—No, no… —Guy niega con la cabeza—. Yo… no.
—Vale. —Willow se baja la camiseta y se sube la cremallera del pantalón.
Guy no habla durante unos segundos. Está sentado como ella, desplomado en el sofá con la mirada perdida.
—¿Qué…? ¿Me podrías decir qué te llevó a hacerlo? —dice (¡uy con voz entrecortada—. Mi hermano y yo discutimos —responde Willow. No sabe muy bien cómo describir lo que pasó.
—¿Qué… sobre qué? La pelea, me refiero. ¿Por qué discutisteis? —pregunta Guy. Parece que su facilidad habitual para hablar le ha abandonado. Willow se da cuenta de que es la primera vez que lo oye hablar de esta manera tan inarticulada.
—Por ver a quién le tocaba lavar los platos —dice Willow. Está demasiado cansada para entrar en el tema.
—Vale —dice Guy—, muy bien. —Se incorpora para sentarse en la posición correcta—. No te molestes en explicarme la verdad, me importa un bledo. O sea, que yo he venido aquí por pura diversión esta mañana, ¿vale? A mí todo esto me da bastante igual. No es importante. No hace falta que te mates intentando darme una respuesta directa o nada de eso.
Willow asiente con la cabeza. No le sorprende su enfado; la verdad es que ya se esperaba que no se lo creyera.
—Mira, lo siento —dice Guy después de un momento—. No debería haberme enfadado tanto…
—No —le interrumpe Willow—. Tienes razones para enfadarte. No estoy siendo muy agradable contigo y tú estás siendo…
Mucho más amable de lo que jamás hubiera esperado de nadie.
Está más emocionada de lo que puede expresar por el hecho de que Guy se haya plantado en su puerta. La ambivalencia se ha convertido en gratitud. Quiere preguntarle por qué está aquí, pero le da un poco de miedo saber la respuesta. ¿Y si le dice que es porque se asustó? Willow sabe que ha perdido el derecho a ser considerada normal pero, aun así, no soporta pensar que él pueda tomarla por… loca o algo por el estilo.
¿Está aquí porque prometió que no se lo contaría a su hermano y eso le hace sentirse responsable?
¿Está aquí porque le importa?
Willow suspira profundamente. Se siente incapaz de hablar con él sobre nada de todo esto. Se siente incapaz de expresar lo que sus acciones significan para ella y se da cuenta de que, por todas estas razones, lo mínimo que debería hacer es contarle la verdad sobre lo que pasó anoche.
—Nos peleamos porque David, ahora, me odia —dice Willow sin rodeos, sin dramatizar—. Me odia porque maté a nuestros padres.
Willow espera oír lo inevitable. Oír a Guy decir lo mismo que los demás, que solamente fue un accidente, que ella no planeó matar a sus padres. Que su hermano la quiere ahora más que nunca porque se ha quedado huérfana. Willow ha oído miles de veces esas respuestas vacuas.
Pero Guy está callado. Únicamente la mira.
—No me puedo imaginar lo duro que debe ser para ti —dice finalmente. Se le ve afectado—. Para los dos, de hecho —añade, después de un momento.
—Tienes razón, no puedes —dice Willow en voz baja. Debería haber sabido que él no intentaría engatusarla con respuestas superfluas, que no intentaría convencerla para que no se sintiera así, o decirle que estaba imaginando cosas—. Pero… gracias por, bueno, gracias por no decirme, al menos, que está todo en mi cabeza.
—Bueno, de nada, supongo. —Guy se queda en silencio unos segundos—. Mira, quizá no debería decir esto después de lo que acabas de decir tú. Sé que no puedo llegar a entender por lo que estás pasando, y me creo que tú te creas que tu hermano te odia. Quiero decir, que no pienso para nada que todo esto esté solo en tu cabeza. Estoy seguro de que la situación está… en fin, realmente cruda entre vosotros dos. —Se mueve para sentarse mirándola a la cara—. Pero ¿estás segura de que, tal vez tú, bueno, tal vez estés malinterpretando un poco las cosas? Estoy pensando en el David Randall que me daba clases el año pasado. No es posible que pueda odiar a su hermana. O sea, ¿quién podría? Pero él en concreto, no me lo puedo imaginar.
