Deja de cortarse. La cuchilla cuelga sin ningún valor en su mano: ya ha cumplido su cometido. Willow mira las gotas de sangre que le corren por la piel con los ojos entrecerrados.
Su respiración se vuelve más intensa, más regular, en armonía con la de Guy. El sonido de sus respiraciones conjuntas es sorprendentemente íntimo y, pronto, el único sonido que se filtra en el dolor de Willow es el suave silbido de sus inhalaciones mientras se queda dormida aferrándose al teléfono como si fuera un ser vivo como si fuera su amante.
Lo primero que piensa Willow al despertarse es que la lámpara no está donde se supone que debería estar. Tarda un segundo en darse cuenta de que es ella la que está en el lugar equivocado. En vez de estar en la cama está estirada en el suelo, aún lleva puesta la ropa de ayer, y en la mano tiene un teléfono que se ha quedado sin batería. No se había sentido tan aturdida, tan desconcertada, desde que despertó en el hospital después del accidente.
Pero esa desorientación pasajera respecto a la lámpara es lo único que le produce confusión. En su mente, todo lo demás está claro como el agua. Sabe por qué está en el suelo, sabe por qué aún lleva la ropa de ayer, sabe por qué la ropa se le pega y por qué en el aire flota un olor metálico a sangre.
Willow recuerda todo lo que sucedió la noche anterior. La cara de David, la cara de Cathy….
Incluso la voz de Guy al otro lado del teléfono y el sonido de su respiración mientras ella se cortaba.
Se da la vuelta sobre su estómago, dejando el auricular del teléfono y haciendo una mueca de dolor al sentir sus cortes aún tiernos entrar en contacto con el suelo. Apoya la barbilla en las manos y piensa en el hecho de haberle llamado. Nunca se le hubiera ocurrido, cuando le pidió su número de teléfono, que realmente acabaría por llamarle, pero tampoco se hubiera imaginado estar en el parque con él, regalarle un libro o hacer cualquiera de las cosas que han hecho juntos.
Pero nada de eso significa que Willow se sienta bien por haberle llamado. Una ola de vergüenza la invade al pensar en los sonidos inarticulados que hace cuando se corta. ¿Por qué ayer decidió hacerle partícipe de eso? ¿Por qué le dio acceso a su mundo de dolor? Él merece cosas mejores.
Willow sabe que Guy fue el primero que se ofreció para que le llamara, pero ella tiene que creer que él no podía saber en qué se estaba metiendo. Es posible que Guy supiera que ella se cortaba, pero saberlo y ser testigo —aunque sea a través del filtro del teléfono— son cosas muy diferentes.
Se pregunta cómo reaccionará cuando se lo encuentre en el instituto. ¿Le sacará el tema de la llamada telefónica? Más aún, ¿cómo reaccionará ella? Por supuesto, es posible que ni siquiera se lo cruce.
En cualquier caso, tiene cosas más urgentes en que pensar. Da igual la reacción de Guy. ¿Cómo se va a enfrentar a David y a Cathy?
Willow mira el reloj. Se ha quedado dormida, así que es muy posible que ya se hayan ido. Cualquier otro día, Cathy o David se hubieran asegurado de que se levantaba, pero lo más probable es que ellos tengan las mismas ganas de evitarla.
Consigue ponerse en pie, cosa que no resulta fácil teniendo en cuenta lo cansada y desgastada que está, cuelga el teléfono y se acerca de puntillas a la puerta. Da una vuelta a la llave con el máximo cuidado, abre la puerta y asoma la cabeza.
La recibe un absoluto silencio.
Ya deben haberse marchado. Bien. Tiene un poco de espacio para respirar. Tal vez, con tiempo suficiente, pueda encontrar qué decirles cuando les vea. ¿Debería disculparse por lo ocurrido la noche anterior? Tal vez David es quien deba disculparse. Tal vez ella debería actuar como si nada hubiera ocurrido.
¡Sí! ¡Eso será fácil!
Willow cierra la puerta sin hacer ruido aunque sabe que nadie la puede escuchar y se dirige hacia el baño. Es hora de empezar el día. Se detiene un segundo para sacar ropa limpia de la cómoda.
Lo primero que tiene a mano es una camiseta de manga corta: no es lo más apropiado para llevar estos días, teniendo en cuenta todo lo que deja al descubierto mostrando los brazos. Willow detiene en el momento en el que va a guardarla en el cajón. Claro que, si no va al instituto, puede llevar lo que quiera… Quizá debería quedarse en casa, abrir de una vez el libro de francés, o ver si finalmente puede avanzar algo con el
Bulfinch,
acabar de leerlo o empezar a escribir el trabajo. ¿No tendría más sentido eso que ir al instituto, donde solo irá de clase en clase como una sonámbula, aturdida por lo ocurrido el día anterior? Y no es solo eso, si se salta las clases resuelve el problema, al menos por un día, de cómo actuar cuando vea a Guy.
Bien, un problema resuelto. Una pena que no pueda saltarse el resto de su vida. Se cuelga la ropa del hombro, entra en el cuarto de baño y enciende la ducha.
