Mientras dividía su concentración entre pilotar el helicóptero, mirar a los supervivientes y vigilar a los cadáveres que tenía debajo, Richard Lawrence se dio cuenta de que Cooper y los demás habían desviado su atención, pasando de mirarlo a él a contemplar lo que estaba pasando en tierra. Miró hacia abajo a través de los pequeños paneles de observación bajo sus pies y vio cómo los cuerpos reaccionaban ante su presencia. Movió ligeramente el helicóptero y vio cómo al desplazar un poco el reflector, más siluetas a la sombra se apartaban tambaleándose. Quizá si descendía un poco, pensó, se apartarían más y podría aterrizar y recoger a los supervivientes. Lo intentó durante un instante, pero el número de cadáveres que no se movían y seguían reaccionando con violencia era suficiente para convencerlo de que no podría hacerlo. Sin embargo, la presencia del helicóptero y el miedo —parecía que ésa era la palabra correcta— que parecía provocar entre los muertos era sin duda importante. Ayudaría. Quizá daría una oportunidad a los supervivientes en tierra, por pequeña que fuera. Recordaba que en la isla le habían comentado que los cadáveres habían reaccionado de esa forma. Aunque más tranquilos y menos decididos que la mayoría, seguían atacando a los supervivientes cuando se sentían amenazados. Los cadáveres querían sobrevivir y lucharían si no tenían otra alternativa.
Desde su posición sobre el aeródromo, Richard se sentía impotente. No tenía forma de avisar a los demás o explicarles lo que sabía. Después de llevar demasiado tiempo en silencio, mirando y esperando, Emma decidió finalmente pasar a la acción. Toda la charla del mundo no les iba a sacar del aeródromo y, como ya había señalado Cooper, no tenían nada que perder y todo que ganar al intentar salir de allí. Si no hacían nada, se habría esfumado su última oportunidad. La perspectiva de un futuro relativamente seguro con Michael era un premio demasiado grande para perderlo sin luchar. Tenía que hacer algo.
—¿Adónde vas? —gritó Cooper a sus espaldas cuando se dio la vuelta, pasó por la puerta y bajó la escalera corriendo.
—A Cormansey —le respondió también a gritos—. ¿Y tú?
Sintiendo de repente el impulso de actuar, Juliet, Steve y Cooper la siguieron. Por el movimiento repentino estaba claro que Emma no tenía un plan. La encontraron al pie de la escalera, mirando a su alrededor con la esperanza de encontrar la inspiración.
—¿Ahora qué? —preguntó Juliet.
A través del humo tenue y de sabor amargo que se había filtrado dentro del edificio, Steve se dio cuenta de que se filtraba luz por debajo de la puerta de entrada. Una mezcla de las primeras luces naturales del día y de la fuerte iluminación artificial procedente del helicóptero, de manera que avanzó hacia allí. Pasando con cuidado por encima de las mesas y las sillas que Cooper y él habían utilizado antes para bloquear la entrada, miró a través de una estrecha rendija entre los dos batientes de la puerta. Ahí fuera seguía habiendo un gran número de cadáveres, pero la cantidad bajo la luz del helicóptero era ahora bastante menos compacta. Levantó la vista hacia la aeronave que estaba colgada del cielo por encima de ellos. Parecía que Richard había deducido lo que estaba ocurriendo. Steve no podía estar totalmente seguro, pero parecía que el piloto enfocaba deliberadamente la puerta con la luz.
—Si vamos a hacerlo —sugirió, de manera que su actitud decidida y positiva sorprendió a los demás—, hagámoslo ahora.
—No nos podemos arriesgar a abrir las puertas y salir —protestó Emma—. ¿Qué ocurre si nos separamos? ¿Qué haremos cuando lleguemos al camión? ¿Nos quedamos allí y te esperamos para que lo abras?
—Mucho peor —añadió Juliet—, y si abrimos las puertas y salimos, dejando las puertas completamente abiertas. No tendremos un sitio al que volver si las cosas van mal.
—Tenemos que traer el camión —indicó Cooper—. Uno de nosotros debe ir allí y traerlo para recoger a los demás.
El sonido del helicóptero era ensordecedor, amplificado por la silueta alargada y delgada del propio edificio. Por encima del ruido mecánico podían oír los sonidos ocasionales de los cadáveres golpeando paredes, puertas y ventanas. Aunque parecía que el helicóptero mantenía a raya a algunas criaturas, su posición junto a la torre de control también estaba provocando que muchas más se acercasen.
Steve Armitage no lo pudo soportar más. Por lo general era un hombre tranquilo que se conformaba con esperar y observar antes de actuar, pero, de vez en cuando, la presión de la situación le sobrepasaba y le obligaba a actuar. Había ocurrido antes en la ciudad cuando había abandonado la seguridad del complejo universitario para ayudar a buscar transporte para el grupo, y ahora estaba pasando de nuevo.
—Yo lo haré —dijo de repente.
—¿Qué? —preguntó Cooper sorprendido.
