Zombie Planet (33 page)

Read Zombie Planet Online

Authors: David Wellington

Tags: #Ciencia ficción, #Terror, #Fantasía

—Gracias por el consejo. —Sarah guardó el diente en el bolsillo y se volvió a dar la vuelta. Oía a su padre moviéndose por el suelo de madera. No sonaba como un ser humano. Sus pasos no eran lo bastante altos ni fuertes.

Demasiados pensamientos.

Por la mañana, la luz blanca del sol subió por las sábanas hasta darle en la cara. Sarah arrugó la nariz, pero al final tuvo que rendirse. Se recostó en la cama y vio a su padre en la silla al otro lado de la habitación. Tenía un libro en las manos.

—Hubo una época en la que estaba demasiado débil hasta para leer —le contó él, su boca se curvó en algo nostálgico, algo que se aproximaba a una sonrisa pero nunca llegaba a serlo del todo. Era mucho menos horrible, menos, bueno, asqueroso, cuando hablaba. Tenía la voz de su padre y eso lo cambiaba todo. Agradecida, se incorporó del todo y escuchó con atención—. Eso fue antes de que descubriera que podía tomar energía de los necrófagos como una especie de vampiro. Me costó lo suyo, pequeña.

—Lo siento... papá —dijo ella, y puso los pies en el suelo. Sus zapatos estaban al lado de la cama. Ayaan le había enseñado eso, no su padre. Se los puso sin esfuerzo.

—No sé cómo expresarte lo orgulloso que estoy de lo que has logrado. No es fácil moverse por el mundo hoy en día. Lo sé bien. Vine a Nueva York cuando todos esos necrófagos seguían aquí. Estoy un poco molesto con Ayaan. Dijo que se ocuparía de ti.

Sarah miró al suelo. Su cabeza estaba demasiado confusa.

—En realidad, es algo de lo que quería hablar contigo.

Ella se puso en pie y se echó a temblar. Su sudadera estaba en la lavandería, lo que la dejaba con una camiseta de tirantes. Hacía frío en la habitación, ya no había calefacción central. Rodeándose con los brazos, intentó mirarlo a los ojos, como una adulta.

—Ella está... muerta. Fue capturada por el Zarevich y... he estado siguiéndola, intentando salvarla, pero he esperado demasiado. Podría, podría haberlo impedido de alguna manera, si hubiera luchado contra ellos, pero ahora es un
lich
y... Y ahora tengo que higienizarla. Tengo que salvarla de ser una de esas... cosas. —Se calló. Había estado a punto de decir que necesitaba salvar a Ayaan de ser un
lich
. Él podría tomárselo mal.

Dekalb la miraba fijamente sin parpadear. Sarah no era capaz de recordar si él todavía tenía párpados o no.

Se sentía una idiota cuando él la miraba así. Como una niña.

—Vale, eso ha sonado mal. ¿Puedo empezar de nuevo? —preguntó.

—No hace falta —le respondió él. Sus ojos se nublaron y Sarah se preguntó si estaría teniendo el equivalente de un ataque cardiaco necrófago. Entonces él fue a la cómoda y tocó la espada verde—. Así que estabas intentando rescatar a Ayaan. Entiendo. No funcionó. No puedes culparte por eso. No ha sido culpa tuya.

—¿No...? —preguntó Sarah. Se preguntó qué podría saber él que ella no supiera.

—Ayaan era una musulmana devota. Odiaba la idea de convertirse en un ser ritualmente impuro —dijo Dekalb, jugueteando con la espada. Estaba demasiado débil para levantarla—. Pero también era ferozmente práctica. No creo que le agradara la idea de que nadie se saliera de su camino para limpiar lo que ella había hecho. Y menos si eso significara ponerte en peligro.

«Eso no importa», pensó Sarah. No era una cuestión de lo que nadie quisiera. Era una cuestión de obligación. Había empezado a decirlo en voz alta... y no pudo.

