Y punto (68 page)

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Authors: Mercedes Castro

Tags: #Relato

Me callo las ganas de preguntarme en alto por qué. De pronto no me fío de ninguno de ellos y mi silencio se impone justo antes de toparme con París, frente a mí, mirándome con cara de perro.

—¿Dónde te metes?

—Salí un rato.

—¿¿Más de cuatro horas??

—Aproveché para comer.

—¿¿¿Más de cuatro horas???

Me hastía, me da pereza, la desidia me puede y no tengo ganas de enfrentarme, de plantarme, de poner los brazos en jarras y también gritarle, humillarle, defenderme, reírme de él, proclamar que no me controla, que no es mi jefe por mucho que se empeñe, que no es nada ni nadie ni debo rendirle cuentas porque quién se cree que es. Pero la indiferencia me vence y me lleva rendida a mi silla, me obliga a sentarme y le imprime a mi voz una monotonía tibia, serena, con la que desgrano el rosario de mis pesquisas: que fui al hospital para ver a Santi, que se pasaron por allí Lola y Zafrilla para hablarme de las autopsias y las pruebas, que Olvido y el Culebra son hermanos y que no sé por qué tienen apellidos diferentes.

—Pues habrá que comprobarlo —se propone, activo de pronto, olvidándose de la bronca que me tenía preparada, rebuscando entre las docenas de carpetas que han ido reproduciéndose en los últimos días sobre su mesa.

Yo también me pongo a hacer como que busco, fingiéndome ocupada, dándole gracias por dentro, desde mi pereza, a ese dios pequeño y menor que nos ha permitido cambiar de tema. París encuentra el pasaporte de Olvido, yo la partida de defunción del Culebra. Ella se apellidaba Ugalde Valle y él Blasco Ugalde. ¿Cómo puede ser que sean hermanos de padre y madre? París está confuso. Yo tengo una idea.

—Mira en su partida de nacimiento de quién es hija —le pido.

—De soltera. Padre desconocido —me responde.

—Olvido lleva los apellidos de la madre y el Culebra era mayor. Ahí lo tienes, el desgraciado de su padre sólo quiso reconocer al hijo varón, al primero que nació. Luego no quiso darle los apellidos a la niña, qué cabrón.

Me entra la urgencia de confirmarlo, de dar con algún papel que lo demuestre, pero la partida de nacimiento del Culebra no aparece y en mi montaña de papeles sólo están los documentos que encontré en su chabola, las tarjetas de abogados de medio pelo, la de Butragueño, su cutre-agenda de cartulina… Con ella en las manos se me enciende una bombilla que hace rato parpadeaba en mi cabeza a punto de fundirse pero que ahora refulge como el foco que alumbra a una
starlette
. Conmovida por la inspiración hojeo algunas de sus páginas, marcadas con post-its allí donde encontré las anotaciones más extrañas. Aquí está: «
CUMPLEAÑOS NENA
, 27 de noviembre».

—¿Qué día nació Olvido? —le pregunto a París.

—27 de noviembre, ¿por qué?