Se apoya en las baldosas húmedas dejando que el agua la cubra como si estuviera bajo una cascada, observando fascinada cómo la sangre seca entra con el remolino de agua por el desagüe. A diferencia del acto de cortarse, que siempre la alivia, esta visión no la ayuda. De hecho, incluso la pone un poco mala. Willow sabe que hay una terrible desconexión entre lo que hace y lo que siente cuando ve los frutos de su labor, pero no es fácil ser racional cuando aparece la necesidad de cortarse.
Willow apaga la ducha, se viste y baja por la escalera a la cocina.
Para comer no hay gran cosa, aparte de una bolsa medio vacía de galletas saladas y unos cuantos tarros de potitos. Cathy nunca tiene tiempo de ir a la compra, por eso siempre están encargando comida. A lo mejor debería ir ella más tarde, esa sería una buena manera de intentar hacer las paces o algo así.
Claro. ¡Como si con eso se arreglara todo!
Willow coge un puñado de galletas saladas rancias y camina hacia la mesa. Allí, apoyada sobre el azucarero, hay una nota escrita por Cathy con su nombre.
La mira unos instantes con miedo a abrirla. Pero la verdad es que nada de lo que diga Cathy puede empeorar más las cosas. Willow se pregunta si la carta es una reprimenda o un intento de suavizar las cosas.
Solo hay una manera de saberlo.
Coge el papel antes de cambiar de idea.
Querida Willow:
He decidido dejarte dormir hoy.
Debes saber lo mucho que David y yo te queremos. ¡No pienses nunca que él te culpa por lo que pasó o que no confía en ti! Nada podría estar más lejos de la realidad.
David me ha dicho que pensaba que estabas tan alterada por algo que había pasado en el instituto. ¡No te preocupes por eso! Tienes todo el tiempo del mundo para mejorar tus notas. En cualquier caso, los dos pensamos que lo estás llevando muy bien dadas las circunstancias. Tómate el día libre si quieres. Tal vez podrías ir al parque a pintar con las acuarelas. Espero que te sientas mejor.
Te quiere,
Cathy
Willow dobla la nota con cuidado y se la guarda en el bolsillo. Sabe que debería sentirse aliviada y le ha emocionado que Cathy se preocupe tanto pero, aun así, por alguna razón, la carta solo la deprime aún más. Los intentos de Cathy de tranquilizarla no hacen más que probar que no tiene ni idea de lo que está pasando. En cierta forma, sus muestras de amor no son tan diferentes de la negativa de David a discutir lo que ha ocurrido. En ambos casos simplemente hay una tremenda falta de conexión.
Se aparta de la ventana, a punto de volver arriba para ponerse a trabajar cuando algo en el exterior le llama la atención. Siempre hay algo que mirar: madres jóvenes empujando carritos, hombres de negocios estresados caminando a toda prisa hacia el trabajo, gente vestida de mil colores
haciendo footing…
Pero esta mañana hay algo más. Porque esta mañana, Guy forma parte del bullicio de la calle.
Al principio Willow está segura de que se lo está imaginando. Pero no, él está realmente allí, a la salida del parque, parado, mirando su edificio. La explicación más obvia, la única que se le ocurre, es que la está esperando.
Menos mal que me iba a saltar las clases…
Willow no está segura de lo que debería hacer. Siempre podría quedarse en el apartamento y evitarlo de esta manera pero, ¿quién dice que él no vaya a cruzar la calle y llamar a la puerta?
Y además, tampoco está tan segura de querer evitarlo.
Sí, sí que quiero… O sea, que quiero, ¿no?
A Willow le da vergüenza haberlo llamado, no le cabe duda, y le da vergüenza que haya oído su agonía durante uno de sus… episodios. Aun así, la vergüenza está acompañada de otro sentimiento. Están conectados, tal vez por un hilo de sangre, talvez por el vínculo de la cuchilla, o tal vez por algo más, pero sea cual sea la causa, es algo que no puede negar.
Sería bastante grosero por mi parte pasar de él…
Willow no se queda allí analizando la situación, sino que coge las llaves y se dirige hacia la puerta.
Se para delante del edificio y lo mira con un millón de interrogantes rondándole la cabeza. Quiere saber por qué ha venido, quiere saber qué pensó cuando ella le llamó, pero por alguna razón, lo único que logra articular allí de pie temblando y en manga corta es:
—¿Cómo has sabido dónde vivo?
—Hay una cosa que se llama listín telefónico —dice Guy mientras cruza la calle—. Además, tu hermano puso su dirección en la web de la asignatura.
—Oh, evidente —contesta Willow mientras se frota los brazos.
—¿Qué haces descalza? —dice Guy cuando la mira de arriba abajo.
Willow baja la mirada y ve sus pies contra el pavimento. Ni se había dado cuenta de que no llevaba zapatos.
—Yo… Cuando te he visto he salido corriendo de casa sin más. No me he parado… — Willow para de hablar. No entiende por qué están ahí hablando de cosas tan triviales. ¿Es porque él tampoco quiere sacar el tema de la llamada?
