—¿Podría contarme algo más sobre su caso, facilitarme referencias sobre su procedencia o la de sus parientes? Me serían de gran ayuda.
—En realidad no sé mucho más de lo que averiguará por sí misma en sus bases de datos. Ahora mismo no recuerdo el nombre de la testante, tendría que revisar mis archivos; en cuanto a su procedencia, creo que residía en Asturias, apenas puedo concretar más —pero después de una breve pausa, añade—: Lo cierto es que, aunque la traté poco, lamento profundamente este fallecimiento. Su elegancia y saber estar eran un don. Siento que una belleza como la suya se haya extinguido antes de tiempo. Y ahora, si me disculpa…
Sin embargo, antes de que se le ocurra colgar, Clara tiende un par de hilos para asegurar a la mosca, para que no aletee demasiado en su tela de araña, para que sepa que su campo de acción es limitado y la tejedora, cuando menos se lo espere, puede regresar.
—Gracias, me ha sido de gran ayuda, me gustaría seguir contando con usted por si surgiera algo más a lo largo de nuestra investigación.
—No veo la necesidad. Al fin y al cabo le he contado todo lo que recuerdo —reconoce ciertamente molesto.
—Por supuesto, lo que ocurre es que seguimos sin saber por qué el toxicómano muerto tenía su tarjeta también. Quizá más adelante haga memoria. Quisiera darle mi número de teléfono, estaré a su disposición a cualquier hora.
—Déselo a mi secretaria. Ahora me debo a mi trabajo. Ha sido un placer.
Y me condena de nuevo, a golpe de botón, al guan-tanamera, guajira guan-tanamera, guan-tanameeeeera hasta que la eficiente secretaria se hace corpórea como por ensalmo a través de las ondas sonoras y reclama más que solicita el dato. Se lo doy, a ver, y cuelgo con la sensación de haber pescado algo sin llegar a engancharlo del todo, pero no alcanzo a meditarlo demasiado porque la lista de alias a los que llamar es larga, la mañana corta y mi tiempo corre demasiado rápido como para permitirme perderlo aquí sentada. Por eso anoto lo esencial de la conversación en mi libreta de letras ilegibles y agarro de nuevo el auricular dispuesta a desentrañar el misterio que se oculta tras la única anotación de la lista de Olvido referente a una mujer, una tal «Madrina»:
—¿Quién es? —demanda una voz de señorona al otro lado.
—Sí…, buenos días —me expreso dubitativa porque mi atolondramiento no me ha dejado planear qué decir ni cómo actuar—… Yo…
—No pasa nada, bonita, no te pongas nerviosa. Es la primera vez que llamas, ¿verdad? —menuda soltura la tiparraca. Pues nada, como dicen en el dentista, a relajarse y dejarse llevar manteniendo el rol de chica tonta y desamparada—. No te preocupes. Cálmate. Lo primero es saber tu nombre.
—Yo… Me llamo Serena —es lo único que me ha venido a la mente, y la culpa es del
Marca
que han dejado éstos abierto por la página del tenis con esa gacela impresionante en pleno revés desaforado.
—Qué nombre más bonito, ¿te lo has buscado tú? —mi mente sugiere un cortante «¡Pues claro!», pero dado que me trata como a una adolescente con pocas luces, y ya que estamos en situación, mejor seguirle la bola para intentar desenredar esta madeja de desinformación. Y como no respondo, continúa—. Pues mira, nena, es precioso, pero no puedes llamarte por el verdadero. Tienes que tener un nombre de guerra. ¿Comprendes, cariño? Si quieres, podemos buscar uno entre las dos.
—¡Vale! —casi grito aliviada dejándome ir de su mano.
—El mío es Alejandra. Si te fijas, es el más de moda ahora entre la jet, me parece finísimo, todos los famosos les ponen así a sus hijos, Terelu, Bertín… A ti tendríamos que buscarte uno que fuera acorde con tu físico, pero como tengo la ficha sin rellenar y aún no te conozco, si te parece dejamos lo del nombre para el final y me respondes a lo demás. ¿Sí?
