O tal vez la razón, al fin y al cabo, es de lo más obvia. A lo mejor, al permitirse preocuparse por otra persona, querer a otra persona, ella misma había puesto toda la maquinaria en funcionamiento, y tal vez sea ese amor el que le ha permitido soportar el dolor que él mismo ha puesto en marcha.
Willow se separa del escritorio y camina hacia la cómoda. Luego se mira al espejo que cuelga en la pared.
No cree que tenga un aspecto diferente. ¿No debería algo tan profundo y que te cambia la vida, marcarla visiblemente igual que la cuchilla?
Willow se levanta la camiseta y examina las heridas que tiene en el estómago. Poco a poco van desapareciendo y, a la tenue luz del escritorio, las líneas ensombrecidas tienen un aspecto menos vivido que cuando él las besaba.
Anda, mira eso. Parece que cuando me sonrojo, no solo se me pone roja la cara.
Deja caer la camiseta y vuelve a mirarse la cara. Sigue llevando el pelo suelto, no se ha preocupado en volver a hacerse una trenza. Se pregunta si realmente se ha estado peinando así todos estos meses porque era lo más cómodo. Quizá no era más que un intento de regresar al pasado. Se echa para atrás y se mira a los ojos con detenimiento. A lo mejor sí que hay un cambio, pero es invisible solamente para ella. A lo mejor es algo que los demás pueden notar a la primera.
¿Se daría cuenta Markie? Si se volvieran a encontrar mañana, ¿vería alguna diferencia? ¿Y Laurie, se percatará?
Willow se pregunta si su madre se hubiera dado cuenta. Es más, si su madre no se hubiera dado cuenta, ¿se lo habría contado ella misma?
Willow no tiene la respuesta, pero sabe que esta pregunta esconde una gran verdad: el resto de su vida va a estar llena de momentos en los que deseará más que nada en este mundo explicarle algo a su madre, preguntarle algo a su padre, y simplemente no podrá hacerlo. Todas las lágrimas que deje caer no cambiarán este hecho. Y la cuchilla tampoco.
Regresa al escritorio. Tiene que conseguir avanzar algo del maldito trabajo, pero al sentarse oye un ruido débil y apenas perceptible, y esta vez comprende al instante de qué se trata. A estas alturas ya debería haberse acostumbrado a oír llorar a su hermano, pero escucharlo es aún más doloroso que soportar sus propias lágrimas. Willow se pone la bata, se cruza la puerta y sale al descansillo. De rodillas, coge las barras de la barandilla con las manos y mira a través de ellas. Si asoma la cabeza puede verle sentado a la mesa de la cocina.
Pero mirarle es insoportable.
De repente siente una necesidad ineludible, a diferencia de antes, de ir con él, enfrentarse a él, consolarle si es que eso es posible. Ahora que por fin sabe qué se siente al llorar, no puede soportar pensar que él está allí abajo solo. Pero ¿cómo puede consolarle, si ella misma es la causa de su llanto?
Sin pensarlo, Willow saca la cuchilla del bolsillo. La coge con fuerza, pero no se corta. Puede mirarle sin cortarse. Ya se ha puesto antes a prueba, pero mirarle ya no es suficiente. ¿Puede acercarse a él, enfrentarse a su dolor? ¿Es ella suficientemente fuerte para eso?
Con indecisión, da el primer paso para bajar la escalera. Pero esta vez ya no se esconde entre las sombras. Si David mirara hacia arriba, sería imposible que no la viera.
Willow llega abajo de todo. No aparta los ojos de David ni deja ir la cuchilla. Sin que ella lo haya decidido así, la cortante hoja ya está hiriéndole la piel.
¿Es eso lo que quiere? ¿Continuar tal y como ha estado haciendo hasta ahora? ¿Es esa la respuesta a las preguntas que se ha hecho antes?
