—¡Ojalá lo hubiese hecho! Estaría vivo...
Nikanj no dijo nada.
—Déjame compartir contigo lo que sientes —dijo ella.
Él tocó su rostro en un gesto asombrosamente humano.
—Mueve el decimosexto dedo de tu mano de fuerza izquierda —le dijo él suavemente.
Un caso más de omnisciencia oankali: Comprendemos vuestros sentimientos, nos comemos vuestra comida, manipulamos vuestros genes. Pero somos demasiado complejos para que vosotros nos entendáis.
—¡Haz un esfuerzo de aproximación! —exigió Lilith—. ¡Comercia! ¡Siempre estás hablando de trueques! ¡Pues dame algo de ti!
Los otros ooloi enfocaron hacia atrás, hacia ellos, y los tentáculos del cuerpo y la cabeza de Nikanj se enredaron en los nudos de alguna emoción negativa. ¿Azoramiento?
¿Ira? No le importaba. ¿Por qué debería sentirse él cómodo de parasitizar los sentimientos de ella por Joseph..., sus sentimientos por cualquier cosa? Había ayudado a montar un experimento con humanos; uno de los humanos se había perdido... ¿Qué era lo que sentía? ¿Se sentía culpable por no haber sido más cuidadoso con unos sujetos valiosos? Si es que eran valiosos, claro.
Nikanj le apretó la nuca con una mano sensorial..., un apretón de advertencia.
Entonces, le daría algo. Por consentimiento mutuo, dejaron de caminar y se miraron el uno al otro.
Le dio... un nuevo color. Una cosa totalmente alienígena, única, sin nombre, medio vista, medio palpada... o saboreada. Un estallido de algo aterrador y, al mismo tiempo, avasallador, imponente.
Extinguido.
Un misterio medio conocido, bello y complejo. Una profunda promesa, imposiblemente sensual.
Rota.
Desaparecida.
Muerta.
La selva regresó a su alrededor, lentamente, y se dio cuenta de que aún estaba de pie con Nikanj, dándole la cara, con la espalda hacia los otros ooloi que aguardaban.
—Esto es todo lo que te puedo dar —dijo Nikanj—. Esto es lo que siento. No sé si hay palabras siquiera en algún lenguaje humano para empezar a hablar de ello.
—Probablemente no —musitó ella. Tras un momento, se permitió darle un abrazo.
Había algo reconfortante incluso en la fría carne gris. El dolor era el dolor, pensó. Era dolor y pérdida y desesperación..., un final repentino, allá donde debería haber habido una continuación.
Ahora caminó de más buena gana con Nikanj, y los otros ooloi ya no los aislaron delante o detrás.
El campamento de Curt contaba con un refugio mayor, pero no tan bien hecho. El techo era un lío de hojas de palmera..., no un techo de paja bien hecho, sino ramas entrecruzadas y cubriéndose las unas a las otras. Sin duda tenía goteras. Disponía de paredes, pero no de suelo. Dentro había un fuego, encendido y humeante. Y ése era también el aspecto que tenía la gente: encendidos, humeantes, sucios, irritados.
Se agruparon a la entrada del refugio con hachas, machetes y porras, y se enfrentaron al grupo de ooloi. Lilith se dio cuenta de que estaba junto a unos alienígenas, frente a un grupo de hostiles y peligrosos humanos.
Se echó hacia atrás.
—No puedo luchar contra ellos —le dijo a Nikanj—. Contra Curt sí, pero no contra los otros.
—Nosotros tendremos que luchar si nos atacan —le contestó Nikanj—, pero tú mantente apartada. Los vamos a drogar fuertemente..., lucharemos para dominarlos sin que haya muertes, a pesar de sus armas. Es peligroso.
—¡No os acerquéis más! —gritó Curt.
Los oankali se detuvieron.
—¡Éste es un lugar humano! —continuó Curt—. ¡Está prohibido para vosotros y vuestros animales!
Miró a Lilith, con su hacha dispuesta.
Ella le devolvió la mirada, temerosa del hacha, pero deseando ir a por él. Deseando matarle. Deseando arrebatarle el hacha y matarlo con ella, o con sus manos desnudas.
Que muriese allí, y se pudriese en aquel lugar extraterrestre en el que él había abandonado a Joseph.
—No hagas nada —le susurró Nikanj a Lilith—. Él ya ha perdido toda esperanza de ir a la Tierra. Y ha perdido a Celene: ella será enviada a la Tierra sin él. Y ha perdido su libertad mental y emocional. Déjanoslo a nosotros.
Al principio ella no lo pudo entender..., literalmente no comprendía las palabras que él pronunciaba. No había nada en su mundo más que un Joseph muerto y un Curt obscenamente vivo.
Nikanj la retuvo hasta que también lo hubo reconocido a él como parte de este mundo.
Cuando vio que le miraba a él, que forcejeaba con él en lugar de simplemente tirar tratando de ir hacia Curt, repitió sus palabras hasta que ella las oyó, hasta que penetraron en su interior, hasta que se quedó quieta. No hizo ningún intento por drogaría, pero no la soltó.
Hacia un lado, Kahguyaht estaba hablando con Tate. Ésta se mantenía bien alejada de él, aferrando un machete y situada junto a Gabriel, que blandía un hacha. Era Gabriel quien la había convencido de abandonar a Lilith. Tenía que ser él. ¿Y quién había convencido a Leah? ¿Se había decantado por lo más práctico? ¿O había sido el miedo de ser abandonada, de quedarse sola, de ser otra paria desterrada como Lilith?
Halló a Leah y la miró, preguntándose qué sería. Leah apartó la vista. Luego su atención fue devuelta a Tate.
—¡Iros! —estaba suplicando Tate, con una voz que no sonaba a ella—. ¡No os queremos! ¡Yo no os quiero! ¡Dejadnos en paz!
Sonaba como si fuera a llorar. En realidad, las lágrimas ya caían por su cara.
—Nunca te he mentido —le dijo Kahguyaht—. Si usas tu machete contra alguien, perderás la Tierra. Nunca volverás a ver tu mundo natal. Incluso este lugar te será negado.
Dio un paso hacia ella.
—No lo hagas, Tate. Te vamos a dar lo que más quieres: la libertad y el regreso a casa.
—Eso ya lo tenemos aquí —dijo Gabriel.
Curt se puso a su lado.
—¡No queremos nada más de vosotros! —gritó.
Los otros que había tras él manifestaron ruidosamente su acuerdo.
—Aquí os moriríais de hambre —les dijo Kahguyaht—. Incluso en el poco tiempo que lleváis aquí, ya os ha resultado difícil encontrar comida. No hay bastante, y aún no sabéis cómo usar la que hay.
Kahguyaht alzó la voz, hablándoles a todos:
—Se os permitió que nos dejaseis cuando quisierais, para que así pudierais practicar las habilidades que habíais aprendido y que aprendieseis otras nuevas, unos de los otros y todos de Lilith. Teníamos que saber cómo os comportaríais después de dejarnos.
Sabíamos que alguno podía resultar herido, pero jamás pensamos que os mataríais los unos a los otros.
—¡No hemos matado a un ser humano! —gritó Curt—. ¡Hemos matado a uno de vuestros animales!
—¿Hemos? —dijo con voz átona Kahguyaht—. ¿Quién te ayudó a asesinarlo?
Curt no le contestó.
—Tú le golpeaste —continuó Kahguyaht— y, cuando estaba inconsciente, lo asesinaste con tu hacha. Lo hiciste tú solo y, al hacerlo, tú mismo te exiliaste permanentemente de tu Tierra.
Habló a los otros:
—¿Os uniréis a él? ¿Queréis que se os saque de este terreno de entrenamiento para ser colocados en familias Toaht con las que viviréis el resto de vuestras vidas, a bordo de la nave?
Los rostros de algunos comenzaron a cambiar..., sus dudas empezaban, o se hacían más grandes.
El ooloi de Allison fue hasta ella, y logró ser el primero en tocar al humano al que había venido a recuperar. Le habló en voz muy baja. Lilith no podía escuchar lo que le decía, pero al cabo de un instante Allison suspiró y le ofreció el machete.
El ooloi declinó el cuchillo con un gesto de un brazo sensorial, mientras le colocaba el otro en derredor del cuello. La llevó detrás de la línea de oankali, donde se encontraba Lilith con Nikanj. Lilith la miró, preguntándose cómo Allison había podido ponerse en contra de ella. ¿Había sido sólo por miedo? Si lo deseaba, Curt podía meterle el miedo en el cuerpo a cualquiera. Y se trataba de Curt con un hacha..., un hacha que ya había usado para matar a un hombre...
Allison se topó con su mirada, apartó la vista, luego la miró fijamente:
—Lo siento —susurró—. Pensamos que podríamos evitar un baño de sangre yéndonos con ellos, haciendo lo que nos decían. Pensamos... ¡Oh, cómo lo siento!
Lilith se dio la vuelta, mientras las lágrimas volvían a empañarle la visión. De algún modo había sido capaz de olvidarse de la muerte de Joseph durante unos minutos. Las palabras de Allison se la habían vuelto a recordar.
Kahguyaht tendió un brazo sensorial hacia Tate, pero Gabriel tiró de ella hacia atrás.
—¡No os queremos aquí! —graznó. Y empujó a Tate tras de sí.
Curt gritó..., un alarido sin palabras, lleno de ira; una llamada de ataque. Se abalanzó contra Kahguyaht, y varios de los suyos se unieron al asalto, lanzándose contra los otros ooloi, blandiendo sus armas.
Nikanj empujó a Lilith hacia Allison y se sumergió en la lucha. El ooloi de Allison sólo se detuvo el instante necesario para gritarle, en rápido oankali:
—¡Mantenía fuera de esto!
Y luego también él se unió a la pelea.
Las cosas pasaron casi demasiado deprisa como para poder seguirlas. Tate y los pocos otros seres humanos que no parecían desear otra cosa que escapar se encontraron atrapados en medio. Wray y Leah, sosteniéndose entre sí, huyeron tambaleantes de la lucha, por entre un par de ooloi que parecían estar a punto de ser hechos trizas por tres humanos que blandían machetes. De repente, Lilith se dio cuenta de que Leah estaba sangrando, y corrió a ayudar a sacarla del peligro.
Los humanos gritaban. Los ooloi no producían sonido alguno. Lilith vio a Gabriel lanzarle un mandoble a Nikanj y fallar por un pelo; le vio alzar de nuevo su hacha, en lo que claramente quería ser un golpe mortal. Entonces, Kahguyaht lo drogó por la espalda.
Gabriel emitió un débil sonido jadeante..., como si no le quedase dentro fuerza suficiente para obligar a salir un grito de su pecho.
Se derrumbó.
Tate aulló, lo agarró y trató de arrastrarlo fuera de la lucha. Había dejado caer el machete, y claramente ya no era una amenaza.
Curt no había abandonado su hacha, que le daba un radio de acción amplio y mortífero. La manejaba como si no pesase nada, controlándola con facilidad, y ningún ooloi se arriesgaba a ser golpeado por ella.
En algún otro lugar, un hombre consiguió clavar su hacha en el pecho de un ooloi, causándole una importante herida. Cuando el ooloi cayó, el hombre saltó sobre él para rematarlo, ayudado por una mujer que llevaba un machete.
Un segundo ooloi los aguijoneó a ambos por detrás. Mientras caían, el ooloi herido se alzó. A pesar del corte recibido, caminó hasta donde aguardaba el grupo de Lilith. Se sentó pesadamente en el suelo.
Lilith miró a Allison, Wray y Leah. Todos ellos observaron al ooloi, pero no hicieron gesto de ayudarlo. Lilith fue hasta él, y vio que, a pesar de su herida, enfocaba perfectamente en ella. Sospechaba que esa herida no le impediría aguijonearla, para dejarla inconsciente o incluso muerta, si se sentía amenazado.
—¿Hay algo que pueda hacer para ayudarte? —preguntó. La herida estaba, más o menos, allá donde habría estado su corazón si hubiese sido humano. Supuraba un espeso fluido claro y una sangre tan roja que parecía falsa. Sangre de películas. Sangre de cartel publicitario. Una herida tan terrible debería estar echando fluidos corporales a borbotones, pero el ooloi parecía estar perdiendo muy pocos.
—Me curaré —dijo el ooloi con voz desconcertadoramente calmada—. Esto no es grave.
Hizo una pausa.
—Nunca creí que intentasen matarnos. Ni nunca supe lo duro que sería el no matarlos.
—Deberíais haberlo sabido —murmuró Lilith—. Habéis tenido tiempo suficiente para estudiarnos. ¿Qué os creíais que iba a pasar cuando nos dijisteis que nos ibais a extinguir como especie, a base de trastear genéticamente con nuestros hijos?
El ooloi volvió a enfocar en ella.
—Si tú hubieras usado un arma, seguramente podrías haber matado a alguno de nosotros. Los otros no podrían, pero tú sí.
—Yo no quiero mataros. Yo sólo quiero escapar de vosotros, ya lo sabes.
—Sé que piensas eso.
Apartó su atención de ella y empezó a hacerse algo en la herida con sus brazos sensoriales.
—¡Lilith! —gritó Allison.
Lilith la miró, y luego hacia donde ella señalaba.
Nikanj estaba caído, agitándose en el suelo como ningún otro ooloi lo había hecho antes. Al momento, Kahguyaht dejó de fintar con Curt, se zambulló bajo su hacha, le golpeó y lo drogó. Fue el último humano en caer. Tate seguía aún consciente, agarrada todavía a Gabriel, que estaba inconsciente por el aguijonazo de Kahguyaht. A alguna distancia, Victor estaba aún consciente también, desarmado, y se abría camino hacia el ooloi herido que estaba cerca de Lilith..., el ooloi de Victor, se dio cuenta ella ahora.
A Lilith no le importaba el encuentro que tuviesen, ya se ocuparían ellos de sí mismos.
Corrió hacia Nikanj, evitando los brazos sensoriales de otro ooloi que podrían haberla aguijoneado.
Kahguyaht ya estaba arrodillado junto a Nikanj, hablándole en voz baja. Calló cuando ella se arrodilló al otro lado del caído. De inmediato vio la herida: su brazo sensor izquierdo casi había sido cercenado de un golpe. Parecía estar colgando de poco más que un pliegue de la dura piel gris. El fluido claro y la sangre brotaban de la herida.
—¡Dios mío! —exclamó Lilith—. ¿Podrá..., podrá curarse?
—Quizá —contestó Kahguyaht, con su voz tan molestamente tranquila. Ella odiaba las voces de los ooloi—. Pero tú tienes que ayudarle.
—Sí, claro que le ayudaré. ¿Qué debo hacer?
—Échate a su lado. Agárralo, y agárrale el brazo sensorial, sosteniéndolo en su sitio, para que pueda volver a unirlo..., si es que puede.
—¿Volver a unirlo?
—Quítate la ropa. Puede que esté demasiado débil para abrirse camino a través de la ropa.
Lilith se desnudó, negándose a pensar en lo que pensarían de esto los humanos aún conscientes. Ahora estarían seguros de que era una traidora: desnudándose en el campo de batalla para yacer con el enemigo. Incluso los pocos que la habían aceptado se apartarían de ella tras aquello..., pero había perdido a Joseph, y no podía perder también a Nikanj. No podía quedarse, simplemente, esperando a verlo morir.
Se tendió junto a él, y él se tensó en su dirección, en silencio. Ella alzó la vista en busca de más instrucciones, pero Kahguyaht se había alejado, para examinar a Gabriel.