Amanecer (34 page)

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Authors: Octavia Butler

Tags: #Ciencia Ficción

—Quizá las tres cosas.

—¿Y bien?

—No luchaste. ¡Elegiste estar en el bando de los oankali!

—¿Contra vosotros?

Un irritado silencio.

—¿En qué bando estabas tú cuando Curt mató a Joseph a hachazos?

Tate apoyó una mano en el brazo de Lilith.

—Curt se volvió loco —explicó. Hablaba muy suavemente—. Nadie pensó que fuera a hacer una cosa así.

—Lo hizo —afirmó Lilith—. Y todos os quedasteis mirándole.

Estuvieron jugueteando con la comida un rato, en silencio, ya no disfrutando del pescado, compartiéndolo con gente de las otras fogatas, que llegaban ofreciéndoles nueces de cajú, trozos de fruta o mandioca braseada.

—¿Por qué te quitaste la ropa? —preguntó repentinamente Wray—. ¿Por qué te acostaste en el suelo con un ooloi, en medio de la lucha?

—La lucha había acabado —explicó Lilith—. Eso lo sabéis. Y el ooloi con el que me acosté era Nikanj. Curt casi le había cercenado uno de sus brazos sensoriales. Eso también lo sabéis, ¿no? Le dejé usar mi cuerpo para curarse.

—Pero, ¿por qué ibas a querer ayudarle? —susurró secamente Gabriel—. ¿Por qué no le dejaste morir?

Todos los oankali de la zona debieron de oírle.

—¿Y para qué hubiera servido eso? —inquirió ella —. Conozco a Nikanj desde que era niño. ¿Para qué iba a dejarlo morir..., para que entonces me pusieran con un desconocido? ¿De qué habría servido eso, a mí o a cualquiera de los que hay aquí?

Él se echó hacia atrás, apartándose de ella.

—Siempre tienes una respuesta..., pero nunca suena a cierta.

Ella repasó mentalmente las cosas que le podría haber dicho acerca de su propia tendencia a no decir exactamente la verdad. Pero, ignorándolas, preguntó:

—¿Qué sucede, Gabe? ¿Qué es lo que crees que puedo hacer, o que podría haber hecho, para soltaros libres en la Tierra un minuto antes?

No le contestó, pero siguió tercamente irritado. Estaba inerme y en una situación que le parecía intolerable. Alguien debía de tener la culpa.

Lilith vio a Tate tender la mano hacia él y tomar la suya. Por unos segundos se tocaron con las puntas de los dedos, recordando a Lilith el modo en que una persona no acostumbrada sostendría una serpiente que le hubieran dado a coger. Consiguieron soltarse el uno al otro sin parecer echarse atrás presa de revulsión, pero todos sabían lo que sentían. Todo el mundo lo había visto. Esto, sin duda, era otra cosa de la que tenía que responder Lilith.

—¿Qué hay de esto? —preguntó amargamente Tate. Agitó la mano que Gabriel había tocado como para limpiársela de algo—. ¿Qué es lo que hacemos respecto a esto?

Lilith hundió los hombros, desanimada.

—No lo sé. Lo mismo nos pasaba a Joseph y a mí. Nunca llegué a preguntarle a Nikanj qué era lo que nos había hecho. Sugiero que se lo preguntéis a Kahguyaht.

Gabriel agitó la cabeza.

—No quiero verlo..., no. ¡Y menos preguntarle algo!

—¿De veras? —inquirió Allison. Su voz estaba tan repleta de tanta honesta interrogación que Gabriel se limitó a lanzarle una mala mirada.

—No —intervino Lilith—, realmente no. Desearía odiar a Kahguyaht. Trata de odiarlo.

Pero, en la lucha, fue a Nikanj a quien trató de matar. Y aquí, ahora, es a mí a quien echa las culpas, de quien desconfía. ¡Infiernos, los oankali me colocaron para ser el foco de la culpa y la desconfianza, pero yo no odio a Nikanj! Quizá no pueda. Todos estamos un tanto forzados, al menos en lo que a nuestros ooloi individuales se refiere.

Gabriel se puso en pie. Se alzó sobre Lilith, mirándola con odio. El campamento se había quedado en silencio, con todo el mundo observándole.

—¡No me importa una puta mierda lo que tú sientas! —le dijo—. Estás hablando de tus sentimientos, no de los míos. ¿Por qué no te desnudas y te tiras a tu Nikanj, aquí en medio, para que todo el mundo lo vea? ¡Sabemos que eres su puta! ¡Todo el mundo lo sabe!

Le miró, repentinamente cansada, harta.

—¿Y qué es lo que tú eres cuando pasas las noches con Kahguyaht?

Por un momento creyó que iba a atacarla. Y, por un momento, lo deseó.

En lugar de ello, él se volvió y caminó bruscamente hacia los refugios. Tate miró con odio a Lilith por un instante, luego fue tras él.

Kahguyaht dejó el fuego de los oankali y se acercó a Lilith.

—Podrías haber evitado eso —le dijo suavemente.

Ella no alzó la vista para mirarle.

—Estoy cansada —dijo—. Dimito.

—¿Cómo?

—¡Que lo dejo! Ya no haré más de chivo expiatorio para vosotros, ya no quiero seguir siendo vista como una Judas por mi gente. No me merezco esto.

Él se quedó al lado de ella un momento más, luego se fue tras Gabriel y Tate. Lilith lo miró alejarse, agitó la cabeza y rió amargamente. Pensó en Joseph, le pareció sentirlo a su lado, le escuchó decirle que tuviera cuidado, preguntarle que para qué la iba a servir el tener a las dos razas en contra. De nada, sólo estaba cansada. Y Joseph no estaba allí.

9

La gente evitaba a Lilith. Ella sospechaba que la veían como una traidora o como una bomba de relojería.

Estaba contenta de que la dejasen sola. Ahajas y Dichaan le preguntaron si quería irse a casa con ellos cuando se marcharon, pero ella declinó la oferta. Quería quedarse en un ambiente terrestre hasta que se fuese a la Tierra. Quería quedarse con seres humanos, aunque por el momento no los amase nada.

Cortaba leña para el fuego, recogía frutas silvestres para las comidas o para ir picando, incluso pescaba peces, probando un método sobre el que había leído: pasó horas anudando tallos de hierbas fuertes y pedacitos de caña, construyendo un largo y suelto cono, a cuyo interior podían entrar nadando los pequeños peces, pero del que no podían salir. Pescaba en los arroyos que fluían al río y, al cabo, era ella quien suministraba la mayor parte de los peces que comía el grupo. Experimentó ahumándolos, y obtuvo unos resultados excepcionalmente buenos. Nadie rechazaba los peces porque fuera ella quien los había pescado. Por otra parte, nadie le preguntaba cómo había hecho las trampas para peces..., así que ella tampoco se lo explicó. No hizo más de maestra, a menos de que alguien viniera a hacerle preguntas. Esto era más doloroso para ella que para los oankali, porque había descubierto que le encantaba enseñar. Pero le resultaba mucho más gratificante enseñar a un estudiante voluntario que a una docena de resentidos.

Finalmente, la gente comenzó a acercársele de nuevo. Una poca gente. Allison, Wray y Leah, Víctor... Al fin, compartió sus conocimientos sobre trampas para peces con Wray.

Tate la evitaba, quizá para complacer a Gabriel, quizá porque había adoptado la forma de pensar de él. Lilith la echaba a faltar, porque Tate había sido una amiga, pero de algún modo no podía estar disgustada con ella. Y no había otra amiga íntima para ocupar el lugar de Tate. Incluso la gente que venía a ella con preguntas no se fiaba de ella. Sólo estaba Nikanj.

