—No, escuchadme —les advirtió ella, y se movió para empujar a la que tenía más cerca—. Vosotros ni siquiera coméis cosas vivas. ¿Cómo podéis anhelar esto tanto?
fuente... fuente
, dijo Ptolemy.
Ella negó con la cabeza. Oyó un sonido, como el que hace una cerilla al prenderse. Se dio media vuelta otra vez con el arma en alto y preparada.
Una forma humana hecha de llamas puras estaba corriendo hacia ella, más rápido que un guepardo. Salió del medio del valle. Las llamas brotaban desde su cara, su pecho. Sus manos estaban envueltas en fuego amarillo.
Sarah alzó su OICW y disparó una descarga de tres tiros. Dio a su objetivo en el centro de su masa, pero ni siquiera la frenó levemente. Dirigiéndose hacia ella a toda velocidad, dejó una mancha de luz en sus retinas, de tan brillante como era. Disparó de nuevo a su cabeza, un disparo, dos tres, el rifle emitía un sonido mecánico, como el de un taller, cuando propulsaba las balas al interior del mecanismo. Le dio en la cabeza, pero no sucedió nada. Sarah cambió el rifle a automático en el mismo segundo que pasó disparado a su lado, su feroz cola fustigándole la cara y las manos al descubierto.
Ptolemy levantó su escopeta y le voló la parte de atrás de las rodillas cuando pasó a su lado. La cosa feroz se tambaleó y cayó y rodó hacia delante un momento, deslizándose sobre la alfombra de huesos. Se retorcía de un modo horrible, las llamas de su espalda ondeaban y crepitaban, sus fluidos corporales chisporroteaban mientras se abrasaban. Ahora que más o menos se había parado, Sarah vio el casco de motorista que llevaba en la cabeza, los dientes al aire donde le habían seccionado los labios. Sus manos no eran más que huesos afilados.
El Zarevich había llegado. En el extremo más alejado del valle, hombres y mujeres muertos hacían fila para entrar en la hondonada, para acercarse más a la Fuente. El gigantesco camión serpenteó entre la multitud. El gorila iba subido a lo alto de la cabina.
Sarah cogió a la momia más próxima e intentó alejarla. Era como empujar una columna de mármol. La dejó y cogió la piedra de talco.
—Ptolemy —dijo—. Estamos muertos si nos pillan en un espacio abierto como éste. Tenemos que replegarnos y escondernos.
fuente… la fuente
—¡Que se joda la Fuente! —gritó Sarah—. ¡Atrás! ¡Es una orden!
Una de las momias, una que era extremadamente antigua, comenzó a moverse. Se alejó un paso de la Fuente. Sarah asintió y gritó, y saltó arriba y abajo. Dio otro paso.
En el otro extremo del valle apareció el vagón de carga tirado por un centenar de necrófagos. En la parte de atrás había tres siluetas de pie vestidas de verde, negro y blanco. Sarah miró fijamente a la que iba vestida de negro. Era Ayaan. Estaba demasiado lejos para ver, era imposible que la hubiera distinguido. Pero lo sabía. Levantó el OICW hasta su hombro y miró por el visor. Sí. La piel alrededor de su mandíbula inferior parecía demasiado tensa y sus ojos eran pozos negros hundidos en el rostro. Pero era Ayaan.
En un momento, en un espacio de tiempo tan breve que ella ni siquiera respiró, el valle se había llenado de muertos acelerados.
Sarah y las momias se agacharon en posiciones de disparo. Se pusieron a cubierto, se armaron de valor para la batalla. Prepararon sus armas y la munición. Se dispusieron para un combate armado en el que iban a arriesgarlo todo.
No tenían ninguna oportunidad.
Las momias eran rápidas. Más rápidas que cualquier ser humano. Tenían muchísima munición para sus escopetas. No importaba. Los necrófagos acelerados eran más rápidos.