—Claro, lo que tú quieras.
—Bueno. Imagino que si me has llamado es porque ya debes de saber más o menos cómo va esto, pero de todos modos si hay algo que no entiendas me lo dices, ¿ok?: ¿cuántos años tienes?
—Dieciocho —digo intentando aniñar mi voz.
—Fenomenal. ¿Los aparentas? ¿Cuánto mides?
—Uno setenta y cinco. Sobre lo otro, todos me dicen que parezco más joven.
—Genial, ¿y tu peso?, ¿sabes tus medidas?
—Cincuenta y tres —pongamos que además de tonta soy anoréxica—. Y mi talla de sujetador es la ochenta. ¿Sirve?
—Eres un poquito plana, pero no pasa nada, si al final decidimos que nos convienes eso se puede arreglar. ¿Vives en Madrid?
—Comparto piso con dos compañeras. Mi familia está en Mallorca.
—No te preocupes si estás sola, nosotros somos como una gran familia —y la muy zorra adopta la pose comprensiva de un hada madrina y, por fin, comprendo el mote con que la había bautizado Olvido, y admiro su agudo, su terrible sentido del humor y agradezco al cielo esta voz de niña boba que siempre he aborrecido y que hoy, albricias, me está sirviendo para algo.
—Gracias —acierto a balbucear, y queda como que es timidez o apocamiento, aunque realmente es mi rabia contenida con ganas de blasfemar.
—Bueno, pues ahora que ya nos conocemos, te cuento: lo primero es que te pases por aquí para que hagamos unas fotos, ya sabes, para el book. Tú no te preocupes, trabajamos con un profesional que ha fotografiado a las mejores: Claudia, Naomi, Martina… Después veremos qué te falta y qué te sobra, y si es necesario te cambiamos la imagen o te asesoramos con el maquillaje y el peinado. Verás, esto funciona igual que esos programas de televisión que convierten a los patitos feos en cisnes, sólo que tú no eres un patito feo, estoy segura de que eres preciosa, si no, no habrías conseguido mi número. De lo que se trata es de sacarte partido, de hacerte más sexy y descubrir tu lado más sensual. ¿No quieres ser sensual? —curiosea, tal vez porque me nota demasiado callada, porque no he hecho ni una sola pregunta. A lo mejor estoy quedando demasiado apocada. En todo caso, prefiero seguir así a pasarme de desenvuelta, no vaya a ser que la cague precisamente ahora que voy sobre ruedas.
—Sí, pero… igual no me sale.
—No te angusties, bonita. Es cuestión de práctica, como actuar. Todas las que me llaman quieren ser actrices o modelos. ¿Tú qué quieres ser?
—Pintora. Es que estudio Bellas Artes —invento sobre la marcha.
—¿Pintora? —y noto su perspicacia que se dispara como un termómetro hiperalterable ante mis palabras—. ¿Y por qué te interesa esto si no quieres dedicarte al espectáculo? ¿No andarás metida en drogas? Mira, niña, nosotros no trabajamos con drogadictas, son unas histéricas que se lo funden todo y descuidan su apariencia, ¿comprendes? Por eso os hacemos análisis cada tres meses, y como no estés limpia no es que te echemos, es que no vuelves a trabajar en esto en la puta vida. Aquí somos muy serios, te lo advierto.
—¡No! Yo sólo… —me apresuro a negarlo, y es tanto y tan verdadero mi nerviosismo por continuar la conversación que cuela.
—Entonces qué, ¿estás enferma?, ¿tu novio está metido en deudas?, ¿mantienes a alguien? Tampoco queremos a chicas paridas, ya te aviso, y si te quedas preñada te abortamos. Luego nada de llantos y decir que no lo sabías.
