Yelmos de hierro (41 page)

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Authors: Douglas Niles

—De acuerdo. Vamos a elegir vuestros barcos —dijo el general, e hizo un gesto para que el contable lo acompañara a la abertura del terraplén, desde donde se podía ver la laguna.

»¡Escoged, Kardann! —exclamó el general, en cuanto se asomaron—. ¡Escoged los barcos que os llevaréis de regreso a Amn!

Su voz era fría como el hielo.

Kardann miró la laguna, y su respiración se convirtió en un jadeo asmático. Luchó por hablar, para forzar a las palabras a que salieran de su garganta, pero se rindió a la sobrecogedora sensación de pánico, de indefensión total, que le provocó el espectáculo.

Las naves todavía flotaban en la rada, más fáciles de ver que nunca porque cada una estaba marcada por una brillante hoguera naranja. La luna iluminaba las densas columnas de humo negro que ascendían de los barcos. Daggrande había hecho su trabajo a conciencia. Cubiertas, mástiles, camarotes; todo lo combustible se incendiaba y ardía. En cuestión de segundos, las carabelas y carracas se transformaron en enormes bolas de fuego. Las llamas, estimuladas por el aceite rociado en la madera, ardieron hasta que los cascos se partieron, y el agua apagó los incendios a medida que las naves se hundían, una tras otra, hasta el fondo de la laguna.

—Adelante, Kardann —insistió Cordell, mientras el contable se volvía para mirarlo, aterrorizado—, escoged vuestros barcos.

Halloran vio al orgulloso guerrero tan pronto como llegó a la cúspide de la pirámide. El hombre lo observó con curiosidad durante unos segundos. El legionario le devolvió la mirada y se fijó en la amplia capa de plumas de águila, el yelmo picudo, y el arco de madera que les había salvado la vida.

Ayudó a Erix a subir a la plataforma, y después señaló al Muy Anciano que comenzaba el ascenso. El hombre asintió y le dijo algo a Erix. La muchacha le respondió, y luego tradujo las palabras del guerrero.

—Dice que es Poshtli, un Caballero águila de Nexal. Está aquí por una visión que tuvo, y nosotros formamos parte de ella.

Halloran volvió a mirar al guerrero, y su curiosidad se convirtió en asombro.

—Le daremos las gracias cuando se acabe el combate —respondió, lacónico, con un ojo puesto en la figura oscura que escalaba la pirámide.

—Los extranjeros pueden ser muy descorteses —se disculpó Erix—. Pero es un gran guerrero. Te damos las gracias por salvarnos. ¿Sabes contra quién luchamos?

—Sé que peleo por la salvación de Nexal —contestó el Caballero águila—, y es todo lo que necesito saber. Sin embargo, esas bestias son horribles; se parecen a unos coyotes gigantes con el poder de Tezca en sus vientres.

—Sirven a Zaltec —lo corrigió Erix—. La cosa negra de allá abajo es un Muy Anciano que camina por el Mundo Verdadero.

—Muy pronto caminará por el mundo de los muertos —gruñó Poshtli. Impertérrito, empuñó la
maca
y fue a situarse junto a Halloran. Los jóvenes esperaron al Muy Anciano en el borde de la plataforma, para no concederle ninguna ventaja.

La figura enmascarada se detuvo un poco más abajo, fuera del alcance de las espadas. Escucharon un sonido, una palabra ahogada, y de pronto el Muy Anciano se elevó en el aire. Poshtli soltó una exclamación, y Halloran se estremeció.

El ser flotó, apartado de la pirámide; subió poco a poco hasta situarse a la misma altura de Halloran, y se detuvo. El cuerpo parecía humano, vestido con prendas de seda negra y botas de cuero. La luz de la luna se reflejaba en todos los objetos, pero la silueta que tenían delante semejaba un agujero negro en el espacio.

En aquel momento, escucharon otra orden, el susurro de una palabra mágica, y entonces se vieron envueltos en una oscuridad total.