Se desploma en la escalera, incapaz de ir hasta él e incapaz de no mirarle. Puede sentir cómo la sangre empieza a brotarle de la palma de la mano. Willow sabe que debería guardar la cuchilla. Debería levantarse y recorrer los pocos metros que los separan. Pero es incapaz.
Willow se queda allí sentada, sin hacer nada más, esperando a que David se dé cuenta de su presencia. ¿Levantará la mirada? ¿Le dejará entrar en su mundo de dolor, aunque solo sea para poder herirla él también?
Willow desliza la cuchilla de nuevo en el bolsillo y camina lentamente hacia él. Hoy ha sido un día de primeras veces, y ella está desesperada por conectar, sea como sea, con su hermano. Necesita hacerle saber que aún le quiere, aunque haya perdido el derecho al amor de su hermano, que su angustia a ella también le hace sufrir.
Ella mira la cara de David mientras él la mira. No se asusta al ver las lágrimas de su hermano. No se aparta de su dolor.
Willow está de pie frente a su hermano. Le ve abrir la boca, oye cómo pronuncia su nombre con un leve susurro.
Se acerca a él para escuchar lo que tiene que decirle. De repente él le coge de la mano con una fuerza sorprendente, tanto que ella apenas se puede mover.
—Oh, Willow —dice David—. Oh, Willow, ¿y si tú también hubieras muerto esa noche?
—Vale, supongo que con esto ya está. Tienes que escribir las notas a pie de página, porque yo ahora no estoy para eso.
—¿Seguro? —Willow mira con ansiedad la pantalla del ordenador—. Sigo pensando que deberíamos incluir aquello de lo irónico que es que la granada, lo que la mantiene retenida en el inframundo, sea un símbolo de…
—Mira, no te interesa que el trabajo sea demasiado bueno, ¿no? —David le echa una mirada—. O sea, no quieres que todo el mundo sepa que tu hermano hizo la mayoría del trabajo, ¿verdad?
—¡Pero eso se me ha ocurrido a mí, y no a ti!
—Pues mira por dónde —separa la silla del escritorio y estira los brazos por encima de la cabeza, luego mira al suelo donde ella está sentada—, yo ya estoy. No me había quedado toda la noche escribiendo un trabajo desde la facultad, y la verdad es que podía vivir tranquilamente sin esa experiencia. No es broma, Willow. Me dijiste que el trabajo este te lo mandaron hace tres semanas, si necesitabas ayuda con él, ¿no me lo podrías haber dicho antes de las dos de la madrugada del día de la entrega?
—Bueno, supongo. Quiero decir, sí —dice Willow entre bostezos. Ni siquiera se puede creer que se lo haya pedido a esas horas.
Después de habérselo encontrado llorando, después de la impresionante declaración que la ha emocionado hasta un punto que ella creía imposible, se han sentado en la mesa de la cocina a hablar. Sin embargo, no han hablado de nada especialmente significativo como ella hubiera esperado.
Lo cierto es que, después de esa muestra desnuda de emociones, a David le ha resultado imposible continuar actuando de un modo frío y reservado y su actitud hacia ella se ha suavizado considerablemente. Y a pesar de ello, el contenido de su conversación, para la profunda decepción de Willow, se ha mantenido en el plano más superficial. Y así es como Willow se ha visto a sí misma hablando no de lo mucho que añora a sus padres, de lo extrañas que son ahora las circunstancias, sino hablando, finalmente, del examen de francés y de los problemas que estaba teniendo para escribir el trabajo. David le ha propuesto escribirlo con ella, para ella, en realidad, tal y como han ido evolucionando las cosas. Seguramente esto es algo que no hubiera ocurrido hace unas semanas. Al menos no con esta facilidad y comodidad, y, aun así, sentada en el suelo con la espalda apoyada en el escritorio, Willow se siente vacía. Sigue habiendo algo —todo— por resolver entre ellos y aunque hablar así con él es mucho mejor que no hablar en absoluto, todavía desea más.
