Amanecer (31 page)

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Authors: Octavia Butler

Tags: #Ciencia Ficción

—Podemos limpiar esta zona —dijo Lilith en voz alta—. No cortéis estos dos arbolillos.

Esperad un momento.

Miró si alguno de los árboles jóvenes albergaba colonias de hormigas mordedoras.

—Sí, estos dos están bien. Buscad otros dos de este tamaño, o un poco mayores, y cortadlos. Y cortad también raíces aéreas, delgadas, para usarlas como cuerdas. Tened cuidado..., si algo os muerde o pica por aquí..., estamos sin ayuda y podríais morir. Y no os vayáis más allá de donde podáis ver esta zona. Es más fácil perderse de lo que imagináis.

—Pero tú eres tan buena que no puedes perderte —ironizó Gabriel.

—Eso no tiene nada que ver con la bondad. Tengo memoria fotográfica, y he tenido más tiempo que vosotros para acostumbrarme a la selva. —Nunca les había contado por qué tenía memoria fotográfica. Cada cambio hecho por los oankali que les había explicado la había hecho perder credibilidad entre ellos.

—Demasiado bueno para ser cierto —dijo Gabriel en voz baja.

Eligieron el terreno más alto que encontraron y construyeron un refugio. Creían que, al menos, lo usarían durante algunos días. El refugio no tenía paredes, era poco más que un armazón con un techo. Podían colgar hamacas de él, o extender las esteras en el suelo, sobre colchones de hojas y ramitas. Era lo bastante grande como para mantenerlos a todos protegidos de la lluvia. Lo techaron con las lonas que algunos de ellos habían traído, luego usaron ramas para barrer el suelo y dejarlo libre de hojas, ramitas y hongos.

Wray logró prender un fuego con un arco prendedor que Leah había traído, pero juró que nunca más lo volvería a hacer.

—Demasiado trabajo —dijo.

Leah había traído maíz del huerto. Ya era de noche cuando lo asaron, junto con algunos de los ñames de Lilith. Comieron eso, y las últimas nueces de pan. La comida les llenó, pero no resultó satisfactoria.

—Mañana podemos pescar —dijo Lilith.

—¿Sin siquiera un imperdible, un hilo y una caña? —preguntó Wray.

Lilith sonrió.

—Aún peor. Los oankali no querían enseñarme a matar nada, así que los únicos pescados que cogía eran los atrapados en algunos de los arroyos más pequeños. Corté una rama larga y delgada, resistente, le agucé un extremo, lo endurecí al fuego, y me enseñé a mí misma a arponear peces. Y realmente lo logré..., arponeé varios.

—¿Probaste alguna vez a hacerte un arco y unas flechas? —le preguntó Wray.

—Sí, y era mejor con el arpón.

—Lo intentaré —dijo él— O quizá incluso pueda preparar la versión de la jungla del imperdible y el hilo. Mañana, mientras vosotros buscáis a los demás, yo empezaré a aprender a pescar.

—Pescaremos —afirmó Leah.

Él sonrió y tomó su mano..., y la soltó casi en el mismo movimiento. Su sonrisa se borró y miró al fuego. Leah apartó la vista hacia la oscuridad de la selva.

Lilith los contempló con el ceño fruncido. ¿Qué estaba pasando? ¿Había problemas entre ellos..., o era otra cosa?

De repente comenzó a llover, y ellos permanecieron allá, sentados secos y unidos por la oscuridad y el ruido que había fuera. La lluvia caía a raudales, y los insectos se refugiaron con ellos, picándoles, y a veces cayendo al fuego que habían alimentado de nuevo, para tener luz y comodidad, una vez hubieron acabado de cocinar.

Lilith ató su hamaca a dos vigas del techo y se echó. Joseph colgó su hamaca cerca de la de ella..., lo bastante cerca como para que una tercera persona no pudiera tenderse entre ellos. Pero no la tocó: no había intimidad. Ella no esperaba hacer el amor, pero le molestó el cuidado que puso él en no rozarla. Tendió la mano y le tocó la cara para hacerle volverse hacia ella.

