O tal vez sea porque ahora no está sola.
—Bueno, ¿qué quieres hacer? —dice Guy mientras se acaba de secar—. ¿Qué te apetece ver?
—Olvídate ahora de lo que me apetece a mí —responde Willow mientras se dirigen hacia la escalera—. Sé exactamente lo que te apetece ver a ti. Los dinosaurios, ¿verdad?
—Lo has pillado a la primera.
Caminan a través de los amplios pasillos, pasando junto a las salas llenas de ornamentos de jade y máscaras tribales, el auditorio donde sus padres daban conferencias hasta que finalmente llegan a la exposición de dinosaurios.
—Estos son mis favoritos —dice Guy caminando con determinación hacia un par de ornitomímidos. Se inclina sobre la cuerda de terciopelo y, por un segundo, Willow cree que va a acariciarlo.
—No tocar —les advierte un guarda aburrido.
—Como si fuera a hacerlo —murmura Guy por lo bajo—. Creo que soy capaz de entenderlo desde esta perspectiva. —Se pone recto y se vuelve hacia Willow—. He estado aquí los fines de semana y siempre está lleno de niños pequeños. Tendrías que verlos, solo les falta subirse a alguna de estas cosas, sobre todo al
Tiranosaurus Rex.
Les vuelve locos. —Cruza la sala para examinar otro esqueleto.
A Willow se le escapa una pequeña sonrisa. Por lo que puede ver, él no es tan diferente de los niños de cinco años, a menos, en lo que a dinosaurios se refiere.
—Bueno. —Guy aparta la mirada de una mandíbula reconstruida y mira a Willow—. ¿Adonde vamos ahora? ¿Cuál es tu exposición favorita? Espera, no me lo digas. Creo que lo puedo adivinar, dame un segundo. Vale, seguramente a ti te deben gustar las gemas y los minerales, ¿no? No me refiero a la cosas esas de lujo, las joyas de la corona o lo que sea, eso es demasiado formal para ti. Yo me refiero a las piedras semipreciosas, los pedruscos de amatista y topacio.
—Has acertado —dice Willow. De hecho, los grandes cristales dorados y violetas con ese brillo peculiar que tienen están entre las cosas que más le gustan del museo. No le sorprende que lo haya adivinado, no después de todo lo que han compartido. Pero aun así, eso de que pueda dar en el clavo con tanta facilidad acerca de lo que ella quiere y desea la hace sentir algo incómoda. De repente vuelve a sentir la ambivalencia que le invadía esta misma mañana.
Se aleja unos pasos de él retorciéndose las manos y piensa. No es que se avergüence, como hacía antes. Que él la conozca tan bien no es malo, todo lo contrario. El vínculo que han forjado es lo único positivo que hay en su vida. Es más bien que Guy lo sabe todo sobre ella. Sabe las cosas más terribles y, al estar frente a él, Willow no puede evitar sentirse increíblemente vulnerable.
—Bueno, ¿qué me dices? ¿Quieres que bajemos?
—Lo sabes todo de mí —le suelta Willow. Guy la mira sorprendido y ella se da cuenta de que lo que está diciendo no tiene sentido, que, por lo que él sabe, acaba de decir esto sin motivo alguno—. Lo que quiero decir es que no solo sabes que quería ver la amatista… —Se le rompe la voz, no sabe cómo continuar.
—Bueno, tú sabías que yo quería ver los dinosaurios, no entiendo…
—Es diferente —le interrumpe Willow—. Tú eres un tío, estás programado para que te gusten los dinosaurios.
—¿Sabes? Si yo te hubiera dicho que querías ser la amatista porque tú estás programada para que te gusten las joyas me estarías diciendo que soy un machista…
—No lo entiendes —dice Willow exaltada—. Me refiero a que tú sabes lo peor de mí y yo… no sé lo mismo de ti. Sé todo lo bueno pero… no sé qué es lo que te da vergüenza, no sé si hay algo en ti que no quieres mostrar a los demás.