La bombilla estalla en una llamarada de luz que me deja anonadada, se expande en miles de centellas como pequeñas bombas nucleares o chispas de conocimiento: por eso el Culebra tenía una tarjeta del abogado, porque ella se la dio, porque era quien llevaba los papeles de su hermana, el que tuvo que resolver los problemas que surgieron a la hora de dividir la herencia de su madre, y es que ahora lo entiendo: ¿cómo le vas a dar a un yonqui tanto dinero? La cantidad que Olvido le pasaba mes tras mes a su hermano era en realidad su propio legado, se lo ingresaba poco a poco para que no lo dilapidara en una noche sin fin, en una fiesta sin descanso. Olvido cuidaba de él, le amparaba hasta en detalles tan tontos como no revelar su parentesco en la lista de nombres en clave de su teléfono. La madre preocupada, la Olvido previsora llena de miedo por su hijo y su hermano, tanto, que prefería llamarlo «Chico de los Recados». El Culebra era un incapaz y ella era su tutora, y yo sigo atando cabos embalada, fascinada con mi propia reconstrucción de su pasado. Eran hermanos, se apoyaban, si él descubriera algo lo primero que pensaría sería en acudir a ella, su protectora, la única en quien confiar. ¿Qué harías si fueras un yonqui callejero y te enteraras de un oscuro secreto? El Culebra merodeaba por el barrio, en ocasiones hacía favores y en otras era miserable, pero en resumidas cuentas, y a pesar de estar acabado, manejaba información. Le gustaba jugar a ser confidente más que nada por el riesgo que conllevaba, para sentirse importante, un motivo más por el que continuar malviviendo en su chabola destartalada, en Villa Desolación. Si por casualidad diera en alguno de sus tejemanejes con algo que pudiera ponerle en peligro a él o a alguien que conociera, lo más probable es que buscara a Olvido para contárselo, porque a pesar de ser tan piltrafilla, tan matao, era hermano de una de las prostitutas más selectas de la capital y se codeaba con el insigne Vito Grandal, quien me confesó sentir un gran cariño por ambos. ¿Y si de verdad fuera sólo su padrino y no el «Padrino»?, ¿y si los conociera desde niños? Por eso consiguieron hacer carrera fuera de lo legal, porque contaban con su protección. Las fotos de Olvido apenas adolescente abrazada a Virtudes, los trajes caros de Vito en la chabola del Culebra, todo cobra sentido. ¿Y si fuera él quien los inició? Si de pronto el Culebra se enterara de algo que tuviera relación con su amo, como el soplo que nos dio a medias y del que seguro conocía todos los detalles, lo más lógico es que corriera a contárselo a su hermana, que a su vez también morirá al día siguiente y es más, posiblemente fue quien lo encontró sin vida en su chabola, como prueba su huella en la medalla.

Olvido le guiaba, era la mente pensante, sabía lo que habría que hacer en caso de emergencia. Estaba con él cuando el Culebra me dejó el mensaje en el contestador aquella noche, no puedo comprender cómo lo oímos tantas veces sin darnos cuenta. Cada vez que decía «ahora voy» o «espera» no es que divagara o quisiera transmitírmelo a mí, era a ella, que esperaba a su lado en la cabina, que le aconsejó que me llamara, que le contara todo a la Policía, al oficial con quien tuviera más confianza, es decir, una servidora. A ver si por fin nos traen la cinta que mandé analizar para limpiar los ruidos y voces de fondo y lo comprobamos, pero creo que sí, todo encaja. Después lo dejaría en su chabola creyéndole a salvo y al día siguiente, al ver que no respondía y que tenía una llamada perdida de él durante la noche, como pudimos verificar en sus respectivos móviles, regresó al poblado y se lo encontró tumbado bajo las estrellas. Colocarle de cara la medalla y dejar impresa su huella, acariciarle el rostro tal vez, fueron sus gestos de despedida. Si renunció a reclamar su cuerpo fue porque sabía que tenía que ponerse en marcha, porque también corría peligro, porque empezó a correrlo desde el momento en que él le reveló su secreto. Su último adiós fue llorar en la distancia abrazada al Nano, al mimo yonqui de la sábana raída, al amigo de su hermano.

—Pero siguió haciendo su vida como si nada —me rebate París, escéptico, tras oír cómo, emocionada, desmenuzo ante él mis argumentos.

Me cuesta hacer que lo entienda, pero en mi mente está todo clarísimo: Olvido dejó a su hermano la noche del lunes vivito y coleando y a la mañana siguiente lo encontró muerto. Entonces asumió el peligro e inició sus movimientos: hablaría con sus clientes más influyentes, lo más probable es que llamara a Julio Olegar, lo que ratifica el testimonio de Esteban que, al menos en esto, nos dijo la verdad: el martes llegó muy tarde del trabajo, el miércoles desapareció y el domingo lo encontraron con la cabeza reventada en el retrete de su garaje. Es una reacción en cadena y esa información que desconocemos es lo que está matando, lo que va pasando de boca en boca, lo que liquida a todo el que se va de la lengua y no, no me mires así dispuesto a protestar, sé lo que vas a decir, pero no se suicidó, Zafrilla y Dolores tienen datos que lo demuestran, me los detallaron en el hospital.