Lo dejó con la excusa de que iba a desayunar con los supervivientes. La pequeña casa que Marisol había encontrado para los tres (ella, Dekalb y Gary) estaba en el lado norte de Nolan Park, bien alejada de las casas victorianas donde vivían los supervivientes. Era fácil escapar sin que nadie la viera. Se acordó de la vez que se escabulló del campamento en Egipto, saltando la alambrada. Era raro que después de tanto tiempo siguiera escapando por el mismo motivo.

Fue a los campos y se encontró a un manso allí. Cualquiera de ellos bastaría. Éste había sido una mujer y todavía tenía pechos que colgaban como botas de vino vacías y se meneaban cada vez que se agachaba para arrancar una mala hierba. Tenía el pelo bien cortado, tal vez se lo cortaron justo antes de su muerte, aunque necesitaba con urgencia lavárselo. Sarah todavía podía ver donde se suponía que se lo habían levantado para hacerle un peinado.

No tenía nada en los ojos. Nada en absoluto. Sarah conocía esa mirada. Sabía que cuando la mayoría de la gente moría, eran su personalidad y sus recuerdos lo primero que desaparecía. Todo lo que los convertía en seres humanos. Cuando el oxígeno dejaba de alimentar el cerebro, el delicado trazado de la humanidad se disolvía sin más, como la escarcha de debajo de una hoja al salir el sol. Ahora no había nadie en esa carcasa. Le sonrió con los labios partidos, pero sólo porque estaba programada para hacerlo.

Era todo lo que necesitaba. Levantó la soga con una mano y el trozo de cuero con la otra. Tenía que haber un motivo por el que el Zarevich había enviado a medio ejército a recuperarlos.

—Mael Mag Och —dijo ella, mirando en los ojos del manso—. Mael Mag Och, por favor. Por favor, sal y... déjate ver. —Sarah suspiró. No tenía ni idea de cómo hacer eso. En el pasado él siempre había acudido a ella.

—Mael Mag Och... por favor. Necesito hablar contigo. Necesito consejo urgentemente y no tengo a nadie más. Por favor.

Siguió intentándolo durante mucho tiempo antes de reconocer su derrota.

Capítulo 6

Una caja de MP4 tras otra llenaban las estanterías metálicas del almacén más pequeño de la isla. El pequeño armero era el edificio mejor mantenido fuera de Nolan Park. Estaba recién pintado por dentro y por fuera, no había una mota de polvo. Alguien había estado atareado, y no habían sido mansos.

—Todavía no confiamos en ellos como para dejarlos entrar aquí —le explicó Marisol. Le mostró a Sarah el sótano, lleno de camas plegables y purificadores de agua—. Unos tres años después de que llegáramos, pasó un barco por aquí. Había gente, gente viva a bordo. No te puedo explicar lo emocionados que estábamos. —Los ojos de Marisol se cubrieron de una pátina de tiempo mientras recordaba—. Acabábamos de superar otro invierno terrible y estábamos medio muertos. Ninguno de nosotros tenía la energía para empezar a cavar los diamantes de los campos de béisbol y comenzar a plantar semillas. Así que cuando vimos a esos recién llegados gritamos y los saludamos y disparamos bengalas. Eso resultó ser una mala idea.

—Eso debió de ser cuando yo todavía me estaba recuperando —dijo Dekalb—. No recuerdo nada de eso. —Gary estaba agarrado a su hombro como una perversa especie de loro. Sarah deseó haberlo podido dejar descansando en la casa. Esto era algo de lo que definitivamente debía ocuparse, pero hasta el momento no había sido capaz de negarle nada a su padre.

—Eran piratas —prosiguió Marisol—. Viajaban de un enclave de supervivientes a otro matando a todos los hombres, violando a todas las mujeres y luego matándolas también a ellas y robando la comida. Dedujimos eso cuando comenzaron a dispararnos. Metí a todo el mundo aquí dentro y sellé la puerta antes de que pudieran desembarcar.

Había armas en el pequeño y bien iluminado edificio que estaban más allá del conocimiento de Sarah. Cosas alucinantes de las fuerzas especiales. Armas experimentales. Rifles de francotirador que se enchufaban a ordenadores portátiles y se disparaban por control remoto. Vehículos aéreos sin tripulación poco más grandes que ollas que podían acceder volando a los edificios y matar a todo el mundo que hubiera dentro a su antojo. Sarah sacó una enorme pistola de una caja abierta y comprobó su funcionamiento. Era de calibre 0.45 ACP, una Heckler and Kock Mark 23 Mod 0 según su hoja de especificaciones, y tenía un módulo de mirilla láser tubular en la parte superior. Sarah apuntó el arma contra la pared con el seguro puesto y encendió el láser. No sucedió nada. Bueno, claro. Habían pasado al menos doce años desde que el arma había sido almacenada. La batería se habría descargado o algo así.

Marisol se acercó a ella sonriendo, manteniéndose bien apartada del cañón del arma. Puso unas gafas de visión nocturna en la cabeza de Sarah y las encendió. En el mundo verde de las VGN, Sarah vio un brillante punto en la pared más alejada, exactamente donde apuntaba el láser. «Guay», pensó.

—Mantenemos todas las baterías cargadas con un pequeño molino de viento en el tejado. No da suficiente electricidad para permitirnos tener luz o calefacción en las casas, pero mantiene las armas preparadas para disparar. —Marisol le quitó las gafas y siguió con su historia—. Bueno, nos encerramos aquí con armas suficientes para aguantar hasta la segunda incursión, los piratas no tenían muchas alternativas. Un par de ellos acabaron muertos. No les apuntamos específicamente a la cabeza. Cuando los suyos volvieron de entre los muertos y comenzaron a comérselos, se replegaron en su barco. Un par de días más tarde se marcharon sin más. Disparamos a los necrófagos y volvieron a despertar, hambrientos pero ilesos. Los piratas lo revolvieron todo un poco, pintaron grafitis en las casas, destrozaron la mitad de nuestros muebles para obtener madera. Se llevaron las pocas cosechas que ya habíamos plantado, aunque no había nada a punto. No importaba. Estábamos vivos.

—Ojalá hubiera sabido que eso estaba pasando. Hubiera ayudado —dijo Dekalb.

Marisol y Sarah miraron su frágil y huesudo cuerpo, y luego la una a la otra. No hacía falta decir más.

Sarah abrió una caja que había en medio de la habitación y escarbó entre los papeles de periódicos cortados en tiras que había dentro. Con cuidado sacó un rifle con una extraña y angulosa culata y un riel que iba de la boca del cañón al cajón de mecanismos. «Pesa menos que el Mark 23 Modo», pensó ella. No estaba hecho de metal, sino de algún tipo de resina ligera. El único metal que encontró en todo el rifle fue en el pequeño cañón y en las propias balas.

—¿Es esto...? —preguntó ella, no queriendo decirlo en voz alta en caso de que sonara estúpido.

—OICW,
Objetive Individual Combat Weapon
—asintió Marisol—. El rifle que supuestamente iba a sustituir el M16. Es sólo un prototipo. Tenemos diez. Creo que sólo se llegaron a fabricar quinientos antes de que el Congreso acabara con el proyecto.

Ayaan le había hablado de esas armas del mismo modo que algunas personas hablarían de las casas en las que querían vivir algún día o del tipo de comida que servirían en sus bodas. Disparaba proyectiles aprobados por la OTAN o, con una mínima reconfiguración, municiones de racimo, las llamadas granadas inteligentes. El sistema de visión, que no sólo incluía ámbito óptico, sino láser, infrarrojos y elementos de visión nocturna, tenía su propio ordenador que podía distinguir entre aliado y enemigo. Si detectaba un aliado, no disparaba. Supuestamente, el rifle era más listo que el usuario. Sarah lo bajó.

—Siento haber interrumpido —se excusó—. Así que vencisteis a los piratas.

—No —respondió Marisol—. Sólo resistimos. Desde el primer día hemos tenido sitios como éste. Lugares seguros a los que podemos huir y atrincherarnos. Si en algún momento sucede algo malo, estamos entrenados para venir aquí, sentarnos y resistir. Jack me enseñó eso.