—¡Por Helm! —gritó Hal. Retrocedió un par de pasos, apartándose del borde, consciente de que el Muy Anciano había utilizado un hechizo.

El legionario escuchó el grito de desafío de Poshtli, seguido por el ruido de algo que se quebraba. Halloran imaginó el choque de la
maca
de madera contra el acero negro del sable, y el único resultado posible. Después escuchó un golpe y un gruñido. Por fin, el joven consiguió salir de la zona de sombras, una especie de burbuja mágica que impedía el paso de la luz.

Una silueta oscura saltó de la burbuja, y Halloran apenas si tuvo tiempo de levantar su espada. La parada le salvó la vida, al desviar el acero del Muy Anciano que le atravesó la manga de la camisa sin tocar la carne.

Hal retrocedió, manteniendo su posición entre el atacante y Erix. La burbuja oscura se disipaba poco a poco, pero no podía ver a Poshtli. El ataque del Muy Anciano había hecho caer al guerrero de la plataforma.

El agresor se movía con una agilidad extraordinaria, y Hal tuvo que apelar a todos sus recursos para detener los golpes. No obstante, se vio obligado a ceder terreno mientras Erix se movía a sus espaldas para no quedar arrinconados.

El brazo herido atormentaba a Hal con cada uno de sus movimientos. El sudor le entraba en los ojos, y tenía que parpadear continuamente para aclarar la visión y poder defenderse.

Halloran decidió pasar a la ofensiva; sus estocadas consiguieron detener a su enemigo, e incluso hacerle retroceder unos pasos. Sin embargo, el embozado se recuperó, y, una vez más, el legionario tuvo que resignarse a la defensa.

El Muy Anciano hizo una finta por la izquierda de Hal, que se abalanzó para detenerla, con tan mala suerte que tropezó cuando un pie se enganchó en los hierbajos.

Al ver que Halloran caía, el atacante se movió hacia la derecha. Su acero no buscó al hombre, sino que se lanzó hacia Erix. La desesperación dio nuevas fuerzas a Hal, y el capitán se levantó de un salto mientras el asesino se acercaba a la mujer.

Una vez más su mente buscó un hechizo, cualquier cosa que pudiese evitar la muerte de Erixitl. Intentó recordar la fórmula del proyectil mágico, pero las palabras no le salían. En cambio, recordó el sueño, cuando había quedado dormido para después despertar con la luz. Los vocablos del encantamiento desfilaron por su mente. Le pareció inservible, pero era lo único que tenía.

Gritó a voz en cuello las palabras del hechizo, sin saber si las pronunciaba correctamente, o si sus manos tenían la posición debida para obrar el encantamiento. Si tan sólo pudiese demorar al atacante por un par de segundos...

La súbita aparición de la luz los sorprendió a todos. Emanaba del amuleto de Erix, un resplandor que iluminaba hasta el último rincón de la plataforma. Hal volvió a moverse, pero se detuvo, sorprendido, al ver que el Muy Anciano retrocedía llevándose las manos a la máscara al tiempo que profería un terrible alarido inhumano, como si la luz le hubiese quemado los ojos.

Con un siseo rabioso, la figura dio la espalda a Erix en el momento en que la espada de Halloran buscaba su pecho. El golpe era fuerte y certero, pero la hoja se estrelló contra la cota de malla casi invisible debajo de la camisa de seda negra.

El Muy Anciano recuperó el equilibrio en un instante, y obligó a retroceder a Hal con una lluvia de sablazos, al tiempo que mantenía un brazo levantado para protegerse los ojos de la luz. Halloran presintió que se encontraba muy cerca del borde, y buscó apartarse. El agresor enmascarado, consciente de que tenía la victoria a su alcance, aumentó la fuerza y la velocidad de sus golpes.

