—Uno está muerto —corrigió Nikanj, manteniendo la voz baja.
Ella ocultó la cara en sus manos y agitó la cabeza de lado a lado.
—Peter está muerto —dijo Nikanj—, pero Tehjaht sólo está... herido. Y tienes familiares que vienen a ayudarte.
—¿Cómo?
—Ellos te ayudarán.
Jean se sentó en el suelo, la cabeza baja, y cuando habló su voz sonó apagada:
—Nunca he tenido ningún hermano o hermana. Ni siquiera antes de la guerra.
—Tehjaht tiene compañeros. Ellos se ocuparán de ti.
—No. Me echarán las culpas... de que Tehjaht esté herido.
—Te ayudarán. —Muy suavemente—. Os ayudarán a ti y a Tehjaht. Ayudarán.
Ella frunció el ceño, y pareció más infantil que nunca mientras trataba de comprender.
Luego su rostro cambió: Curt, muy drogado, se acercaba pegado a la pared, aproximándose a ella. Se mantenía a una distancia segura de Nikanj, pero llegó a lo que Jean consideró como demasiado cerca. Así que ésta se apartó, con un respingo, de él.
Curt agitó la cabeza y dio un paso hacia atrás.
—¿Jeanie? —la llamó, con voz demasiado fuerte, como de borracho.
Jean se sobresaltó, pero no dijo nada.
Curt se enfrentó a Nikanj:
—¡Ella es de los nuestros! ¡Nosotros somos los que deberíamos cuidarnos de ella!
—No es posible —contestó Nikanj.
—¡Debería ser posible! ¡Debería serlo! ¿Por qué no lo es?
—Su unión con su ooloi es demasiado fuerte, está demasiado fuertemente reforzada..., al igual que te pasa a ti con tu ooloi. Luego, cuando la unión sea más relajada, podrás acercarte de nuevo a ella. Luego. No ahora.
—¡Maldita sea, nos necesita ahora!
—No.
El ooloi de Curt se acercó a él y lo sujetó de un brazo. Curt se hubiera soltado de un tirón, pero sus fuerzas parecieron abandonarle. Se tambaleó, cayó de rodillas. Lilith, que estaba cerca, miró a otra parte. Era tan poco probable que Curt olvidase una humillación como lo había sido que la olvidara Peter. Y no estaría siempre drogado. Lo recordaría.
El ooloi de Curt le ayudó a ponerse en pie y se lo llevó a la habitación que ahora compartía con él y con Celene. Mientras se iba, se abrió la pared en el extremo más alejado de la sala y entraron un macho y una hembra oankali.
Nikanj hizo un gesto a la pareja, y ésta se le acercó. Se abrazaban el uno al otro, caminando como si estuvieran heridos, como si tuviesen que sostenerse entre sí. Eran dos cuando deberían de haber sido tres, les faltaba una parte esencial.
El macho y la hembra llegaron hasta donde estaba Nikanj y lo dejaron atrás para acercarse a Jean. Asustada, Jean se envaró. Luego frunció el entrecejo, como si alguien hubiese dicho algo que ella no hubiera oído bien.
Lilith la contempló con tristeza, sabiendo que las primeras señales que Jean recibía eran olfativas. El macho y la hembra olían bien, olían como a familia, una familia unida por el mismo ooloi. Cuando tomaron sus manos, su tacto era el correcto también. Había una auténtica afinidad química.
Jean aún parecía temerosa de los dos desconocidos, pero también estaba más tranquila. Eran lo que Nikanj había dicho que serían: gente que podía ayudar. Familia.
Dejó que la llevaran a la habitación en la que seguía sentado, como congelado, Tehjaht. No se había dicho ni una sola palabra. Extraños de diferente especie habían sido aceptados como familia. Un amigo y aliado humano había sido rechazado.
Lilith se quedó mirando alejarse a Jean, apenas sin darse cuenta de que Joseph llegaba hasta su lado. Estaba drogado, pero la droga sólo le había hecho ponerse inquieto.
—Peter tenía razón —dijo, irritado.
Ella frunció el ceño.
—¿Peter? ¿Razón en intentar matar? ¿Razón en morir?
—¡Murió como un humano! ¡Y casi logró llevarse consigo a uno de ellos!
Ella lo miró.
—¿Y qué? ¿Qué ha cambiado? En la Tierra sí que podremos cambiar las cosas. Aquí no.
—¿Ya querremos hacerlo, por entonces? Me pregunto qué es lo que seremos... Desde luego, humanos no. Ya no.
El campo de entrenamiento era una sala marrón, verde y azul. Un suelo marrón, embarrado, era visible a través de una hojarasca dispersa y poco espesa. Un agua marrón, cenagosa, corría por el suelo, centelleando a la luz de lo que parecía ser el sol. El agua estaba tan cargada de sedimentos que no podía verse azul, pese a que, por encima, el techo..., el cielo, era de un profundo e intenso azul. No había humo ni polución industrial, sólo unas pocas nubes, resto de una reciente lluvia.
Al otro lado del amplio río había la ilusión de una hilera de árboles, en la orilla opuesta.
Una línea de color verde. Aparte el río, el color predominante era el verde. Por encima estaba la cúpula de auténtico verde: las copas de árboles de todos los tamaños, muchos de ellos cargados con profusión de otra vida vegetal: bromelíadas, orquídeas, heléchos, musgos, líquenes, lianas, parras parásitas, más un generoso complemento del mundo de los insectos y unas pocas ranas, lagartos y serpientes.
Una de las primeras cosas que Lilith había aprendido durante su propio período anterior de entrenamiento era a no apoyarse contra los árboles.
Había pocas flores, y éstas, principalmente bromilíadas y orquídeas, estaban altas en los árboles. Cualquier objeto estacionario y coloreado que hubiera en el suelo era muy probable que fuese una hoja caída o algún tipo de hongo. Por todas partes se veía verde.
La maleza era, en general, lo bastante poco espesa como para permitir caminar sin dificultades, excepto cerca del río, en donde, en algunos lugares, el machete era esencial..., y aún no estaba permitido.
—Las herramientas llegarán luego —le dijo Nikanj a Lilith—. Dejemos que los humanos se acostumbren primero a estar aquí. Dejémosles antes explorar y descubrir que están en una selva, dentro de una isla. Dejémosles empezar a sentir lo que representa vivir aquí.
Dudó, pero luego prosiguió:
—Dejémosles que se afirmen con más fuerza a sus posiciones con sus ooloi. Ahora pueden tolerarse los unos a los otros. Dejémosles que aprendan que no es vergonzoso estar juntos entre sí y con nosotros.
Había ido con Lilith a la orilla del río, a un lugar en el que un gran pedazo de tierra había sido erosionado por debajo y había caído al agua, llevándose con él varios árboles y mucha maleza. Aquí no había problema para llegar hasta el agua, aunque había una caída en vertical de unos tres metros. Al borde del corte estaba uno de los gigantes de la isla: un enorme árbol con apuntalamientos que se alzaban bien por encima de la cabeza de Lilith y que, como paredes, separaban el terreno que lo rodeaba en habitaciones individuales. A pesar de la gran variedad de vida que soportaba el árbol, Lilith se encontraba entre dos de los apuntalamientos, cubierta en sus dos terceras partes por el árbol. Se sentía así envuelta en una sólida cosa terrestre. Una cosa que pronto sería socavada, como lo habían sido sus vecinas, que pronto caería al río y moriría.
—Cortarán los árboles, ¿sabes? —dijo ella en voz baja—. Harán balsas o botes. Se pensarán que están en la Tierra.
—Algunos de ellos piensan otra cosa —le dijo Nikanj—. Y lo piensan porque tú lo piensas.
