—Oh, sí. —Willow le mira sin verlo—. Deberíamos entrar.
Empieza a caminar pero tropieza con la grava del camino.
—¿Estás segura de que esto está bien? —Guy la coge del brazo—. ¿Seguro que quieres hacer esto?
—Quizá… Tal vez… No lo sé. —Willow niega con la cabeza. De repente no está segura—. A lo mejor podríamos ir a algún sitio… a comer, antes —dice finalmente. Willow sabe lo absurda que suena esta propuesta. Solo son las diez y pico de la mañana, los dos están totalmente mojados y la casa, aunque resulta intimidante, al menos les ofrece posibilidad de estar cómodos. Podrían entrar y cambiarse de ropa. Casi toda su ropa sigue estando ahí y seguramente podría encontrar algo para Guy.
—Lo que tú digas. Depende de ti.
—Eres tan… Eres demasiado… —Willow no acaba la frase.
Perfecto, maravilloso, adorable.
—Bueno —dice Willow finalmente. La palabra es totalmente inadecuada—. Eres demasiado bueno.
—Vaya, no tengo ninguna intención de meterte ahí dentro a rastras. Mira, sea lo que sea lo que quieras hacer, este es tu momento. Totalmente. Pero tal vez deberías empezar a decidirte, esta lluvia me está empezando a tocar las narices.
—Volvamos al coche —dice dirigiéndose al asiento del copiloto.
—¿Y ahora? —Le pregunta Guy después de entrar y girar la llave de contacto—. ¿De veras te apetece ir a comer?
—Al menos aquí no nos mojamos. —Willow no contesta directamente a su pregunta— . ¿De quién es el coche, por cierto?
—Del hermano de Adrián.
—¿Le has dicho para qué era?
—No. No me lo ha preguntado.
—Oh —asiente Willow—. Escucha, lo que he dicho allí fuera… —Pica con los dedos en el salpicadero—. Es verdad.
—¿El qué?
—Eres tan… tan… —Para sorpresa de Willow, se le rompe la voz. Le choca que la amabilidad de Guy tenga el poder de emocionarla tanto. Qué extraño que esto le afecte tanto después de que el escenario del accidente la dejara fría.
—¿Willow?
—¿Sí? —Su voz es ahora más firme y siente que vuelve a tenerlo todo bajo control.
—Tú también.
—Oh. —Apoya los codos en el salpicadero y aprieta la frente contra las palmas de sus manos—. Si tú lo dices…
—¿Estás llorando?
—No. —Willow levanta la cabeza—. Ya deberías saberlo a estas alturas. Yo no lloro. Mira, vamos a comer algo, ¿vale? Ya sé que es muy pronto, pero vamos igualmente. Hay un sitio donde solían ir todos los de mi antiguo instituto. Solo está a tres quilómetros de aquí. —Mira el reloj—. No habrá nadie a esta hora.
—De acuerdo. —Guy conduce marcha atrás para salir del camino de entrada—. Supongo que me sentará bien algo caliente. ¿Tienen buen café?
—Chocolate caliente.
—¿Eh?
—Chocolate caliente. Es un local pequeño. Lo llevan una pareja de Francia y el chocolate es su especialidad. Al menos es lo que todos se pedían siempre. Pero te puedes pedir mitad café, mitad chocolate. Te gustará, te lo prometo.
—¿Sigo recto?
—No, a la derecha y después otra vez a la derecha. Enseguida lo verás.
—¿Es aquí? —Guy aparca frente a la puerta del café. Está situado entre una serie de tiendas que forman un semicírculo alrededor de la estatua de un héroe de la Guerra de la Independencia—. Se me engancha la ropa —dice al salir del coche.
—Lo siento. —Willow no puede evitar sentirse culpable—. A mí también. A lo mejor dentro nos secamos un poco.