—¿Y por qué a mí nadie me dice nada? —pregunta iracundo—. Estoy harto, cuando tu amiguita vino aquí hace un rato lo único que comentó es que mañana los del Laboratorio de Acústica Forense nos enviarán el análisis de la grabación del Culebra que, si mal no recuerdo, nunca llegué a autorizar —me lanza, casi ahogado en su rencor.

—A Santi le pareció buena idea —miento descarada como una bellaca sabiendo de sobra que éste ya no podrá rebatirme.

—Claro, y a ti
casualmente
te apeteció salir a dar una vuelta durante la que tus amigas, saltándose mi autoridad, largaron como porteras.

—¿Quieres dejarme respirar un poco, por favor? —salta como un resorte—. Necesitaba airearme, pensar. ¿Es que no puedo querer estar sola?

—¡Pero si estás sola siempre, si tu marido nunca está en casa!

Clara se dobla por la mitad como si le hubieran suministrado una descarga eléctrica, como si en una calle desierta, paseando desprevenida y con la guardia bajada, se hubiera chocado de pronto contra un muro de cristal que le impidiera avanzar y la dejara sonada con su amargo reflejo de la realidad.

—¿Qué te pasa? —pregunta Carlos alarmado—, ¿te duele algo?

—Qué coño me va a doler —contesta presa de indignación—. Lo único que me duele es ver lo hijo de puta que eres y saber que estuve contigo siete años, como si hubiera roto un espejo y me cayera encima una maldición.

—No soy un hijo de puta, me preocupo por ti.

—A mandobles, ya lo veo. Preferiría que no me quisieras tanto.

—El que te ha dejado sola es él y ahora resulta que el malo soy yo y tu marido un santo.

—No sé por qué será. Es un misterio insondable, no tiene explicación.

Clara sonríe con dolor porque por dentro piensa que, realmente, estos últimos días nada la tiene, no hay explicación para la fuga de Esmeralda, para su miedo y su silencio, para tantos secretos como guarda este caso. Gente que calla, preguntas en el aire sin respuesta, sospechas apenas reveladas, rastros del amante secreto de la farmacéutica que no es Santi, la manta volatilizada que utilizaron, ese condón desaparecido que se puso alguien que la violó mientras mi compañero miraba o por el contrario a punta de pistola quiso verlos follar, que los metió luego en el coche y les obligó a esperar, desnudos, asfixiándose sin oponer demasiada resistencia porque es fácil controlar a las personas si están lo suficientemente drogadas, sin levantar sospechas incluso en El Pardo porque se los llevó a una zona de acceso complicado. Sí, tiene sentido, está claro todo en mi cabeza, todo encaja menos una pieza que no logro insertar en su hueco: ¿qué tienen que ver Santi y la farmacéutica con todo esto?

No tengo ni idea, reconoce para sus adentros, pero al menos París se ha callado. Clara le mira con agradecimiento por primera vez desde aquel día en la azotea, tan cerca y, sin embargo, tan lejano. Todo agradecimiento es poco y escaso entre dos que se quisieron, pero hay demasiadas cosas que hacer como para pararse a pensarlo. Gracias, le gustaría decirle, gracias por callarte y darme un momento de paz. Pero no habla, sabe que las palabras le sonarían extrañas en su propia boca, como si no fuera natural decírselas, como si estuviera acostumbrada sólo a insultarle, a escupirle y renegar de él. No debería ser así, lo reconozco, pero todo mi intento se traduce únicamente en comunicar:

—Olvido tenía un hijo. El dinero que le pasaba a Butragueño era para pagar su internado, no quería que la relacionaran con el chico, temía por su seguridad.

