Otro fax, enviado en este caso a la redacción del desaparecido periódico
El Observador
, y dirigida a un periodista de verbo enrevesado y de enorme pesadez que había demostrado con creces su obsesión contra nosotros, muestra la variedad de los temas escogidos para disparar a la retaguardia del enemigo.
SERVICIO DE SALUD MENTAL VIRGEN DE MONTSERRAT
Sant Boi de Llobregat
C/ Antonio Pujades, 42
Tel. 93 654 63 50
Sr. Marcos O...:
Estudiado minuciosamente el informe presentado por el doctor Sagarra, así como la prueba escrita y publicada «Boadella
versus
Corcuera», la cual también incluye el citado informe, me place comunicarle que el consejo de este centro ha resuelto aceptar la petición de ingreso con carácter de urgencia para la terapia conductista solicitada por su médico.
Las condiciones de ingreso son las siguientes:
1) Se presentará en el centro el día 28 de diciembre a las 10 de la mañana (puerta principal, departamento de ingresos).
2) Entre sus efectos personales no pueden incluirse objetos punzantes, cuerdas, cinturones, etc. Tampoco ninguna clase de comida ni conserva. Deberá llevar dos pijamas, un albornoz, unas zapatillas y tres botes de plastilina para manualidades.
3) Dadas las características clínicas del cuadro previo que presenta (complejo de Sócrates con brotes de la enfermedad de Valium), estará inicialmente sometido a un período de aislamiento hasta que una mejora sustancial en su dolencia permita el contacto con otros pacientes sin riesgo para estos.
4) Necesitamos lo más pronto posible una copia del seguro privado que debe suscribir para cubrir totalmente cualquier daño o lesión que pueda ocasionar durante su estancia en el centro (destrucción de mobiliario, mordiscos, arañazos, patadas, etc.).
5) Las visitas de familiares y amigos durante el período de aislamiento serán controladas por un enfermero; cualquier comportamiento violento o anormal significaría la suspensión automática del régimen de visitas.
Con la confianza en que nuestro tratamiento supondrá una mejora en su dolencia, me pongo a su disposición para cualquier información que precise hasta su ingreso.
Reciba un cordial saludo,
Dr. Segimon Floid
En el fondo estos juegos servían sobre todo para mantener el buen humor entre nosotros sin dejarnos ganar por ningún malestar, y aunque, por temor al escarnio, nuestras acciones pudieran frenar en algunos adversarios noveles los deseos de sumarse a la persecución, la creciente animosidad que despertábamos en el
establishment
cultural y político me hacía intuir que a corto plazo nada podríamos hacer contra un empeño tan firme de arrojarnos al público desdén. Empezaba a penetrar sibilinamente el mensaje de que nuestra sátira solo era la expresión del odio que profesábamos a la tribu. En esas condiciones sería difícil resistir desde una empresa privada como Els Joglars una erosión tan persistente y generalizada de nuestra reputación profesional y cívica en una Catalunya donde el dinero público se utilizaba para acallar la contestación.
No voy a negar que en mis primeros tiempos escénicos mantuve unas relaciones cordiales con un puñado de periodistas catalanes que ayudaron amablemente a la difusión de mi trabajo. Yo les ofrecía el tema, siempre planteado de forma espectacular (a veces con cáustico descaro), y ellos lo aprovechaban dándole un cierto relieve en su medio. Esta colaboración, que ha seguido con buena parte del periodismo español, empezó a extinguirse en Catalunya a partir del momento en que los medios se sometieron al dictado de la política regional. En estas circunstancias yo era para ellos cada vez más incómodo.
Un tiempo después, cuando estos medios, en un frenesí de poder, han dado un paso más y se han otorgado el papel protagonista de la gran patraña autóctona, me han situado en los primeros puestos del enemigo a batir. Primero el goteo maldiciente, y una vez cumplimentada esta fase inicial empieza la siguiente: borrar la presencia del sujeto incómodo. La mayoría de aquellos presentadores, articulistas o periodistas con los que mantuve una cordial relación profesional ya no humana y se guardan mucho de hacer cualquier gesto de afinidad conmigo. Incluso, en los últimos tiempos, me ha tocado soportar de un buen número de ellos una repentina hostilidad expresada a través de las ondas o la letra impresa.
No es nada nuevo: es un proceso humano que acostumbra a producirse en cualquier territorio donde la democracia y la libertad de pensamiento representan el estorbo para la implantación de un sistema de unanimidad general. La justificación de la unanimidad pasa por la trascendencia inaplazable de la sublime misión. La historia nos demuestra cómo las empresas de rango tan elevado acaban alentando a la traición hacia el amigo díscolo o a la denuncia contra el propio padre si ello conviene para el triunfo de la excelsa causa.