En lugar de ello, él se apartó. Y lo peor: si él no se hubiera apartado, lo hubiera hecho ella. De algún modo, notaba un tacto extraño en su piel. No había sido así cuando se acercaba a ella, antes de que Nikanj se situase entre ambos. El tacto de Joseph había sido muy bien recibido, como agua tras una muy larga sequía. Pero entonces había llegado Nikanj, para quedarse, y había creado para ellos la poderosa unidad de tres, que era una de las más extrañas facetas alienígenas de la vida oankali. ¿Se había ya convertido aquella unidad en algo necesario en sus vidas humanas? Y, si así era, ¿qué podían hacer? ¿Pasaría aquel efecto?

Un ooloi necesitaba a la pareja de macho y hembra para ser capaz de jugar su parte en la reproducción, pero ni necesitaba ni deseaba un contacto a dos entre ese macho y esa hembra. Los machos y las hembras oankali jamás se tocaban sexualmente. Eso les iba muy bien a ellos, pero no había modo en que funcionase para los seres humanos.

Tendió el brazo y tomó la mano de Joseph. Éste trató de apartarla de un tirón, irreflexivamente; luego pareció darse cuenta de que algo andaba mal, y mantuvo la mano de ella sujeta durante un largo y progresivamente molesto momento. Finalmente, fue ella quien se apartó, estremeciéndose por la repugnancia y el alivio.

6

A la mañana siguiente, justo después del amanecer, Curt y su gente hallaron el refugio.

Lilith se despertó con un sobresalto, sabiendo que algo no andaba bien. Se sentó tambaleante en la hamaca y puso los pies en el suelo. Cerca de Joseph vio a Víctor y Gregory. Se volvió hacia ellos, aliviada. Ahora no habría necesidad de buscar a los otros.

Podrían ponerse todos a trabajar, construyendo el bote o la balsa que necesitaban para cruzar el río. Y juntos descubrirían, de una vez por todas, si al otro lado había una selva o una ilusión.

Miró a su alrededor para ver quién más había llegado. Fue entonces cuando vio a Curt.

Un instante después, Curt la golpeó en la sien con el plano de su machete.

Cayó al suelo, atontada. Oyó a Joseph, cerca, gritar su nombre. Y se escuchó el ruido de más golpes.

Oyó a Gregory maldecir y a Allison chillar.

Trató desesperadamente de ponerse en pie, y alguien la golpeó de nuevo. Esta vez perdió el conocimiento.

Se despertó en medio del dolor y la soledad. Estaba sola en el pequeño refugio que había ayudado a construir.

Se alzó, lo mejor que pudo ignorando su dolorida cabeza. Pronto dejaría de dolerle.

¿Dónde estaban todos?

¿Dónde estaba Joseph? Él no la habría abandonado, aunque los demás lo hubieran hecho.

¿Se lo habían llevado a la fuerza? Si era así, ¿por qué? ¿Habría resultado herido y lo habrían abandonado, como a ella?

Salió del refugio y miró a su alrededor. No había nadie. Nada.

Buscó alguna señal de hacia dónde se habrían ido. No sabía nada en especial de seguir pistas, pero el terreno cenagoso mostraba huellas de pisadas humanas. Las siguió, saliendo del campamento. Al final, las perdió.

Miró hacia delante, tratando de adivinar qué camino habían seguido e imaginando lo que haría si los hallaba. En aquel momento, lo único que quería era ver si Joseph estaba bien. Si había visto a Curt golpearla, desde luego habría tratado de intervenir.

Recordó ahora lo que le había dicho Nikanj acerca de que Joseph tenía enemigos. A Curt nunca le había caído bien. Nada había pasado entre los dos en la gran sala o en el poblado, pero..., ¿y si lo había pasado ahora?

Tenía que regresar al campamento y conseguir la ayuda de los oankali. Tenía que hacer que los no humanos la ayudasen en contra de su propio pueblo, en un lugar que podía ser o no la Tierra.

