Al Oeste Con La Noche (25 page)

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Authors: Beryl Markham

MAKINDU

COLONIA DE KENIA

BERYL

VE A MAKINDU MAÑANA SIETE A.M. STOP TRAE CORREO DE WINSTON STOP LLAMA A MANLE Y RECOGE CINCUENTA CARTUCHOS MUNICIÓN SEIS BOTELLAS GINEBRA SEIS BOTELLAS WHISKY DOS BOTELLAS ATEBRÍN DOS BOTELLAS QUININA PLASMA STOP MAKULA INFORMA MANADA ELEFANTES CON MACHO GRANDE STOP BABU EN MANINDU DARÁ INSTRUCCIONES POR ESCRITO SOBRE MI LLEGADA STOP SI ES DÍA DE PESCA TRAE PESCADO.

BLIX

Stop. Todo está disponible, incluido el pescado, enviado desde Mombasa. Yo también estoy disponible. La carta de Tom Blake me mira airadamente desde mi escritorio del Muthaiga Club, y tiene toda la razón. Siempre tiene razón. Lo que he aprendido sobre vuelo lo he aprendido de él y conoce el país de los elefantes de Ukamba mejor que yo. Conoce las tormentas rápidas que barren el interior desde la costa, conoce la disentería, la mosca tse-tse y la malaria; conoce la sansevieria, esa maleza plácida pero asesina, que sobresale como un montón interminable de sables desde el amplio erial que desciende hasta el océano índico.

Aterriza en la sansevieria y tu avión quedará ensartado al igual que un pato en el pincho de un taxidermista; aterriza sobre ella y camina. No muy deprisa, no muy lejos. Descansa un instante, tómatelo con calma. No hay leones de quienes hablar y pocos leopardos, si es que hay alguno. Sólo está la hormiga Siafu.

¡Cuánto elogio se ha escrito sobre la hormiga! ¡Constante, honrada, ahorrativa! No quisiera pasar una sola noche en compañía de las hormigas Siafu, no lo quisiera ni para el entomólogo más odioso, con independencia de cuáles pudieran ser sus pecados extra académicos.

La Siafu es muy constante, vive Dios, pero no es ni honrada ni ahorrativa: es ladrona, despilfarradora y comehombres. La especie más grande mide la mitad de una cerilla y con tiempo puede (y podría) roer todas las cerillas de la cristiandad si tras todos sus esfuerzos fuera a encontrar un poco de comida, de vida o de cualquier cosa.

Las Siafu no sólo pican, te arrancan pedazos. Incluso una división de reserva de las Siafu puede matar y medio comerse en pocas horas a un caballo normal y saludable que se haya escapado de su cuadra.

Muchas veces he soñado con multitud de cosas desagradables -como me imagino que nos ha pasado a todos-, serpientes, inundaciones, leopardos, caídas desde lugares altos; pero los sueños viendo a las Siafu en la cama, en el suelo, en el pelo, hacen que el resto de los sueños desagradables queden relegados a la categoría de alucinaciones, improbables pero tranquilas. Dadme escarabajos, chinches, arañas, víboras y tarántulas como botones de angora, pero no Siafu. Son las secuaces del diablo: rojas, diminutas, innumerables e inexorables.

Pienso en ellas y en las desventajas que conlleva el asunto del ojeo de elefantes. La carta de Tom no ofrece detalles, pero no son necesarios. Ni él ni yo nos hacemos ilusiones sobre la posibilidad de que haya zonas despejadas para aterrizar en ninguna parte al sur o al este de Makindu. En el África Oriental casi todo el mundo ha oído hablar de esa tierra.

La Ukamba es llana en un mapa, incluso en mi mapa de vuelo. Se extiende al este de Nairobi, hacia el norte hasta la frontera, al sudeste hasta el océano índico. Los ríos Tana y Athi la rodean, y ambos succionan sus vidas perezosas de las Highlands de Kenia. Encierran la Ukamba como un nudo corredizo deshilachado, lanzado hasta la tierra por un Satán intrigante que marcara un escenario para posteriores trabajos. El país es breña, sansevieria, fiebre y sequía. La sansevieria está por todas partes, alcanza brazas de profundidad, es impenetrable como la vegetación submarina en los terrenos sepultados del mar. No es un país para los hombres, pero sí para los elefantes. Y, por lo tanto, los hombres van allí.

Blix iba allí con frecuencia, pero Blix era Blix. Por otra parte, Tom era Tom, juicioso para todos su sueños, sólo que tal vez no se había dado cuenta de hasta qué punto estaba ya comprometida en el asunto del ojeo de animales salvajes. Al término de cada safari los cheques eran narcóticos agradables contra los recuerdos perturbadores, el trabajo era emocionante y la vida no resultaba aburrida.

BABU EN MAKINDU DARÁ INSTRUCCIONES POR ESCRITO.

