Read Al Oeste Con La Noche Online
Authors: Beryl Markham
Una nube de gente cada vez más oscura repta por el hipódromo, cruza las tribunas, amortiguando con sus movimientos de vaivén el trueno marcial de la Banda del K.A.R.
Hacia el norte se dibuja el monte Kenia, trono del dios kikuyu, enjoyado a la luz del sol, recostado en el armiño de la nieve perenne. Y hacia el noroeste, más abajo, como una capa dé púrpura real que espera el ocio de este mismo dios prodigioso, se extienden los Aberdares. A la sombra de tan soberanos elementos se extienden los lugares predilectos e innobles del hombre de la calle -el bazar indio, el pueblo somalí, la propia Nairobi en su majestad microcósmica. Y sus habitantes, de un colorido tan variado como el de unos abalorios desordenados, se derraman por las puertas abiertas del hipódromo pagando la entrada, anhelantes de placer.
A veces me he preguntado si es la belleza de un caballo corriendo lo que atrae a tantos tipos de gentes hacia un anfiteatro provisional como éste, o si es el magnetismo de una multitud, o si se trata tan sólo de la esperanza banal de ganar con facilidad un chelín. Tal vez no sea nada de esto.
Quizá sea la esperanza desconocida de captar, durante un instante, lo que las sensaciones primordiales crean en la fuerza libre de unos ijares brillantes y unos cascos torrenciales batiéndose en un desafío contra el suelo.
El dueño de una
duka
india, un funcionario del gobierno, un Lord Delamare, un Eric Gooch, todos piezas de una clase, con una clase de vida, han hecho de éste y de cualquier otro lugares para sí mismos en los que pueden sentarse con los brazos cruzados y pagar un tributo habitual a un animal tan humilde que puede comprarse con un cheque bancario.
Sin embargo, me pregunto si es comprado alguna vez. Me pregunto si el espíritu de Camciscan, la firme integridad de Pegaso, el corazón sabio y valiente de Wise Child pueden comprarse.
¿Es decir demasiado de los caballos?
Recuerdo lo que hicieron; recuerdo esta Saint Leger.
En la larga conversación de los apostantes continentales eso es algo trivial. No es trivial para Wrack, para Wise Child, para los otros ocho caballos que tomarán la salida; no es trivial para mí cuando hago los preparativos finales.
Toco las piernas de la potra, un poco hinchadas pero no febriles. Me arrodillo y le ato las tendoneras, firmemente, con cuidado. Le pongo la ligera brida de carreras con mis colores azul y oro a rayas en la cinta de la frente; le coloco la amarra sobre la cabeza, en su cuello.
Arab Ruta fija la almohadilla protectora en la cruz, el paño con el número y después la silla.
Por último aprieto las cinchas: No hablamos mucho. Sólo en cuestión de minutos sonará la campana que llama a los caballos al paddock.
Sonny Bumpus ha recibido instrucciones. El muchacho delgado y de pelo oscuro ha escuchado con atención cada palabra. Es un gran jinete, franco como la luz del día.
Le he explicado la estrategia una y otra vez: Quédate a dos o tres cuerpos de Wrack durante los dos primeros estadios, hasta que la potra se caliente. Mantenía estable en la primera curva; si después de eso las patas aguantan, deja que siga en la recta larga. Toma la delantera y no la dejes.
La potra tiene buena voluntad y es rápida. Allí se quedará para siempre. Si Wrack te desafía no te preocupes; mientras que sus patas puedan mantener el ritmo, nunca abandonará. Si le fallan, bueno, no será culpa tuya pero, suceda lo que suceda, no utilices la fusta. Si lo haces se parará en seco.
Eso es todo. Todo lo que puede ser. Suena la campana y hago un gesto con la cabeza a Ruta.
Coge las riendas de Wise Child con las manos y la lleva lentamente hacia el paddock. La pequeña mancha de sudor en sus ijares es el único indicativo de que comparte con nosotros nuestra ansiedad, nuestros temores callados y nuestras tranquilas esperanzas.