¿Por qué no podían haberle dejado a Joseph? Se habían llevado el machete, el hacha y los cestos de ella..., todo excepto su hamaca y la ropa extra. Por lo menos podían haber dejado a Joseph para que se asegurase de que ella estaba bien. Él se hubiera quedado, si lo hubiesen dejado.

Caminó de regreso al refugio, recogió su ropa y su hamaca, bebió agua de un pequeño y límpido arroyo que iba a dar al río, y comenzó el camino de regreso al poblado.

¡Si Nikanj estuviera allí! Quizás él pudiese espiar el campamento humano sin que los fugitivos lo supiesen, sin luchar. Y, si Joseph estaba allí, podría ser liberado..., si él lo deseaba. ¿Lo desearía? ¿O elegiría quedarse con los otros, que estaban haciendo lo que ella había querido que hiciesen desde el principio? Aprender y huir. Aprender a vivir en aquel lugar, luego perderse en él, yendo más allá del alcance de los oankali. Aprendiendo a tocarse de nuevo, los unos a los otros, como seres humanos.

Si estaban en la Tierra, como ellos creían, podían tener una posibilidad. Si estaban a bordo de una nave, nada de lo que hiciesen serviría para nada.

Si estaban en una nave, seguro que le sería devuelto Joseph. Pero, si estaban en la Tierra...

Caminó con rapidez, aprovechando el sendero que habían limpiado el día anterior.

Hubo un sonido tras ella y se volvió rápidamente. Varios ooloi emergieron del agua y vadearon hasta la orilla, abriéndose luego paso por entre la espesa maleza.

Se volvió y caminó hacia ellos, reconociendo a Nikanj y Kahguyaht entre los demás.

—¿Sabéis a dónde han ido? —le preguntó a Nikanj.

—Lo sabemos —le contestó éste, y colocó un brazo sensorial alrededor de su cuello.

Ella apoyó una mano sobre aquel brazo, asegurándolo donde estaba, recibiéndolo con agrado, incluso a su pesar.

—¿Está bien Joe?

Él no contestó, y eso la asustó. La soltó y la llevó a través de los árboles, moviéndose con rapidez. Los otros ooloi les siguieron, todos ellos conociendo claramente a dónde iban y, también, conociendo probablemente lo que hallarían allí.

Lilith ya no quería saberlo.

Mantuvo con facilidad su rápido paso, permaneciendo cerca de Nikanj. Casi chocó con él cuando se detuvo, sin previo aviso, junto a un árbol caído.

El árbol había sido un gigante. Aun caído de lado, era alto, y resultaba difícil subirse a él; estaba podrido y cubierto de hongos. Nikanj saltó encima y luego al otro lado, con una agilidad que Lilith no podía esperar igualar.

—Espera —le dijo el ooloi, mientras Lilith empezaba a subirse al tronco—. Quédate ahí.

Luego enfocó en Kahguyaht:

—Seguid —le urgió—. Puede haber más problemas mientras aguardáis aquí conmigo.

Ni Kahguyaht ni ninguno de los otros ooloi se movió. Lilith se fijó en que el ooloi de Curt se hallaba entre ellos, y el de Allison, y el...

—Ven ya, Lilith.

Ella escaló el tronco, saltó al otro lado. Y allí estaba Joseph.

Había sido atacado con un hacha.

Lo miró, sin poder decir palabra, luego corrió hacia él. Le habían herido más de una vez... en la cabeza y el cuello. Su cabeza casi estaba separada del cuerpo. Ya estaba frío.

¡Cuánto odio debía de haber sentido alguien hacia él...!

—¿Curt? —preguntó, con un hilo de voz—. ¿Ha sido Curt?

—Hemos sido nosotros —contestó con mucha suavidad Nikanj.

Al cabo de un tiempo, logró apartar la vista del mutilado cadáver y volverse hacia Nikanj.

—¿Cómo?