—Bueno, ¿no crees que deberías ponerte zapatos? —Sí, claro, supongo. —Willow se mueve hacia delante y hacia atrás, incómoda—. Vamos, entra —dice después de un momento, y le muestra el camino.
Guy tiene los ojos clavados en Willow mientras ella abre la puerta del apartamento. Su mirada la pone nerviosa. Debe estar pensando en la llamada, en lo que debe significar, pero no dice nada, parece que está…
—Tus brazos… —Guy interrumpe sus pensamientos.— ¿Sí? —Willow se para en la entrada del salón y se vuelve para mirarle—. ¿Qué les pasa? —Se los mira, intentando imaginar cómo los ve él. Tienen un montón de marcas, pero, ¿y qué? Guy ya le había visto los cortes antes. Seguramente él es la única persona delante de la cual puede llegar una camiseta de manga corta.
—No hay ninguno nuevo —dice después de un momento. Señala las finas líneas rojas que marcan sus brazos—. No son recientes.
Willow sabe perfectamente a qué se refiere, pero no tiene ninguna intención de contestar a esta pregunta tácita.
—Pasa —dice, mientras se dirige al sofá y se derrumba en él. Un momento después, Guy también se sienta.
—Bueno, entonces… ¿dónde te lo has hecho?
Está claro que ahora que ha sacado el tema, no tiene ninguna intención de dejarlo.
—En la barriga —dice, pensando que, a la larga, es más fácil decírselo.
—Pero eso es… Yo pensaba… O sea, tú me dijiste que solo te lo hacías en los brazos —protesta Guy.
Willow lo mira, confusa por sus protestas. ¿Quiere decir que sería mejor si se hubiera cortado en los brazos? ¿Es que no se cree que se ha cortado en la barriga? ¿Es posible que piense —por Dios, no— que se lo ha inventado todo? ¿Qué estaba fingiendo cuando le llamó para llamar su atención o algo así? Willow está horrorizada solo de pensarlo.
—Te dije que me lo hacía sobre todo en los brazos —contesta con furia—. Mira, si no me crees. ¿Quieres verlo?
Se sube la camiseta por encima del sujetador, se desabrocha los vaqueros y se los baja justo por encima de la ropa interior.
—¡Mira! —le dice enfadada, prácticamente gritando—. ¡Échale una miradita si no te lo crees!
A Willow le sorprende su propia reacción. No puede evitar pensar en lo diferente que hubiera sido esta escena si se estuviera quitando la ropa por las razones normales. En ese caso, se estaría preocupando de si la ropa interior que lleva le queda bien, de si está guapa, y no de si las cicatrices parecen lo suficientemente recientes como para que Guy le crea.
Sin embargo, Guy está decidido a no mirarle la barriga. Aparta la mirada, tiene los ojos clavados en la alfombra persa desgastada, las estanterías, cualquier cosa excepto su cuerpo.
—¡Venga! —le ordena una vez más.
Guy gira la cabeza lentamente, con cuidado de mirar a Willow solamente a la cara.
—Yo no te he dicho que no te creyera. Solo pensaba… —pero su voz se apaga con tristeza.
Willow le mira fijamente. Nunca había visto a nadie sentirse tan incómodo y tan infeliz como Guy en este momento.
Finalmente él baja la mirada y le mira la barriga, la mira de verdad, parándose en cada uno de los cortes.
Willow echa el cuerpo hacia atrás y le mira con los ojos entrecerrados. Él está paralizado. Ella sabe que hay algo perverso en esta escena. La razón de que él la esté observando en absoluto silencio no es porque esté cautivado por su belleza, sino por el horror de lo que está viendo.
Lentamente Guy extiende una mano y la coloca sobre el abdomen de ella. Tiene la mano grande y con ella cubre todos los cortes que Willow se ha hecho. De esta manera, con las cicatrices cubiertas, es fácil imaginar que no hay nada malo en la piel que está tocando. Es fácil fingir que la mano de Guy no está allí para cubrir las cicatrices sino por otra razón totalmente distinta.
Pero Willow no puede fingir. Es cierto que la mano de Guy en su estómago le afecta de un modo que es completamente nuevo para ella. Pero esa maravillosa sensación se mezcla con el dolor que le provoca al irritarle la piel en carne viva.
Y, por lo que respecta a Guy, no parece que esté disfrutando, o ni siquiera captando las posibilidades románticas de las circunstancias. Como mucho, parece que se está mareando. Se ha quedado blanco como el papel.
De repente, aparta la mano y se cubre la boca con ella. —¿Quieres que te aguante la cabeza? —pregunta Willow, con una clara urgencia en su voz. Recuerda el día en que, estando en el depósito de la biblioteca, Guy se ofreció para aguantarle el pelo. Recuerda lo mucho que le chocó su increíble amabilidad, lo mucho que le choca ahora. Desearía poder corresponderle siendo igual de considerada, pero está demasiado traumatizada por lo que acaba de ocurrir como para actuar con tanta delicadeza.