—He dicho que lo haré yo —repitió antes de que se pudiera arrepentir de presentarse voluntario—. Puedo hacerlo.
—¿Estás seguro?
—No.
Cooper se adelantó y miró a través de la rendija entre los batientes tal como había hecho Steve unos segundos antes. Su visión era limitada, pero podía ver con claridad el camión penitenciario al otro lado de la pista, donde lo habían dejado antes. No iba a ser fácil llegar a él.
—Está a un par de centenares de metros —susurró, mientras seguía mirando por la rendija— y sigue habiendo muchos cientos de cadáveres en el camino. ¿Crees que lo conseguirás?
—Lo puedo hacer —respondió Steve—. Escucha, con un número suficiente de esas cosas pisándome los talones, ¡podría correr un maldito maratón!
Cooper asintió y empezó a retirar las mesas y las sillas que estaban bloqueando la puerta.
—Cuando salgas —comentó mientras se afanaba a retirar el mobiliario, mirando al otro por encima del hombro—, baja la cabeza y corre, ¿entiendes? Sigue en movimiento hasta que llegues al camión. No te detengas por ninguna razón.
—No tenía intención de hacerlo.
—¿Preparado? —preguntó Cooper mientras apartaba la última mesa.
Steve volvió junto a la puerta.
—Preparado —respondió, aunque no sonaba muy convencido.
Inhaló una bocanada de aire profunda y nerviosa, abrió la puerta y salió de estampida hacia la fría mañana. La luz procedente del helicóptero que saturaba el entorno más inmediato lo cegó momentáneamente y la fuerza inesperada de la corriente descendente provocada por la aeronave amenazó con tirarlo al suelo. El hedor asfixiante a carne quemada le llenó los pulmones. Durante un segundo desorientador se quedó quieto y miró hacia el camión al otro lado de la pista. Su visión era relativamente clara y, durante un instante, la distancia que debía recorrer parecía tranquilizadoramente corta. Pero entonces miró a derecha e izquierda y vio que tenía cadáveres a su alrededor. Aunque algunos se mantenían ocultos en las sombras, otros empezaban a dirigirse hacia él desde varias direcciones. El sonido de la puerta que se cerraba a sus espaldas —casi inaudible por encima del ruido constante del helicóptero sobre él— le impulsó a moverse.
—Mierda —maldijo cuando el cadáver más cercano intentó agarrarlo con sus manos huesudas y duras, dado que la mayor parte de la carne putrefacta hacía tiempo que había desaparecido.
Alejándose de la torre de control al trote, e intentando desesperadamente ganar la velocidad que tanto necesitaba, Steve agarró por el cuello a la figura esquelética, la balanceó y la lanzó contra un grupo de otros cuatro cadáveres harapientos, a los que derribó como si fueran bolos.
Miró hacia delante e intentó concentrarse en el camión. Donde antes parecía que tenía un paso libre, ahora una miríada de criaturas tambaleantes zigzagueaba delante de él. Más manos feroces intentaban agarrarlo, una le acertó en la mejilla y le produjo tres cortes largos por debajo del ojo izquierdo hasta la barbilla. De nuevo se obligó a ignorar los cuerpos a su alrededor y seguir en marcha. Tenía la boca seca y el corazón le latía como si estuviera a punto de explotar, pero sabía que debía seguir adelante. Bajó el hombro cuando dos cadáveres más se cruzaron en su camino. Cargando a través de ellos, lanzó a cada uno en una dirección diferente.
Casi había llegado a la mitad del recorrido.
Steve seguía siendo un hombre pesado y en baja forma, y la rodilla derecha le dolía mucho por la tensión repentina a la que estaba sometiendo a todo su cuerpo. Sabía que no tenía más alternativa que seguir corriendo a pesar del malestar, pero cada vez que el pie tocaba el suelo, un dolor agudo y punzante le recorría la pierna desde la rodilla hasta la espalda. Los senderos y la hierba bajo sus pies habían dejado paso a la superficie de asfalto más dura de la pista y supo que casi había llegado al camión. El suelo estaba cubierto con los restos de cadáveres que se habían quemado o que los demás cuerpos habían destrozado, y pisó con fuerza uno que había caído de espaldas. Su bota le atravesó las costillas y envió en todas direcciones una lluvia de restos putrefactos de órganos internos. Mientras intentaba soltar frenéticamente el pie, tropezó y cayó al suelo, y en unos segundos los cadáveres se habían arremolinado sobre él como moscas sobre la comida.
—¡Mierda! —chilló Cooper desde la torre de control mientras miraba a través de la rendija entre los batientes.
Cada vez más cadáveres se apilaban sobre el camionero indefenso, enterrándolo rápidamente bajo un montón de carne putrefacta y en constante movimiento.
—Dios santo —gimió Emma, mirando a través de una ventana pequeña.
Cooper fue a abrir la puerta.
—Tengo que llegar a él.
—Cooper, no... —suplicó Juliet.
—No lo puedo dejar.
—Espera —pidió Emma, apretando de nuevo la cara contra la ventana.