—No, no es nada de eso, de verdad. El dinero lo quiero para viajar. Yo me sostengo con una beca, pero es que para mi carrera necesito conocer los museos de Europa, ver mundo, comprar materiales… Por eso pensé que podría hablar con usted y… No me cuelgue, por favor —suplico, y lo hago de veras—. El Arte lo es todo para mí, si no pudiera seguir estudiando me moriría…
—Hija, mira que eres rara. Pero en fin, si haces Bellas Artes por lo menos estarás acostumbrada a ver cuerpos desnudos y modelos posando y, bueno, esto es prácticamente lo mismo —¡será hija de puta, «prácticamente lo mismo»!—. Además, nos vendrá bien una chica como tú: culta, capaz de mantener una conversación sobre algo más que revistas del corazón y modelitos.
—Gracias… —tartamudeo.
—No me las des, cielo. Esto es un negocio —y esa contundencia con que lo afirma asusta—. Bueno, pues sigo: después del cambio de imagen te apuntamos a un concurso de misses. Solemos empezar por uno comarcal, luego te hacemos autonómica y, dependiendo de cómo quedes en el nacional, ya te irán saliendo cositas como modelo. No te preocupes si no llegas muy arriba, siempre podemos conseguirte pases de ropa interior en centros comerciales o esos desfiles en tanga que salen en los programas de variedades los sábados por la noche, el caso es que tengas algo artístico que poner en el currículo y que consigas empezar a relacionarte, malo será que no conozcas a algún famosete y te arrimes a él. Esto es muy importante, ¿sabes?, porque es lo que sube el caché. Si lográramos, por ejemplo, que salieras en alguna revista del corazón, tu tarifa se incrementaría un cien por cien, y no digamos si te pudieras ennoviar con algún rostro de la noche madrileña o marbellí. Ahí, lógicamente, los precios subirían según la categoría del famoso, porque no es lo mismo liarse con un ex Gran Hermano que con un Janeiro o un jugador del Real Madrid, no sé si me entiendes, y luego hay que saber rentabilizarlo, mantenerse en el negocio, protegerse de los ataques, que no serán pocos… Pero tú no te preocupes, que para eso estamos nosotros, preciosa, para cuidarte como nuestra posesión más valiosa. Somos un equipo preparadísimo y con experiencia demostrada, ya verás cuando vengas y te enseñemos a las famosas que tenemos en el catálogo, te vas a quedar alucinada. ¿Qué me dices? ¿A que ya te ha picado la curiosidad?
—Desde luego que sí —y tanto.
—Por cierto, se me olvidaba preguntarte una cosa: ¿eres virgen? —esto es demasiado, ni fingiéndome la más estúpida del planeta podría contestarlo sin pudor, sin temor a que se me note que no soy lo que pretendo ser.
—Perdona, pero todavía no me has puesto el nombre que me ibas a buscar.
—Ah, claro. Oye… —y hace como si acabara de ocurrírsele una idea extraordinaria—. ¿Por qué no vienes por aquí y lo hacemos entre las dos? Sería como con algunos recién nacidos: esperaríamos a bautizarte hasta verte la cara.
—¡Genial! —y de pronto me siento Leticia Sabater en aquel programa suyo matinal.
—Pues mira, te espero el lunes a las doce de la mañana. ¿Te viene bien?
—Sí. ¿Puedo preguntarte una última cosa? —digo tímidamente, y acerco el auricular a la grabadora rescatada a toda prisa del cajón en cuanto vi que el tema se ponía jugoso sin saber siquiera si tendría batería o cinta suficiente, cosa frecuente, para que capte bien la que sé que va a ser su respuesta.
—Claro, puedes confiar en mí para lo que quieras.
—Verás, es que tengo una amiga guapísima que quiere ser actriz y siempre se está quejando de que no le llega el dinero para pagarse los cursos de interpretación. Me gustaría presentártela, el problema es que… tiene dieciséis.
—¡No importa! Aquí la recibiremos igual que si tuviera dieciocho. ¿Por qué no le dices que se venga contigo?