Sólo es una coincidencia el hecho de que en el paddock quede en linea detrás de Wrack, así me da la oportunidad de compararlos detalladamente. Ni siquiera me preocupo de los otros -los participantes de Lady MacMillan, uno de Delamare, un par inscrito por Spencer Tryon, uno de los mejores entrenadores-. Todos son buenos caballos pero ninguno supone una amenaza. Wise Child sólo tiene dos amenazas: Wrack y sus tendones débiles.
Wrack es un triunfador con ventaja para la victoria. Es un potro hermoso, suave como la propia velocidad, que baila como un boxeador sobre sus pies, grandes y rápidos, y hace alarde de su cuerpo reluciente frente a la mansa y recatada Wise Child. Lo miro y me atribuyo el mérito de esa figura impresionante, pero me permito un pequeño consuelo malicioso a la vista del excesivo sudor que corre por su piel castaña, pero esa piel si no lo tuviera, quizá estaría demasiado seca al toque de unos dedos experimentados. Desde que Wrack me abandonó, ¿le han entrenado en exceso?
¿Alguien ha estado tan nervioso? O estoy sofocando la razón con un deseo...
Reconozco al propietario de Wrack a unas cuantas yardas, en la barrera, junto al nuevo entrenador del potro. Nos saludamos el uno al otro con una inclinación de cabeza, con la misma calidez que podría esperarse de unos robots. No puedo remediarlo. Me maldeciré por partida doble si intento remediarlo.
Erich Gooch me toca en el hombro.
-No he podido resistirlo -dice-. La potra tiene tan buen aspecto que he hecho una apuesta por mí y otra por ti. No estaré obligado a hipotecar la vieja hacienda si pierde, pero si gana los dos seremos un poco más ricos. ¿Lo hará?
-Sus patas son débiles como cañas de avena, pero lo intentará.
-¡El caballo es Wrack! -un caballero dogmático a mi lado se apresura a apostar por Wrack.
Pongo mala cara, pero el hombre no es tonto.
Se hacen comentarios sobre las espléndidas condiciones de Wise Child, pero la potra se muestra sorda como una tapia a los halagos. Está sorda a todo. Da una vuelta al paddock ante la mirada crítica de quinientos pares de ojos. Se mueve con modestia, incluso con timidez, como si el hecho de estar allí deseara fuese considerado como un error excusable.
De repente la multitud murmura y se mueve, la entrada al paddock se despeja y el caballo principal -un semental negro se pavonea con un estilo pomposo hacia la pista.
Eric y yo corremos por la tribuna al box de Delamare. Esperamos, observamos, nos apoyamos en el antepecho de madera.
Los caballos pasan con energía por delante de las tribunas. Wise Child, con Sonny a la grupa, ligero como una pluma, camina detrás de los demás con la timidez de un escolar. No tiene amor propio, pero puede permitirse el lujo de ser vanidosa. En el equipo no hay ninguna más bonita que ella, ni más pensativa. Me estiro para intentar de una forma ridícula que se fije en mí, para hacerle comprender un poco que comparto el peso de su secreto, el secreto de esas patas atadas con elegancia que posiblemente tengan que rendirse tan pronto.
-¡Tiene un aspecto maravilloso!
Eric está radiante, pero no le respondo. Desabrocho la caja de los prismáticos y veo cómo tiemblan mis manos. No ganará; no puede ganar. Conozco el cuerpo de Wrack. Intento parecer natural y saludo a mis amigos mientras manoseo mi programa, como si realmente pudiera leerlo.
Pero las páginas están en blanco. No leo nada. Observo al pequeño grupo de caballos con una angustia exenta de humor, como si esto no fuera sólo una carrera celebrada bajo el sol de África en un lugar ruidoso entre el lago Victoria y el océano índico, sino la carrera mayor de todos los tiempos, celebrada en el mayor hipódromo, con el mundo mirando por encima de mi hombro.
