Amanecer (29 page)

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Authors: Octavia Butler

Tags: #Ciencia Ficción

—Gabe, no podemos perderte a ti también.

Él sonrió. Unos bellos, perfectos dientes blancos. La hacían pensar en algún animal de presa.

—No daré el siguiente paso —dijo— hasta que sepa en dónde me encuentro ahora. Ya sabes que no me creo que esto no sea la Tierra.

—Lo sé.

—Una selva tropical en una nave espacial. ¿Quién se creería algo así?

—Pero, ¿y los oankali? Puedes ver que ellos no son de la Tierra.

—Seguro. Pero ahora ellos están en un sitio que, desde luego, se ve, suena y huele como la Tierra.

—No lo es.

—Eso es lo que tú dices. Más pronto o más tarde lo descubriré por mí mismo.

—Kahguyaht podría mostrarte cosas que te convencerían ahora mismo. Y que incluso podrían convencer a Curt.

—Nada convencerá jamás a Curt. Nada logrará llegarle dentro.

—¿Crees que hará lo que hizo Peter?

—Mucho más eficientemente.

—¡Oh, Dios! ¿Sabes que han puesto otra vez a Jean en animación suspendida?

Cuando se despierte, ni se acordará de Peter.

—Lo he oído. Eso hará que las cosas sean más fáciles para ella cuando la pongan con otro tipo..., supongo.

—¿Es eso lo que tú querrías para Tate?

Él se encogió de hombros, se dio la vuelta y se marchó.

3

Lilith enseñó a todos los humanos a hacer tejas de paja y a colocarlas en hileras sobrepuestas sobre vigas, para así construir un techo que no gotease. Les mostró los mejores árboles que cortar para el suelo y el andamiaje. Trabajaron todos juntos durante varios días para construir una gran cabaña de techo de paja sobre pilotes, bien por encima del nivel de crecida del río. La cabaña era gemela a la otra en la que habían estado apretados hasta el momento..., la que habían construido Lilith y los ooloi antes de que los oankali los hubieran llevado a todos a lo largo de kilómetros de pasillo hasta el terreno de entrenamiento.

Los ooloi dejaron la construcción de esta segunda cabaña estrictamente a los humanos. Se limitaron a mirar, o a estar sentados hablando entre ellos; o desaparecieron, para atender a sus propios asuntos. Pero, cuando el trabajo estuvo acabado, trajeron lo necesario para hacer una pequeña fiesta.

—No seguiremos mucho tiempo suministrándoos la comida —les dijo uno de ellos al grupo—. Aprenderéis a vivir de lo que crece aquí y a cultivar huertos.

Nadie se sintió sorprendido. Ya habían estado cortando racimos de plátanos verdes de los plataneros que había por allá y colgándolos de las vigas o de los postes del porche. Y, cuando los plátanos maduraban, los humanos descubrieron que tenían que competir por ellos con los insectos.

Algunos también habían estado cortando piñas y recogiendo papayas y frutos del pan de los árboles con que se encontraban. A la mayoría no les gustó el fruto del pan hasta que Lilith les mostró la variedad con semilla, la nuez del pan. Cuando asaron esta semilla, siguiendo las instrucciones de ella, se dieron cuenta que era algo que habían estado comiendo todo el tiempo en la gran sala.

Arrancaron mandioca dulce del suelo, y desenterraron los ñames que Lilith había plantado durante su propio entrenamiento.

Ahora ya era el momento de que empezasen a plantar sus propias cosechas.

Y, quizá, ahora ya era el momento de que los oankali empezasen a ver lo que recogerían de su propia cosecha humana.

Dos hombres y una mujer tomaron las herramientas que les tocaban y se desvanecieron en la selva. Realmente, aún no sabían lo bastante como para vivir por su cuenta, pero marcharon. Sus ooloi no fueron tras ellos.