—¿Es demasiado pronto para pedirme un postre? —pregunta Guy mirando el menú. —No, para nada—. Willow se revuelve incómoda en el banco. Los vaqueros mojados le están haciendo la vida imposible—. Yo sé lo que vas a querer. El helado ese de café moca. Ni siquiera sé cómo se pronuncia. Tienes que probarlo.
—¿Hay camarera aquí?
—Tienes que ir a pedir a la barra.
—¿Tú solamente quieres un chocolate caliente?
—Mmm, sí, porque…
—¡¿Willow?!
—¡¿Markie?! —Willow está tan sorprendida que apenas puede hablar. Se levanta y mira a lo que debe ser un fantasma, porque no se puede acabar de creer que lo que está viendo sea real. Después de todos estos meses, después de las llamadas de teléfono que ha evitado, finalmente se encuentra cara a cara con su mejor amiga. —¿Qué haces aquí? —le pregunta Willow mientras Markie se acerca a la mesa. O sea, ¿cómo es que no estás en casa?
—¿Qué hago yo aquí? Vivo aquí. ¿Qué haces tú aquí? —Mira a Willow con escepticismo, como si no pudiera creer que lo que ve es real.
—Te has cortado el pelo —dice Willow estúpidamente.
—Sí, casi cuatro dedos… —Markie se queda en silencio. Mira a Willow y a Guy.
—Oh, eh, perdona, este es Guy y supongo que a estas alturas ya te habrás imaginado que esta es Markie.
—He oído hablar de ti —dice Guy, que está claramente mucho más cómodo que ellas dos.
A Willow le sorprende el comentario. Parece sacado de una conversación formal en una fiesta elegante pero Willow le agradece el detalle. Ahora se da cuenta, al mirar a Markie, de que ha herido los sentimientos de su mejor amiga. Espera que las palabras de Guy le hagan ver a Markie que no la ha olvidado, que ha pensado en ella y ha hablado sobre ella en estos últimos ocho meses, que todas las cosas que han hecho juntas durante todos estos años aún le importan.
—Hola. —Markie le hace un gesto con la cabeza—. Bueno, ¿y qué haces aquí? — Vuelve a centrar su atención en Willow.
—Yo… necesitaba recoger unas cosas de casa —le contesta Willow después de un segundo. Es lo único que se le ocurre decir, y de hecho, la única razón con algo de sentido que tiene para ir allí es recoger el Bulfinch—. Y tú, ¿qué haces por aquí a estas horas? —vuelve a preguntarle a Markie.
—Oh, tengo que recoger unas cosas para mi madre —contesta Markie encogiéndose de hombros—. Está organizando una cena. Hubo un escape de agua en el instituto y se inundó todo el edificio. Tenemos dos días libres hasta que lo limpien todo. —Habla con frases breves y tajantes.
—Tiene sentido, supongo… —Willow intenta sonreír pero no le sale bien.
—Iré a pedir. —Guy se levanta y mira a Willow. Está claro que espera que Willow le pregunte a Markie si se quiere sentar con ellos.
—Yo tengo que volver enseguida —dice Markie. Las palabras le salen a trompicones.
Es obvio que no quiere darle a Willow la oportunidad de que le vuelva a rechazar. Pero en cuanto Guy se va, ella se sienta en el banco. Mira a Willow fijamente, pero ninguna de las dos dice una palabra y el silencio que se crea no es el agradable silencio compartido por dos amigas.
—Me gusta cómo te queda el pelo —dice Willow finalmente.
—Gracias. —No parece que Markie se sienta especialmente halagada. Mira a Willow con atención—. Yo no te había visto llevar trenza desde que tenías seis años. Me acuerdo de que tu madre siempre te la hacía.
¿De verdad?
Parpadea intentando apartar esa visión, volver a concentrar-se en el momento presente.
Willow lo había olvidado completamente, pero ahora le viene la imagen a la cabeza. Recuerda revolverse en un taburete, desesperada por liberarse y poder ir a jugar con Markie mientras su madre estaba detrás suyo con un cepillo en la mano.