—Eso no detendrá la construcción de botes.
—No. No intentaremos detenerla. Deja que lleven sus botes hasta las paredes y de vuelta. No hay más camino de salida para ellos que el que nosotros les ofrecemos: aprender a alimentarse y a buscar cobijo en este medio ambiente..., convertirse en autárquicos respecto a su sustento. Cuando hayan logrado esto, los llevaremos a la Tierra y los soltaremos allí.
Él sabía que escaparían corriendo, pensó Lilith. Tenía que saberlo. Y, sin embargo, hablaba de colonias mixtas, de humanos y oankali..., poblados de asociados comerciales, dentro de los cuales los ooloi controlarían la fertilidad y «mezclarían» a los niños de ambos grupos.
Miró a los inclinados apuntalamientos, con su forma de cuñas. Medio encerrada como estaba por ellos, no podía ver ni a Nikanj ni al río. Sólo estaba la selva, verde y marrón..., la ilusión de vida salvaje y aislamiento.
Nikanj le dejó la ilusión por un rato: no dijo nada, no hizo sonido alguno. Los pies de ella acabaron por cansarse y miró a su alrededor, buscando algo donde sentarse. No quería volver con los otros antes del momento en que tuviera que hacerlo. Ahora podían tolerarse los unos a los otros, la fase más difícil de su aglutinación ya había terminado.
Era muy pocos los que seguían drogados: Curt y Gabriel lo estaban, junto con algunos otros. A Lilith la preocupaban esos pocos; pero, extrañamente, también los admiraba por ser capaces de resistir al condicionamiento. ¿Acaso eran fuertes? ¿O, simplemente, eran incapaces de adaptarse?
—¿Lilith? —dijo en voz baja Nikanj.
Ella no le contestó.
—Volvamos.
Ella había encontrado una seca y gruesa raíz de liana en la que sentarse. Colgaba como un columpio, cayendo desde la cúpula vegetal, luego curvándose, mientras subía de nuevo para sujetarse de las ramas de un árbol cercano, más pequeño, antes de caer de nuevo hasta el suelo y hundirse en él. La raíz era más gruesa que algunos árboles, y los pocos insectos que había en ella tenían aspecto de ser inofensivos. Era un asiento poco confortable: retorcido y duro..., pero Lilith aún no estaba dispuesta a abandonarlo.
—¿Qué haréis con los humanos que no puedan adaptarse?
—Si no son violentos, los llevaremos a la Tierra con el resto de vosotros. —Nikanj llegó rodeando el apuntalamiento, destruyendo su sensación de soledad y de estar en casa.
Nada que tuviese el aspecto y se moviese como Nikanj podía provenir de casa. Se puso en pie cansinamente y caminó al lado del ooloi.
—¿Te han picado los insectos? —le preguntó éste.
Ella negó con la cabeza. A Nikanj no le gustaba que ella le ocultase las pequeñas heridas. Consideraba que la salud de sus humanos era su responsabilidad y les curaba las picaduras de insectos, especialmente las de los mosquitos, al final de cada jornada en aquella selva. Ella pensaba que hubiese sido más fácil dejar a los mosquitos fuera de esta pequeña simulación de la Tierra. Pero los oankali no pensaban así: una simulación de una selva tropical de la Tierra tenía que ser completa, con sus serpientes, ciempiés, mosquitos y otras cosas de las que Lilith habría podido pasarse perfectamente. Y, ¿para qué iban a preocuparse los oankali?, pensó cínicamente. ¡A ellos no les picaba nada!
—Hay tan pocos de vosotros —dijo Nikanj, mientras caminaban—, que nadie quiere prescindir ni de uno solo.
Ella tuvo que volver su pensamiento hacia atrás para saber de qué la estaba hablando.
—Algunos de nosotros pensábamos que debíamos de haber esperado a unirnos con vosotros hasta el momento en que hubieseis sido traídos aquí —le explicó—. Aquí os hubiese resultado más fácil juntaros en una banda, convertiros en una familia.