—Jack. —Sarah se volvió para que Marisol no viera su cara. Se sentía profundamente avergonzada, demasiado inútil incluso para sentirse culpable. Como si hubiera tenido una relación con un hombre que siempre le habían dicho que era el marido de Marisol, sólo para descubrir que era otra persona. Jack estaba muerto. Jack era un necrófago colgado de una cadena kilómetros al norte, pero vivió en Governors Island, y siempre sería así mientras los supervivientes recordaran sus enseñanzas. Sarah no había conocido a Jack nunca.

—¿Te acuerdas de Jack, cariño? —le preguntó su padre, acercándose para ponerle una mano en el hombro—. Él era el
ranger
del ejército que me mató.

—Sí —dijo Sarah, sonrojándose. Cogió una pesada tubería de plástico con una resbaladiza capa protectora transparente en el interior. Se podían encajar muchas cosas dentro de la tubería. Era un «SMAW» según decía la caja, pero no recordaba qué significaba eso—. Marisol, es una historia magnífica sobre piratas. Pero imagino que no me estabas dando conversación.

—No —reconoció la alcaldesa—. Necesito que lo entiendas. Estoy en deuda contigo por matar al
lich
de Manhattan. —Sarah comprendió lo que Marisol no decía: le debería a Sarah mucho más si Jackie no hubiera muerto—. Puedes coger todas las armas que seas capaz de llevarte contigo de aquí. Mi gente, por otra parte, se quedará aquí, donde puedo tenerlos vigilados. ¿De acuerdo? No voy a permitir que te lleves ni un soldado.

Sarah abrió la boca para hablar, pero se le adelantó su padre.

—No será un problema —dijo Dekalb—. Porque nosotros tampoco vamos a ninguna parte. Sarah se va a quedar aquí conmigo. —Se interpuso entre las dos mujeres—. Yo tengo mi propia gente de la que hacerme cargo.

Sarah negó con la cabeza. Iba a tener que enfrentarse a él, y pronto. Pero era muy duro. Cuando se sentaba inmóvil en la silla, la aterrorizaba, él era uno de los muertos vivientes. Cuando se levantaba, se movía y hablaba, era su padre perdido tiempo atrás. Una enorme parte emocional de ella estaba convencida de que si decía algo inconveniente, él dejaría de quererla y desaparecería de su vida de nuevo.

Haberlo encontrado en Governors Island, todavía, en un cierto sentido, con vida, significaba mucho. Había cambiado su vida por completo. Le daba una vida donde antes sólo tenía un pasado. En algún momento se preguntó si estaba esperando demasiado de él. Si estaba tendiéndose una trampa a sí misma para decepcionarse. Pero no, no indagaría eso todavía. Se replegó en uno de esos rincones de su mente donde todavía reinaba el entrenamiento de Ayaan. Conectar con su padre la haría vulnerable. Dolería. No tenía tiempo para resolver nada de todo eso, aún no.

—Perdonadme —dijo ella, y salió del almacén.

Fuera, se metió una mano en el bolsillo y tocó el escarabajo.

—Ptolemy —susurró ella—. ¿Se han movilizado? —Era hora de ponerse en marcha.

quizá vehículos cien quizá vehículos
—le dijo él—.
oeste se dirigen oeste.

Ella se mordió el labio. Todavía estaba a tiempo de coger al Zarevich e higienizar a Ayaan, pero tenía que ponerse en marcha.

—Si pudiéramos llegar allí primero y tenderle una emboscada… Si seguimos su rastro, no habrá forma de prever lo que nos espera. Pero la única persona que sabe adónde se dirige no me habla.

Other books

The Company She Keeps by Mary McCarthy
King's Ransom by Sharon Sala
It's Like This, Cat by Emily Cheney Neville
The Killing Kind by M. William Phelps
Call Me! by Dani Ripper
A Headstrong Woman by Maness, Michelle
6 Grounds for Murder by Kate Kingsbury
Pharon's Demon by Anne Marsh