—Creo que yo le conozco mejor que tú —dice Willow fríamente.
—No estoy tratando de decirte lo que sientes o lo que dejas de sentir. Supongo que solo esperaba poder hacerte sentir mejor, quizá que miraras las cosas desde otro punto de vista… —No acaba la frase.
—No es tan sencillo —dice Willow. Ahora es a ella a quien le cuesta mirarle a la cara. Le duele ver lo triste que está porque sabe que ella es la única responsable—. Mira, no quiero que pienses que hablar contigo no me hace sentir… —Trata de encontrar las palabras adecuadas—. Bueno, tú no me hablas como las demás personas —dice finalmente sin mucha convicción. No es lo que realmente quiere decir, ni de lejos.
—Bueno, tú tampoco me hablas como las demás personas —dice Guy.
—¿No? —Willow se sorprende.
—A ver… Discusiones sobre
Tristes trópicos
mezcladas con charlas sobre en qué lugar del cuerpo te cortas porque crees que eres una asesina. Supernormal, exactamente igual que con cualquiera de las otras chicas que conozco. ¿Pero qué os pasa a las mujeres? Te lo digo en serio, si tengo que volver a escuchar otra de estas conversaciones y hacer como que no me aburro… —niega con la cabeza.
Willow no se lo puede creer, no se puede creer que se esté riendo. Guy también se ríe. Por un momento los dos están partiéndose a carcajada limpia.
—Yo no me corto por eso —dice, cuándo consigue calmarse.
—Entonces, ¿por qué no…? —empieza Guy, pero Willow lo interrumpe.
—Mira, lo que te estaba intentando decir hace un minuto es que, bueno, tú eres la única persona que me escucha, que no hace ver que todo marcha perfectamente. — Para de hablar, no está segura de si debería continuar, pero, la verdad, es lo mínimo que puede hacer por él teniendo en cuenta todo lo que él la ha ayudado.
—Sabes? Después de que murieran mis padres me di cuenta de una cosa. —A Willow le tiembla la voz—. Me di cuenta de que lo que la gente te dice, su manera de reaccionar, te dice más de ellos que cualquier otra cosa. Piensan que te están dando el pésame o como quieras llamarlo, pero en realidad se están mostrando ante ti tal y como ellos son.
—Creo que no sé por dónde vas —dice Guy frunciendo el ceño.
—A ver, vale, esto es lo que quiero decir. —Willow coge aire—. Después del funeral, una mujer mayor se acercó a mí para decirme cuánto lo sentía. Yo apenas la conocía, mis padres un poco más. Es igual, me dijo que lo sentía mucho y entonces añadió: al menos ellos no han muerto solos. —Willow cierra los ojos al sentir que las imágenes y los sonidos de aquel día vuelven a su mente. No es fácil, pero hace acopio de valor y continúa—. Si lo piensas bien, es un comentario bastante extraño. O sea, mis padres estaban muertos, se acababan de morir en un accidente de tráfico, es una manera horrible de morir, y ella estaba diciéndome que era bueno que hubieran muerto juntos.
Willow para de hablar por un segundo y mira a Guy. Puede ver que la escucha con toda su atención.
—Cuando digo que era mayor —continúa Willow—, es que era mayor, ochenta y pico, creo. Yo ya sabía, en fin, todo el mundo sabía, que su marido había muerto hacía treinta años, y su único hijo murió en Vietnam poco después. Y me di cuenta que todo lo que le quedaba por delante era la conciencia de que iba a morir sola. No estaba siendo una insensible: para ella, mis padres lo habían tenido fácil.
