Hubo una pelea en la que Lilith no pudo mantenerse al margen..., una que, como siempre, empezó por una estupidez. Una mujer grandota, malhumorada y no especialmente brillante, llamada Jean Pelerin, exigió el fin de la dieta sin carne. Ella quería carne, la quería ahora, y más le valdría a Lilith que la consiguiera inmediatamente, si sabía lo que le convenía.
Todos los demás habían aceptado, más o menos a regañadientes, la ausencia de carne.
—Los oankali no comen carne —les había explicado Lilith—, y, dado que podemos pasarnos sin ella, tampoco nos la dan a nosotros. Dicen que, cuando estemos de regreso en la Tierra, seremos libres para volver a criar y matar animales si queremos..., aunque, en general, aquellos a los que estábamos acostumbrados se han extinguido.
A nadie le gustaba la idea. Hasta el momento, no había Despertado a nadie que fuera antes vegetariano. Pero, hasta la bronca de Jean Pelerin, nadie había intentado hacer nada al respecto.
Jean se abalanzó contra Lilith en medio de una lluvia de puñetazos y patadas, obviamente tratando de vencerla al momento.
Sorprendida, pero en absoluto dominada, Lilith le devolvió los golpes: dos puñetazos, cortos y rápidos.
Jean se desplomó, inconsciente, sangrando por la boca.
Asustada y aún irritada, Lilith comprobó que la mujer seguía respirando y no estaba malherida. Se quedó con ella hasta que hubo recuperado el bastante conocimiento como para lanzarle una mirada asesina. Entonces, sin decir palabra, se alejó.
Se fue a su habitación y se quedó unos momentos sentada, pensando en la gran fuerza que le había dado Nikanj. Había contenido sus puñetazos, pues no deseaba dejar a Jean inconsciente, y pese a todo la mujer había caído sin sentido. Ahora ya no la preocupaba Jean, sino el no saber cuáles eran sus propias fuerzas. Podía matar accidentalmente a alguien, o podía dejarlo lisiado. Jean no sabía lo afortunada que era, con su dolor de cabeza y su labio partido.
Se dejó caer al suelo, se quitó la chaqueta, y comenzó a hacer los ejercicios destinados a quemar el exceso de energía y emoción. Todos sabían que ella se ejercitaba periódicamente, y varias otras personas habían comenzado a imitarla. Para Lilith, aquélla era una actividad cómoda y que no requería pensar, y que le daba algo que hacer cuando no podía hacer nada respecto a su situación.
Alguna gente la atacaría. Probablemente aún no había experimentado lo peor que había en ellos. Quizá tendría que matar, quizá la matasen. Y gente que ahora la aceptaba tal vez se apartase de ella si hería gravemente o mataba a alguien.
Por otra parte, ¿qué podía hacer? Tenía que defenderse. ¿Y qué dirían los demás si hubiese derrotado a un hombre con tanta facilidad como había vencido a Jean? Nikanj le había dicho que podía hacerlo. ¿Cuánto tiempo pasaría hasta que alguien la obligase a comprobar si esto era cierto o no?
—¿Puedo entrar?
Lilith acabó sus ejercicios, se puso la chaqueta y contestó:
—¡Adelante!
Estaba aún sentada en el suelo, respirando profundamente, disfrutando perversamente del ligero dolor en sus músculos, cuando entró Joseph Shing, rodeando la nueva partición curvada que hacía de vestíbulo de entrada, y pasó a su habitación. Ella se recostó contra la plataforma-cama y le miró. Y, puesto que era él, le sonrió.
—¿No estás herida? —preguntó el hombre.
Ella negó con la cabeza:
—Un par de moretones.
Él se sentó junto a ella.
—Le está diciendo a la gente que eres un hombre. Dice que sólo un hombre puede pelear de esa manera.
Ante su propia sorpresa, Lilith se echó a reír a carcajadas.