—Guay, ¿y por quién preguntamos cuando lleguemos?
—Por Virtudes. Aunque mi nombre profesional es Alejandra, aquí dentro los compañeros me conocen de siempre por Virtudes. Qué se le va a hacer, no se puede cambiar así como así de nombre, de la noche a la mañana.
—Vale, Virtudes, pues muchas gracias y… encantada.
—De nada, chata, un besazo… —pero no cuelga, le queda una duda, un interrogante en el aire que sabía que caería, que me haría a traición. Parece que ya ha encontrado la ocasión—. Es que tengo curiosidad, ¿quién te ha dado mi teléfono? Sólo las chicas de confianza lo tienen.
—Olvido.
Por un momento el tiempo se queda colgado del silencio a ambos lados del hilo telefónico, como preso de un disparo, como suspendido en una realidad en que todo se distorsiona volviéndose mucho más lento. Las dos aguardamos expectantes pero ninguna se atreve a tomar la iniciativa. Finalmente, venzo yo.
—Olvido… ¡Hace muchísssimo que no sé nada de ella! ¿Qué tal le va? ¿Y cómo es que la conoces?, porque entre vosotras hay bastante diferencia de edad.
—Vamos juntas a yoga. Cuando le conté mis problemas de pelas me recomendó que te llamara. Dijo que eras de fiar y que, al verme, sabrías que valgo la pena porque nunca has rechazado nada que te sirviera.
—Es cierto, sólo que me extraña ver que aún me recuerda. Hace tanto que no la veo que pensé que no querría saber nada de nosotros. De un tiempo a esta parte le gustaba ir por libre —y mientras rumia su recuerdo de Olvido yo me pregunto qué relación habría entre ambas, a quién incluye ese «nosotros» y qué la llevaría a apartarse de ellos. En la fingida indiferencia de Virtudes (o Alejandra, como prefiera) palpita un fondo de rencor, de odio, de dolor incluso. Por eso, y porque noto que esto va tocando a su fin, espero a que remate la conversación—. Pues ahora que sé que eres amiga de Olvido sí que tengo ganas de conocerte. Si no pudieras venir llámame antes. En este negocio es muy importante la formalidad y ser consciente de lo que vale el tiempo de los demás. Este consejo que te voy a dar es la primera lección del oficio: «Saber manejar el tiempo, el tuyo y el de los otros, es poder». ¿Lo has comprendido, mi niña?
—Sí, Alejandra —y me sale como si ella fuera un sargento negro cabreado y yo un soldado raso con el sudor brillando en mi nuevo cráneo rapado al uno.
—Muy bien, Serena, me encanta ver que eres bien mandada —aprueba con dulzura—. Os espero a las dos.
*
Quisiera pararme a pensar para ordenar las notas apuntadas aprisa y con mala letra, para rebobinar la cinta y comprobar si, milagrosamente, he conseguido que la grabadora haya registrado algo de la conversación. Detenerme un rato, un poco, sin compañeros gruñendo alrededor ni teléfonos tronando, sólo la voz de la mala bicha en mi cabeza con sus zalamerías de manipuladora, con sus artes de proxeneta, con sus redes de araña y celestina tendidas al sol, ondeando al viento a la espera de mariposas desprevenidas.
Pero gruñen y ríen, y entran y salen y vociferan y no los puedo callar, y es imposible que reflexione ni logre recuperar en mi memoria detalle alguno. Ahora no. Lo haré en casa, por la noche, después de cenar y tras acostarme, cuando ya no haya nada que hablar porque él consigue dormir como un bendito, no como yo que velo el peso de mis mentiras, de mis silencios. Entonces tendré tiempo para repasar el día, para analizar los hechos uno por uno hasta la desesperación y conseguir un cansancio que me duerma. Entonces lo recordaré todo. Ahora debo seguir y atender este teléfono que suena recordándome que hay algo más que yo y un bulto con forma de lenteja que me quema en el pecho.