Zombie Planet (42 page)

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Authors: David Wellington

Tags: #Ciencia ficción, #Terror, #Fantasía

Capítulo 18

—Hola, muchachas —dijo, atragantándose el necrófago sin brazos. Se rió de ellas, un horrible ruido petardeante—. Sinceramente, me alegro de ver que seguís entre nosotros.

Todo lo que quedaba del Zarevich eran unos cuantos trozos indefinidos de carne trinchados en los pinchos de acero, que humeaban mientras se fundían convirtiéndose en carbón negro.

—Quiero que sepáis que nunca quise que nadie sufriera. —Cojeó hasta el borde del andamio. Un paso más y caería sobre los pinchos.

—Mael Mag Och, supongo —dijo Sarah.

El necrófago flexionó los afilados fragmentos de hueso que poseía en lugar de brazos.

—En carne y hueso.

—¿Qué está pasando aquí? —Ayaan sacudió el hombro de Sarah, pero ésta no sabía cómo contestar—. ¿Qué le ha pasado al Zarevich? ¡La maquinaría debía curarlo! Se suponía que debía reconstruirlo. ¿Qué ha salido mal?

Mael Mag Och se encogió de hombros. Esto hizo que la piel de su pecho se desprendiera y cayera.

—La maquinaría funcionaba bien, muchacha. O así habría sido si yo lo hubiera permitido.

—¿Tú? ¿Tú lo has matado? —Ayaan estaba prácticamente gritando. Sarah deseó que se calmara—. ¿Cómo es posible?

—Ayuda tener amigos dentro.

—Nilla —dijo Sarah, comprendiendo.

Él intentó sonreír, pero los restos de su boca simplemente temblaron.

—Su plan requería que ella manipulara la energía de la Fuente. Que la rebajara a un nivel que los tejidos de su cuerpo pudieran soportar. Siguiendo mis órdenes, ella sencillamente le mandó una pequeña descarga.

—Pero ¿por qué? —preguntó Ayaan—. ¿Por qué has hecho esto? ¿Por qué lo has matado?

—Sarah lo sabe —le respondió. Sarah se mordió el labio. Tenía una sensación conocida, y la aterrorizaba. Cuando Gary le había hablado de Mael Mag Och, ella había creído que era una especie de ridículo visionario. Alguien adherido a la mentalidad de la Edad Media. Naturalmente, eso era antes de que tuviera en sus manos el poder definitivo de la fuerza vital misma.

Él quería acabar con el mundo. Acabar con su fin, en cualquier caso.

—Como estaba diciendo, yo nunca quise que esto fuera una transición tan difícil. Deberías preguntarle a Gary alguna vez, Sarah. Él podría contarte, estoy seguro, cuanta compasión anidaba todavía en mi corazón, en aquellos días demasiado breves en los que todavía tenía uno al cual llamar mío. Un corazón, quiero decir. Cómo ansiaba poneros las cosas fáciles. A todos los supervivientes. En cambio, elegisteis sangrienta violencia y dolor.

—No elegimos nada —le espetó Ayaan—. ¿De qué estás hablando? —Bajó de un salto del vagón de carga y avanzó unos cuantos pasos hacia el andamio. Los necrófagos avanzaron hacia ella igual de deprisa. Ayaan los había visto despedazar a Enni Langstrom. Dio un paso atrás.

Mael Mag Och actuó como si no hubiera ocurrido nada.

—Es una experiencia dura ser una conciencia desposeída de forma que se queda flotando en el vacío. Si me ha vuelto un poco cascarrabias, bueno, me disculpo.

Ayaan cogió el brazo de Sarah lo bastante fuerte para hacerle daño.

—¿Qué es esto, Sarah? ¿Qué quiere? ¿Qué va a hacer?

Sarah se esforzó en encontrar las palabras apropiadas.

—Su dios le dijo que destruyera la raza humana. Entera. Creo que él va a hacerle algo a la Fuente. La destruirá, la hará parar del todo de algún modo.