BLIX

Blix -Blickie-, Barón von Blixen. Es, era, conocido indistintamente por cualquiera de estos nombres y algunos más, ninguno de ellos desagradable. Es un sueco afable de seis pies y, por lo que yo sé, el cazador blanco con mayor aguante y resistencia, el cual nunca se burla de la fanfarria de un safari, ni le mete un tiro entre los ojos a un búfalo atacante mientras comenta si a la caída del sol va a tomarse una ginebra o un whisky. Si alguna vez Blix se ha sentido desconcertado ante alguna situación, debió de ser al enfrentarse a la tarea de escribir su informe admirable, pero demasiado tímido, de su trabajo en África. Para aquellos que lo conocen, el libro es un monumento a la subestimación. En él, Blix ha convertido en toperas todas las montañas que escaló y ha hecho pasar por incidentes historias reales que un hombre no tan modesto habría transformado en sagas espeluznantes.

Para Blix no existe lo melodramático. Según mi información, nunca había rechazado un ataque de doscientos o trescientos salvajes desnudos (con una sola mano y una sola bala en el rifle) mientras sangraba profusamente por el muslo izquierdo, y este tipo de imperfecciones en su carrera de cazador lo convierten en material cinematográfico de muy mala calidad. Cuando se encontraba con ciertos nativos más o menos dedicados al nudismo, por no decir a la mutilación criminal, como a menudo sucedía, siempre terminaba intercambiando historias con el jefe y durante la conversación los jóvenes guerreros andaban de puntillas mientras ellos bebían calabazas llenas de tembo a la sombra de cualquier cabaña o árbol que sirviera de Salón del Trono.

Decir que el Barón von Blixen como cazador blanco era frío ante el peligro, es algo estereotipado y bastante inexacto. En primer lugar, nunca se lanzaba de cara al peligro si podía evitarlo; en segundo, si por casualidad se encontraba (él o cualquier otra persona) en una situación peligrosa, le entraba más calor que frío, y no se quedaba callado, sino blasfemaba.

Pero dichas manifestaciones externas eran mucho menos importantes que el hecho de que él nunca hacía algo equivocado y nunca erraba el tiro.

Bwana Blixen sigue siendo un nombre que en muchos sitios, desde Rodesia hasta el Congo Belga, hasta el desierto del Sahara, sonaría en más de un oído con la rápida familiaridad de un eco.

Encontrarlo al final de un telegrama procedente de Makindu, incluso después de una larga amistad, seguía produciéndome una sensación demasiado fuerte como para no tenerla en cuenta.

Muthaiga Club

Nairobi

Colonia de Kenia

Querido Tom:

Las piezas para la Avian llegaron aquí a tiempo, gracias a tu rápida actuación. Algún día tendré una rueda trasera en vez de un patín y no se romperá en los aterrizajes bruscos.

No te preocupes por el ojeo de elefantes. Sé que tienes toda la razón y procuraré no hacerlo, mientras pueda, pero Blix me ha telegrafiado hoy desde Makindu y me voy por la mañana. Es el safari de Winston Guest.

Vientos de cola y buenos aterrizajes.

Como siempre,

BERYL

Con la ayuda de un hilo de humo azul que indica, aunque sin entusiasmo, la inclinación del viento, aterrizo con la Avian en el claro de muram de Makindu, subo gateando y me dirijo a la estación.

Makindu no se parece a nada; no es nada. Sus cinco cabañas con el techo de hojalata se pegan a las delgadas vías del ferrocarril de Uganda como parásitos a la vid. En la mayor de ellas -la estación- hay una mesa y el babu de Blix se desgasta el índice en el teclado de un telégrafo.

Algún día había un grupo pequeño pero selecto de hindúes errantes por África, cada uno con el atributo distintivo de un índice torcido. Serán los descendientes de los primeros jefes de estación del primer ferrocarril de Uganda. He llegado en avión, a pie o a caballo durante todas las horas del día o de la noche a una u otra de las treinta y pico estaciones de Kenia y todavía no he encontrado nunca un teclado de telégrafo sin su babu inclinado sobre él, aporreándolo como un loco, como si el océano índico se estuviera tragando todo el África Oriental y sólo él hubiera observado el fenómeno.

En realidad no tengo ni idea de lo que hablaban. Posiblemente juzgo mal a los babus, pero creo que en el mejor de los casos se leían unos a otros las novelas de Anthony Trollope por cable.

El babu de Makindu soltó de un tirón un montón impresionante de puntos y rayas antes de levantar la vista de la mesa. Sus ojos eran castaños y afables, un poco cansados de tanto mirar, y su pequeña cabeza estaba arrugada como una pasa seca. Llevaba unos pantalones de tela cruzada baratos y sucios, y una camisa de algodón limpia. Al final, se levantó y se arqueó:

-Tengo un mensaje del barón para usted.

Sobre la mesa había un pincho con tres hojas de papel de distinto color, tamaño y forma. Reconocí la letra de Blix en la primera, pero el babu, dándose mucha importancia, barajó las tres hojas como si se tratara de cien. Finalmente me entregó las instrucciones con la sonrisa exultante de un director de banco que entrega la nota de un giro.

-Mi esposa tiene té para usted.

El té preparado por las mujeres de los babus de las estaciones se compone principalmente de azúcar y jengibre puro, pero siempre está caliente. Me tomé el té y leí las instrucciones de Blix.

