh? —Parpadea cuando por fin le llega el significado de lo que él está diciendo. Pero debe admitir que, aunque ella no acabaría de definir su actitud como borde, era consciente, al menos mientras lo hacía, de que estaba actuando de un modo algo extraño.
—Te he preguntado si intentabas evitarme.
Ahora Willow sabe qué le pasa. Quiere tranquilizarle, quiere decirle que no puede parar de pensar en el día que pasaron juntos, que ahora mismo desea más que nada en este mundo colarse bajo las sábanas con él. Sin embargo, estas palabras se le quedan como atascadas y en su lugar dice:
—Es que es todo como complicado… Quiero decir que tú eres complicado y… difícil…
—¿Yo soy complicado? ¿Yo soy difícil? —le pregunta Guy con incredulidad—. ¿Estás loca?
—Por lo visto, sí —dice Willow con tristeza.
—¿Tú te crees que no eres complicada y difícil? —Guy continúa como si no la hubiera oído—. ¿Y tú crees que es fácil tratar contigo? ¿Crees que lo que pasó después de que nos besáramos es lo normal en estos casos?
—No, nunca he pensado algo así —niega Willow con vehemencia. Sabe que él tiene razón pero no puede evitar sentirse herida. ¿Es que lo único con lo que él se ha quedado del otro día es lo raro que fue? ¿Es que él no sintió nada de lo que ella sintió?—. Pero pensé que quizá… que quizá lo habías pasado bien…
¿Bien? ¡Pasarlo bien! Perfecto, supongo que hemos vuelto a la fase de hablar de gatos.
Willow no se puede creer que haya dicho algo tan profundamente estúpido y, a juzgar por la mirada de Guy, él tampoco se lo cree.
—¿Bien? ¡Si me lo he pasado bien! Oh, sí, me lo he pasado.
GENIAL… ¡Hay que joderse! —Guy habla como si escupiera las palabras. Willow parpadea. No está acostumbrada a oírle hablar en este tono—. ¿Te crees que tú no me estás haciendo pasar por un infierno? Apenas he podido pegar ojo desde la primera vez que te vi el brazo, y no me hagas hablar de todo el trabajo que tengo pendiente. ¿Te crees que me gusta? ¿Que es divertido? Hay que joderse… ¡Y que te jodan a ti también!
Willow se siente como si le hubieran dado una bofetada. No se había dado cuenta que el Guy despreocupado, el chico que siempre se lo toma todo con calma, pudiera enfadarse así. No se había dado cuenta de que el día que habían pasado juntos no encerraba ninguna magia especial para él. No se había dado cuenta de que él tuviera el poder de herirla tan profundamente.
—Yo no creo que esto sea solo diversión —dice Willow después de un instante. Su voz suena ahora fría y dura. Ya no tiene ningún interés en hacerle sentir seguro—. Pero ¿sabes qué, Guy? Yo nunca te pedí que te quedaras en mi vida. Yo no te he invitado a que vengas hoy. Puedes irte.
—Vale, puedo irme —dice Guy con sarcasmo—. ¿Y tú crees que me puedo, así, ir sin más después de lo que pasó en la biblioteca?
Willow se muere por preguntarle de qué momento en la biblioteca está hablando. ¿Es que él siente que no puede irse porque se besaron o porque ella se cortó delante de él? Pero él no dice nada.
—Sí, claro —continúa Guy—. A lo mejor sí que preferiría estar con una persona que no necesite que la tranquilicen todo el rato, pero ¿y entonces qué? No te necesito en mi conciencia.
Willow tiene la respuesta. No le gusta ser la buena acción del día y, si eso es lo único por lo que él está aquí, entonces ella no quiere ser parte de esto.
—No soy tu proyecto, Guy. ¿Iba de eso? ¿De que no quieres sentirte culpable? ¿Que no quieres tenerme en tu conciencia? Ya eres un poco mayor para ir de Boy Scout. — Willow intenta que su voz suene lo más dura posible, pero le está saliendo igual de mal que cuando intentaba cuidar de Isabelle. De hecho su voz solo está sonando asustada y vulnerable—. Puedes volver con las otras cosas que decías que tenías que hacer este semestre. Esas cosas que decías que yo iba a complicar. Todas esas clases que vas a hacer en la universidad, el remo. Venga. Márchate. Ve y baja diez segundos tu marca, pero no te preocupes más por mí.
—¿Que no me preocupe por ti? —Guy niega con la cabeza—. ¿Y estarás bien? ¿No te cortarás la piel a tiras? ¿Estás preparada?
Willow no tiene una respuesta para eso. En su lugar piensa en todas las cosas que ella le ha dicho, todas las cosas que le ha dicho él y todas las cosas que han hecho juntos. ¿Cómo se ha podido estropear tanto ahora? Desearía poder apretar un botón y rebobinar, borrar estos últimos diez minutos, pero por desgracia, esto no es posible y se da cuenta de que, a pesar de lo difícil que pueda llegar a ser, le toca a ella arreglar la situación.
—Estaré bien —dice después de un momento—. Si te vas a quedar porque crees que vas a evitar que me corte, entonces vete. Si de lo que tienes miedo es de que si te vas, siempre me cortaré, entonces sal de aquí tan rápido como puedas. No quiero que te quedes a mi lado por eso. Ni siquiera sé cómo va a acabar esa parte de la historia. Lo único que sé es que si te vas… —A Willow se le corta la voz. Apoya los codos sobre el escritorio y apoya la cabeza en las manos. Es más fácil cortarse, autolesionarse, que decirle cómo se siente, ¿Entonces qué? ¿Si me voy, qué? —Guy está enfadado, lo suficiente como para que Willow se plantee no decir lo que va a decir.
—Vamos, dime. Si me voy, ¿entonces, qué? —vuelve a decir Guy.
Willow podría darle muchas respuestas a esta pregunta. Le puede decir que si se va ella estará mejor. Que no tendrá miedo de experimentar todas las cosas que le asaltaron en el depósito, que la están asaltando incluso ahora, sentada con él. No tendrá que preocuparse por si hay alguien empeñado en que ella abandone sus actividades extraescolares. No tendrá que preocuparse de proteger los sentimientos de otra persona. Pero tampoco tendrá a nadie con quien hablar, nadie que la conozca, nadie que la entienda. Willow le mira y la única respuesta que le puede dar, la más honesta, es simplemente: