Amanecer (30 page)

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Authors: Octavia Butler

Tags: #Ciencia Ficción

De hecho, aún se preguntaba por qué los otros no lo habían hecho. Seguro que habían sabido que sus humanos se iban a marchar. Kahguyaht lo sabría. ¿Qué haría?

Entonces se le ocurrió algo..., un recuerdo de tribus que mandaban a sus hijos a vivir un tiempo solos en el bosque o el desierto, o a donde fuese, como una prueba de virilidad.

Los chicos de una cierta edad, a los que se les había enseñado cómo vivir en el medio ambiente, eran mandados a demostrar lo que habían aprendido.

¿Era eso? ¿Entrenar a los humanos en lo básico, luego dejar que se las arreglaran por su cuenta cuando estuviesen preparados?

Entonces, ¿por qué aquellos ooloi catatónicos?

—¿Lilith?

Se sobresaltó, luego se detuvo y dejó que Joseph la alcanzase. Caminaron juntos hacia la fogata en la que la gente estaba compartiendo ñames asados y las nueces de cajú de un árbol con el que alguien se había topado.

—¿Has hablado con Tate? —le preguntó él.

Ella asintió con la cabeza.

—¿Y qué le has dicho?

—Que hablaría contigo.

Silencio.

—¿Qué quieres hacer tú? —quiso saber ella.

—Ir.

Se detuvo y lo miró, pero el rostro de él no le dijo nada.

—¿Me abandonarías? —susurró Lilith.

—¿Para qué te ibas a quedar? ¿Para estar con Nikanj?

—¿Me abandonarías?

—¿Para qué te ibas a quedar? —Las palabras, susurradas, tenían el impacto de un disparo.

—Porque esto es una nave. Porque no hay sitio al que huir.

Él miró a la brillante media luna y al primer puñado de estrellas desparramadas.

—Tengo que verlo por mí mismo —dijo él, muy quedamente—. Esto lo siento como si fuera mi casa. Aunque jamás en mi vida he estado en una selva tropical, esto huele, sabe y se ve como nuestra casa...

—Yo lo sé...

—¡Tengo que verlo!

—Sí.

—No me hagas dejarte.

Ella le tomó la mano, como si fuera un animal a punto de escaparse.

—¡Ven con nosotros! —susurró él.

Ella cerró los ojos, dejando fuera la selva y el cielo, la gente hablando tranquilamente en torno a la fogata, los oankali, varios de ellos físicamente unidos en una conversación silenciosa. ¿Cuántos de los oankali habían oído lo que Joseph y ella estaban diciendo?

Ninguno de ellos se comportaba como si les hubiera escuchado. —De acuerdo —dijo en tono suave—. Iré.

4

Joseph y Lilith no hallaron a nadie esperando en el árbol de las nueces de pan, tras el desayuno de la mañana siguiente. Lilith había visto a Gabriel salir del campamento llevándose un gran cesto, su hacha y su machete, como si fuera a cortar madera. La gente hacía esto cuando lo veía necesario, del mismo modo que Lilith tomaba sus propios machete, hacha y cestos, y se iba a buscar madera al bosque, cuando veía necesidad de ello. Se llevaba gente con ella cuando deseaba enseñarles algo, y se iba sola cuando quería pensar.

Esta mañana, sólo Joseph estaba con ella. Tate había dejado el campamento antes del desayuno. Lilith sospechaba que debía haber ido a uno de los huertos que habían plantado Lilith y la familia de Nikanj. Allí desenterraría mandioca o ñames, o cortaría papayas, plátanos o pinas. No le serviría de mucho. Pronto tendrían que vivir de lo que encontrasen en la selva.

Lilith llevaba castañas de pan asadas, tanto porque le gustaban como porque eran una buena fuente de proteínas. También llevaba ñames, judías y mandioca. En el fondo de su cesto llevaba ropa extra, una hamaca de ligera y resistente tela oankali y unas ramitas de leña seca.

—No esperaremos mucho más —dijo Joseph—. Deberían estar aquí. Quizá hayan estado ya y se hayan marchado.

—Lo más probable es que salgan de su escondite en cuanto decidan que no nos han seguido. Querrán asegurarse de que no los he vendido, que no he hablado con los oankali.

Joseph la miró con el ceño fruncido.

—¿Tate y Gabe?

—Sí.

—No creo eso de ellos.

Lilith se alzó de hombros.

—Gabe dijo que tú debías de salir de allí, por tu propio bien. Dijo que había empezado a oír a la gente volver a hablar mal de ti..., ahora que pueden pensar otra vez por sí mismos.

—Voy hacia los peligrosos, Joe, no me alejo de ellos. Y lo mismo te digo a ti.

Él se quedó mirando al río un rato, y luego le pasó el brazo en torno al cuello.

—¿Quieres volver atrás?

—Sí. Pero no lo haremos.

Él no discutió. Ella resentía su silencio, pero lo aceptaba. Joseph deseaba ir con todas sus fuerzas: su sensación de estar en la Tierra era tan fuerte como eso.

Algún tiempo después, Gabriel llevó a Tate, Leah, Wrey y Allison hasta el árbol de las nueces de pan. Se detuvo y se quedó mirando a Lilith un rato. Ella estaba segura de que había oído todo lo que había dicho.

—Vamos —dijo ella.

Se dirigieron río arriba, por mutuo consenso, porque ninguno quería ir por el camino de vuelta al campamento. Se mantuvieron cerca del río para evitar perderse. Esto significaba abrirse camino, de vez en cuando, por entre la maleza y las raíces aéreas, pero a nadie parecía importarle.

Con aquella humedad, todos sudaban copiosamente. Luego, empezó a llover. Fuera del caminar con más cuidado por el barro, nadie le prestó atención. Los mosquitos les molestaban menos. Lilith le dio una palmada a uno insistente. Esta noche no habría un Nikanj para curarle las picaduras de los insectos, nada de suaves y múltiples toques de tentáculos y brazos sensoriales. ¿Sería ella la única que lo echaría a faltar?

Al fin, cesó la lluvia. El grupo caminó hasta que el sol estuvo directamente encima.

Entonces, se sentaron en el mojado tronco de un árbol caído, ignorando los hongos y apartando a manotazos a los insectos. Comieron nueces de pan y los plátanos más maduros de los que había traído Tate. Bebieron directamente del río, habiendo aprendido, ya hacía mucho, a ignorar el sedimento. Además, éste no se veía en las porciones de agua que bebían, haciendo cuenco con sus manos, y no les hacía ningún daño.

Extrañamente, había muy poca conversación. Lilith se fue aparte para hacer sus necesidades y, cuando salió de detrás del árbol que la había ocultado, vio que todos los ojos estaban clavados en ella. Entonces, de repente, cada uno de ellos encontró algo en lo que fijarse: unos en otros, un árbol, un trozo de comida, las uñas...

—¡Oh, Dios! —musitó Lilith. Y, en voz más alta—: Hablemos, gente.

Se colocó en pie ante el árbol caído en el que se habían sentado o reclinado.

—¿Qué pasa? —preguntó—. ¿Estáis esperando que os deje y me vuelva con los oankali? ¿O quizá pensáis que tengo un modo mágico de hacerles señales desde aquí?

¿De qué cosa sospecháis de mí?

Silencio.

—¿Qué pasa, Gabe?

Él la miró cara a cara.

—Nada. —Abrió las manos—. Estamos nerviosos. No sabemos lo que va a pasar.

Estamos aterrados. No tendrías por qué ser la que sufra nuestros ataques de nervios, pero... tú eres la diferente. Y nadie sabe cuan diferente.

—¡Ella está aquí! —dijo Joseph, moviéndose para colocarse junto a Lilith—. Eso debería deciros lo muy como nosotros que es. Sea cual sea el riesgo, ella también lo corre.