El grupo de los ooloi juntaron por un momento sus brazos y sus tentáculos sensoriales, y parecieron llegar a un muy rápido acuerdo: ninguno de ellos prestaría la menor atención a los tres desaparecidos.

—Nadie ha escapado —dijo Nikanj a Lilith y Joseph, cuando éstos le preguntaron qué iban a hacer al respecto—. La gente desaparecida sigue en la isla. Están siendo vigilados.

—¿Vigilados con todos estos árboles? —inquirió Joseph.

—La nave les sigue la pista. Si sufren daño, serán atendidos.

Otros humanos dejaron el poblado. A medida que los días pasaban, algunos de sus ooloi parecieron gravemente incómodos. Se quedaban solos, sentados inmóviles, con los tentáculos de la cabeza y el cuerpo enredados en gruesos y oscuros nudos que parecían, como comentó Leah, grotescos tumores. A estos ooloi se les podía gritar, echar agua o incluso tropezar con ellos..., jamás se movían. Cuando los tentáculos de su cabeza dejaban de seguir los movimientos de los que les rodeaban, llegaban sus familiares a cuidarlos.

Los oankali, machos y hembras, llegaban de la selva y se hacían cargo de su ooloi.

Lilith jamás vio llamar a nadie, pero sí vio llegar a una pareja.

Se había ido sola a un lugar del río en donde había un árbol de nueces del pan, muy cargado de fruta. Había subido a aquel árbol, no sólo para llegar a la fruta, sino también para disfrutar de su belleza y de la soledad. Nunca, ni de niña, había sido buena subiéndose a los árboles, pero durante su entrenamiento había desarrollado tal habilidad para hacerlo y tanta confianza, que sólo se igualaban a su amor por estar muy cerca de algo que era tan de la Tierra.

Desde el árbol vio a dos oankali salir del agua. No parecían venir nadando hacia la orilla, sino que, simplemente, se pusieron en pie cerca de la orilla y salieron caminando.

Ambos la enfocaron un momento, luego caminaron tierra adentro, hacia el poblado.

Los había contemplado en el más absoluto de los silencios, pero ellos habían sabido que estaba allí. Un macho y una hembra más, llegados a rescatar a un ooloi enfermo, abandonado.

¿Les daría a los humanos una sensación de poder el saber que podían hacer que su ooloi se sintiese enfermo y abandonado? Los ooloi no soportaban bien el verse privados de todos aquellos que llevaban en sí su peculiar olor, su propio señalizador químico.

Vivían, su metabolismo se frenaba, se retiraban a lo más profundo de sí mismos, hasta que eran reclamados por su familia o, lo que era menos satisfactorio, por otro ooloi que actuaba corno una especie de médico. Pero, ¿por qué no se iban con sus compañeros cuando sus humanos se marchaban? ¿Por qué se quedaban y enfermaban?

Lilith caminó de regreso al poblado, con una larga cesta, de burda manufactura, a la espalda, llena de nueces del pan. Halló al macho y a la hembra cuidando a su ooloi, sosteniéndolo entre ellos y entrelazando sus tentáculos corporales y craneales con los de él. Allá donde sus tres cuerpos se tocaban, los tentáculos se entrelazaban. Era una postura muy íntima, vulnerable, y otros ooloi estaban como ociosos por allí, vigilando sin parecer vigilar. También había algunos humanos mirando. Lilith escrutó por el poblado, preguntándose cuántos de los humanos no presentes no volverían de su día de vagar y recolectar comida. ¿Se reunirían entre sí los que se iban, en alguna otra parte de la isla?

¿Se habrían construido una vivienda? ¿Estarían construyéndose una barca? Se le ocurrió una loca idea: ¿Y si tenían razón? ¿Y si, de algún modo, estaban en la Tierra? ¿Y si era posible bogar en un bote hasta la libertad? ¿Y si, a pesar de todo lo que había visto y sentido, todo esto no era sino algún tipo de truco? Pero, ¿cómo lo iban a hacer? ¿Para qué lo iban a hacer? ¿Para qué se iban a meter los oankali en tantos problemas?