—Nosotros —repitió Nikanj—. Tú y yo. Lo queríamos proteger. Cuando se lo llevaron estaba herido e inconsciente, había luchado por ti. Pero sus heridas curaron rápidamente: Curt vio la carne reparándose, y creyó que Joe no era humano.

—¿Por qué no lo ayudaste? —aulló ella. Había empezado a llorar. Se volvió otra vez para contemplar las horribles heridas, y no comprendió cómo podía mirar siquiera al cuerpo de Joseph, tan mutilado, tan muerto. No había escuchado sus últimas palabras, no tenía recuerdos de haber luchado a su lado, no había tenido oportunidad de protegerle.

Su último recuerdo era de él echándose atrás ante el contacto, demasiado humano, de ella.

—Yo soy más diferente de lo que él era —susurró—. ¿Por qué no me mató Curt a mí?

—No creo que quisiera matar a nadie —contestó Nikanj—. Estaba irritado, temeroso y dolorido: Joseph le había atacado cuando él te golpeó a ti. Entonces vio a Joseph curándose, vio cómo su carne se soldaba ante sus propios ojos. Aulló. Jamás antes había oído a un humano aullar así. Luego..., usó su hacha.

—¿Por qué no le ayudasteis? —insistió ella—. Si lo pudisteis ver y oír todo, ¿por qué...?

—No tenemos una entrada lo bastante cercana a ese lugar.

Ella lanzó un sonido de ira y desesperación.

—Y no había señal alguna de que Curt fuese a matar. Él te echa a ti la culpa de casi todo y, sin embargo, no te mató. Lo que pasó aquí fue algo... que no había sido planificado.

Ella había dejado de escucharle: las palabras de Nikanj le resultaban totalmente incomprensibles. Joseph estaba muerto..., asesinado a hachazos por Curt. Y todo era una especie de error. ¡Qué locura!

Se sentó en el suelo, junto al cadáver, tratando primero de entender, luego no haciendo nada en absoluto; ni pensar, ni tan siquiera llorar ya. Sentada. Los insectos correteaban sobre ella y Nikanj los ahuyentaba. Ella ni los notaba.

Al cabo de un tiempo, Nikanj la puso en pie, alzando su peso sin problemas. Ella quiso apartarlo, hacer que la dejase sola. No había ayudado a Joseph. Ahora no necesitaba nada de él. Pero no pudo hacer otra cosa que retorcerse entre sus manos.

Finalmente la soltó, y ella se tambaleó de vuelta hacia donde estaba Joseph. Curt se había marchado, dejándolo tirado como si fuera un animal muerto. Había que enterrarlo.

Nikanj se acercó de nuevo a ella y pareció leer sus pensamientos.

—¿Quieres que lo recojamos a nuestro regreso y hagamos que lo manden a la Tierra?

—preguntó—. Así podrá acabar como parte de su mundo nativo.

¿Enterrarlo en la Tierra? ¿Hacer que su carne formase parte del nuevo inicio en el planeta?

—Sí —susurró.

Él la tocó, experimentalmente, con un brazo sensorial. Ella le lanzó una mirada asesina, deseando desesperadamente que la dejasen sola.

—¡No! —dijo él suavemente—. No. Ya os he dejado solos a los dos en una ocasión, creyendo que podríais cuidar el uno del otro. Ahora no te dejaré sola a ti.

Ella inspiró profundamente, aceptó el familiar lazo de brazo sensorial en torno a su cuello.

—No me drogues —dijo—. Déjame..., al menos déjame lo que siento por él.

—Lo que quiero es compartir, no apagar ni distorsionar.

—¿Compartir? ¿Compartir ahora mis sentimientos?

—Sí.

—¿Por qué?

—Lilith... —Comenzó a caminar, y ella lo hizo a su lado, automáticamente. Los otros ooloi se movían en silencio por delante de ellos—. Lilith, él también era mío. Tú lo trajiste a mí.

—Tú lo trajiste a mí.

—Yo no lo hubiera tocado si tú lo hubieses rechazado.

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