—Vaya. Con esto hemos resuelto dos de las partidas de dinero que no encajaban, una para su hijo y otra para su hermano. Ya sólo nos falta el chantaje.

—Podría guardar relación con el niño.

—No creo. Más bien tendría que ser ella la que chantajeara al padre.

—Suponiendo que sea un cliente importante. Pero si fuera todo lo contrario, un matao, un quinqui o un impresentable, alguien del montón como Kodak o del lumpen, como el Nano, un mal recuerdo de su pasado que tira de ella para sobrevivir, que reclamara el derecho a ver al chaval, a llevárselo de vez en cuando a jugar en la basura, entonces ¿quién chantajearía a quién?

—¿Y cómo damos con el padre? ¿Nos presentamos en el colegio, agarramos al crío y le sacamos sangre? ¿Llamamos a todos los clientes de la puta y no paramos hasta cotejar los resultados?: pues mire, sí, tiene su misma nariz, es igualito a usted. Imagínatelo, Clara, menudo escandalazo.

—Me importa un comino, a quien yo quiero evitarle el mal trago es al chiquillo. Lola me ha garantizado que no tendremos que importunarlo, con el ADN de sus dientes de leche tiene suficiente. El problema es averiguar cuándo pudo ser concebido para dar con quién compararlo. Tenemos su agenda y a sus amigos Butragueño y Kodak, que la conocían desde hace tiempo. A ellos, aunque el abogado ya ha negado ser el padre, también habrá que investigarlos.

—Podrías llamar a Vito. Siempre está en el meollo de todo.

—No quiero hacerlo ahora, no me apetece.

—Pues te aguantas, soy tu superior y te lo ordeno.

Mientras me levanto empiezo a farfullar excusas aunque sé que no me queda otro remedio, no hay más solución que enfrentarse a él de nuevo sintiéndome tan pequeña y tan sola, tan al margen de todo, tan poco enterada, tan tonta… Es injusto, es como repetir un examen que ya aprobé. No me da la gana. Me niego. No quiero saber nada de esto, destapar más mierda, enseñar el culo o el alma otra vez, ver a Vito en toda su decadencia, al loco de Malde con su podredumbre, esa casa tan brillante que hiede como el oro bañado en sangre. Pero París se va y no me escucha o es que le da igual. Él manda y yo me tengo que callar.

Suena el teléfono de su mesa. Clara descuelga con miedo, como si la sorprendieran leyendo sus pensamientos. Pero no es su voz de oráculo viejo, sólo Zafrilla arrepentida por su huida. Me pide perdón, no por haberme abandonado sino por olvidarse de hablarme de las huellas que tomó en casa de Olvido. Las ha estado cotejando con el Sistema Automático de Identificación Dactilar y ha saltado algún que otro fichado: un tal Valentín Malde; Enrique Blasco alias
el Culebra
; un futbolista brasileño del Real Madrid que ha encontrado gracias a Extranjería y Julio César Olegar, por supuesto, y su hijo Esteban, que no están fichados pero los documentos de identificación es lo que tienen y no, me responde antes de que haga la pregunta que tengo en mente, no se pueden utilizar esos datos para incriminar a nadie, la Ley no lo permite, es más, ni siquiera tendría que haber podido acceder a ellos, pero una tiene amigos y recursos, así que mejor no decir nada, olvidar cómo lo hemos averiguado y agradecerlo en debida forma, suelta a borbotones sin respirar, como quien quiere quitarse un peso de encima o sacarse un dolor de golpe para decirme a continuación que también siente haberse marchado así del hospital, que está fatal, que se le hacía demasiado violento y, a qué negarlo, sigue muy afectada, y no es sólo por lo de Lola, es más bien porque, lo ha estado meditando, quiere darle una vuelta a su vida.

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