—¿Y te cuesta menos arreglarte el pelo ahora que lo llevas mucho más corto? Es que tardabas siglos en secártelo… —Willow no se puede creer que eso sea todo lo que se le ocurre decir a su amiga después de tantos meses, que su relación se haya visto reducida a esta charla superficial, y sabe que es todo por su culpa.
Pero Markie no quiere tomar parte en el asunto. Ahora que las dos están solas, decide ir al grano.
—Mi madre me dijo que tú no me llamabas ni me contestabas a los correos electrónicos ni nada porque las cosas para ti simplemente eran demasiado duras en este momento…
—Tiene razón —empieza Willow con avidez, contenta de poder tener la oportunidad de explicarse. Se inclina sobre la mesa—. Sabes…
—Pero yo le dije que no era posible —le corta Markie—. Porque yo le dije que si este fuera el caso tú me dirías algo tipo «¡Eh, Markie! Ahora mismo no puedo estar por ti, en cuanto esté preparada, tú eres la primera…». Le dije que tú no ibas a ignorarme sin más, que tú no eras así. Tú no podías ser tan… falsa. Emocionalmente falsa, quiero decir.
Willow se incorpora de la sorpresa.
—Lo… lo siento muchísimo —dice entre balbuceos. Siente como si le hubieran dado una bofetada pero no puede enfadarse con Markie porque sabe que su amiga tiene razón—. No tendría que haber…
—¡Odio decirte cosas así! —explota Markie—. ¡No quiero hablarte de esta manera! ¡Me siento como si fueras mi ex o algo así y te estoy suplicando que me llames! ¡Y, además, me siento tan egoísta! Debería estarte preguntando cómo lo has llevado estos meses, no enfadándome contigo. —Hace una pausa—. Bueno y, ¿qué tal te han ido estos meses? —dice después de un momento.
—No demasiado bien.
¡A eso le llamo yo quedarse corta!
Willow se pregunta qué ocurriría si le enseñara los brazos a Markie. ¿Le perdonaría por no haber llamado? ¿Comprendería entonces en qué se ha convertido su vida?
¿Se lo diría a su madre? Pues claro que lo haría. Ni siquiera lo pensaría dos veces. No sería como Guy. Markie conoce a toda su familia desde que las dos tenían cinco años. No se pararía a escuchar las protestas de Willow. Se lo diría a su madre. Y su madre se lo diría a David. Le quitarían las cuchillas. Harían algo al respecto. Esta parte de su vida se habría acabado.
Willow no está aún preparada para que esto ocurra, pero por un breve instante le invade una necesidad tan grande que, literalmente, tiene que reprimirse el impulso de mostrarle los brazos a Markie. Solamente tiene que subirse las mangas y todo se pondrá en marcha.
Pero, en lugar de eso, esconde las manos bajo la mesa. Las apoya en su regazo. Se pone a retorcer una servilleta. Hace cualquier cosa para mantenerlas ocupadas.
—Te… Te echo de menos —dice finalmente Willow sin poder apartar los ojos de la servilleta—. Te echo de menos y echo de menos cómo eran las cosas entre nosotras antes. Y, aunque tu madre tenía razón… tú también la tenías. —Willow mira a Markie—. Debería haberte dicho que no podía hablar contigo. —De nuevo, y para su sorpresa, siente que se le rompe la voz. Pero, al igual que antes, es solo un instante.
—¿Y ahora? —pregunta Markie.
—Te… te llamaré —dice Willow—. Me gustaría quedar contigo.
—¿De verdad? —Markie la mira con escepticismo.
—De verdad —le asegura Willow—. Pero, oye… —se sonroja al pensar en los reproches que le ha hecho antes Markie—. No creo que vaya a ser dentro de poco.
—Oh —dice Markie lentamente—. Bueno, supongo que, en ese caso, me tendré que esperar. Espero… bueno, espero que esta vez no vayan a ser ocho meses más. Y Willow… —Markie sonríe tímidamente—, de algún modo sí que me llegué a creer lo que mi madre me decía. Si no, no hubiera seguido llamándote todos estos meses.