—Oh… —Guy parece bastante sorprendido del giro que ha tomado la conversación.
—No importa —murmura ella después de un segundo—. Mira, vayamos a ver las piedras preciosas y ya está. —Le tira de la mano—. Vamos, olvida lo que he dicho.
Pero a Willow le está costando olvidar. Y por desgracia, cogerle de la mano no le está poniendo las cosas fáciles. Con cualquier otra persona cogerse de la mano sería la cosa más inocente del mundo, pero con Guy no es el caso. Sus manos, bonitas y grandes, que le han curado las heridas, solo le recuerdan que él sabe su peor secreto.
—Aquí estamos —dice cuando los dos entran en la sala de las gemas y los minerales. Al igual que en la exposición de los dinosaurios, están a solas. Ni siquiera hay un guarda de seguridad, probablemente porque aquí todo está guardado en vitrinas.
La sala no tiene ventanas, es un sótano. Pero el lugar está iluminado por la luz artificial y el peculiar brillo de las joyas. Este resplandor fantasmal y las irregulares formas que toma el cristal siempre le han hecho imaginar a Willow que estaba caminando por la superficie de la luna.
—¿Sabes? Creo que hay una ostra inmensa en algún lugar. Quizá no te guste pero yo la encuentro fascinante. Contenía la perla natural más grande que jamás se haya encontrado. No me acuerdo de cuánto pesaba pero… Espera un segundo, está justo ahí, si no recuerdo… —Willow se da cuenta de que está tartamudeando pero no sabe qué más hacer. Todo lo que ha dicho cuando estaban arriba está en el aire, y Willow desea desesperadamente poder volver a bromear amigablemente como hacían en el parque.
—¿Qué te parece? —le pregunta a Guy con un falso entusiasmo cuando se paran frente a la ostra.
—No creo que, en fin… No creo que haya nada de lo que me avergüence —dice Guy ignorando completamente la ostra y volviéndose a mirarla—. No siento que haya hecho algo que deba ocultar a los demás. Nada que no sea completamente trivial. Seguramente habré copiado en algún examen de álgebra cuando estaba en octavo o algo así.
—Oh —dice Willow débilmente.
—Lo que quiero decir es que no hay nada en particular que me dé miedo que los demás descubran —continúa Guy—, las cosas no son así para mí. Lo que a mí me pasa es que no soportaría que mis amigos, ni siquiera Adrian, supieran lo que hay dentro de mí la mayoría del tiempo. —Hace una pausa y mira a Willow a los ojos. Ella se da cuenta de que, a pesar de toda la fuerza que tiene Guy, es tan vulnerable como ella—. Ya ves, yo… Bueno, supongo que la mejor manera de describir cómo me siento. Es que tengo miedo, tengo muchísimo miedo. Y ya sé que en el fondo mucha gente también lo tiene, pero aun así… Es decir, ya sé que Laurie también te diría que ella tiene miedo. Tiene miedo de que no la acepten en la universidad adecuada, o de que Adrian y ella tengan que ir a universidades distintas. Y no estoy diciendo que esos temores no sean reales para ella, pero lo mío es algo diferente. Lo que a mí me da miedo es entrar en la universidad adecuada, conseguir un trabajo adecuado y que, para los demás, todo parezca que va perfectamente, pero, en cambio, no lograr hacer o pensar nada excepcional. Y aunque mi vida esté bien en la superficie, yo sabré que he fracasado, y no en algo poco importante como los estudios, si no en la vida. —Para de hablar un segundo.
—Continúa —dice Willow, apretándole la mano.
—Vale, ¿recuerdas aquel día, en el depósito de la biblioteca, cuando me explicabas cómo es el trabajo de campo?
—Sí —asiente Willow.
—Bueno, estábamos bromeando y ya sé que te parecerá un ejemplo sin importancia, pero te dije que quizás a mí tampoco me guste el trabajo de campo porque me gusta darme mis buenas duchas. En fin, a veces me preocupa que toda mi vida esté basada en lo que es cómodo y fácil. Me preocupa poner demasiado empeño en lo que me hace sentir bien y nunca arriesgar para conseguir nada. Y me preocupa arriesgar y, aun así, no conseguir nada.