Llega a Kilamakoy. Busca humo. Debajo había un dibujo garabateado a toda prisa, con flechas y un círculo en el que decía Campamento.

Les agradecí a mis anfitriones el té, me dirigí hacia la avioneta, hice girar la hélice, fui directamente a Kilamakoy (que no es un poblado, sino una palabra wakamba que significa una extensión de terreno en la que no es posible vivir) y busqué el humo.

Un poco más tarde vi una carretera mezquina cercada de matorrales, con un hombre blanco situado en cada extremo; hacían señas con un entusiasmo tal que llegué a la conclusión de que lo más necesario y urgente era la ginebra, no la quinina.

XVII

ES POSIBLE QUE DEBA DISPARARLE

Si hubiera algún lugar en el mundo en el que todavía vivieran mastodontes, supongo que alguien haría el diseño de una nueva escopeta y los hombres, con su eterna desvergüenza, cazarían mastodontes como ahora cazan elefantes. Desvergüenza parece ser la palabra indicada. Al menos David y Goliat eran de la misma especie, pero para un elefante lo único que puede ser un hombre es una mosca enana con un aguijón mortal.

Es absurdo que un hombre mate un elefante. No es brutal, no es heroico y, verdaderamente, no es fácil; sólo es una de esas ridiculeces que hacen los hombres como construir un dique en un gran río, el cual podría engullir a toda la humanidad con una décima parte de su volumen sin que la vida familiar de un solo siluro se viese perturbada.

El elefante, con independencia de que su tamaño y configuración se acomoden mejor, desde el punto de vista estético, a esta tierra que nuestra formación angular, posee una inteligencia media similar a la nuestra. Por supuesto no son tan ágiles ni tan adaptables físicamente como nosotros; la Naturaleza desarrolló sus cuerpos en una dirección y sus cerebros en otra mientras que, por otra parte, en la lotería del señor Darwin los seres humanos sacaron el número ganador y la serie para complementarlo. Ésta, supongo, es la razón por la que somos tan maravillosos y podemos hacer películas, maquinillas eléctricas y aparatos sin hilos... y escopetas con las cuales poder practicar el tiro al elefante, a la liebre, al plato y al prójimo.

El elefante es un animal racional. Piensa. Blix y yo (también animales racionales por derecho propio) no hemos estado nunca muy de acuerdo con respecto a los atributos mentales del elefante.

Sé que no se puede dudar de Blix porque ha aprendido e incluso oído más sobre elefantes que cualquier otro hombre conocido por mí, pero se muestra un tanto suspicaz en cuanto a leyendas se refiere, y yo no.

Hay una leyenda que dice que el elefante prepara su muerte en cementerios secretos y que jamás se ha descubierto ninguno de ellos. El único hecho para apoyar esta teoría es que raras veces se ha encontrado el cuerpo de un elefante, a no ser que cayese en una trampa o le hubiesen disparado y abandonado. ¿Qué pasa con los viejos y los enfermos?

Desde hace años, no sólo los nativos sino muchos colonos apoyan la leyenda (si es leyenda) de que el elefante transportará a sus heridos y enfermos a lo largo de cientos de millas, si es necesario, para protegerlos de las manos de sus enemigos. Y se dice también que el elefante nunca olvida.

Quizá sólo sean historias nacidas de la imaginación. Hubo un tiempo en que el marfil era tan apreciado como el oro y donde quiera que haya un tesoro el hombre lo mezcla con el misterio. Pero sin embargo, no hay misterio en las cosas que ves con tus propios ojos.

Según creo, soy la primera persona que ha ojeado elefantes con un avión, por tanto se puede deducir que la molestia más inquietante que jamás había pasado por encima de las cabezas de los miles de elefantes vistos por mí una y otra vez desde el aire habían sido los pájaros.

La primera reacción de una manada de elefantes ante la Avian era siempre igual: abandonaban el lugar en donde comían y buscaban refugio, aunque con frecuencia, antes de rendirse, uno o dos de los machos se preparaban para la batalla y embestían en dirección a la avioneta, si la altura a la que volaba era lo suficientemente baja como para quedar dentro de su campo de visión. Cuando se percataban de la inutilidad de su actuación, toda la manada se metía en lo más profundo de la breña.

Al siguiente día, al pasar de nuevo por la misma manada siempre descubría que se habían devanado los sesos durante la noche. En base a su reacción ante mi segunda intrusión consideraba que su forma de discurrir había sido algo así: a) La cosa que voló sobre nosotros no era un pájaro, pues a ningún pájaro le costaría tanto permanecer en el aire y, de cualquier manera, nosotros conocemos todos los pájaros. b) Si no era un pájaro, posiblemente sólo era otro truco de esos enanos bípedos contra quienes deberíamos dictar nuestras leyes. c) Los enanos bípedos (tanto negros como blancos), hasta donde alcanza nuestra buena memoria, han matado a nuestros machos por sus colmillos. Lo sabemos porque, al menos en el caso de los enanos blancos, lo único que se llevan son los colmillos.

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