Sarah vio como su emboscada se había convertido en una derrota aplastante sin ni siquiera haber identificado el punto de inflexión. Lo único que sabía era que la había cagado. Con las momias agazapadas detrás de las rocas, ella misma en lo alto de una roca intentando disparar al enemigo con un rifle de asalto, sabía que acabaría mal.
Una a una las momias fueron eliminadas. Las más jóvenes, las de la época romana con las caras pintadas, cayeron primero. Una de ellas fue lo bastante estúpida para huir corriendo a la zona prohibida, en la región que estaba demasiado cerca de la Fuente, donde los no muertos ardían. Se estaba derritiendo cuando tres de los cadáveres acelerados cayeron encima de ella. Los cuatro ardieron a la vez, una pira funeraria móvil que se despedazaba. Los brazos de la momia giraron como las muescas de una rueda mientras intentaba quitarse a los necrófagos de encima. Aunque estaba reduciendo la velocidad mientras Sarah observaba, en un momento había dejado de moverse por completo.
La otra momia pintada tuvo un poco más de sentido común, pero menos suerte. Se movía sin parar de una roca a otra, matando necrófagos, y luego se zambullía en un rincón. Al final no fue un necrófago lo que acabó con ella, sino otra cosa. Sus vendajes comenzaron a desprenderse como si los hubieran rasgados vientos huracanados, y después sus huesos cedieron y se derrumbó en una maraña.
El fuego de los rifles acabó con una de las momias más antiguas. Había sido lo bastante lista para quedarse quieta y esperar a que los necrófagos fueran a por ella. Agachada entre dos rocas, mantenía el cañón de su M1014 en alto, preparado para realizar un disparo oportunista. Sin embargo, estaba en severa desigualdad con un fanático que tenía un rifle de francotirador Dragunov. A través de la mira de su OICW Sarah vio que el francotirador había apuntado a la perfección. Descerrajó su disparo antes de que ella tuviera tiempo de lanzar siquiera una advertencia. La cabeza de la momia estalló como una bolsa llena de carne.
El resto de las momias murieron cuando el Zarevich decidió dejarse de juegos y envió todas sus fuerzas al valle, cientos de necrófagos, centenares de hombres y mujeres vivos al valle con rifles de asalto, pistolas y ametralladoras. El enemigo hizo trizas a sus tropas. Lo que había sido una batalla de desgaste se tornó en una extraña e innegable derrota cuando los cuerpos de vivos y muertos se lanzaron sobre las posiciones de Sarah. Ptolemy tiró su arma a un lado y se enzarzó en la lucha cuerpo a cuerpo, cogiendo a los necrófagos y lanzándolos a la zona prohibida, dando vueltas para patear las caras de los fanáticos vivos, moviéndose tan rápido que Sarah lo veía como un borrón blanquecino que se hundía en las filas de los enemigos. Luego desapareció.
Estaba allí un momento y al siguiente había desaparecido.
«Magia», jadeó ella. Pero no. Querría haber visto magia. Sencillamente había sido placado por tantas de las fuerzas del Zarevich que ya no podía verlo.
Ya no había más tiempo.
«Así que es esto —se dijo a sí misma—. El momento de la verdad.» Las momias se habían sacrificado para que ella pudiera acercarse lo suficiente para cumplir su misión. Siete momias habían muerto por esto. Dos
liches
. El hijo de Marisol. Todo para que ella pudiera hacer un simple disparo. Sarah se llevó el OICW a los labios y lo besó. Necesitaba suerte. Tenía la determinación.
Miró hacia abajo desde su puesto elevado y vio a Ayaan de pie entre los muertos y los vivos. Llevaba una chaqueta de cuero con calaveras, pero ya no tenía su AK-47. Sarah se llevó la mira de su arma al ojo y centró la cruz en la frente de Ayaan. Era un deber, un deber sagrado que tenía que llevar a cabo. El disparo delataría su posición. Sólo tendría unos momentos después de matar a Ayaan para meterse el cañón en la boca y volarse el cerebro. Pero luego todo habría acabado. Una fría, casi helada, serenidad se apoderó de ella. Quitó seguro. Sólo un disparo. Sólo necesitaba… necesitaba algo. Un disparo, claro, sólo necesitaba un disparo.