De forma incongruente la orquesta proclama las notas de Mandalay, éstas tensan los nervios y un sector del público golpea las tablas del suelo en una atmósfera cargada. Ojalá callara la orquesta, y me gustan las orquestas. Ojalá la gente dejara de tararear esa melodía monótona, y me gusta la melodía. Veo perfectamente sin gafas, pero me llevo los prismáticos a los ojos y observo., Están en la línea de salida, algunos ansiosos, algunos testarudos, algunos no muy seguros.
Sobre sus grupas radiantes los jockeys parecen baratijas llamativas atadas con cuerdas. Suben y bajan, se elevan, se inclinan y después se vuelven a colocar. Un caballo recula o da vueltas levantando nubes de polvo de la pista, hasta que se traga a la marioneta brillante que lo monta, pero aparece de nuevo, ahora transformado, ahora obstinadamente humano, controla, dirige, observa.
Encuentro a Wrack. ¡Miro a Wrack! Pugna por correr, se muere por correr. Está impaciente por el retraso, como siempre. Diablo arrogante, quiere que termine ya; es su carrera y quiere metérnoslo en la cabeza de una vez por todas. ¿Por qué la ceremonia? ¿Por qué el suspense?
¡Corramos! Hace una pirueta; corcoveará si su boy no consigue sujetarlo. Calma Wrack, tranquilo, ¡loco, elegante!
La salida está lista, la multitud está lista, Eric y yo estamos listos. La orquesta se ha callado y la tribuna es un tabernáculo da silencio. Éste es el momento, éste debe ser el momento. Calma Sonny, el final puede depender del principio, ¿sabes? Tranquila, Wise Child. De acuerdo. Todo el mundo en pie, todo el mundo estira el cuello.
Hermosa alineación; sus ollares son uniformes como los botones de una cinta. Vigila la bandera. Vigila...
¡No! Salida falsa. Wrack, idiota; te saqué eso de la cabeza. Te lo saqué una vez. No puedes empezar así, debes estar tranquilo. ¿No te acuerdas? Debes...
-Tranquila -dice Eric-, estás temblando.
Lo estoy. No como una hoja, pero sí como una rama. No veo la forma de remediarlo, me vuelvo hacia Eric y sonrío vagamente, como si alguien de más de ochenta años me hubiera sacado a bailar.
Cuando me giro de nuevo ya han salido, con Wrack a la cabeza. Muy bien. Eso es lo que yo esperaba. Eso es también lo que la multitud esperaba. Cinco mil voces, cada una con un tubo de un órgano inmenso y discordante, se hinchan y envuelven la nota única y valiente del trompetista. Me envuelven, pero suenan como un susurro un poco ronco y sin embargo, como un susurro. He dejado de temblar, casi de respirar, creo. Ahora estoy tranquila, muy sosegada. Han salido, van por su camino, se contonean en el largo recorrido y dejan tras de sus patas un murmullo de trueno.
¿Cómo puedo comparar una carrera como ésta con la música? ¿O cómo no puedo? ¿Algún perfeccionista sentado con comodidad en los brazos de su sillón bajo los ojos de mármol de Beethoven se estremecerá con ese pensamiento? Supongo que sí, pero si hay un juglar de notas y cadencias en ciernes, no tan fiel al pasado imperturbable, que busca un nuevo tema para una rapsodia, puede comprar una entrada en cualquier taquilla y ver cómo corren. Hará lo que yo no puedo hacer. Se quedará traspuesto, cambiará y se recreará con el sonido de unos cascos que arrecian como la lluvia, o llegan como una tormenta, o se afilan como el rataplán de unos tímpanos desvaneciéndose. Encontrará instrumentos que se ajusten al bramido de la multitud y notas que expresen su silencio; encontrará ritmo en el desorden y de un suspiro creará un crescendo. Si observa bien encontrará sitio para compases heroicos y creará un ritmo salvaje para el punto culminante y tejerá la música del entusiasmo con sus sobretonos.