Nikanj jamás trataba de hacerle cambiar de comportamiento. Tenía la sensación de que él nunca objetaría a nada que ella hiciera, a menos que empezase a hacer daño a la gente. Por la noche, ella yacía con él y con sus compañeros, y la complacía del mismo modo que lo había hecho antes de conocer a Joseph. Al principio no era esto lo que ella quería, pero al fin había acabado por apreciarlo.

Entonces se dio cuenta de que era capaz de tocar de nuevo a un hombre y hallar placer en ello.

—¿Tan ansioso estás por aparearme con algún otro? —le preguntó a Nikanj. Ese día le había entregado a Víctor una brazada de esquejes de mandioca para plantar y se había sentido sorprendida, y brevemente complacida, al notar el tacto de su mano, tan cálida como la de ella.

—Eres libre de buscar otro compañero —le dijo Nikanj—. Pronto Despertaremos a otros humanos. Quiero que te sientas libre de escoger o no a otro.

—Dijiste que pronto seríamos puestos en la Tierra.

—Dejaste de enseñar y la gente está aprendiendo más lentamente, pero creo que pronto estarán dispuestos. —Antes de que pudiera seguir haciéndole preguntas, otros ooloi lo llamaron para que fuese a nadar con ellos. Eso probablemente significaba que iba a dejar por un tiempo el terreno de entrenamiento. A los ooloi les gustaba emplear las salidas subacuáticas siempre que podían; siempre que no estaban guiando humanos.

Lilith miró en derredor del campo y no vio nada que quisiese hacer ese día. Envolvió pescado ahumado y mandioca asada en hojas de plátano y lo puso todo en uno de sus cestos con unos plátanos. Vagabundearía un poco. Y posiblemente luego regresase con algo útil.

Era tarde cuando inició la vuelta, con el cesto lleno de unas vainas que daban una pulpa casi tan dulce como el caramelo, y un fruto de palma que había podido cortar de un árbol pequeño con su machete. Las vainas, inga se llamaban, iban a encantar a la gente.

Y a Lilith no le gustaba demasiado aquel fruto de palma, pero a otros sí.

Caminaba rápidamente, sin deseos de encontrarse en medio de la selva cuando se hiciese oscuro. Pensó que, probablemente, sabría hallar el camino de vuelta a casa en la oscuridad, pero no deseaba tener que hacerlo. Los oankali habían hecho aquella jungla demasiado real. Sólo ellos eran invulnerables a las cosas cuyas picaduras, mordiscos o aguzadas espinas resultaban mortíferas.

Era ya casi demasiado oscuro para ver bajo la cúpula verde cuando llegó al poblado.

Y, sin embargo, en el poblado sólo había un fuego. Ésta era la hora de cocinar, hablar, hacer cestos, redes y otras pequeñas cosas que podían ser hechas automáticamente, mientras la gente disfrutaba de la compañía de los otros. Pero sólo había un fuego, y una única persona cerca del mismo.

Cuando llegó junto a la fogata la persona se puso en pie, y vio que era Nikanj. No había señales de nadie más.

Lilith dejó caer su cesto y corrió los últimos pasos hasta el campamento.

—¿Dónde están? —preguntó—. ¿Por qué no fue alguien a buscarme?

—Tu amiga Tate dice que siente mucho el modo en que se comportó —dijo Nikanj—.

Quería hablar contigo; dijo que lo hubiese hecho en los próximos días. Pero resultó que no tuvo más días aquí.

—¿Dónde está?

—Kahguyaht le ha incrementado la memoria, tal como yo hice contigo. Cree que eso la ayudará a sobrevivir en la Tierra y ayudará a los otros humanos.

—Pero... —Se le acercó, agitando la cabeza—. ¿Qué hay de mí? Hice todo lo que me pedisteis, no le hice daño a nadie... ¿Por qué estoy aún aquí?

—Para salvar tu vida. —Tomó su mano—. Hoy me llamaron a reunión para contarme las amenazas que han sido hechas en contra de ti. Ya había oído la mayor parte de ellas.

Lilith..., hubieras acabado como Joseph.