Sarah parpadeó, pero solamente logró que su vista se volviera borrosa. Se humedeció los labios, pero tenía la lengua seca. ¿Estaba… estaba asustada? Sólo necesitaba el… el disparo. El silencio llenó su cabeza, no podía oír nada.
El OICW repiqueteó contra la piedra que tenía a los pies. De algún modo se le había caído de las manos. Negó con la cabeza y alargó la mano para coger la Makarov de su bolsillo. La notaba tan pesada como una piedra, como una roca… ¿Por qué estaba tan cansada de repente? Sarah se sentó pesadamente y cerró los ojos. No pudo abrirlos de nuevo, no importaba lo decidida que estuviera a hacerlo. ¿Qué estaba pasando?
«Oh, —pensó—. Esta vez, sí. Magia.»
Notó cómo la agarraban unas manos, manos toscas. Alguien le revisó los bolsillos mientras otra persona le quitaba la espada verde, arrancándosela del cinturón. La cogieron por el muslo, por el brazo. Alguien la estaba arrastrando, notaba la parte posterior de la cabeza deslizándose sobre la roca. No podía oír nada, estaba sorda. Le apartaron las manos del cuerpo y se las rodearon con una cuerda. La estaban atando.
Al instante volvió su energía. Abrió los ojos de golpe y recuperó la audición, cada inspiración irregular, cada latido de su propio corazón. Volvió la cabeza bruscamente para ver qué había detrás de ella, qué la flanqueaba. Estaba de rodillas sobre una montaña de huesos. Los huesos de otra persona se le estaban clavando en las espinillas. Se movió, intentando ponerse cómoda. No podía ver a Ayaan. El
lich
verde, el que llevaba la túnica de monje, el que tenía una cara que parecía una calavera, estaba de pie a su lado. Señalaba, con su brazo estirado, su huesudo dedo apuñalaba el aire, y ella miró.
Habían hecho papilla a Ptolemy. Tenía las piernas separadas y dobladas en ángulos imposibles. Sus brazos estaban rotos por una docena de lugares. Los hombres en pijamas de hospital azules estaban a su alrededor, con mazas apoyadas en los hombros. Una chica tal vez dos años más joven que Sarah se arrodilló sobre él con unas tijeras. Cortó justo por su cara pintada, cortó el yeso de su cuello. Abrió los vendajes y dejó su cabeza al aire.
Su calavera del color marrón de las castañas de Brasil. Una piel fina como el papel rodeaba su cráneo mientras que trozos de carne marchita colgaban de sus mejillas y de su cuello. Sus labios estaban tan tensos sobre los dientes que parecían tallados. Sus ojos estaban cerrados, cosidos, dos guiones muy hundidos en sus cuencas.
Sarah podía llegar a la piedra de talco en su bolsillo, aunque sólo alcanzaba a rozarla con la punta del meñique. Era suficiente.
uno de los míos está aquí míos
—le dijo él—.
ella salva ella
Sarah tembló con violencia, su cuerpo vibraba como una vaina al viento.
Uno de los hombres de azul sujetó la cabeza de Ptolemy contra una piedra. El otro elevó su maza y la descargó con fuerza. La calavera de Ptolemy estalló en pedazos que por un momento dieron vueltas sobre la roca y luego cayeron y se quedaron quietos.
El espectro de verde agarró el cuello de la sudadera de Sarah y la arrastró sobre sus pies.