—Muy bien —afirmó él—. La Fuente es un agujero en un extremo del mundo. Imaginad un globo con un pequeño alfiler clavado. Imaginad el aire saliendo, poco a poco. Lo suficiente para mantener a los que son como vosotras en pie, eso es todo. Ahora imaginad qué sucedería si dejarais salir todo el aire del globo a la vez.

Ayaan negó con la cabeza, incrédula. Había visto lo que les había sucedido a los muertos que se acercaban demasiado a la Fuente. Si se liberaba de golpe la suficiente energía, ¿cuánto daño podría causar? Mucho, decidió.

—Lo matarías todo. Animales, plantas, árboles, gente. Todo.

—Mmm. Es una lástima lo de los árboles. Pero me han encomendado una misión. Si hubiera contado con un poco de ayuda desde el principio, las cosas no tendrían que haber llegado a un trance tan dramático. Le pedí ayuda a Gary y el maldito bastardo se comió mi cabeza. Le pedí ayuda al Zarevich y en cambió se convirtió en el rey del mundo apestado. Te pedí ayuda a ti —dijo él, y las nubladas órbitas de sus ojos ardieron mientras miraba furioso a Ayaan— y me escupiste en la cara.

Sarah se tapó la boca. No se lo podía creer.

—Y, sí, también le pedí ayuda a la joven Sarah, aunque fui un poco deshonesto en algunas nimiedades. Ella es la única que de verdad intentó ayudarme. Una lástima que sea una niña tan ineficiente. En nombre del propio padre de las tribus, muchacha, ¿de verdad esperabas enfrentarte a un ejército con unas cuantas momias? Les tengo aprecio a los egipcios, pero son una basura al lado de las armas de hoy en día. Te equivocaste a fondo.

—Has estado planeando esto todo el tiempo —repuso Sarah, estupefacta—. Querías que matara al Zarevich. También intentaste que Ayaan lo matara. Así hubieras podido hacerte con su puesto. Tú le metiste en la cabeza la idea de que si venía aquí, podría curarse. Porque es donde necesitabas estar. ¿Cuánto tiempo has estado jugando este juego?

—Desde que tu Gary acabó conmigo, desde que me di cuenta de cuán estúpido era pensar que podía acabar con la humanidad de una vez. Desde que me di cuenta de que serían necesarios engaños, no fuerza bruta. No tienes ni idea, muchacha, de cuántas trampas he tendido ni cuántas conspiraciones he urdido para llegar hasta aquí.

—¿Y mi don, mi visión especial? —preguntó Sarah—. ¿Eso era parte de tu plan?

—No, no, muchacha, eso fue idea de Nilla. Tienes que darle las gracias. Se compadeció de ti, una tierna niñita en manos de un pueblo tan tosco. Así que igual que había ayudado a tu padre, te ayudé a ti. E igual que el vejestorio, has resultado ser un absoluto fracaso. No podéis hacer nada bien. Si alguna vez hubiera querido pruebas de que la humanidad está más allá de la salvación, bueno, vosotros me las habéis proporcionado, muchacha.

Las mejillas de Sarah ardían por la sangre acumulada. Le había fallado a todo el mundo. Había fallado tantas veces… Y ahora… y ahora… la enormidad de lo que estaba a punto de suceder era imposible. Comenzó a desvanecerse. Sintió que perdía espontáneamente la conciencia ante un final tan horrible de su vida, de su intento de rescate.

—Y tú, Ayaan. Realmente tenía esperanzas puestas en ti —continuó él. Su voz iba disminuyendo en los oídos de Sarah. Lo estaba perdiendo—. Somos monstruos —le dijo a Ayaan. Ella apenas podía distinguir las palabras—. ¿Por qué no hacemos el favor de empezar a actuar como tales?

Los ojos de Sarah parpadearon y se cerraron, y cuando se abrieron estaba en un paisaje rocoso que pertenecía a otro planeta. Quizá Marte. O Plutón. Veía montañas a su alrededor y un cielo azul y esponjosas nubes blancas. Vio el valle sin su alfombra de huesos. Las montañas estabas desnudas, totalmente desprovistas de árboles, de matorrales, ni siquiera tenían el liquen que moteaba los picos más altos. No había pájaros en el aire. Ni peces en el mar. Ni bacterias. Ni siquiera virus. El propio aire se había convertido en veneno para ella; sin plantas no podía haber oxígeno. Había comenzado a ahogarse, a asfixiarse, cuando abrió los ojos de nuevo.