Ella negó con la cabeza. Nadie la había amenazado directamente. La mayor parte de la gente tenía miedo de ella.

—Hubieras muerto —repitió Nikanj—. Dado que no nos pueden matar a nosotros, te hubiesen matado a ti.

Ella le maldijo, negándose a creerle, aunque, a otro nivel, sabiéndolo, creyéndolo. Le echó las culpas, lo odió y lloró.

—¡Podrías haber esperado! —dijo, finalmente—. Podrías haberme llamado de vuelta antes de que ellos se fuesen.

—Lo siento —dijo él.

—¿Por qué no me llamaste? ¿Por qué?

Él anudó sus tentáculos del cuerpo y la cabeza, angustiado.

—Podrías haber reaccionado de muy mala manera. Con tu fuerza, podrías haber hecho daño, quizá matado a alguien. Podrías haberte ganado un lugar al lado de Curt. —Relajó los nudos y dejó caer inertes sus tentáculos—. Joseph ha desaparecido. No quise correr el riesgo de perderte también a ti.

Y ella no pudo seguir odiándolo. Sus palabras le recordaban demasiado sus propios pensamientos cuando se había tendido para ayudarle, a pesar de lo que los humanos pudieran pensar de ella.

Fue a uno de los troncos cortados que servían como asientos en torno al fuego y se sentó.

—¿Cuánto tiempo tendré que estar aquí? —susurró—. ¿Alguna vez sueltan al chivo expiatorio?

Nikanj se situó al lado de Lilith, incómodo, deseando doblarse en su posición de sentado pero no hallando en el tronco bastante sitio como para mantener el equilibrio.

—Tu gente escapará de nosotros en cuanto llegue a la Tierra —le dijo—. Lo sabes. Tú les animaste a hacerlo..., y, naturalmente, lo esperábamos. Les diremos que tomen lo que quieran del campamento y que se marchen. De lo contrario podrían escaparse con menos de lo que necesiten para sobrevivir. Y les diremos que recibiremos con los brazos abiertos a los que quieran volver. A todos. A cualquiera. Cuando ellos quieran volver.

Lilith suspiró.

—¡Que el cielo ayude a cualquiera que lo intente!

—¿Crees que será un error decírselo?

—¿Para qué te molestas en preguntarme lo que pienso?

—Quiero saberlo.

Miró al fuego, se levantó y tiró dentro un tronquito. No volvería a hacer esto en el próximo futuro. No vería fogatas ni recolectaría inga o frutos de palma, ni pescaría un pez...

—¿Lilith?

—¿Queréis que vuelvan?

—Al final volverán. Es preciso.

—A menos que se maten unos a otros.

Silencio.

—¿Para qué tienen que volver?

Él desvió la cara.

—Ni siquiera pueden tocarse los unos a los otros, hombres y mujeres..., ¿no es así?

—Eso pasará cuando hayan estado alejados un tiempo de nosotros. Pero no importa.

—¿Por qué no?

—Ahora nos necesitan. No tendrán hijos sin nosotros. Los óvulos y el esperma humanos no se unirán sin nosotros.

Ella pensó un rato sobre esto, luego agitó la cabeza.

—¿Y qué clase de hijos tendrán con vosotros?

—No me has contestado —dijo él.

—¿A qué?

—¿Debemos decirles que pueden volver con nosotros?

—No. Y tampoco seáis demasiado obvios en eso de ayudarles a escapar. Dejadles decidir por ellos mismos lo que quieren hacer. De lo contrario, la gente que luego decida volver parecerá estar obedeciéndoos, traicionando a la Humanidad por vosotros. De todos modos, no os volverán muchos. Algunos pensarán que, al menos, la especie humana se merece una muerte limpia.

—¿Es que lo que deseamos es una cosa sucia, Lilith?

—¡Sí!

—¿Es una cosa sucia el que yo te haya preñado?

Al principio, ella no entendió las palabras. Era como si hubiese empezado a hablar en un idioma que ella no conociese.

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