—A alguna gente no le hace gracia —observó él—. Ese tipo nuevo, Van Weerden, dijo que no eras humana.
Ella le miró y se puso en pie para salir fuera, pero él sujetó su mano y la retuvo.
—No te preocupes. No están por ahí haciendo corrillos, murmurando entre ellos y creyéndose lo que murmuran. De hecho, no creo que ni Van Weerden se lo crea. Sólo quieren alguien a quien culpar de sus frustraciones.
—Pues yo no quiero ser ese alguien —musitó ella.
—¿Y cómo puedes evitarlo?
—De alguna manera —suspiró. Dejó que él tirase de ella y la hiciera sentarse, de nuevo, junto a él. Cuando él andaba por allí le resultaba imposible engañarse a sí misma.
Tate, con su típica malicia, le había dicho:
—Es viejo, es bajo y es feo. ¿Es que no eres nada discriminadora?
—Tiene cuarenta años —le había contestado Lilith—, a mí no me parece feo, y, si a él no le molesta mi tamaño, a mí no me molestará el suyo.
—Podrías encontrar algo mejor.
—Estoy satisfecha. —Nunca le dijo a Tate que Joseph casi había sido la primera persona a Despertar. Agitó la cabeza al pensar en los intentos, medio a desgana, de Tate por apartar a Joseph de su lado, atrayéndolo hacia sí. No es que lo quisiese para ella..., sólo quería demostrar que podía hacerse con él..., y, en el proceso, apartarlo del lado de ella. A Joseph todo aquello le había parecido muy divertido.
Otra gente se mostraba menos relajada en situaciones similares, y esto era lo que causaba la mayor parte de las peleas más brutales. Un número creciente de seres humanos, aburridos y enjaulados, no podía evitar el encontrar cosas destructivas que hacer.
—¿Sabes? —le dijo—. Tú mismo podrías convertirte en blanco de sus iras. Alguna gente podría pensar en descargar su mala leche contra mí en tu persona.
—Sé kung fu —dijo él, examinando los nudillos pelados de Lilith.
—¿De veras?
Él sonrió.
—No, sólo hacía un poco de tai chi como ejercicio. No se suda tanto.
Lilith decidió que le estaba diciendo que ella olía a sudor..., lo cual era cierto. Se levantó para ir a lavarse, pero él no permitió que se fuera.
—¿Puedes hablar con ellos? —le preguntó.
Le miró. Se estaba dejando crecer una pequeña barba negra. Todos los hombres se estaban dejando la barba, porque no les habían suministrado útiles para afeitarse. No les habían suministrado nada duro o aguzado.
—¿Quieres decir hablar con los oankali? —preguntó.
—Sí.
—Nos están escuchando todo el tiempo.
—Pero, si les pides algo, ¿te lo suministrarán?
—Probablemente no. Creo que, para ellos, ya ha sido una gran concesión el darnos ropa.
—Sí, suponía que me dirías eso. Entonces, tendrás que hacer lo que Tate quiere que hagas: despertar a un montón de gente a la vez. Hay bien poco que hacer aquí. Haz que la gente esté ocupada ayudándose los unos a los otros, enseñándose cosas entre sí.
Ahora somos catorce, Despierta mañana a diez.
Lilith sacudió la cabeza.
—¿Diez? ¡Pero...!
—Alejará de ti algo de la atención negativa. La gente ocupada tiene menos tiempo para estar soñando fantasías y peleándose.
Ella se apartó de su lado para sentarse frente a él.
—¿Qué sucede, Joe? ¿Qué es lo que anda mal?
—Es la gente, portándose como gente. Nada más. Probablemente ahora no estás en peligro, pero lo estarás pronto. Eso ya debes saberlo.
Ella asintió con la cabeza.
—Cuando seamos cuarenta, ¿nos sacarán los oankali de aquí, o...?
—Cuando seamos cuarenta, y los oankali decidan que estamos dispuestos, vendrán.
