Zombie Planet (37 page)

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Authors: David Wellington

Tags: #Ciencia ficción, #Terror, #Fantasía

El helicóptero de asalto debía de haberlas eliminado. Inteligente. Nilla empezó a subir, agarrándose a un lado de la roca, pero Ayaan la bajó de nuevo. Estaban sólo a unos cuatro metros de la carretera, de la columna. Aun cuando las momias no les dieran, la columna podía hacerlo, tenía que dar la vuelta. Era el único movimiento lógico. La columna tenía que dar media vuelta.

¿Dónde estaba Erasmus? ¿Dónde estaba el camión? No lo había visto en días, lo habían enviado a una misión especial, pero lo necesitaban ahora. La columna tenía que dar media vuelta. Unos quinientos metros más atrás habían pasado junto a un estrecho desfiladero; no sería fácil, pero la columna tenía que dar media vuelta y dirigirse a la relativa seguridad de las paredes de piedra. ¿Dónde estaba Erasmus? La columna podría moverse mucho más rápido, podría darse la vuelta mucho más rápido con el camión, los fanáticos rezagados podían subirse atrás, podían colgarse de los lados.

El Zarevich no iba a hacer dar la vuelta a la columna. La columna seguía avanzando penosamente, arrastrándose a cinco kilómetros por hora como si no hubiera tenido lugar un ataque, manteniendo el rumbo como si nada hubiera pasado.

Otra explosión. Los escombros y los fragmentos de metal volaban como dagas, y las partes de cuerpos también, cuerpos humanos, y no importaba si eran vivos o muertos o no muertos, huesos humanos y carne volaban por encima de la cabeza de Ayaan como una lluvia horizontal de sangre.

¿Dónde estaba el puto camión? Lo oyó antes de verlo, lo vio sólo momentos antes de que pasara rugiendo por encima de su cabeza, las ruedas apenas hacían contacto con la carretera. El barro y las ascuas cayeron por el barranco salpicando la roca. El camión pasó de largo rugiendo, y entonces oyó el siseo y el ladrido característicos de un misil antiaéreo saliendo de su lanzamisiles, y vio el humo del misil, un delgado hilo blanco superpuesto al cielo azul. Abrió la boca, exultante, emocionada, y gritó de alegría cuando el misil dio un giro perfecto en el aire, volviéndose directamente a por el helicóptero que se daba a la fuga. Algo cayó por el lado del helicóptero cuando se ladeó para intentar zafarse de la persecución. Algo cayó y se balanceó en una cuerda como si fuera una araña.

Era Sarah.

Ayaan estaba demasiado lejos y el helicóptero se movía demasiado deprisa para verla bien. Pero no usó los ojos. Sintió la energía, tan familiar como el vello de detrás de sus propios brazos, una energía con la que había vivido durante años, desde mucho antes de que hubiera comprendido que esa energía existía y se podía percibir con los sentidos adecuados. Conocía esa energía.

Era Sarah.

El grito de alegría murió en su garganta y se cogió los dientes, literalmente se metió la mano en la boca y se cogió la mandíbula inferior, aterrorizada. En cualquier momento el misil AA colisionaría con la estructura del helicóptero, atravesaría el blando aluminio del fuselaje, se metería dentro y luego estallaría, su cabeza explosiva se descompondría en un millón de partículas de metralla, cada una con su propia trayectoria, su propia resolución balística; habría suficientes para hacer trizas a todas las personas que hubiera en el helicóptero. No quedarían más que trozos, trozos de carne arrancados y ensangrentados e irreconocibles.

—Sarah —graznó Ayaan.

—¿Ésa es Sarah? —preguntó Nilla, con la cara demudada por la confusión.

Ayaan se puso en pie y salió del barranco, de vuelta a la carretera. El helicóptero se había hundido entre los árboles y el misil AA lo seguía detrás. El pecho de Ayaan se convulsionó y salió de ella un eructo horrible que apestaba a cosas muertas. El misil rozó las copas de los árboles y explotó inofensivamente detrás del helicóptero a la fuga.