Willow no dice nada. Está demasiado ocupada pensando en todo lo que él le acaba de decir y no puede entender por qué ahora que él se ha expuesto completamente, se ha hecho totalmente vulnerable, solo le parece más fuerte.
—Pero estos últimos días ya no me preocupo tanto por esto —dice Guy—. Supongo que lo que me asusta ahora es no ser capaz de protegerte.
Willow le mira. No sabe muy bien cómo responder a esto tan maravilloso que le acaba de decir. Aprieta su mano con más fuerza y se da cuenta de que él se está acercando a ella lentamente, muy lentamente. Se siente como si los dos estuvieran debajo del agua, y sabe que él va a besarla.
—Ejem. —El guarda de seguridad se aclara la voz y los dos pegan un bote del susto. Guy esboza una media sonrisa. Aunque Willow deseaba que Guy le besara se siente algo aliviada de que el guarda de seguridad lo haya evitado. El corazón le late con fuerza de miedo y de pensar cómo se hubiera sentido si la hubiera besado.
Porque ahora ella es la que está asustada, muy asustada. Y no de él, sino de ella misma o, mejor dicho, de lo que está sintiendo por él.
¿No lo sabías? Bueno, ¿es que no sabías que las cosas iban a acabar así?
Debería haberlo previsto. Desde la primera vez que hablaron en la biblioteca, que ella le habló de un modo en el que nunca le había hablado a nadie, ¿no podía ver entonces que esto iba a pasar? Ella, además, había intentado evitarlo. El primer día, cuando él quería acompañarla a casa, ella intentó quitárselo de encima.
¿Qué había pasado con su resolución? No debería haberle llamado anoche. No puede creerse que haya pasado tanto tiempo con él, descubriendo cosas sobre él, que prácticamente le haya rogado que le cuente los secretos más profundos de su alma.
Y más que nada, no se puede creer que haya dejado que se le meta dentro y que signifique tanto para ella.
Willow sabe que, hace un año, si se hubiera encontrado en una situación así, con un chico así, se hubiera sentido increíblemente afortunada, pero ella ya no tiene nada que ver con la chica que era hace un año.
Es absolutamente sorprendente que su nuevo mundo —que es de todo menos admirable— posea una persona así. Pero, por desgracia para Willow, ella no puede permitirse sentir por él lo mismo que cuando vivía en su antiguo mundo.
El silencio entre los dos está empezando a ser violento. Willow sabe que Guy espera que sea ella la que diga algo en primer lugar. Que está esperando una respuesta para las cosas que le ha dicho y, aún más, quizás esté esperando una respuesta a su intento de besarla. Ella debería decir algo, corresponder a este regalo que le está ofreciendo, pero no puede. No puede decirle que se ha emocionado porque no se permitirá emocionarse. No puede decirle que le importa porque está haciendo todo lo que puede para que no le importe.
Willow no sabe qué hacer. Necesita huir de él, huir antes de que las cosas se compliquen, pero no sabe cómo salir de esta. No sabe cómo ignorar el ruego que él tiene escrito en la cara.
—Me juego lo que sea a que ha parado de llover. Debería ir a casa y ver si puedo avanzar algo del trabajo —es lo que Willow se resuelve a decir—. Por el cambio de expresión de Guy —parece que le hayan dado una bofetada— juraría que es lo peor que se le podría haber ocurrido.
—¿El trabajo? —dice Guy como si no se lo pudiera creer—. ¿Me tomas el pelo? ¿Esa es tu respuesta? Vale. —Se aparta de ella y la empuja. A diferencia de antes, está claro que no ve el momento de perderla de vista—. Vale, haz lo que quieras. Supongo que yo iré a la biblioteca a ver si también puedo avanzar faena—. Habla con frialdad y Willow se da cuenta de que Guy está herido y confuso.