Nada había cambiado. Sencillamente tenía una conciencia tan dolorosa de lo que estaba a punto de ocurrir que lo había visualizado. Podríamos llamarlo desorden de estrés pretraumático. Había visto literalmente el mundo sin vida que vendría. Y todo era culpa suya.

—Buenas noches, señoritas —se despidió Mael Mag Och. Sarah esperaba que se tirara sobre los pinchos como había hecho el Zarevich. Pero no lo hizo. Los tubos de vacío se encendieron solos. El aire zumbó cargado de energía. Mael Mag Och gritó con tal violencia que debió de hacer trizas su garganta prestada. Entonces echó la cabeza atrás y su columna se puso rígida. Energía, energía pura, ni oscura ni clara, sólo energía, chisporroteó por su piel y goteó de sus ojos, su boca, el centro de su pecho. Riendo mientras su sistema nervioso se encendía con el fuego claro de la misma, se volvió y caminó más allá del horizonte de sucesos de la Fuente. Las llamas crepitaron al cobrar vida sobre sus hombros y su espalda, pero no estaba consumido, no como debería haberlo estado. Simplemente se había dirigido caminando al centro de la Fuente. Sarah se dio cuenta de que Nilla debía de estar protegiéndole de algún modo. Resguardándolo al menos parcialmente, de la terrible energía del centro del mundo.

Sarah se volvió hacia Ayaan. ¿Qué podían hacer? No había nada que pudieran hacer. El andamio estaba fuera del alcance de la ametralladora. Si intentaban ir corriendo allí, los necrófagos sin manos restantes las masacrarían antes de que hubieran cubierto la mitad del recorrido. E incluso si conseguían llegar hasta Mael Mag Och, ¿qué harían entonces? ¿Dispararle, cuando podía saltar de cuerpo en cuerpo cuando quisiera? Todo había acabado. En un momento la fuerza vital sería liberada, dispersada, lo que fuera. Desaparecería. Esa fuerza vital era lo único que mantenía el cuerpo humano de una pieza. Contenía el patrón evolutivo que le decía a sus células cómo crecer y mantener todas las partes interaccionando unas con otras. Cuando desapareciera, las células de Sarah se volverían unas contra otras, devorándose unas a otras por la escasa energía dorada que tuvieran almacenada en su interior. En cuestión de minutos dejarían de existir, privadas de la verdadera fuente de vida. Ayaan moriría sin más. Caería de bruces y estaría real y finalmente muerta. Sarah tendría tiempo suficiente para mirar mientras las células que constituían sus ojos se devoraban mutuamente y se quedaba ciega. Antes de que las células de su cerebro se comieran sus recuerdos y sus pensamientos y sus sentimientos.

Ayaan se inclinó hacia delante y besó a Sarah en la mejilla.

—Te he echado de menos —le dijo. Tenía una sonrisa temblorosa en los labios.

—Yo también te he echado de menos —respondió Sarah. No estaba llorando. Pensó que debería llorar, pero las lágrimas no llegaban. Quizá estaba demasiado asustada.

Ayaan se metió la mano en el bolsillo de la chaqueta y sacó algo. Algo pequeño y plateado. Parecía fundido.

—Ten —dijo, ella y lo depositó en la palma extendida de Sarah—. No creo que ahora suponga una gran diferencia, pero se suponía que debía dártelo. —Sarah cerró los dedos alrededor de sus bordes afilados y sus suaves curvas.

Vaya, hola
—dijo alguien dentro de su cabeza. Alguien agradable, una mujer—.
He estado esperándote.