En poco tiempo, el panorama político de la tribu tomó un rumbo bastante más amenazador que en sus inicios y los combates empezaron a sufrir un cambio sustancial: ya no peleaba contra la gansada provinciana, sino contra Catalunya, pero una Catalunya que buscaba la reproducción en versión autóctona de aquellos aciagos anhelos cuyo lema era «una unidad de destino en lo universal». En este nuevo contexto, mi armamento convencional se mostraba ineficaz contra una guerra química que empezaba a provocar una epidemia de dimensiones insospechadas y que afectaba ya a colaboradores, vecinos, amigos y parientes.
El anfiteatro romano de Nimes se halla repleto como casi siempre; la gente está tan comprimida que las gradas parecen llenas de un denso caldo en ebullición y a uno le asalta el temor a que si se remueven en exceso se desbordará el recipiente por la parte alta del edificio. Quizá se han embutido más espectadores que en la época romana, porque veo a muchos aficionados en arriesgados equilibrios sobre los muros más altos de la plaza. Esta visión de un monumento antiguo que recupera su misma función dos mil años después me causa una indescriptible euforia que comparto con Dolors. Ella siente especial fervor por toda conciliación armónica del pasado con el mundo contemporáneo; y aquí, en Nimes, igual que en el Duomo de Siracusa, que conserva las columnas del templo griego entre las paredes cristianas, el paso del tiempo parece no contar. Si no fuera por el vestuario del público y algún móvil que suena impertinentemente, lo que ocurrirá dentro de pocos instantes en este lugar no diferirá en nada de lo que ocurría en la Roma antigua.
Siempre hemos compartido con Dolors unos gustos muy parecidos, entre los que la tauromaquia figura en lugar destacado. Si encima el ritual taurino se celebra en este impresionante anfiteatro, entonces a los privilegiados asistentes de aquende los Pirineos no nos queda más que lanzar un entusiástico
Chapeau!
a estos franceses que una vez más han conseguido una
mise en scéne
incomparable, capaz de inducir a emociones de una intensidad fuera de lo común.
Resulta prodigioso que un rito ancestral como los toros haya conseguido llegar hasta nuestros días aguantando todos los envites puritanos que a lo largo de siglos clamaban por su prohibición. Si hoy se presentara por vez primera ante la Administración alguien proponiendo celebrar un espectáculo de esta naturaleza sería encerrado en un manicomio. Los tiempos corren en dirección contraria a la tauromaquia, pero milagrosamente hay todavía miles de extravagantes que seguimos gastando fortunas para asistir a un rito incierto que la mayoría de las veces no alcanza su cénit, e incluso a menudo causa cierta decepción. También es verdad que el desengaño nos provoca mayores deseos de volver, animados por la quimera de alcanzar algún día apenas unos minutos fascinantes. Sabemos que solo serán unos instantes, pero unos instantes cuya intensidad no se da hoy en ningún otro arte.
Cuando se abre el portón de cuadrillas para el paseíllo y la masa del anfiteatro acompaña con palmas los primeros compases de
Carmen
, de Bizet, las lágrimas me emborronan la imagen. Nunca he sabido exactamente por qué los toros me han proporcionado las mayores emociones artísticas de mi vida. Seguramente tiene que ver con las primeras impresiones de la infancia, cuando mi tío Ignacio me llevaba a las corridas de Barcelona. Observar de forma directa y también metafórica la vida, la muerte, la belleza, la sangre, el valor, el miedo, la crueldad, la astucia, la prudencia o el arrojo es para un niño de pocos años la mejor, más veraz y más completa explicación de la vida. Todo ello convierte los toros en un espectáculo didáctico y moral, por más que hoy tenga prohibido por ley llevar a mi nieta a la Monumental. La ignorancia de los inquisidores de la secta regional considera la tauromaquia una tradición del enemigo español, y semejante discernimiento lo encubre bajo la máscara de los buenos sentimientos hacia los animales. No nos engañemos: la exhibición de piedad es menos altruista de lo que pretende aparentar, porque su auténtica intención es acusar implícitamente de salvajes torturadores al resto de los españoles con los cuales no desean tener nada en común.
Dolors abre el bloc de dibujo para plasmar algunos momentos de la corrida. Su gesto en ese recinto prodigioso me hace percibir la sensación de bonanza que nos envuelve por haber conseguido un acoplamiento tan completo y durante tantos años. Ante la cantidad de veces que, solo con su presencia, he sido invadido por este sentimiento de éxtasis, debo aceptar que mi vida se ha desarrollado bajo lo que en cristiano se llama bienaventuranza. En los últimos tiempos únicamente nos ha faltado sentirnos a gusto en nuestra propia tribu, pero como dijo alguien: «Para amar nuestra nación primero esta debe ser amable».
¡Han pasado tantos años desde aquella primera audición de sardanas que hizo aflorar en mi mollera los primeros destellos del apego tribal! Sin embargo, no sé por qué caprichos del destino he ido envejeciendo acompañado de una constante contradicción en estas cuestiones. Las persistentes paradojas no me han permitido forjar ninguna ortodoxia firme en casi nada, pero mucho menos en temas que tengan que ver con los sentimentalismos locales. Expreso esta constatación porque la complacencia que experimento en ese lugar fascinante de Francia viene aumentada por una sensación de libertad cada vez que me alejo de Catalunya. Es algo que recuerda la época de la dictadura, cuando se huía a Perpinyá simplemente para pasear o ver las películas prohibidas en España.
Esta analogía me hace evocar aquella
boutade
anónima tan conocida en los tiempos en que la Catalunya sensata practicaba el sarcasmo como medida terapéutica preventiva:
Dolça Catalunya,
patria del meu cor,
qui de tu s'allunya...
Collons quina sort!
Era una parodia de los espléndidos versos de
mossén
Cinto Verdaguer, con música de Amadeo Vives, que en mi época de amores vernáculos conseguían irritarme el lagrimal:
Dolça Catalunya,
patria del meu cor,
qui de tu s'allunya
d'enyoranga es mor.
Para seguir los carteles de la feria hemos venido a Nímes acompañados de nuestros buenos amigos Remedín Gago y su marido, el gran matador Manolo Vázquez, que tantas veces ha toreado en esta plaza. Nos conocimos hace unos años y desde entonces el cariño mutuo ha ido afianzando nuestra relación. Las amistades de la madurez no acumulan tantos contenciosos como las de la juventud, y eso las hace más armónicas, quizá porque se aplica un principio de caducidad sobre los agujeros negros del pasado y solo cuenta un futuro que tampoco se prevé excesivo, ya que se halla sujeto a mayor riesgo.
Precisamente, en este aspecto, el goce que experimentamos juntos en la corrida, contemplado ahora desde la distancia, es el epílogo feliz de nuestra amistad. Este será también uno de los últimos momentos agradables en la larga vida amorosa de Remedín y Manolo. Apenas un par de meses después, el gran torero recibirá la inclemente estocada de la enfermedad y acabará sucumbiendo con la misma heroicidad que mostró siempre en la plaza: mirando la muerte de frente sin lamento alguno.
Percibir el dolor de una mujer que después de una dilatada vida en común seguía tan enamorada de su Manolo nos causa a Dolors y a mí una enorme impresión. Es un sentimiento en el que, además de la pérdida del amigo, se mezcla otra imagen trágica, pues en el dolor ajeno experimentamos la medida de nuestro propio sufrimiento para el que le toque sobrevivir a uno de los dos.
A Enrique Ponce le ha bajado el duende y torea como si se moviera al compás de un silencioso adagio. El público de Nimes se halla rendido ante este diestro que con tanta delicadeza atrae y acopla a su ritmo a una criatura furiosa de media tonelada dispuesta a matarlo. Ponce es un torero de una enorme galantería, capaz de ponerse en segundo plano y hacer que sea el toro el protagonista del acto. Es otra visión de la tauromaquia de tanta o mayor propiedad que la que ahora se lleva. Su soberbia generosidad tiene premio: el público pide a gritos el indulto del espléndido toro de Juan Pedro Domecq. Para ello, los franceses utilizan la palabra española, pero acentuando la vocal final:
Indultóóó! Indultóóó!
Una vez concedido el
indultóóó
, el torero, como se hace en estos casos, ejecuta la suerte final sin espada y con la palma de la mano. Como el toro tiene en el lomo las heridas de las banderillas y los puyazos, acto seguido, como un sacerdote ancestral, levanta el brazo y muestra a los tendidos la noble sangre del animal. Otra vez se me nubla la vista ante el inmenso gesto de simulación que viene a significar, en un instante, el paso del sacrificio arcaico al arte del teatro.
Dos años después, Enrique Ponce me brindará un toro en la misma plaza, y los espectadores se preguntan: «
Qui est ce monsieur?
». La señora que está sentada al lado de Dolors, muy educadamente, le plantea con exquisita delicadeza la pregunta, y ella responde: «
Pour moi, c'est l'homme le plus important de l'Espagne
».
No ha dejado nunca de sorprenderme que una mujer como ella, de personalidad delicada y sutil, que sufre tanto por los demás, quede tan cautivada por la fiesta taurina. Seguramente su formación rural tiene algo que ver con esta peculiaridad. El proteccionismo malsano a lo Walt Disney que planea actualmente sobre los animales delata la enorme ignorancia que el mundo urbano despliega ante la naturaleza, pues se empeña en adjudicarle su propia moral y, lo que es aún peor, su propia conciencia. Naturalmente, desde una óptica tan desatinada, cualquier acción natural del hombre sobre los animales podría ser comparada con el Holocausto.