Se miran a través de la mesa sin decir una palabra. La diferencia es que, esta vez, el silencio no es incómodo.
—Bueno. —Markie se inclina hacia delante con algo de la chispa que solía tener—. ¿Tiene él algo que ver con que no me llamaras? —pregunta señalando a Guy que está de pie junto a la barra dándoles la espalda—. Porque en ese caso podría perdonarte.
—No, pero me preguntaba qué pensarías de él —le confía Willow inclinándose también ella sobre la mesa. Sus codos se encuentran y, por un momento, es como si no se hubieran separado nunca.
—Es supermono. —Markie lo mira fugazmente—. ¿Es tu novio o algo así, o es solo un amigo? O sea, ¿quién es?
—Bueno… —Willow mira en la misma dirección que Markie. ¿Cómo podría explicar lo que Guy significa para ella? El es mucho más que un amigo. Algo diferente a un novio, tal vez un amante, en todo excepto en el sentido técnico de la palabra…
Y, entonces, vuelve a mirar a Markie y le dice las palabras más ciertas y honestas que nunca le ha dicho a nadie:
—El es alguien que me conoce, y alguien a quien yo conozco.
—Oh. —Markie asiente pensativa mientras piensa en esto—. Mmm, tal vez deberíamos cambiar de tema —murmura—, porque viene hacia aquí. ¿Sabes qué? — continúa con voz normal cuando Guy llega a la mesa—, debería ir tirando. O sea, no me apetece nada. Ojalá me pudiera quedar, pero mi madre me espera y supongo que tú preferirías que no supiera que te he visto…
—Sí, por favor, no se lo digas.
—Vale, así que parece que no puedo usar la excusa de que me he encontrado contigo para llegar tarde. —Markie se levanta—. En fin, supongo que me tendré que reservar todo lo que quería hablar contigo hasta que vuelva a tener noticias tuyas… —dice con torpeza, aunque sin la hostilidad de antes.
Willow también se levanta.
—Espero que… —empieza, pero las palabras le fallan. Se acercaría su amiga, con cuidado, le da miedo abrazarla estando ella tan mojada. Pero Markie no lo duda ni un momento y le da a Willow un fuerte abrazo.
—Hasta pronto. —Markie la deja ir después de un momento. Mira a Guy, sonríe un poco y se va.
—Adiós. —Guy le devuelve la sonrisa. Se sienta en el lugar que acaba de quedar libre—. Nos traerán lo nuestro en un par de minutos —le dice a Willow.
—Oh… vale. —Willow tiene la mirada perdida. Está demasiado concentrada en lo que acaba de pasar con Markie para poder captar lo que él le está diciendo.
—¿Va todo bien? —le pregunta él—. Quiero decir, ¿te ha gustado volver a verla?
—Sí, estoy contenta, pero… Oye, ¿te importa si cogemos las cosas para llevar?
Guy se la queda mirando.
—Lo sé, soy difícil y complicada. Pero mira, tú me has dicho que todo dependía de mí.
Y ahora mismo tengo ganas de ir a casa. Lo siento.
—No, no… O sea, que no me cuesta nada pedir las cosas para llevar y, tampoco es que me haga ilusión estar sentado en un local de chicas, pero ¿estás segura de que esta vez estás preparada?
—¿Te parece un local para chicas? ¡A todos los chicos de mi instituto les encantaba! —¿Ah, sí? ¿Qué tipo de chicos iban a tu instituto? Pero, da igual, ¿estás segura de que esta vez sí?
—Sí, estoy segura.
—Perdona, podrías envolver nuestras cosas —le dice Guy a la chica que está tras el mostrador.
—Vale, pero espera un segundo. —Willow le tira de la manga—. ¿Qué es lo que te parece tan femenino de este sitio?
—Descríbeme la servilleta.