Bien. Sarah estaba a salvo. Ayaan no exhaló aliviada. Ella ya no respiraba. Pero su cuerpo se hundió. Se relajó un poco. Bien.

Salvo... si Sarah estaba atacando al Zarevich, entonces... entonces... Sarah era... Sarah había elegido... Sin saberlo, Sarah se había vuelto contra... contra Ayaan, quien de algún modo no explícito se había puesto del lado del
lich
ruso.

Lo entendió un instante más tarde, pero eso no la ayudó. Sarah tenía que saberlo, de algún modo había descubierto que la propia Ayaan ahora era un
lich
. Sarah había atacado específicamente con el propósito de higienizar a Ayaan. Salvo que había fallado.

Y salvo por el hecho de que Ayaan no quería ser higienizada. Siempre había creído que cuando llegara el momento suplicaría por una bala en la cabeza.

Se arrodillaría en la tierra y se postraría para que se lo dieran. Sólo que ahora, ahora tenía algo por lo que vivir, algo más importante que ella misma. El Zarevich iba a reconstruir el mundo. Ayaan quería ayudarlo.

Sarah estaba luchando contra ellos.

—Por el amor de Dios, mujer, ayúdame —chilló alguien a su espalda. Ayaan se volvió y vio al espectro de verde literal, físicamente, atrayendo necrófagos y fanáticos vivos hacia el vagón de carga, empujándolos hacia los focos de fuego. Cogían brazadas de nieve y las tiraban sobre las llamas. Unos cuantos tenían extintores de verdad y estaban intentando salvar la yurta. Se movían más rápido que los otros, más rápido de lo que se supone que se mueven los seres humanos. El espectro de verde los estaba acelerando. Ayaan echó un vistazo, a los trípodes de las ametralladoras. Uno había desaparecido por completo. Sólo quedaba un cráter en el vagón de carga. El metal fundido goteaba por el borde, formando largos carámbanos plateados.

La otra ametralladora estaba en llamas. Las cajas de munición estaban justo allí. Si las llamas se acercaban, si se calentaban demasiado, miles de balas estallarían a la vez, disparándose en direcciones al azar, atravesarían a los vivos y los muertos del vagón de carga, a todos los fanáticos reunidos a su alrededor, a todo el mundo que estuviera al alcance. Ayaan avanzó y la repelió una ola de fuego que ascendió sobre una ráfaga de viento. Se abalanzó hacia delante otra vez y vio que las cajas ya se estaban quemando. Tenía un segundo antes de ser agujereada completamente. Sin pensar, reunió energía y disparó a las cajas con su poder.

Estúpido, increíblemente idiota, pero funcionó. El fuego no podía existir sin combustible. Las cajas de madera se desintegraron bajo su descarga, la madera se oscureció, volviéndose gris, transformándose en polvo. Los largos cinturones de munición se deslizaron y cayeron por el borde del vagón de carga. No importaba, había apagado el fuego.

Ayaan ajustó su ritmo cuando el vagón de carga pasó sobre una hondonada en la superficie de la carretera. Todavía seguía moviéndose. Ella movió la cabeza en un gesto de impotencia y luego cogió el brazo del espectro de verde.

—Tenemos que detener la columna —le gritó. Él no le respondió lo suficientemente deprisa a su entender—. Déjame pasar para ver al Zarevich. Déjame hablar con él.

—¿Quién eres tú? —preguntó él—. Un mes atrás te castigué por intentar matar a mi señor. ¿Ahora quieres ser su aliada?

No tenía tiempo para aquello.

—Hago lo que me parece mejor.

Él cruzó los brazos sobre la túnica.

—Una política peligrosa en el mejor de los tiempos. No puedes verlo. Ya me ha dado órdenes de que la columna debe seguir adelante. A toda costa.