—De todos modos —continúa mientras cambia de posición las piernas, que se le han dormido de tenerlas quietas tanto rato. Son casi las seis y media de la mañana y han estado en su habitación durante las últimas cuatro horas—. Gracias, no lo habría conseguido acabar sin tu ayuda.
—Sí, claro, por supuesto —responde David, pero Willow se da cuenta de que no le está prestando atención, que está mirando la copia del Bulfinch de su padre que sigue sobre el escritorio y de la que, sorprendentemente, ella se había olvidado.
—¿Has…? —David no acaba la frase, coge el libro frunciendo el ceño y lo hojea—. Esto es… es… de… de… de casa, ¿no?
—Aja —asiente Willow. Se da cuenta de lo difícil que le resulta a su hermano pronunciar esa palabra—. Yo… mmm… Lo cogí aquella vez que… fui a buscar mi ropa. Sabía que lo iba a necesitar…
—¿En serio? —pregunta él, mirando al suelo, donde está la mochila de Willow.
—Sí —asiente Willow—. Claro.
—¿De verdad? —David la mira confundido—. Pero yo no paro de verte por todas partes con aquella edición barata de bolsillo. Además, recuerdo ese día. Cathy te dio una charla porque la bolsa que cogiste no era lo suficientemente grande… —Frunce el ceño y se agacha para coger la mochila que está en el suelo.
—¡No! —dice Willow. Pero es demasiado tarde. Por suerte, su material está en un bolsillo con cremallera y está segura de que él no va a abrirlo, pero esta vez lleva otro tipo de contrabando que le preocupa.
David mira dentro de la mochila. A lo mejor solamente está mirando lo grande que es, pero eso no evita que saque la copia de
Tristes trópicos.
—Yo… yo… espero que no te importe —balbucea Willow—. Pero quiero… Voy a dárselo a Guy.
¡Tonta! ¡Por qué has dicho esa tontería!
Vale, es posible que no haya podido parar de pensar en Guy en toda la noche, que estuviera intentando desviar la atención de David sobre si realmente trajo el Bulfinch aquel día…
¡Pero ha sido una tontería decir eso!
—Es imposible que tuvieras estos dos libros todo el tiempo que has estado viviendo aquí —dice lentamente—. Has vuelto a la casa.
—No, yo…
—Willow. —David la mira asustado—. Por favor, dime, y dime la verdad, que no has ido en coche hasta allí tú sola, ¿verdad?
Willow sabe que cualquier intento de ocultárselo es inútil, que lleva la verdad escrita en la frente y que cualquiera se daría cuenta. Y no es solamente eso, sino que le resulta obvio que la principal preocupación de su hermano no es si ha ido allí o no, sino cómo ha llegado. Es evidente que la idea de que ella conduzca un coche a solas le aterroriza y ella quiere ahorrarle esa ansiedad.
—No, no he ido sola, ni he sido yo la que conducía.
—Es todo un detalle que alguien te haya llevado hasta allí para que pudieras recoger un libro. Perdón —mira la copia de
Tristes trópicos—,
dos libros. Y también es un detalle que tú le quieras dar esto a Guy. Me hago una idea de lo que significa el libro para ti. —Hace una pausa y la mira un momento, absorto en sus pensamientos—. Willow, no me puedes decir que fuiste a casa a por esto.
Willow mira a su hermano con asombro. Cómo puede decirle lo que ella misma no sabe. Que su odisea tenía un propósito más profundo, que su deseo de ir allí a buscar el Bulfinch no había sido nada más que… Y entonces se da cuenta de que David tiene la mente en otra parte, piensa que ella fue a casa con Guy —porque él sabe que fue con Guy— para poder tener privacidad y…
—Willow —dice David de repente—. Estás roja como un tomate, pero como un tomate. Mírate al espejo.
Pero Willow no necesita un espejo para saber que tiene el rostro ardiendo.