—Y aquí tienes otro ejemplo: el otro día le hablé a Laurie de mi hermano, sobre lo de que tenga que cumplir con el rol de padre y, ¿sabes qué me dijo? Que le parecía todo un detalle. Tampoco estaba siendo insensible, sino simplemente que no lo comprendía. —Willow se mueve y aparta la mirada de Guy—. Pero contigo, bueno, las cosas que dices… Tú sí que lo comprendes, y eso me hace sentir… mejor. —Willow puede sentir cómo se sonroja.
—Te estás poniendo roja —dice Guy después de un momento.
—No puedo evitarlo.
—Bueno, pues no lo evites. O sea, ponerse roja… es bonito.
—Oh.
—Me alegra saber que puedo hacer algo para que te sientas mejor.
—Oh. —Ahora Willow sí que está roja pero no aparta la mirada. Solo deja que la mire, con la cara roja y todo.
—Vamos a llegar tan tarde al instituto… —dice Guy—. A primera hora ya no llegamos.
—Hoy no voy a ir al instituto —le cuenta Willow—. Es que no puedo, no después de lo de anoche. Además, de todos modos, voy tan atrasada con los deberes que me irá bien quedarme en casa e intentar ponerme al día.
—A lo mejor yo tampoco voy. —Guy estira las piernas y cruza las manos por detrás de la cabeza—. Puede estar bien tomarse el día libre.
—No tienes que hacerlo por mí —dice Willow rápidamente—. Quiero decir que no tienes que preocuparte de que vaya a hacer algo…
—A lo mejor lo estoy haciendo porque me apetece —responde él—. Pero ya que estoy aquí, ¿hay algo que te apetezca hacer? Quiero decir, antes de que te pongas con los deberes.
Willow piensa en todas las cosas que le gustaría hacer: dormir durante tres días seguidos, acabar el trabajo, por fin; tal vez incluso hacer algo por Cathy y David, como limpiar la casa o ir a la compra. Pero todas estas cosas no son nada en comparación con una necesidad imperiosa que tiene ahora mismo.
—¿Sabes qué me gustaría hacer más que nada en el mundo? —Willow se inclina hacia delante—. Me encantaría ir a desayunar. Me estoy muriendo de hambre.
—Me parece un plan estupendo —dice Guy—. Yo también me estoy muriendo de hambre. Salgamos de aquí. —Se pone en pie y Willow imita la misma acción.
—¿Qué te apetece? —pregunta Willow cogiendo un jersey del armario de la entrada—. ¿Conoces algún lugar por aquí cerca donde podamos desayunar? —Cierra la puerta de la entrada y baja la escalera unos pasos por delante de Guy.
—Conozco el mejor lugar —le asegura él—. Y solamente está a un par de minutos de aquí.
—No hay ningún lugar a un par de minutos de aquí —objeta Willow mientras avanzan por la calle.
—Eso demuestra lo poco que sabes —dice Guy al girar la esquina, parándose frente a un bar de aspecto anticuado. Abre la puerta con el hombro—. Dos bocadillos de bacón, huevo y queso para llevar —le pide al chico que hay detrás de la barra—. Nos los tomaremos en el parque, en algún banco o algo.
—Está bastante bueno —dice Willow dándole un mordisco a su bocadillo unos minutos después.
—¿Nunca te habías tomado un bocata de bacón, huevos y queso? —Guy no se lo puede creer—. Es el remedio perfecto para la resaca.
—Ya, bueno, es que nunca había tenido resaca.
—¿Y lo de las rondas de chupitos con tu mejor amiga? —Guy la mira con desconfianza mientras entran al parque—. Pasando del banco, conozco un lugar mejor.
—Si te acuerdas, te dije que vomité después de la ronda de chupitos, no que tuviera resaca —dice Willow mientras le sigue por el parque—. Y si quieres saber la verdad, esa fue la única vez que hice algo así.
—Aquí está genial —dice Guy. Se sientan en lo alto de una pequeña colina, bajo un castaño japonés, apoyando la espalda en el tronco del árbol. Es un lugar especialmente bonito, a la sombra, rodeado de flores y con vistas a un lago artificial—. Y, ¿aún tienes contacto con alguna de tus antiguas amigas? O sea, ¿qué pasó con la chica de los chupitos?
Guy cambia de postura para estar más cómodo. Willow puede sentir cada movimiento que hace. Él estira las piernas y empuja las de ella como si, por un instante, estuvieran unidos por la cadera.
La primera reacción de Willow es apartarse, darle más espacio. Pero un segundo después se echa hacia atrás y deja la pierna muerta, apoyada contra la de él. Guy no parece darse cuenta. ¿Por qué? Aunque el contacto es muy sutil, especialmente después de lo ocurrido en el sofá, Willow es muy sensible a cada roce de su cuerpo contra el de él.
—No, la verdad es que ya no hablo con mis antiguas amigas —dice poco después—. Con Markie, la chica de la ronda de chupitos, hace meses que no hablo. —Willow se acaba el bocadillo y hace una bola con el papel.
—¿No las hechas un poco de menos?
—Bueno, sí, pero… —Willow piensa en las conversaciones telefónicas que solía tener con Markie. Se pregunta qué pensaría Markie de Guy y se imagina a las dos hablando de él. Es una lástima que no vaya a llamarla—. ¿Sabes por qué ya no llamo a mis antiguas amigas? —Willow se vuelve hacia Guy—. No puedo porque es demasiado doloroso. Al principio creía que el problema era que no podían entender mi situación. Verlas con sus padres haciendo las mismas cosas de siempre, en fin, es demasiado duro. Al principio parece que las cosas siguen igual pero, entonces, al final del día, ellas vuelven a sus vidas de siempre, al mundo que siempre han conocido, y yo sigo encallada en el mío, en este nuevo mundo en el que me he despertado. Soy como una turista en sus vidas. —De los nervios, empieza a romper el papel del bocadillo en mil pedazos.
Guy le coge los papeles de la mano con suavidad, hace una bola con el suyo, y los tira en una papelera que hay cerca.
—Tú dices que me equivoco con mi hermano —continúa Willow—. Pero en parte es por eso que sé que tengo razón. Yo no hago más que recordarle cómo solía ser su vida. Nunca podrá librarse de eso, ni siquiera durante cinco minutos. He invadido su mundo. Cada vez que me ve sabe que algo ha cambiado para siempre. —Hace una pausa—. Perdona. Tú me haces una simple pregunta y yo… Mira, es que ni siquiera me apetece hablar de estas cosas. Hazme un favor, ¿vale?
—¿El clima de Kuala Lumpur? —Guy arquea las cejas.
—Bueno, lo que sea, da igual.
—Vale… ¿sabes qué estaba haciendo cuando me llamaste?
—Mmm… —Willow piensa un poco—. ¿Mirando el partido?
—¿Qué partido? —pregunta Guy confuso.
—No sé, ¿no hacen algo de deporte?
—¿Te refieres a Las Grandes Ligas de Béisbol?
—Por ejemplo.
—Vas unos diez días adelantada.
—Vale, pues, ¿qué estabas haciendo?
—Estaba leyendo
La tempestad.
—Oh. —Willow se queda pensativa—. Y… —empieza.
—Puede que tengas parte de razón —reconoce Guy—. Es mejor que
Macbeth.
—¡Te lo dije!
—He dicho que puede que tengas parte de razón. No puedes compararlas porque son muy diferentes. Quiero decir, que
La tempestad
es romántica y mágica… ¡Eh! ¡Mira eso! —interrumpe Guy—. Mira, en el estanque.
—¿Qué? —Willow sigue su mirada pero no ve qué es lo que le interesa tanto, solamente hay un hombre saliendo de la barca.