Y, finalmente, se nos llevarán para enseñarnos cómo vivir en la nueva Tierra. Tienen una... una zona de la nave que han construido para que sea como un trozo de la Tierra.
Han hecho crecer allí una pequeña selva tropical..., como la selva a la que seremos enviados en la Tierra. Allí nos entrenarán.
—¿Has visto ese lugar?
—He pasado un año allí.
—¿Por qué?
—Primero aprendiendo, luego demostrando que había aprendido. No es lo mismo conocer que emplear el conocimiento.
—No. —Pensó por un momento—. La presencia de los oankali los unirá a todos, pero puede hacer que aún estén más en contra tuya. Sobre todo si los oankali los asustan mucho.
—Los oankali los asustarán.
—¿Tan malos son?
—Tan alienígenas. Tan feos. Tan poderosos.
—Entonces..., no vengas a la selva con nosotros. Trata de escaparte de ello.
Ella sonrió amargamente.
—Joe, yo hablo su idioma..., pero jamás he sido capaz de cambiar una sola de sus decisiones.
—¡Inténtalo, Lilith!
Su intensidad la sorprendió. ¿Había visto, realmente, algo que a ella se le había escapado..., algo que no quería decirle? ¿O, simplemente, estaba comprendiendo, por primera vez, la posición de ella? Desde hacía mucho, Lilith sabía que posiblemente estaba condenada. Había tenido tiempo de acostumbrarse a la idea y de comprender que tenía que luchar no contra alienígenas no humanos, sino contra su propia especie.
—¿Hablarás con ellos? —insistió Joseph.
Tuvo que pensar un momento para darse cuenta de que se refería a los oankali. Asintió con la cabeza.
—Haré lo que pueda —dijo—. Y quizá Tate y tú tengáis razón en eso de Despertar más rápidamente a la gente. Creo que estoy dispuesta a hacerlo.
—Bien. Tienes un buen núcleo a tu alrededor. Los nuevos que Despiertes podrán aclararse mientras estén en la selva. Allá tendrán más cosas que hacer.
—Oh, tendrán mucho que hacer. Claro que el tedio de algunas... Espera a que os enseñe cómo tejer una cesta o una hamaca, o cómo haceros vuestras propias herramientas para el huerto y cómo usarlas para hacer crecer vuestra propia comida.
—Haremos lo que sea necesario —rió él—. Si no podemos, entonces no sobreviviremos.
Hizo una pausa, y apartó la mirada de ella.
—Yo he sido toda mi vida un hombre de ciudad. Quizá no sobreviva.
—Si yo sobrevivo, tú sobrevivirás —dijo ella hoscamente.
Él rompió el mal momento riéndose en voz baja:
—Ésa es una estupidez, pero es una estupidez encantadora. Yo siento lo mismo hacia ti. ¿Ves lo que pasa por estar tanto tiempo encerrados juntos, sin nada que hacer? Tanto cosas buenas como malas. ¿A cuánta gente Despertarás mañana?
Lilith había doblado su cuerpo casi en tercios, con los brazos apretados alrededor de sus dobladas rodillas, la cabeza apoyada sobre ellas. Su cuerpo se estremecía con una risa sin humor. Él la había despertado una noche, aparentemente sin pensárselo antes, y le había preguntado si podía acostarse con ella. Ella había tenido que dominarse para no agarrarlo y echarlo en la cama más rápidamente.
Pero no habían hablado de sus sentimientos hasta ahora. Todo el mundo lo sabía.
Todo el mundo lo sabía todo. Ella, por ejemplo, sabía que la gente decía que él dormía con ella para obtener privilegios especiales, o para escapar de aquella prisión. Desde luego, él no era alguien en quien se hubiera fijado en la Tierra de antes de la guerra, ni él se habría interesado por ella. Pero, aquí, había habido una atracción entre los dos desde el momento mismo en que él se había Despertado..., intensa, inescapable, continuada, y, ahora al fin, hablada.