El capitán paró con la izquierda y recibió una herida en el brazo derecho. Contraatacó por la derecha y gritó cuando el acero del rival mordió en las quemaduras de su brazo izquierdo. Su próximo paso atrás no tocó el suelo, y supo que ya no podía retroceder más.

Mantuvo la espada en posición de guardia, atento al próximo movimiento del atacante. Por su parte, el Muy Anciano se tomó su tiempo para descargar el golpe definitivo. Alzó el brazo armado bien alto y apuntó la espada hacia abajo, moviendo la punta de un lado a otro. Desesperado, Hal buscaba la forma de conseguir espacio de maniobra.

Entonces, el brazo del rival se movió de pronto, pero no para atacar. Hal vio una sombra enorme que, por un instante, tapó la luz de la luna; después unas garras poderosas que se cerraban y retorcían el brazo de su enemigo. El grito agudo de un águila resonó en los oídos del Muy Anciano.

Poshtli descargó un terrible picotazo mientras sus alas azotaban la cabeza negra. El águila rasgó el cuero cabelludo de su presa mientras el espadachín intentaba defenderse. Halloran aprovechó la oportunidad para hacerse a un costado y volver a atacar.

Súbitamente, en el momento en que la hoja negra buscaba su cuerpo, el pájaro se elevó sin aflojar las garras que sujetaban la máscara del asesino. Con el siguiente batir de alas, el águila consiguió arrancar el velo.

Halloran casi contuvo su estocada, ante la sorpresa que le produjo ver el rostro del Muy Anciano. La piel de su cara, retorcida en una mueca de odio, era de un color negro azabache. En cambio, sus cabellos eran blancos y los ojos casi descoloridos. Su complexión delgada y las orejas puntiagudas mostraban claramente la raza de la criatura.

Su mano dudó por una fracción de segundo, a causa del temor y la sorpresa al encontrarse en estas tierras vírgenes en presencia de uno de los representantes de la maldad del viejo mundo.

Después, su espada se hundió con la velocidad del rayo por debajo de la axila de su rival cuando el Muy Anciano levantó el brazo para atacar al águila. La punta, libre del impedimento de la cota, llegó hasta el corazón de la criatura.

El rostro negro se contorsionó en una expresión de incredulidad y horror. Los ojos, enormes y claros, parecieron querer salirse de sus órbitas, y la boca se movió sin pronunciar ni una sola palabra. Halloran retiró la espada, atento para un segundo golpe.

Pero su enemigo se desplomó. Un sonido, como el suspiro doloroso de mil almas condenadas, surgió de sus labios acompañado por una bocanada de sangre. Los ojos miraron a Halloran con un odio implacable hasta que lo cubrió el velo de la muerte. El cadáver cayó por el borde y rodó hasta ir a detenerse al pie de la pirámide.

—El drow ha muerto —anunció Halloran, lacónico, después de echar una última ojeada al elfo oscuro.

El capitán general Cordell hizo formar a la Legión Dorada. Se encontraban presentes todos los soldados de infantería y la mayoría de los lanceros de a caballo. Los otros se encontraban de patrulla en los alrededores de Ulatos, y se encargaban de recoger el tributo de las aldeas vecinas.

Las compañías formaron junto al fortín bautizado con el nombre de Puerto de Helm. Diez mil nativos, en su mayor parte guerreros, pero también muchos dignatarios además de algunas mujeres y niños, se habían congregado para presenciar la ceremonia de sus nuevos gobernantes.

—¡Hombres de la legión! —La voz de Cordell resonó por el campo y la laguna. Los cascos ennegrecidos de varios barcos asomaban en la superficie del agua. El resto se habían hundido en zonas más profundas, y sólo eran visibles desde lo alto de la colina.

»¡Nuestro destino está trazado! Ya no habrá vuelta atrás para ninguno. ¡La legión luchará, vencerá o perderá, como un todo!