—Oh, Dios mío. Oh, Dios mío. —David se echa a reír—. No estoy preparado para enfrentarme a esto, simplemente aún no estoy preparado para enfrentarme a una cosa de estas.
Tal vez sea por la hora que es, o tal vez sea porque ha estado llorando de aquel modo pero, por la razón que sea, David parece estar haciéndose más cordial. La está mirando, mirándola de verdad, como no lo había hecho en meses. Por fin él está conectando con ella, se burla de ella como solía hacer…
Vale, ella quería que su hermano se relajara con ella, que le hablara como antes…
¿Pero tenía que ser de esto?
—No puede ser que te pongas así por una simple excursión.
—Perfecto. Cállate ya, ¿vale?
—Claro. Mira, supongo que tenía que pasar tarde o temprano, y creo que has escogido a la persona adecuada porque…
—¡¡Devuélveme mis cosas!! —Willow le quita de las manos los libros y la bolsa.
—Sin problemas. Únicamente que…, mira, …¿hay algo que quieras contarme?
—No.
—Vale, y ¿hay algo que yo tenga que decirte, o mejor dicho, explicarte de cómo…?
—¡No! —le corta Willow.
—En fin, entonces, ¿hay algo de lo que quieras hablar con Cathy tal vez? Quiero asegurarme de que tú…
—¡No! —Willow no se puede creer que esté teniendo una conversación de este tipo con su hermano, o mejor dicho, intentando por todos los medios evadir esta conversación con su hermano.
—Además, ¿qué es lo que te parece tan divertido? —le pregunta beligerante después de un momento. Está convencida de que su hermano no se ríe de la situación, sino de ella.
—Oh, es que estaba pensando que, cuando Isabelle tenga diecisiete años, voy a tener que encerrarla bajo llave.
—¡Puedes parar! —Willow le da un golpe en el brazo.
—Vale. —David vuelve a ponerse serio—. Pero Willow, no estoy bromeando. Si tienes que explicarme algo, si necesitas que hable contigo…
—¡Sí que necesito que hables conmigo! ¡Necesito que hables conmigo! ¡Necesito que hables conmigo! —Willow se sorprende a ella y a su hermano con su arrebato. A diferencia de lo ocurrido antes con Guy, enseguida se da cuenta de que está llorando— . Necesito que hables conmigo —repite una vez más escondiendo la cara entre las manos.
—¡Willow! —David se levanta de la silla y se sienta junto a ella, le coge de la barbilla y le levanta la cabeza—. ¿Qué pasa? ¿Qué ha ocurrido? ¿Es que tú…? ¿O él…?
—Necesito que hables conmigo, y no sobre esas cosas… Estoy informada de todo ese asunto desde que estaba en quinto… Necesitas… necesitas… Tú… —Apenas puede pronunciar las palabras de lo mucho que está hiperventilando.
—Vale, oye, coge aire. —David se acerca hasta estar sentado junto a ella, rodeándola con el brazo. Intenta parecer calmado pero Willow se percata de que, de hecho, está muy preocupado por este arranque de llanto que le ha dado, y no tiene ni idea de lo que puede significar. Ella está, apenas, un poco menos sorprendida y se pregunta si es que las cosas van a ser siempre así de ahora en adelante. Que quizá su catalizador del dolor, tanto tiempo congelado, ahora puede despertarse en cualquier momento y, en caso de que sea así, si va a ser algo que ella pueda tolerar.
—Respira —continúa David—, coge aire y después intenta explicarme qué ocurre.
—Tú… tú… Nosotros necesitamos hablar sobre cómo eran antes las cosas —dice Willow finalmente—. Tenemos que hablar de ellos. Puede ser que estén muertos, pero no deberían estarlo para nosotros. No deberían estarlo entre nosotros. Tú… tú también necesitas hablar conmigo. Tienes que decirme lo… lo enfadado, lo furioso que estás conmigo por lo que ocurrió. ¡Tú también necesitas hablar conmigo!