—Camina —le dijo él. Ni amenazas, ni promesas. Sólo caminar. Ella se tambaleó hacia delante, con las piernas débiles. Pasó a través de un pasillo de necrófagos mutilados y fanáticos de ojos furibundos, pero ninguno de ellos se acercó a ella, ninguno le escupió ni la insultó. Sus propios ojos estaban muy abiertos y secos. Le picaban. El
lich
verde la escoltó directamente al vagón de carga. No había habido intento alguno de reparar el daño que ella le había infligido. Sarah intentó regodearse por ello, alegrarse de lo mucho que había dañado al Zarevich. Sin embargo, el mensaje que le estaban mandando era el contrario. Ni siquiera le había restado velocidad.
Tragó saliva compulsivamente. La bilis bullía en su garganta, pero se negó a vomitar. La condujeron al borde del vagón de carga y luego le ordenaron que se detuviera. Lo hizo. Se metió las manos en los bolsillos. La Makarov había desaparecido.
El
lich
verde saltó sobre el vagón de carga y asomó la cara al interior de la yurta. Asintió un par de veces. Debía de haber estado discutiendo su futuro con el ocupante de la yurta. Bajó de un salto y le hizo un gesto a una mujer viva. Ella se acercó y le entregó algo. Una pistola rusa. Su propia pistola.
Ninguna criatura no muerta podía disparar una pistola: era un axioma en la existencia de Sarah. No tenían la coordinación ojo-mano. Sus sistemas nerviosos no funcionaban correctamente. No podían correr y no podían disparar. Pero bueno, había visto a muchos correr.
El
lich
verde metió el dedo en el gatillo, luego utilizó su mano libre para ajustar sus dedos alrededor de la empuñadura. Después puso el cañón contra su pecho. Le sonrió y desplazó la pistola un poco hacia la izquierda.
—Espera —dijo Sarah—. Déjame ver a Ayaan primero.
Él disparó. Una distancia a la que no podía fallar. Hubo muchísimo ruido, aunque los oídos de Sarah bloquearon la mayoría. Había algo de luz, pero ella parpadeó cuando la pistola detonó; un acto reflejo. Su cuerpo se tensó y se encogió alrededor del impacto, sus músculos y su piel y sus cavidades craneales se sacudieron hacia dentro mientras caía de espaldas y golpeaba el suelo. La sangre salpicó su cara, mojó su pecho, sus piernas. Podía notarla acumulándose a su alrededor, empapando su pelo y su ropa. No podía respirar, lo cual al principio no era un problema, pero era débilmente consciente de que sería importante en unos segundos.
Subió las rodillas, su cuerpo quería doblarse. La muerte estaba de camino, a unos segundos. El mundo se hizo más oscuro y chillón, oía gritos, pero no eran los suyos, los gritos se hicieron más fuertes. Y más. Sintió que algo tiraba de su pecho. Tiraba y se rajaba y la atraía hacia sí como un pájaro comiéndose sus entrañas, pero más arriba, cerca de su corazón. Abrió los ojos y bajó la vista.
La bala asomaba hacia fuera de la herida como si la empujaran desde dentro. Podía ver las estrías en la superficie, las marcas del cañón. Dolía mucho más al salir que al entrar. El dolor sacudió su cuerpo y de repente era ella quien gritaba, podía oír sus propios gritos de nuevo. La bala cayó fuera de ella y rodó sobre la roca ensangrentada. Se sentó y gritó y gritó. El
lich
verde la miraba con verdadera curiosidad.
¿Estaba… muerta? ¿No muerta? No. Estaba respirando. Los muertos no respiran. Todavía estaba viva. De algún modo, todavía estaba viva. Su pecho estaba lleno de sangre, sus pulmones encharcados de ella, pero podía hablar, más o menos.
—Papá —resolló ella—. Papi.
—Tiene algún encantamiento contra las balas —dijo el espectro de verde. Enni Langstrom. Así era como se llamaba. Ayaan todavía estaba intentando acostumbrarse al nombre—. Cuando tengamos ocasión, cogeremos la bañera y veremos si también puede respirar debajo del agua. —Estaba arrastrando a Sarah a su espalda, arrastrándola por el barro literalmente.