»Y digo a mis valientes, mis magníficos soldados, que la legión vencerá. ¡Helm nos da la razón de nuestra causa! ¡Nuestros brazos y el acero nos dan la fuerza! ¡Y nuestros corazones nos dan el coraje para ganar!

»Sabemos muchas cosas de este enorme país que es Maztica. Tenemos aquí una colonia rica e importante, con una excelente capital. Cuando acabe nuestro trabajo, todos y cada uno de vosotros recibiréis vuestra recompensa en oro y tierras.

»Sin embargo, todavía nos espera la mayor de nuestras tareas. Hemos conocido a algunos de los pobladores de esta tierra. Pero también hemos escuchado hablar de otra nación, de otra gente, de un lugar cuyas riquezas superan en gran medida los tesoros que hemos conquistado.

»Dicha nación es el auténtico centro de Maztica, una fuente de riquezas imposibles de imaginar. Me refiero a la nación y a la ciudad de Nexal.

»Nos han dicho que allí se encuentran los cofres con el oro enviado por todas las naciones de Maztica. Allí están los tesoros que premiarán nuestros esfuerzos, riquezas que nos convertirán en la envidia de toda la Costa de la Espada.

»Y yo os digo, mis valientes y leales soldados: ¡nuestra tarea no habrá acabado hasta que el estandarte de la Legión Dorada ondee sobre Nexal, hasta que aquella ciudad y sus tesoros sean nuestros!

Los soldados estallaron en un clamor de victoria que espantó a los nativos, que no habían entendido ni una palabra del discurso. Después, las compañías de la Legión Dorada se prepararon para la marcha.

El águila se posó en la plataforma de la pirámide, y sus plumas parecieron ondear con la luz de la luna. La forma de la criatura cambió en unos segundos, y Poshtli se reunió con Halloran y Erix en el borde de la pirámide. Abajo, se veía el cuerpo retorcido del Muy Anciano, el elfo oscuro.

Tras la muerte de su amo, los sabuesos infernales que quedaban se retiraron a las profundidades de la selva. Pese a ello, los tres jóvenes permanecieron en lo alto de la pirámide, más relajados aunque sin descuidar la vigilancia.

—Habrá que curar vuestras heridas —dijo Erix.

El brazo de Halloran aparecía cubierto de sangre, mezclada con restos de piel quemada, y Poshtli tenía un corte profundo en la pierna —la pata de águila—, donde lo había alcanzado la espada del drow. La herida se había cerrado cuando el caballero recuperó la forma humana, pero casi no tenía fuerzas en la extremidad.

—Bajemos. Buscaré agua para limpiarlas y algo que sirva de venda.

Halloran pensó en
Tormenta,
y se preguntó si los sabuesos infernales habrían matado a la yegua. Rogó para que el animal siguiese con vida, aunque lo preocupaba no verlo en el claro.

Con mucho cuidado, Hal bajó sin ayuda por la cara de la pirámide mientras Erix hacía de bastón para Poshtli, que apenas si podía mover la pierna. Por fortuna, consiguieron llegar al suelo sin sufrir ningún accidente. En cuanto bajó el último escalón, Halloran llamó a la yegua con un silbido y, para su inmensa alegría,
Tormenta
galopó a través del claro. Había permanecido oculta entre la sombra de los árboles. Erix encontró varias de las plantas que los habían provisto de agua durante la fuga, y utilizó el líquido para limpiarles las heridas.

El legionario se olvidó del dolor, abstraído en el análisis de los sucesos vividos. El elfo oscuro..., los Muy Ancianos..., Zaltec...

Explicó sus pensamientos a Erix y todo lo que sabía acerca de los drows para que se lo transmitiera a Poshtli. Se trataba de elfos subterráneos, de una maldad insuperable, expertos en temas mágicos y mundanos. Su fuerza y su número habían tenido en jaque a los Reinos Olvidados durante siglos, pero al fin habían sido derrotados, y los supervivientes habían vuelto a las profundidades.

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