No. No comprendía por qué los oankali habían hecho algunas de las cosas que habían hecho, pero creía en lo más básico. La nave, la Tierra, esperando a ser recolonizada por su gente. El precio de los oankali por salvar los pocos fragmentos que restaban de la Humanidad.

Pero más gente estaba abandonando el poblado. ¿Dónde se encontraban? ¿Y si...? El pensamiento no quería abandonarla, pese a los hechos que creía conocer. ¿Y si los otros tenían razón?

¿De dónde había surgido aquella duda?

Un atardecer, mientras traía una carga de leña, Tate le bloqueó el camino.

—Curt y Celene se han ido —dijo en voz baja—. Celene me insinuó que se iban a marchar.

—Me sorprende que hayan tardado tanto.

—A mí me sorprende que Curt no le haya abierto el cráneo a un oankali antes de irse.

Lilith asintió con la cabeza y la rodeó para dejar su carga de leña.

Tate la siguió, y de nuevo se colocó en el camino de Lilith.

—¿Qué pasa? —preguntó ésta.

—Nosotros también nos vamos. Esta noche. —Mantenía la voz muy baja, pero sin duda más de un oankali la debió oír.

—¿A dónde?

—No lo sabemos. O hallaremos a los otros, o no. Encontraremos algo..., o haremos algo.

—¿Vosotros dos solos?

—Cuatro de nosotros. Quizá más.

Lilith frunció el entrecejo, sin saber cómo reaccionar. Tate y ella se habían hecho amigas. Fuera a donde fuese Tate, no habría escapatoria. Si no se hacía daño ella o se lo hacía a algún otro, posiblemente regresaría.

—Escucha —dijo Tate—, no te lo estoy diciendo sólo por decírtelo. Queremos que vengáis con nosotros.

Lilith la apartó del centro del campamento. Los oankali las oirían hicieran lo que hiciesen, pero no había necesidad de involucrar a más humanos.

—Gabe ya ha hablado con Joe —prosiguió Tate—. Queremos...

—¿Que Gabe ha...?

—¡Cállate! ¿Quieres que todos se enteren? Joe dijo que vendría. ¿Qué hay de ti?

Lilith la miró con hostilidad.

—¿Qué hay de mí?

—Necesito saberlo ahora. Gabe quiere irse pronto.

—Si es que me voy con vosotros, nos iremos tras el desayuno de mañana por la mañana.

Tate, siendo Tate, no dijo nada. Sonrió.

—No he dicho que vaya a ir. Lo único que te digo es que no hay razón para irse a escondidas en medio de la noche y pisar una serpiente coral o algo así. Por ahí, de noche, está negro como el carbón.

—Gabe piensa que así tendremos más tiempo hasta que descubran que nos hemos ido.

—¿Para qué tiene él... o tu la cabeza? Si os vais esta noche, se darán cuenta de que no estáis mañana por la mañana. Si os vais mañana por la mañana, no se darán cuenta de vuestra desaparición hasta mañana por la noche, a la hora de la cena. —Agitó la cabeza—. Y no es que les importe. Hasta el momento, no les ha importado. Pero, si queréis largaros, al menos hacedlo de un modo que os dé tiempo de hallar refugio antes de que caiga la noche... o se ponga a llover.

—Cuando se ponga a llover —aceptó Tate—. Aquí siempre llueve, más tarde o más temprano. Pensamos..., quizá cuando hayamos dejado este lugar y crucemos el río hacia el norte, sigamos hacia el norte hasta que hallemos un clima más frío y seco.

—Si estamos en la Tierra, Tate, y considerando lo que le hicieron al hemisferio norte, quizás el sur sea una dirección mejor.

Tate se encogió de hombros.

—No tienes voto en eso, a menos que te vengas con nosotros.

—Hablaré con Joe.

—Pero...

—Y deberías hacer que Gabe te diera clases de interpretación. Yo no te he dicho nada que tú y Gabe no hayáis pensado ya. Ninguno de los dos sois estúpidos. Y tú, al menos, no eres nada buena tratando de engañar a la gente.

Como era natural en ella, Tate se echó a reír.

—Antes lo era —se calmó—. Bien, de acuerdo. Hemos estado pensando mucho en el mejor modo de hacerlo: mañana por la mañana, hacia el sur y con alguien que, probablemente, sabe cómo seguir con vida en este lugar mejor que nadie, excepto los oankali.

Hubo un silencio.

—En realidad estamos en una isla, ¿sabes? —le dijo Lilith.

—No, no lo sé —contestó Tate—, pero estoy dispuesta a aceptar tu palabra al respecto. Tendremos que cruzar el río.

—Y, a pesar de lo que vemos en lo que nos parece ser la otra orilla, creo que allí encontraremos una pared.

—¿A pesar del sol, la luna y las estrellas? ¿A pesar de la lluvia y los árboles que, obviamente, llevan aquí cientos de años?

Lilith suspiró.

—Sí.

—Y todo porque los oankali lo dicen.

—Y por lo que vi y sentí, antes de que os Despertase.

—Lo que los oankali te dejaron ver y te hicieron sentir. No te podrías creer algunas de las cosas que me ha hecho sentir Kahguyaht.

—¿De veras?

—¡Lo que quiero decir es que no puedes fiarte de lo que te hacen con los sentidos!

—Conocí a Nikanj cuando era demasiado crío como para hacer nada con mis sentidos sin que yo me diese cuenta.

Tate miró a lo lejos, hacia el río, en donde aún podía verse algún destello en el agua. El sol, real o artificial, no se había desvanecido del todo, y el río se veía más marrón que nunca.

—Mira —dijo Tate—. No quiero implicar nada con esto, pero tengo que decírtelo. Tú y Nikanj...

Dejó que su voz muriese, y luego miró bruscamente a Lilith, como exigiéndole una respuesta.

—¿Bueno?

—Bueno, ¿qué?

—Tú estás más unida a él... de lo que nosotros lo estamos a Kahguyaht. Tú...

Lilith la miró en silencio.

—¡Infiernos, lo que quiero decir es que, si no vienes con nosotros, no trates de detenernos...!

—¿Alguna vez ha tratado alguien de impedir que otro se fuese?

—Simplemente, no digas nada. Eso es todo.

—Quizá seáis estúpidos —dijo Lilith con voz suave.

Tate volvió a mirar a la lejanía y se encogió de hombros:

—Le prometí a Gabe que te lo haría prometer.

—¿Por qué?

—El cree que, si nos das tu palabra, la mantendrás.

—Y, si no, iré corriendo a contarlo, ¿no?

—Está empezando a no importarme lo que hagas.

Lilith se encogió de hombros, se volvió y echó a andar hacia el campamento. A Tate pareció costarle varios segundos descubrir que no iba a volver. Entonces, corrió tras de ella y tiró de su brazo para apartarla del campamento.

—De acuerdo, lamento que te sientas insultada —dijo con voz raspante—. Vamos, dímelo. ¿Vais a venir o no?

—¿Conoces el árbol de nueces del pan que hay orilla arriba? ¿Ese grande?

—Sí.

—Si vamos a ir, nos encontraremos con vosotros allí, después del desayuno de mañana.

—No os esperaremos demasiado.

—Muy bien.

Lilith se dio la vuelta y caminó de regreso al campamento. ¿Cuántos oankali habrían oído la conversación? ¿Uno? ¿Unos pocos? ¿Todos? No importaba. Nikanj lo sabría en cuestión de minutos. Así, tendría tiempo de mandar a por Ahajas y Dichaan. No tendría que sentarse y caer catatónico como los otros.

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