Capítulo 19

—Están fuera de alcance —afirmó Ayaan, asomándose por el borde del vagón de carga. Había intentado, sin éxito, captar al ejército de necrófagos que esperaba debajo de su posición. Cada vez que hacían ademán de bajar del vagón de carga, los muertos con los huesos de los brazos tallados y sus sonrisas sin labios se acercaban un paso más. Cada vez que Sarah se movía hacia la ametralladora, daban un paso atrás—. Estamos en punto muerto. —Tampoco importaba. El mundo estaba a punto de acabar.

Sarah apretó el aro de nariz medio derretido en su puño.

Pareces asustada
—dijo Nilla—.
Eso es lo primero que tenemos que arreglar.

—Por supuesto que estoy asustada. —Sarah se sentó en la cubierta del vagón de carga y observó el cuerpo robado de Mael Mag Och disminuir mientras se alejaba—. Tú eres parte de esto —dijo Sarah en voz muy alta—. Sin ti él no podría estar haciendo esto.

Eso es cierto. Escucha, podemos hablar de una forma mejor. Cierra los ojos.

—¿Estás de broma? —preguntó Sarah—. ¿Ahora?

Nilla no estaba de broma.

Sólo cierra los ojos. No empeorará nada.

Eso era cierto. La sangre de Sarah iba demasiado deprisa para permitirle relajarse de veras, pero se apoyó en el trípode de la ametralladora y cerró los ojos con fuerza.

En lugar de oscuridad vio una brillante luz blanca. Llenó su cabeza y acarició su cerebro. La tranquilizó y serenó su respiración.

—Estás dentro de la Fuente, más o menos —dijo Nilla. Salió del centro de las cosas y se movió hacia el borde sin caminar o atravesar espacio alguno—. O quizá ésta sea su sombra.

Sarah parpadeó y todo cambió. Se encontró sentada en un paisaje de huesos. Montañas de huesos, pilas de ellos. A diferencia de los huesos que llenaban el valle de la Fuente, este paisaje de huesos seguía sin fin. O al menos tan lejos como le alcanzaba a ella la vista. Las colinas y elevaciones de huesos ante ella estaban oscurecidas por una fina niebla marronácea y roja.

Sarah se dio media vuelta y vio que estaba hundida hasta el tobillo en un charco de un líquido de color rojo brillante. Sangre. Bajó la vista hasta su imagen reflejada y descubrió que ella misma se había convertido en un esqueleto. Podía ver sus huesos, limpios de todos los tejidos blandos. Sus manos eran garras huesudas, su cuerpo descarnado, su sudadera echada sobre la pelvis y la caja torácica. Levantó la vista y vio a Nilla acercarse a ella. Nilla tampoco era más que un esqueleto. Un esqueleto vestido de blanco.

Sarah no tenía ni idea de qué estaba sucediendo.

—Cuando morimos, nuestros cuerpos se pudren. Ya lo has visto en muchas ocasiones —explicó Nilla. Tomó a Sarah del húmero y la condujo alrededor de la curva del lago de sangre—. Sin embargo, nuestras personalidades y nuestros pensamientos, nuestros sentimientos, todos los patrones eléctricos de nuestros cerebros, no desaparecen sin más. Están guardados aquí, en lo que él llama el
eididh
. Tiene muchísimos nombres más: el Libro de la Vida, los Archivos Akashic, el Monobloc, el Punto Omega. Gary lo llamaba la Red. Lo concebía como una especie de Internet con almas humanas en lugar de paquetes de datos.

—¿Todo se escribe y almacena para siempre? —preguntó Sarah.

—No exactamente. Este lugar está fuera del tiempo. No hay almacenaje. Aquí todos tus pensamientos y recuerdos y creencias todavía están sucediendo. Todos los que has tenido en la vida y todos los que tendrás. Si sabes cómo leerlos.

—¿Y qué pasa con sus recuerdos y sus ideas? —preguntó Sarah—. Me refiero a los del druida.

Nilla asintió. Su calavera se balanceó adelante y atrás sobre la columna vertebral. Era imposible, no había cartílago ni tendones sujetándola, pero de algún modo la calavera no sea caía de la columna. Los huesos chirriaban al moverse, eso era todo.

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