Podía ver movimiento desde la base del montón de cadáveres. Steve seguía luchando. Muy por encima, Richard había desplazado el helicóptero y había descendido, de manera que el reflector lo iluminaba directamente. La luz repentina provocó que muchos cadáveres que se dirigían hacia la lucha dieran media vuelta y se alejaran en todas las direcciones, buscando refugio.
Tendido de espaldas sobre la pista fría y dura, y luchando por respirar a través del hedor repugnante, Steve empezó a alejar a patadas y puñetazos los cadáveres que tenía encima. Parecían huecos y fríos, y por separado ofrecían poca resistencia. Sentía su carne descompuesta goteando sobre él y babeándolo, y podía notar cómo se estaba empapando con las descargas nocivas de su descomposición. Descubrió que cuanto más luchaban, más rápido se deterioraban.
Rodó sobre la barriga e intentó ponerse en pie. Aún tenía muchos colgados de la espalda. No tenía ni idea de cuántas de esas cosas grotescas colgaban de él y no le preocupaba. Fuera como fuese consiguió ponerse a cuatro patas y después empujó con fuerza, se puso en pie y empezó a deshacerse de los cadáveres, aplastándolos como si fueran moscas. Con cinco o seis ya en el suelo, descubrió que tenía el torso libre y los únicos cuerpos que lo agarraban eran aquellos que le colgaban de las piernas. Empezó a avanzar y con sus poderosas zancadas empezó a sacudirse de encima a cada vez más de las lastimosas criaturas, hasta que estuvo completamente libre y pudo correr de nuevo. Apartó a más cadáveres de su camino antes de alcanzar un lado del camión y golpearse con él. Con un último gruñido de esfuerzo alcanzó la manecilla de la puerta del pasajero, la abrió y subió al interior. La cerró de golpe, cortando un brazo que había realizado un último y desgraciado intento por agarrarlo, y se deslizó por la cabina hacia el asiento del conductor.
—¡Está dentro! —gritó Emma desde la ventana de la torre de control—. Maldita sea, lo ha conseguido.
Sintiendo de repente que se les acababa de abrir una puerta de salida, los tres supervivientes se arremolinaron alrededor de la puerta principal y esperaron a que el camión se pusiera en marcha. Richard observaba los acontecimientos desde la seguridad relativa del helicóptero colgado en el aire y siguió bañando la escena con la intensa luz artificial, proporcionando a Steve una iluminación muy necesaria y un grado limitado de protección.
Dentro del camión, Steve intentaba recuperarse. Los ojos le picaban a causa del humo y se dejó caer sobre el volante. Cubierto de sangre medio coagulada y restos humanos, además de empapado en sudor, intentó recuperar el aliento y mantener la concentración. Alargó la mano para girar la llave y arrancar el motor, pero se quedó parado. Sentía una opresión en el pecho. Necesitaba oxígeno con desesperación, pero cuanto más hondo respiraba, más humo inhalaba y empeoraba el dolor en el pecho. Empezando como una sensación incómoda de pinchazos, rápidamente se convirtió en un dolor incontrolable, agudo, abrasador y desgarrador que se iniciaba cerca del corazón y se extendía por todo su cuerpo. Tenía los dedos entumecidos y le hormigueaban. Sentía muy pesados los pies y los intentó mover sobre los pedales.
Steve intentó de nuevo respirar lenta y profundamente, e hizo todo lo que pudo para ignorar la distracción constante de los incontables cadáveres que golpeaban furiosos contra los laterales del camión. Tomándose su tiempo, supuso que cuanto más lento se moviera, más posibilidades tendría de avanzar con el camión. Sus dedos extendidos alcanzaron finalmente la llave y de alguna manera consiguió girarla y arrancar el motor. Se tiró hacia atrás en el asiento con alivio momentáneo y satisfecho cuando el camión cobró vida. Sin embargo, el progreso fue fugaz porque otra oleada de dolor debilitante se extendió rápidamente por su pecho. Gimiendo con el esfuerzo, se forzó a concentrarse y regresar con los demás. Empezó a avanzar con el camión y lentamente giró el volante para guiar el vehículo pesado de regreso hacia la torre de control.
Iluminado aún por la luz incandescente del helicóptero, el camión rodó hacia el edificio, aplastando los cadáveres que, enloquecidos, se lanzaban delante de él.
—Aquí viene —informó Cooper, que seguía mirando a través de la rendija entre los dos batientes—. ¿Preparadas?
Juliet y Emma asintieron. La garganta de Emma estaba seca y sentía las piernas flojas: era una situación de vida o muerte y lo sabía. Al margen del peligro inmediato al que iban a enfrentarse en el exterior, lo que ocurriera durante los próximos minutos marcaría sin lugar a dudas el rumbo y la duración del resto de su vida.
—¿Qué vamos a hacer? —murmuró Juliet ansiosa.
—Cuando abra las puertas —contestó Cooper—, subid al camión. No importa si subís por delante o por detrás, o si os colgáis de un lateral, sólo subid al maldito camión y agarraos, ¿de acuerdo?