—Te acompaño —le dice sin pensarlo. Ahora Guy está más confuso que nunca. ¿Y cómo no iba a estarlo? Debe parecer una loca después de cómo le ha rechazado. Pero Willow todavía no se siente con fuerzas para separarse de él.
Y no puede soportar dejarlo con esa expresión en la cara.
—Como quieras —le dice Guy con indiferencia—. Venga, vamonos de aquí.
Ha parado de llover. El sol vuelve a brillar y corre una ligera brisa, pero Willow y Guy están completamente ajenos al maravilloso día que hace. Ninguno de los dos dice ni una palabra de camino a la biblioteca.
—Bueno, yo iba al depósito, como siempre. ¿Quieres venir? —Guy no la mira mientras le dice esto y Willow no entiende por qué él se molesta en preguntar. Si la situación fuera al revés, ella no cree que se tomara la molestia de volver a hablarle. Tal vez Guy, al igual que ella, note que ha quedado algo pendiente en el aire.
—De acuerdo —asiente Willow.
Caminan en silencio por el campus hacia la biblioteca. Después de enseñarle los carnés a Carlos suben en el ascensor hasta el piso once. Corno de costumbre, están solos. Guy pulsa el interruptor de las luces y Willow cierra los ojos deslumhrada.
—No creas que lo que has dicho me ha dejado indiferente —dice de repente, cogiéndole de la muñeca y acercándose a él—. No es que no quisiera que me besaras. Es que no puedo permitir que me beses. No lo entiendes, no puedo permitirme eso a mí misma.
Guy se desenreda el brazo y le coloca las manos en los hombros.
—Tienes razón —le dice—, no lo comprendo. —Pero en su voz ya no hay ninguna frialdad.
—Quiero decirte algo. Voy a decirte algo —le corrige Willow. Ha tomado una decisión. El ha hecho tanto por ella que debe darle algo a cambio. Le coge las dos manos—. Ven, vamos a algún lugar donde al menos estemos cómodos. —Camina junto a él hasta el lugar donde estuvieron hablando de la conferencia de su padre.
—Voy a decirte algo —repite Willow. Se sienta con las piernas cruzadas y le estira del brazo para que se siente junto a ella, cerca, tan cerca como si estuvieran unidos desde el hombro a la cadera.
—Te escucho.
Guy parece tener sus reservas, pero escucha con atención.
—De acuerdo. —Willow toma una bocanada de aire—. Después del accidente estuve una semana en el hospital. No tenía nada, pero ya sabes, te tienen ahí en observación o algo así. En fin, lo único bueno de estar allí es que estaba tan sedada que no me daba cuenta de lo que estaba ocurriendo en realidad. Bueno, lo sabía, vale, pero no era consciente de ello. Estaba consciente solamente dos o tres horas al día. El resto, dormía. —Hace una pausa para ordenar sus pensamientos.
«Entonces, David y Cathy vinieron a recogerme. Por supuesto, me habían estado visitando todo el tiempo, pero habían venido a buscarme para llevarme a casa, a su casa. Obviamente tenía que irme a vivir con ellos, no podía volver y vivir sola, y David no quería irse de la ciudad. Lo arregló todo para que pudiera acabar el curso enviando trabajos extra y otras cosas. Iba bastante avanzada en la mayoría de las clases y, de todos modos, en mi antiguo instituto las clases acababan a mitad de mayo, así que solo faltaban unas ocho semanas. —Willow para de hablar. Sabe lo que va a decir pero simplemente es demasiado duro explicar algo que nunca antes ha habado con nadie. »Fue terrible después del hospital. El hospital era, no sé, como vivir en una inconsciencia de todo. Pero estar con David y Cathy, sin sedantes ni pastillas para dormir, era una pesadilla. Estaba todo el rato como ida, pero no por las drogas, sino porque finalmente era consciente de lo que había hecho. Es decir, que entendí lo que había pasado, me di cuenta realmente, pero no sentía dolor, no en aquel momento. Supongo que aún estaba en estado de
shock.