Una carrera no es algo sencillo. Ésta no lo es. Ahí no hay sólo diez caballos galopando a la máxima velocidad posible. La habilidad, la razón y la oportunidad corren con ellos. El valor corre con ellos. Y la estrategia.
Una carrera no se ve: se lee. Hay un motivo para cada cambio y para cada variación. Los jockeys tienen capacidad o no la tienen; son chapuceros o no lo son. Un caballo tiene corazón o no lo tiene:
Las preguntas deben responderse antes de que el golpe de un casco siga al siguiente, al vacilar, al engañar, al maniobrar. ¿Más velocidad? De acuerdo, pero ¿durará?
¿Quién puede decirlo? Un buen jinete puede emitir un juicio acertado sobre la velocidad. Paso lento, paso medio, paso rápido, ¿cuál? ¡No permitas que un segunda clase domine la carrera! Sonny no debería; es sensible como un cronómetro. Pero él podría.
¿Quién se queda atrás, es un truco o un desafío? No enloquezcas, no te pongas nerviosa, no te precipites. Una milla y tres cuartos, ya sabes, con diez en carrera y cada uno de ellos es un vencedor hasta que se demuestre que no lo es. ¡Hay tiempo, hay tiempo! Hay demasiado tiempo, tiempo para los errores, tiempo para robar un primer puesto, tiempo para que se desvanezcan la resistencia y el aliento, tiempo para perder, con cuarenta pezuñas diciéndotelo en un repiqueteo insistente. Los ojos abiertos, ¡atención al resultado!
Wrack va el primero, el semental negro empuja fuerte. Un caballo marrón con más estilo que velocidad se hace con un precario tercer puesto. Es Wise Child a su flanco, en la barrera. Es suave, suave como un leopardo.
-¡Dios, va bien! -grita Eric y yo sonrío.
-Tranquilo, estás temblando.
Quizá no lo esté, pero da saltos arriba y abajo como si hubiera ganado la carrera y no la ha ganado. Todavía no ha ganado nada. Los tendones. Los tendones... ¡recuerda los tendones! Por supuesto, va bien pero...
-¡Vamos, Wrack!
Apoyo no identificado al enemigo. Resoplo y murmuro mentalmente. Tonto, no grites, vigila.
Ya están en la recta. Mi jockey no es tonto, Sonny no es tonto. ¿Ves eso? ¿Ves a Wise Child moviéndose, deslizándose? ¿Dónde está tu Wrack ahora? No grites, vigila. Lo alcanza, ¿no? Se está acercando, ¿no?
Sí, lo está haciendo. La multitud se excita, olvida las apuestas y ruge pidiendo sangre. También la tienen. Wrack es la imagen de la potencia, Wise Child es un estudio en coordinación de músculo, hueso y nervio. Es rápida, es suave. Es suave como un filo. Corta la luz del día entre Wrack y ella misma y la reduce a una mano, a un cabello, a nada.
-¡Vamos, Wrack!
Intransigentes, ¿eh? De acuerdo, rugid de nuevo, aullad de nuevo, pero ¡apostad de nuevo, si podéis!
La potra pasa al potro como un rayo, como una tormenta de polvo pasa a una piedra, como un leopardo pasa a un podenco. Pobre Wrack. Se le romperá el corazón.
¡Pero no, no es el corazón de Wrack! Levanta un poco la cabeza, sé que está dando todo lo que tiene, pero da más. Es un semental y el amor propio del macho enciende un valor que suaviza el dolor de sus músculos ardientes. Se olvida de sí mismo, de su jockey, de todo salvo de su objetivo.
Baja la cabeza y retumba tras la potra.
Sin verlo, sé que Eric me lanza una mirada rápida, pero no puedo devolvérsela. Sólo puedo observar la lucha. Todavía no soy tan insensible como para que la valentía de Wrack no me parezca tan magnífica.