—Habrá otro ataque. Si fuera yo, tendría una emboscada dispuesta más adelante. Venga. Sé que no confías en mí. Me llamaste perro una vez, un perro que había que tener atado corto. Pero confía en mí ahora. Por favor. Hay mucho en juego.

Él negó con su cabeza de calavera.

—Tengo mis órdenes. ¿Por qué no vas y localizas a Nilla? Asegúrate de que está a salvo.

Ayaan gruñó frustrada y se dio media vuelta. Pero el espectro de verde estaba dispuesto a darle algo.

—Mi nombre es Enni Langstrom —dijo.

Ella se volvió. El espectro de verde la miraba con los ojos entornados, sus ojos hundidos eran estrechas aberturas cargadas de sospecha.

—Mi nombre era Enni Langstrom. ¿De acuerdo? Confío en ti lo bastante para que sepas mi nombre.

Ella asintió, comprendió. Él quería que Ayaan se sintiera parte del círculo íntimo del Zarevich. Quería premiar su lealtad. Estaba dentro.

Ahora sólo necesitaba resolver dónde encajaba Sarah. «Por favor —pensó—. Por favor, Sarah, ríndete. Vete a casa.» Miró hacia los árboles que cubrían la montaña como una manta. Sarah tenía que estar por allí, en alguna parte. «Por favor, no me hagas luchar contra ti.»

Ayaan siempre había estado dispuesta a sacrificar su vida por una buena causa. Siempre había creído que una vida era un precio muy bajo que pagar por el bien común.

Si llegaba a eso, a disparar una descarga de su oscuridad sobre el cuerpo de Sarah… Si hacerlo significaba preservar al Zarevich y, por lo tanto, la única oportunidad que le quedaba a la humanidad… Si llegaba a eso…

Asintió para sí misma. Entonces lo haría.

Capítulo 12

El valle formaba una profunda hondonada con una cresta baja en el extremo más alejado. Allí arriba había edificios y las ajadas estatuas que Sarah había visto antes. Parecían como animales simplificados del fondo del valle.

Los hombres y mujeres muertos estaban en el borde del valle. No muchos, sólo tres o cuatro. No estaban haciendo nada. Sólo estaban allí. El más cercano de los necrófagos, un tipo realmente desagradable al que le quedaba muy poca piel y no tenía brazos, se volvió para mirarla con unas cuencas oculares vacías, pero no dio ni un paso hacia ella. Tras un momento volvió la cara de nuevo hacia la Fuente y su mandíbula desdentada se abrió. No estaba haciendo nada. Ninguno de los cadáveres del valle hacía nada, pero también estaban real y finalmente muertos. Había un cuerpo inmóvil a menos de un metro del punto por donde Sarah había accedido al valle.

Un cuerpo humano, medio descompuesto, ni siquiera tenía un tic. Hacía mucho tiempo que Sarah no había visto eso. Le dio un puntapié con la punta de su bota. Veía las costillas amarillas sobresaliendo bajo su chaleco. Vislumbraba dónde le habían arrancado la carne unos dientes.

Nada. Ni un movimiento.

Entornando los ojos, Sarah se ajustó la correa del OICW y miró por encima de su hombro. Las momias esperaban pacientemente tras ella, los cañones de sus escopetas apuntaban al cielo. Ptolemy estaba al margen. Movió su cara pintada de un lado a otro; no tenía más idea que ella de qué sucedía.

Directamente delante, el valle estaba cubierto de huesos y cuerpos putrefactos. Ninguno se movía. Las calaveras miraban en ángulos al azar a un cielo sin vida. Los fémures y los húmeros sobresalían como postes de una alambrada. Montañas de pelvis y columnas vertebrales y apófisis xifoides y metacarpos y falanges formaban estrechos montecillos que tapaban la tierra de debajo. Miles de personas habían muerto en ese valle, o habían muerto en otra parte y habían venido aquí a desplomarse. Nadie los había enterrado ni había hecho nada con sus cadáveres. Les habían dejado pudrirse sin más.

Los más recientes formaban un perímetro, un amplio semicírculo de pestilente carroña. Hacia la mitad, donde el terreno empezaba a elevarse, los huesos eran más antiguos, partidos y de color beis por el tiempo y el abandono. Allí no crecían plantas ni sobrevolaban pájaros.

Sarah dedujo que tenía que ser la Fuente lo que atraía los cuerpos a este lugar. Era tan brillante que tenía que cubrirse los ojos con la mano cuando la miraba de frente, desde tan cerca podía sentir la energía en forma de calor sobre la piel. Los muertos habían ido allí durante años, peregrinando al lugar donde la Epidemia había comenzado.

Sarah pasó por encima de un cadáver. Un verdadero acto de voluntad. Durante toda su vida, al menos la vida que podía recordar, la regla número uno había sido no darle nunca la espalda a un cuerpo muerto. Así era como te mataban. Pero éste no estaba haciendo daño a nadie. Pasó por encima y hundió la bota en una montaña de huesos hasta tocar el suelo de debajo. Dio otro paso, con cuidado de no apoyar demasiado peso sobre la alfombra de huesos. No sucedió nada.

¿Los muertos iban hasta un lugar tan lejano sólo para quedarse por allí, para esperar a caerse en pedazos? ¿Iban porque se sentían bien rodeados de esa energía? ¿Los alimentaba? Sarah tenía muchísimas preguntas. ¿Qué era ese olor?

Se volvió y vio que una de las momias la había seguido por encima de los huesos. Estaba inmóvil, tan quieta como una estatua, su escopeta colgada al hombro. Sarah olfateó el aire. Olía a tarta de manzana templada. Intentó recordar cuándo había tenido ocasión de oler un trozo de tarta de manzana. Quizá con su padre, antes de la Epidemia. Su padre. Sólo de pensar en él se le clavó una afilada estaca metálica de culpa en la garganta. Lo que le había dicho era inaceptable.

Tarta de manzana ardiendo. ¿Tarta de manzana? Quizá tarta de calabaza. Especias calientes. Especias ardiendo. Un hilo de humo emanó del pecho de la momia. Con un sonido silbante un trozo de las vendas de su cabeza se despegó y salió más humo. El humo tenía un olor acre, como incienso. Como especias ardiendo.

«De ninguna manera», pensó ella.

—¡Atrás! —gritó. La momia no se movió—. ¡Retírate! —le ordenó y le dio un empujón. La momia se alejó a toda velocidad de ella como si no hubiera voluntad en su cuerpo. Sarah cogió la piedra de talco de su bolsillo.

—Ptolemy. No dejes que se acerquen más.

caliente la fuente consume nos ella consume incluso caliente como ella caliente consume nos
, petardeó él.

—¡Aléjate! —Incluso en el momento que lo decía, otra de las momias, una con una cara muy mal pintada, dio un paso adelante. Lo querían. Querían estar cerca de la Fuente. Las atraía igual que debía de haber estado atrayendo necrófagos durante años. Y cuando estaban lo bastante cerca, cuando la energía en el aire era lo bastante densa, sus cuerpos se abrasaban literalmente a causa de la sobreexposición. La única cosa que querían más que nada en el mundo los mataría si la tomaban en exceso. Había una especie de línea, una frontera invisible y difusa que ninguna cosa muerta podía cruzar sin resultar achicharrada. Era como el límite de un agujero negro. El punto de no retorno.

Un destello de movimiento en el lado más alejado del valle sobresaltó a Sarah. Quitó el seguro de su arma, pero no apareció nada que fuera a atacarla. Podía haber sido sólo la luz del sol rebotando en la nieve o una pila de huesos derribada por la brisa. Podrían haber sido muchas cosas. Echó un vistazo a las momias y vio que todas habían dado un paso hacia la Fuente.

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