—Despertaré a diez personas, como tú has dicho —le dijo finalmente—. Me parece un buen número. Ocupará a todo el mundo en quien pueda confiar para cuidarse de una persona recién Despertada. En cuanto a los otros..., no los quiero libres para vagar por ahí y causar problemas, o juntarse y causar aún más problemas. Los pondré en doblete contigo, con Tate, Leah y conmigo.
—¿Leah? —inquirió él.
—Leah no es problema. Tristona, malhumorada y terca. Y muy trabajadora, leal y difícil de asustar. Me cae bien.
—Creo que tú también la caes bien a ella —dijo—, y eso me sorprende. Hubiera supuesto que se sentiría resentida hacia ti.
Tras ellos, la pared empezó a abrirse.
Lilith se quedó helada, luego suspiró y, deliberadamente, miró al suelo. Cuando alzó de nuevo los ojos, aparentemente para mirar a Joseph, pudo ver a Nikanj entrar por la abertura.
Se colocó junto a Joseph, que, apoyado contra la plataforma-cama, no se había dado cuenta de nada. Lilith le tomó la mano y la mantuvo asida por un momento entre las suyas, preguntándose si iba a perderlo. ¿Seguiría con ella después de esta noche?
¿Hablaría con ella mañana, aparte de para las cosas de la más absoluta necesidad? ¿Se uniría a los enemigos de ella, confirmándoles cosas que, hasta ahora, sólo sospechaban?
Y, en cualquier caso, ¿qué infiernos quería Nikanj ahora? ¿Por qué no se podía quedar al margen, como le había dicho que haría? Allá estaba: al fin lo había cazado en una mentira. No le perdonaría si destruía los sentimientos de Joseph hacia ella.
—¿Qué pasa? —dijo Joseph, mientras Nikanj atravesaba la habitación en el más absoluto de los silencios e iba a sellar la entrada.
—Por Dios sabe qué razón, los oankali han decidido adelantarte el placer de su visión
—dijo ella con voz suave, amarga—. No corres ninguna clase de peligro físico. No sufrirás daño alguno.
Si Nikanj también hacía que esto fuera mentira, le obligaría a volverla a meter en animación suspendida.
Joseph miró bruscamente a su alrededor, y se quedó helado cuando vio a Nikanj. Al cabo de un momento de lo que Lilith supuso que era un terror absoluto, saltó en pie y retrocedió tambaleante hasta la pared, metiéndose en un rincón entre ésta y la plataforma-cama.
—¿Qué significa esto? —preguntó Lilith en oankali. Se alzó para enfrentarse a Nikanj—
. ¿Por qué estás aquí?
Nikanj habló en inglés:
—Para que él pueda soportar su terror ahora, en privado, y así pueda serte de ayuda más tarde.
Un momento después de oír la tranquila y andrógina voz, similar a la humana, hablando en inglés, Joseph salió de su rincón. Avanzó hasta el lado de Lilith y se quedó mirando a Nikanj. Estaba temblando visiblemente. Dijo algo en chino..., era la primera vez que Lilith le oía hablar en ese idioma, y luego, de algún modo, logró calmar sus temblores.
La miró a ella.
—¿Conoces a esto?
—Kaalnikanjl oo Jdahyatediinkahguyaht aj Dinso—dijo ella, observando los brazos sensoriales de Nikanj, recordando lo mucho más humano que le había parecido sin ellos.
Luego, cuando vio a Joseph fruncir el entrecejo, añadió—: Nikanj.
—No me lo creía —dijo él suavemente—. No podía, a pesar de tus palabras.
Lilith no supo qué decir. Él estaba enfrentándose a la situación mucho mejor de lo que lo había hecho ella. Naturalmente, estaba bajo aviso, y no estaba siendo aislado de los otros seres humanos. Y, no obstante, lo estaba haciendo muy bien. Era tan adaptable como ella había sospechado.