Lilith lo miró, inquieta, pero no dijo nada. Las familias tenían niños. ¿Estaba diciéndole Nikanj que allí podían ser concebidos y podían nacer niños?
—Pero la mayor parte de nosotros no podíamos aguardar. —Le echó un brazo sensorial alrededor del cuello, rodeándola suavemente—. Sería mejor para nuestros dos pueblos que no nos sintiésemos tan fuertemente atraídos por vosotros.
Cuando finalmente les fueron entregadas las herramientas, éstas resultaron ser lonas impermeables, machetes, hachas, palas, azadones, ollas de metal, cuerdas, hamacas, cestos y esterillas. Lilith habló en privado con cada uno de los humanos más peligrosos antes de que les fueran entregadas las herramientas.
Un intento más, pensó cansinamente.
—No me importa lo que pienses de mí —le dijo a Curt—. Tú eres el tipo de hombre que la raza humana va a necesitar allá abajo, en la Tierra. Es por eso por lo que te Desperté.
Quiero que vivas para bajar allá. —Dudó unos instantes—. No sigas el camino de Peter, Curt —terminó.
Él la miró. Sólo recientemente liberado de la droga, sólo recientemente capaz de cometer actos de violencia, la miró.
—¡Hazle dormir de nuevo! —le dijo Lilith a Nikanj—. ¡Hazle olvidar! ¡No le des un machete y te pongas luego a esperar a que lo use contra alguien!
—Yahjahyi piensa que se portará bien —dijo Nikanj. Yahjahyi era el ooloi de Curt.
—¿De veras? —ironizó Lilith—. ¿Y qué es lo que pensaba el ooloi de Peter?
—Nunca le dijo a nadie lo que pensaba. Y, como resultado de ello, nadie se dio nunca cuenta de que tenía problemas. Un comportamiento increíble. Ya te dije que sería mejor que no nos sintiésemos tan atraídos por vosotros.
Ella agitó la cabeza.
—Si Yahjahyi piensa que Curt está bien, se engaña a sí mismo.
—Hemos observado a Curt y a Yahjahyi —dijo Nikanj—. Ahora, Curt pasará por un momento peligroso, pero Yahjahyi está preparado. Incluso Celene está preparada.
—¡Celene! —exclamó con desprecio Lilith.
—Hiciste un buen trabajo al aparearlos. Mucho mejor que con Peter y Jean.
—Yo no apareé a Peter y a Jean. Eso lo hizo su propio temperamento..., fue como la unión del fuego y la gasolina.
—Sí... De todos modos, Celene no está dispuesta a perder otro compañero. Se agarrará a él. Y Curt, como la ve mucho más vulnerable de lo que realmente es, tendrá buenas razones para no arriesgarse, para no correr el albur de dejarla sola. Se portarán bien.
—No lo harán —le dijo más tarde Gabriel a ella.
También él, finalmente, estaba libre de la droga, pero lo llevaba mejor. Kahguyaht, que se había mostrado tan ansioso por empujar a Lilith, por coaccionarla, por ridiculizarla, parecía ser infinitamente paciente con Tate y Gabriel.
—Mira las cosas desde el punto de vista de Curt —siguió Gabriel—. Ni siquiera controla lo que su propio cuerpo hace o siente. Lo toman como a una mujer y..., ¡no, no me lo expliques!
Alzó la mano para impedir que le interrumpiera.
—Sabe que los ooloi no son machos. Sabe que todo ese sexo sólo está en su cabeza.
Pero no importa..., ¡no importa una puta mierda! Es otro el que está apretando todos sus botones. Y eso no puede consentírselo a nadie, no lo puede tolerar.
Realmente asustada, Lilith preguntó:
—¿Cómo..., cómo has logrado hacer las paces con esa situación?
—¿Y quién dice que las haya hecho?
Ella se le quedó mirando.