Allison se dejó deslizar del tronco.

—¿Cuál es el riesgo? —preguntó. Hablaba directamente con Lilith—. ¿Qué nos va a pasar?

—No lo sé. Tengo mis suposiciones, pero no creo que valgan mucho.

—¡Dínoslas!

Lilith miró a los otros, y los vio a todos esperando.

—Creo que éstos son los exámenes finales —dijo—. La gente se va del campamento cuando está dispuesta. Viven lo mejor que pueden. Si pueden mantenerse aquí, podrán mantenerse en la Tierra. Es por esto por lo que han dejado que la gente se vaya. Es por esto por lo que nadie los persigue.

—No sabemos si no habrá alguien que los persiga —dijo Gabriel.

—Nadie nos está persiguiendo.

—Ni siquiera sabemos esto.

—¿Cuándo te permitirás a ti mismo el saberlo?

Él no dijo nada. Miró río arriba con aire de impaciencia.

—¿Por qué me querías en este viaje, Gabe? ¿Por qué tú, personalmente, me querías aquí?

—No te quería. Yo sólo...

—Mentiroso.

Él frunció el ceño, la miró con ojos furiosos.

—Sólo pensé que te merecías una oportunidad de alejarte de los oankali..., si tú querías.

—¡Lo que pensaste es que podía ser útil! ¡Pensaste que conmigo podrías comer mejor y que te sería más fácil sobrevivir en esta selva! No pensabas que me estuvieses haciendo un favor, pensabas que te lo estabas haciendo a ti mismo. Y podría haber funcionado... —miró a los otros—, pero no será así. No, si todo el mundo está sentado por ahí, esperando que yo haga de Judas.

Suspiró.

—Vamos —dijo.

—Espera —dijo Allison, mientras la gente se iba levantando—. ¿Aún crees que estamos en una nave?

Lilith asintió:

—Estamos en una nave.

—¿Hay alguien más que lo crea? —inquirió Allison.

Silencio.

—Yo no sé dónde estamos —dijo Leah—. No veo cómo todo esto puede ser parte de una nave, pero, sea lo que sea, vamos a explorarlo y descubrirlo. Lo averiguaremos pronto.

—Pero ella ya lo sabe —insistió Allison—. Lilith sabe que esto es una nave, no importa cuál sea la verdad. Así que, ¿qué está haciendo aquí?

Lilith abrió la boca para responderle, pero Joseph habló antes:

—Está aquí porque yo la quiero aquí. Yo deseo tanto explorar este lugar como todos vosotros. Y la quiero conmigo.

Lilith deseó haber salido de detrás de aquel árbol y haber fingido que no se fijaba en todos los ojos y todo el silencio. En todas las sospechas.

—¿Es eso? —preguntó Gabriel—. ¿Viniste porque Joe te lo pidió?

—Sí —contestó ella con voz baja.

—Y, de otro modo, ¿te hubieras quedado con los oankali?

—Me hubiera quedado en el poblado. Después de todo, yo sé que puedo vivir aquí. Si éste es el examen final, yo ya superé el mío.

—¿Y qué nota te dieron los oankali? —Probablemente ésta era la pregunta más honesta que Gabriel le había hecho nunca,... repleta de hostilidad, sospecha y desprecio.

—Era un curso eliminatorio, Gabe. Un curso de vida o muerte. —Se dio la vuelta y comenzó a caminar río arriba, abriendo camino. Al cabo de un rato, escuchó a los demás seguirla.

5

Río arriba estaba la parte más antigua de la isla, la parte con el mayor número de grandes viejos árboles, muchos de ellos con enormes apuntalamientos. Este terreno había estado conectado, en otro tiempo, con tierra firme..., se había convertido primero en una península, luego en una isla, a medida que el río cambiaba de curso y cortaba la lengua de tierra que la conectaba. O esto era lo que se suponía que había pasado. Ésta era la ilusión oankali. ¿O no era una ilusión?

Lilith halló que los momentos de duda le llegaban más menudo, a medida que iba caminando. No había estado antes a lo largo de esta orilla del río: como a los oankali, nunca le había preocupado el perderse. Ella y Nikanj habían caminado varias veces por el interior, y había hallado más fácil mirar a la cúpula verde y creerse en una gran sala.

¡Pero el río parecía tan ancho! Mientras seguían la orilla, la del otro lado cambiaba, parecía más cercana, más densamente arbolada aquí, más profundamente erosionada allá, yendo desde bajas colinas hasta una llanura que se deslizaba al interior del río, fundiéndose casi sin discontinuidad con su reflejo. Podía distinguir árboles individuales..., o por lo menos sus copas. Éstos eran los que se alzaban sobre la cúpula.

—Deberíamos hacer un alto para la noche —dijo, cuando supo por el sol que ya era última hora de la tarde—. Deberíamos acampar aquí, y mañana podríamos empezar a construir un bote.

—¿Has estado ya antes aquí? —le preguntó Joseph.

—No. Pero he estado por esta parte. La orilla opuesta está lo más cerca de nosotros que se puede hallar en toda la zona. Veamos qué podemos hallar para cobijarnos: va a llover otra vez.

—Espera un momento —le dijo Gabriel.

Le miró y supo lo que venía ahora: ella había tomado el mando, por puro hábito. Ahora se iba a enterar de lo que valía un peine.

—No te invité para que nos dijeras lo que teníamos que hacer —le dijo él—. Ahora no estamos en la sala presidio. Ya no nos das más órdenes.

—Me has traído con vosotros porque tengo conocimientos que vosotros no tenéis.

¿Qué es lo que queréis hacer? ¿Seguir caminando hasta que sea demasiado tarde para preparar un cobijo? ¿Dormir esta noche sobre el barro? ¿Hallar un tramo del río más ancho para cruzarlo?

—Quiero hallar a los otros..., si es que aún están libres.

Lilith dudó un momento, sorprendida.

—Y si están juntos —suspiró—. ¿Es eso lo que el resto de vosotros queréis?

—Yo quiero irme tan lejos de los oankali como pueda —dijo Tate—. Quiero olvidar lo que se siente cuando te tocan.

Lilith señaló:

—Si eso de allá es tierra en lugar de algún tipo de ilusión, entonces es vuestro objetivo.

Bueno, al menos vuestro primer objetivo.

—¡Primero encontraremos a los otros! —insistió Gabriel.

Lilith lo miró con interés. Ahora estaba al descubierto. Seguro que su mente estaba enzarzada en algún tipo de lucha contra ella. Él quería mandar y ella no..., y, sin embargo, tenía que hacerlo. Él podía conseguir con facilidad que alguien se matase.

—Si construimos ahora un refugio —dijo ella—, encontraré mañana a los otros, si es que están por aquí cerca.

Alzó la mano para detener la obvia objeción.

—Si lo deseáis, uno de vosotros puede venir conmigo y mirar. Lo que ocurre es que yo no me puedo perder. Si me voy y vosotros no os movéis, puedo volveros a encontrar. Si vamos todos juntos, puedo volver a traeros a este punto. Después de todo, es posible que algunos o todos los otros hayan ya cruzado el río. Han tenido tiempo suficiente.

Los demás asintieron.

—¿Dónde acampamos? —preguntó Allison.

—Es demasiado pronto —protestó Leah.

—No, para mí no lo es —dijo Wray—. Entre los mosquitos y mis pies, me alegra poder pararme.

—Los mosquitos picarán como una mala cosa esta noche —observó Lilith—. Dormir con un ooloi es mejor que cualquier loción repelente de los mosquitos. Esta noche probablemente nos comerán vivos.

—Yo puedo soportarlo —dijo Tate.

¿Tanto odiaba a Kahguyaht?, se preguntó Lilith. ¿O estaba empezando a echarlo en falta, y trataba de defenderse contra sus propios sentimientos?

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